LA SUEGRA DE MI AMIGO Publicado por andy el 14/03/2023 en Sexo con maduras

"Fuí invitado a pasar unos días de playa en casa de un amigo y me encontré que, además de su señora y sus pequeños, vivía con ellos su suegra viuda, muy apetecibley de unos 50 años..."

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LA SUEGRA DE MI AMIGO

Me desperté. Ya eran las nueve de la mañana. Todo estaba en silencio solamente interrumpido por el ruido que hacía algún carro al pasar.  Me parecía que estaba solo en la casa.  Había llegado ayer luego de viajar todo el día en un bus, pero a pesar de la aparente comodidad, había llegado prácticamente molido a mi destino.  Este era la casa de un amigo de la infancia, el cual me ofreció hospitalidad cuando le comenté que iría de vacaciones unos días al balneario donde vivía.  Me había recibido en el paradero y camino a su casa, me comentó que con su mujer ya tenía dos hijos, aún pequeños, y que vivían con su suegra.   ¡miércoles! - dije – Me hubieras avisado y podría haberme ido a un hotel.  No te preocupes, retrucó, es muy buena gente y no se mete para nada con nosotros y, además, nos ayuda con los chicos.

Al llegar nos recibió su esposa Susi, su suegra y los pequeños.  Todos muy simpáticos y sonrientes.  Me esperaban con unos refrescos, bocaditos y entretenida conversación. Entrada la noche, luego de arreglar mis cosas en la recamara y refrescarme, me llamaron a disfrutar de una liviana, pero sabrosa cena.  Luego de acostar a los niños, nos reunimos en la sala a saborear unos “pousse” café.  Entre Oscar y yo contamos nuestras peripecias de estudiantes y luego, algunas de la época laboral.  Incluí algunas facetas de mi vida post divorcio y terminamos contando algunos chistes.  Pude darme cuenta de la agradable sonrisa de la suegra de Oscar, así como de su esbelta figura.  Era una mujer más bien alta que baja, de cabello castaño y de piel blanca, que se mantenía impecable en su apariencia.  Tenía dos grandes ojos negros avellanados, su nombre era Esther, era viuda y le calculé unos cincuenta y tantos años.  Después del segundo bostezo que traté de disimular, me invitaron a descansar.  No me resistí y nos despedimos hasta mañana.

No había sentido nada de ruido en la casa ni lo sentía ahora.  Había dormido como un lirón. Me levanté, subí la persiana y abrí la ventana de par en par. Era un día soleado pero un poco fresco. Con seguridad que el calor, más tarde, iba a ser mayor.  Estábamos casi al final de la estación veraniega y la casa quedaba algo lejos de la playa. Había dormido con un pijama corto y de tela delgada. Lo que si no tenía era mi bata, que no la llevé pensando que no la necesitaría.  Al sentirme solo, me sentí muy cómodo para reconocer la casa tal como estaba. Pasé por el cuarto de baño y a continuación bajé a buscar algo para desayunar.

Oh sorpresa, en la cocina encontré todo preparado: la taza, un termo, el café, la leche, tostadas, mantequilla, mermelada y hasta algunas frutas.  Tomé asiento y me preparé un buen café con un poco de leche. Partí una naranja y devoré su contenido.  Me preparé un par de tostadas y tranquilamente, desayuné.  Decidí lavar lo que había ensuciado y cuando me acerqué al lavadero pude ver que, en el patio, al costado de la ventana, estaba puesta una escalera contra la pared y que se movía ligeramente. Alguien estaba subido en ella, pero desde dónde yo estaba no podía ver quién era.  Salí por la puerta de servicio y vi que se trataba de la señora Esther.  Estaba limpiando unos azulejos que adornaban las ventanas del segundo piso.

Al ver que la escalera estaba reclinada en la pared sin ninguna seguridad, me acerqué solicito a advertirle lo peligroso de su accionar y a sujetar los dos pies de la escalera. 

– Señora Esther, puede resbalar la escalera y se puede dar un golpe tremendo, le dije.                        -  No te preocupes, me respondió.  No es la primera vez que lo hago. 

Sin embargo, le contesté, me quedaré acá por si acaso.  - Bueno, como tú digas. Y siguió frotando esos sucios azulejos.  - ¿Qué fue de Susi, Oscar y los niños?  -  Me encargaron decirte que los disculpes, pero que tenían un compromiso antelado en casa de unos amiguitos de los chicos.  Los invitaron a pasar el día en la playa vecina y como Susi no maneja… así es que has quedado a mi cuidado. – Que bueno, respondí, prometo portarme bien.  Reímos.

Mientras conversábamos y sentía sus afanes por sacar lustre a los dichosos azulejos, tuve que asir con más fuerza la escalera.  Ella lo notó y me dijo: - Tenías razón, esto se mueve mucho pero ahora contigo voy a poder alcanzar con facilidad los más altos y aquellos que están en la esquina.  Hazme el favor de enjuagarme este trapo y me lo traes bien remojado, por favor.  Es un alivio no tener que bajar.  Y dejó caer el estropajo. Al alcanzarle el trapo húmedo, tuve que subir un par de escalones mientras ella tuvo que inclinarse hacia mí. Cuando lo alcanzó, regresó a su trabajo y yo al bajar, seguí con el mío.  Como no había mucho a dónde mirar levanté la cabeza y allí recién me di cuenta, que mi protectora Esther, tenía un par de piernas muy bien formadas, que tenía puesto una ropa interior blanca y que, además, no se preocupaba en lo más mínimo de cuidarse de las posibles miradas indiscretas.  

Como desde un principio había sujetado la escalera sin haber vuelto la mirada hacia arriba y la escuchaba y contestaba con mis ojos puestos en los palos de la escalera, no había caído en cuenta de las virtudes físicas de la suegra de mi amigo. Al ver lo que vi, en una reacción púdica instintiva, bajé de nuevo los ojos a donde los había tenido hasta ese momento. Pero ya mi mente empezó a correr a 100 y poco a poco, alzando la mirada, empecé a disfrutar de ese armonioso paisaje íntimo que se presentaba a simple vista y a mi alcance.

No puede evitar volver a levantar la vista. Miré de nuevo hacia arriba. Esther se seguía afanando en frotar enérgicamente los mosaicos. A ambos extremos del antepenúltimo peldaño, sus pies estaban separados, buscando la adecuada estabilidad para hacer mejor los movimientos que le exigía la limpieza. De vez en cuando, en un complicado equilibrio, se ponía incluso de puntillas para llegar más alto. Pero todo eso era accesorio. Lo que mis ojos volvieron a buscar de nuevo, era lo que acababan de ver instantes antes. Lo difícil era bajar la mirada y no reparar en aquel panorama. Al final de sus largas piernas, los dos cachetes del culo se ofrecían a mi vista en una espectacular perspectiva directa. Allí mismo, a unos pocos metros de mis ojos. En la apretada línea que los separaba, se marcaba un pequeño ensanchamiento que indicaba claramente el lugar en el que estaba el agujerito del ano. A continuación, la línea se volvía a apretar un poquito hacia adelante, para enseguida convertirse en una delgada hendidura conformada por los labios de su vulva…una turgente y atractiva vulva.

Ella seguía con su limpieza, ajena por completo a lo que yo estaba contemplando y, por supuesto, más ajena aún al deleite con el que mis ojos “analizaban” cada centímetro de sus nalgas y de su sexo. Acercando mi cara hacia la escalera, alcanzaba a ver hasta el pubis y el bajo vientre que se ofrecían sin problema, gracias a la holgura del camisón y la bata al viento que usaba doña Esther.

-  Ernesto, sujeta fuerte que voy a ver si alcanzo ese último azulejo.

Adelantó un pie hasta un pequeño saliente que formaba una moldura, para de esta manera tratar de llegar a la esquina superior del mosaico. Quedó en una difícil postura, con un pie en el peldaño de la escalera y el otro apoyado en aquel resalto. Con ello, las piernas estaban forzadamente más abiertas…y la visión desde abajo se convirtió en algo realmente espectacular. Como tuvo que separar las piernas, me ofreció una vista esplendorosa del conjunto muslos, nalgas, vulva y pubis. Los rápidos momentos que llevaba contemplando aquello, habían despertado mi libido e inevitablemente, mi pene estaba casi erecto, solamente protegido por la suave tela del pantalón corto del pijama. De improviso, doña Esther al empezar a bajar volvió su cara hacia abajo…

-   Huy Ernesto...perdona el tiempo que me he demorado y por favor, no mires para arriba que ya estoy bajando.

-  No hay problema…pero baje con tranquilidad.  Tome su tiempo que eso es lo que a mí me sobra.

Escalón por escalón doña Esther llegó a bajar y al mirar abajo tuvo que haber notado la erección que tenía, la cual no tuvo tiempo de decaer.  Me miró a la cara y con una media sonrisa dijo: - Bueno, bueno… creo que ya por hoy acabamos con el trabajo… y la diversión.  Yo todo cortado, no atiné a responder solamente a voltearme y enrumbar hacia donde había venido, diciendo “iré a tomar una ducha”.   Me sentí a mis 29 años como un chico sorprendido al hacer una malacrianza. Pero, por qué no nos tomamos un café antes, me preguntó la doña.  Bueno, con gusto le respondí.

Nos dirigimos a la cocina y mientras yo me lavaba las manos y mi pene volvía a su posición de “descanso”, Esther conectaba la “hervidora” de agua.  Cuando a ella le tocó lavárselas, me preguntó despaciosamente como me gustaba el café.  Le dije que simple al estilo americano. Mientras se secaba las manos me propuso ¿Qué tal si le ponemos un poco whisky para amenizar la mañana?  Como digas, le respondí.  Buscó en uno de los compartimentos de un armario vecino y sacó una botella de etiqueta negra.  En seguida sacó dos jarros de regular tamaño, les colocó la esencia del café pasado gota a gota, un buen chorro de licor a cada uno y los llenó con agua que recién acababa de hervir. Me alcanzó uno diciendo – Cada uno lo endulza según su gusto.

En el tiempo que ella dedicó a la preparación del café enriquecido, yo la miraba y admiraba la esbeltez de su bien formado cuerpo, protegida únicamente con una ligera bata puesta seguramente sobre un camisón veraniego.  No llevaba corpiño que sujetara esos senos que se movían al unísono con cada movimiento rápido que hacía Esther. La bata se le pegaba al cuerpo y le llegaba por encima de las rodillas. Su par de nalgas conformaban una atractiva y casi perfecta esfera que por arriba era coronada con una cintura de menor diámetro y por debajo, sostenida por un par de muslos bien proporcionados.  Su cara ovalada presentaba un cutis muy bien cuidado a pesar que no tenía ninguna aplicación de cremas o algo por el estilo.  Además, se le notaba un carácter desenvuelto y de fácil sonrisa.

Nos sentamos frente a frente en la mesa de la cocina y empezamos a sorber de a pocos nuestros cafés. Te gusta la música, dijo de repente.  Claro que sí, respondí.  Se levantó y prendiendo la radio empezó a buscar una estación.  Ubicó una con música tropical.  Esta es la música que me divierte y que me hace bailar cuando estoy sola. Se sentó y siguió sorbiendo su café.

Ya cuando estaba por terminar con el contenido de mi jarro y empezaba a sentir los efectos del whisky, sentí unos golpecitos en una de mis pantorrillas.  Era uno de sus pies.  Qué dices Ernesto, ¿te atreves a bailar un poco? No sé, le respondí a propósito.  Anda, anímate que este cafecito me haya despertado las ganas. Y mientras así decía, me pasaba su pie por mi pantorrilla. Bueno, vamos pues, ojalá que no quede mal y me levanté, ofreciéndole mi mano.

Al principio la separación entre los dos era normal y como era música salsa la que oíamos, Esther aprovechaba para separarse y dar unos pasos de fantasía que permitían exhibir su ritmo y su bien contorneado cuerpo.  Yo la miraba y no me perdía ningún detalle de sus miradas, sonrisas y del movimiento de sus senos y de sus caderas. Traté de seguir sus pasos en 3 canciones seguidas hasta que, por fin, sonó una salsa romántica y le dije, atrayéndola hacia mí, vamos a recuperar fuerzas y bailemos más lento.  Lo que quiera señor, contestó.

Le sujeté la espalda con mi mano derecha mientras con la izquierda, tomé su mano derecha.  Ella se acomodó grácilmente a mi cuerpo y empezamos a deslizarnos al compás de la música.  A los pocos momentos, llegué a pegar mi cara a la de ella sin sentir ninguna resistencia de su parte.  A partir de ese momento, pude notar que sus muslos trataban de mantenerse pegados a los míos.  La sedosa tela de su bata, la tibieza de su cuerpo, el ritmo de la música, los roces de nuestros cuerpos y el whisky consumido, hicieron que mi falo despertara nuevamente con notoria presencia debido a mi corta y ligera pijama.

Todo pasó muy rápido.  Con esa calentura y mi falo arrecho apreté más a Esther hacia mí. Entrelazando mis dedos a los de su mano, los acerqué a mi pecho.  Mi otra mano bajó de la espalda a su cintura y empecé a dirigir sus movimientos de cadera para que coincidan con la mía. Esther callada me dejaba hacer.  Mi siguiente movimiento fue tratar de adentrar mi rodilla entre sus dos muslos y oh feliz sorpresa, sentí que a momentos me la oprimía.  Ya desenfadado, empecé a rozar con mis labios su blanco cuello y el lóbulo de su oreja. Al percibir que no ponía resistencia, me lancé a besar suavemente la zona debajo de su oreja, así como a aprisionar con mis labios el pallar de la misma. Yo sentía que mi falo se ponía cada vez más duro.  En un momento, soltó su mano y la dirigió sin titubeo alguno hacia mi bajo vientre hasta alcanzar mi duro sexo.  Pudo sacarlo con facilidad del pantaloncillo y lo acercó al triángulo formado por sus muslos y su vulva.  Ya no regresó su mano junto a la mía, sino que me enlazó el cuello con sus dos brazos.

Ya la música no nos dirigió más.  Seguíamos a nuestro sensual y propio ritmo.  Nuestros movimientos eran para acomodarnos más y mejor.  Esther no decía palabras solamente le sentía un suave jadeo.  Yo decidí no hablar también porque nos conocíamos tan poco… solamente trataba de besar lo mejor que podía ese cuello, su barbilla y las orejas.  Bajé mis dos manos y así con fuerza sus dos redondeadas nalgas.  De esa manera nuestras caderas y sexos se frotaban, se separaban y se volvían a juntar, incrementando nuestro placer.  Ella bajó sus brazos de mi cuello y empezó a sacarme la camisa del pijama para apropiarse de mis pectorales.  Agachándose un poco, empezó a besarme el pecho mientras me acariciaba los hombros y los flancos.  Me lamió mis tetillas, las que se pusieron duras y erectas y allí aprovechó en darle mordisquitos y rodearlas con sus dientes. Yo con la cabeza levantada, los ojos cerrados y el pene duro como un tronco, con el glande sujeto entre los muslos de Esther, me sentía en el séptimo cielo.

Luego de un delicioso y largo momento, atiné a sacarle la bata que cayó al suelo.  Quedó su cuerpo cubierto con su bikini blanco y un liviano camisón sostenido por dos tiras, que también cayó fácilmente.  Vi unas tetas algo caídas, pero manteniendo aún sus formas atractivas, coronadas con un par de pezones erectos rodeados con aureolas de color carmelita.  Como bebe de pecho me sujeté a una, succionándola y jugueteando con mi lengua, tratando de llenar mi boca con todo lo que podía de ese albo seno.  Esther se sostenía de mis dos brazos con la cabeza recostada en uno de sus hombros.  Empecé alternar los senos y los pezones mientras que ella recorría las partes de mi cuerpo a su alcance, con las yemas y uñas de sus dedos.  Esas caricias eran electrizantes y me hacían endurecer más mi pene.

Empezó a bajarme la pantaloneta, la cual no caía al suelo porque mi falo erguido no la dejaba. Con una sonrisa la destrabó.  Mientras yo la apartaba con el pie, empezó a bajarse el bikini dejando a la vista un bien cuidado y artístico corte del vello púbico.  Solo atiné a atraerla hacia mí colocándole mi verga entre las piernas y por debajo de su vulva.  Así le levanté la cara y le di un beso en la boca hundiéndole la lengua hasta donde pude, para jugar con la suya por un largo rato.  Luego le di la vuelta y empecé a besar esa nuca y espalda tan tersa, colocándole la verga entre las dos nalgas y con mis manos le acariciaba el hermoso par de tetas que tenía.  Allí empezó recién a expresarse con jadeos y frases de lo más eróticas, entre suaves y fuertes, tales como “dame palmadas que estoy muy caliente”; “ponme tu tronco en el ano”; “apriétame las tetas un poco más fuertes”; “que grande y gruesa la tienes”; “te gusta mi culo…bésalo que es tuyo”.

Como me di cuenta que la mayoría de expresiones se refería más al sexo anal que al vaginal, la puse con el pecho sobre la mesa y luego de hundir y sacar mi inflamada verga unas cuantas veces de su vagina, humedecí mis dedos índice y medio con los jugos de ella y míos y con suavidad se los introduje en el ano que, se ofrecía ante mí, contorneado por sus dos nalgas.  Con movimientos de rotación y la relajación propia de Esther pude, de a pocos, introducir la cabeza y parte de los 18 cm. de verga que poseo.  La acerté en mi presunción.  Era increíble lo que gozaba esta mujer con una verga en el ano y, sobre todo, la forma en que trataba a su cabezón huésped.  Lo comprimía o ajustaba a voluntad, lo llevaba con movimientos de rotación hacia afuera y hacia adentro.  Doña Esther había sido una eximia “culeadora” que había tenido en su difunto marido o quizás, quién sabe, a otros, un maestro que le había enseñado el arte del “bien culear”.  Como era de suponer, no pude resistir más de unos minutos la arrechura que tenía.  Dándole unos apretones y palmadas en las nalgas, le avisé que ya iba a eyacular.  Ese aviso la volvió loca y se empezó a mover y ajustar el ano y con esos apretones, pude aguantar un suficiente tiempo más para escucharle decir entre ayees de placer: “ya llego…ya llego...ahí voy”, con los consiguientes movimientos espasmódicos propios de un buen orgasmo.                   

La llené con mi líquido seminal, el cual además fue ayudado en su salida por consistentes y seguidas contracciones de su aro anal.  Cuando saqué mi verga la apoyé sobre la unión de sus nalgas y la vi prácticamente seca.  No pude más y enderezando a Esther le di un largo y profundo beso en su trémula boca.  Estaba aún acezante por el esfuerzo y placer alcanzado.  Ernesto, me dijo, no sabes lo bien que me has hecho sentir y sobre todo después de tanto tiempo. Han pasado más de 3 años y medio de la muerte de mi esposo, luego de 6 meses de dolorosa enfermedad.  Vamos a ducharnos que tenemos mucho que conversar. Nos tomamos de la mano y al soltarnos, cada uno se dirigió a su baño. Así empezó un largo período de agradable amistad, que será motivo de una segunda parte.

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Autor andy
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