Desvirgué analmente a mi prima
Tengo una prima con la que hace años tuve un manoseo «inocente» durante un viaje familiar y que durante muchos tiempo fue la inspiración para mis jaladas nocturnas. Ella siempre fue muy coqueta, y cochina por esa boca, me encantaba.
Nos vimos un par de veces en fiestas familiares y siempre nos saludábamos con una sonrisa cómplice, un abrazo que se alargaba más de lo normal y un susurro de «¿Te acuerdas?». Pero nada más, porque con la familia alrededor era imposible.
Hasta que la semana pasada… ¡ufff la semana pasada pasado! Katy vino a la ciudad por trabajo, imagínense. Ya no es la muchachita del viaje, no, señor. ¡Se ha convertido en una mujer de armas tomar! Con unos ojos que te miraban y te desvestían, un cuerpo… ¡ay, ese cuerpo! Unas caderas que invitaban a agarrarlas y unas tetas que parecían decir «hola, ¿cómo estás?». Yo casi me caigo de espaldas cuando la vi en el café donde quedamos. Llegó con un vestidito negro sencillo pero que le marcaba todo, ¡todooo! Y unos tacones que hacían «clic, clic» en el piso y en mi cabeza, jajaja.
Estuvimos tomándonos un café y fue como si no hubiera pasado el tiempo. La conexión seguía ahí, más fuerte. Nos reímos mucho, recordamos el viaje y de repente, en un silencio, me dijo con una voz bajita que me erizó todo: «Siempre me quedé con las ganas de que pasara más». ¡Yo en ese momento sentí que me daba un infarto! La sangre se me fue toda para abajo, de una.
Le dije que yo también, claro, ¡como no! Y pues una cosa llevó a la otra y quedé en llevarla a su hotel luego de cenar. Cenamos en un sitio bonito, tomamos vino… mucho vino, la verdad. Ella se reía, me tocaba el brazo cuando hablaba, y yo no podía dejar de mirarle la boca. ¡Qué boca más linda tiene mi prima!
Llegamos al hotel y cuando íbamos a despedirnos en el lobby, me agarró de la mano y me dijo: «¿Subes por un último trago?». Sus ojos me lo decían todo. Subimos en el ascensor, en un silencio cargado, mirándonos fijo. Yo ya sentía la verga dura como una piedra, apretada contra el pantalón.
Al entrar a la habitación, apenas cerrar la puerta, nos abalanzamos el uno al otro. Fue un beso con hambre, con años de espera. Le bajé el vestido y… ¡por Dios! ¡Qué cuerpo se había hecho! Estaba en ropa interior, negra, de encaje. Le empecé a morder el cuello, a apretarle las tetas, y ella gemía como una loca, diciendo mi nombre.
Nos tiramos en la cama y después de unos minutos de besos y manoseos frenéticos, ella me paró de repente. Se sentó en la cama, me miró serio y me dijo algo que nunca olvidaré: «Oye… hay una cosa que nunca he hecho. Y quiero probar contigo».
«Lo que quieras», le dije, casi sin aliento.
«Quiero… quiero que me des por el culo. Siempre he tenido curiosidad, pero nunca me he atrevido…»
¡Ayyy, joder! En ese momento pensé que me venía ahí mismo. ¡Esa proposición de mi prima! La miré a los ojos y le dije que sí, por supuesto.
Empezamos otra vez con los besos, pero ahora yo ya tenía una misión. La puse boca abajo, con las nalgas hacia mí. Le empecé a masajear esa parte con aceite que por suerte ella tenía en la mesita, ¡qué previsora! Le besé la espalda, le mordí suavecito las nalgas y le metí la lengua en ese hoyito tan apretado. Ella gimió y enterró la cara en la almohada. Con los dedos, bien lubricados, empecé a prepararla, primero uno, despacito, sintiendo cómo se contraía. Luego dos, abriéndola con mucha paciencia, mientras con la otra mano le masajeaba el clítoris, que estaba durísimo. Estaba empapada, mojándolo todo.
«¿Estás lista?», le pregunté, con la voz ronca. Ella solo asintió, sin poder hablar.
Me puse el condón, le eché más aceite a mi verga, que parecía un poste de tanto que la tenía dura, y me coloqué a sus espaldas. Le puse la punta en su culito, apreté un poco y empecé a entrar. ¡Uy, qué apretado! Ella gritó un poco, pero era un grito de placer mezclado con dolor. «Despacito, por favor, despacito», me pidió.
Y así fue, entré milímetro a milímetro, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a mí. Cuando estuve todo dentro, nos quedamos quietos un momento, los dos jadeando. Empecé a moverme muy lento, sintiendo cada centímetro de esa sensación nueva para los dos. Ella gemía con cada embestida, cada vez más fuerte. Agarré sus caderas y empecé a cogerla más rápido, pero sin perder el cuidado. El sonido de nuestros cuerpos chocando era lo único que se escuchaba.
La cambié de posición, la puse de lado para poder besarla mientras se la seguía metiendo por atrás. Le agarraba una teta y se la apretaba, y ella me mordía los labios. En un momento, me susurró al oído: «No pares, por favor, que me voy a venir». Esas palabras me enloquecieron. Agarré ritmo, un ritmo firme y profundo, y sentí cómo su cuerpo empezaba a temblar. Gritó mi nombre y tuvo un orgasmo brutal, apretándome con su interior de una manera que casi me hace venir a mí también.
Pero aguanté. La puse a cuatro patas y le di la vuelta a todo lo que dio, cogiéndola del pelo y metiéndosela hasta el fondo hasta que ya no pude más y me corrí como un toro, llenando el condón con un gruñido que salió de lo más profundo de mi ser.
Nos desplomamos en la cama, sudados, jadeando, sin poder hablar. Después de un rato, ella se rió suavecito y dijo: «Ahora sí que ya no hay vuelta atrás, primo». Y qué razón tenía…
¡Uy, se me acaba de calentar todo otra vez solo de acordarme! ¡Delicioso!
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.