UNA NOCHE DE FIESTA CON MI HERMANA SEGUNDA PARTE
Continuación…
¡Me estaba follando a mi hermana!
A la hermana con la que había crecido. Con la que tan buenos momentos de charlas, juegos y confidencias había compartido. La que realmente era mi mejor amiga. ¡Estaba follando con ella!
Nos quedamos unos instantes quietos, sin movernos ni hacer nada. Después ella acercó su cara a la mía y volvimos a besarnos, tal y como habíamos hecho hasta ese momento, todo parecía estar igual que hasta hacía unos segundos, salvo por la presión que sentía en mi pene y el pensamiento que no dejaba de recorrer mi mente y que no dejaba de repetirme que estaba penetrando a mi hermana, que tenía mi pene introducido dentro de su cuerpo… Creo que nos quedamos quietos porque ninguno de los dos sabía como reaccionar, o no nos atrevíamos a hacerlo, pero finalmente empezamos a movernos un poco. No soy capaz de recordar si empecé yo moviendo el pubis hacia arriba para que el cuerpo de mi hermana subiera o bajara, o fue ella la que empezó a mover la cintura adelante y atrás. Fuera quién fuera el que empezó, el otro reaccionó al momento, así que no sé quien fue el primero, ni importa en absoluto. Poco a poco fuimos acelerando los movimientos; yo sujeté el culo de Miriam con las manos, y a la vez que se lo acariciaba acompañaba sus movimientos de cintura, ora empujando su culito en dirección a mí, ora tirándolo hacia atrás, ora moviéndolo en círculos.
Ahora sí que mi hermana y yo estábamos follando con todas las de la ley… Seguía escuchando una voz dentro de mi cabeza que se alarmaba porque me estaba follando a mi hermana, pero a medida que nuestros cuerpos unidos se movían, esta voz cada vez lo decía con menos alerta y con más morbo por lo que estaba haciendo… Ambos gemíamos y nos besábamos frenéticamente, lamiendo y mordisqueándonos los labios, metiendo la lengua en la boca del otro, uniendo ambas lenguas, excepto en un instante en que separé mis labios de los de Miriam y colocándolos sobre su mejilla se la besé en varios puntos, cada vez más hacia el lateral de su cara, hasta acabar besándole la oreja, con la cara enterrada entre su pelo. Luego Miriam hizo lo propio, besándome también y lamiéndome la mejilla en dirección a mi oreja, y cuando llegó a ella se dedicó a recorrerla con la punta de la lengua. Conozco muy bien el olor que desprende mi hermana, es una mezcla del gel de ducha, champú y perfume que usa, es un olor muy particular suyo que reconozco desde hace años, un olor que desprende ella, su ropa e incluso su habitación, es agradable pero hasta el momento no era más que eso. Pero en ese momento, teniendo su cuerpo pegado al mío más tiempo de lo que lo había tenido nunca, con su pelo cubriéndome la cara, ese olor me envolvía de una forma más intensa como nunca anteriormente, y además de gustarme por primera vez me estaba resultando cada vez más excitante sexualmente. En combinación con la presión de la vagina contra mi pene, el tacto y el calor del cuerpo de mi hermana contra el mío y su culito desnudo contra mi regazo, su lengua y su aliento cálido haciéndome cosquillas contra mi oído, me provocó un estremecimiento que me llegó hasta los pies y que creí que me iba a hacer estallar.
Ya me sentía mucho más excitado que incómodo por estar practicando sexo con mi hermana. Pero había una cosa que me reconcomía un poco, y es que hasta el momento el sexo se había basado en sentir, tocar, oler, y yo quería ver a mi hermana desnuda, contemplarla mientras le estaba haciendo el amor. Por eso, cuando sentí que apartaba la boca de mi oído, supongo que para volver a besarme en los labios, aproveché y colocando las manos sobre su vientre, la empujé un poco hacia atrás. Ella no ofreció resistencia y echó la espalda hacia atrás, quedando sentada encima de mi regazo con la espalda recta, colocó las manos sobre mis muslos desnudos, y en esa postura continuó moviendo las caderas hacia adelante y atrás, respirando fuertemente y gimiendo flojito, con la vista hacia mi pero mirando por debajo de mis ojos, sin fijar sus ojos en los míos. Por fin pude contemplar bien a mi hermana; por desgracia seguía llevando el vestido, que la tapaba de cintura hacia abajo, pero pude ver sus bonitas tetas bailar al ritmo de sus movimientos de cintura y, sobretodo, pude ver la cara de mi hermana mientras me la follaba. ¡Y cómo me excitó! la conocía de toda la vida, la había visto enfadada, triste, con miedo, riendo, sonriente, y mil expresiones más, pero nunca le había visto la expresión de ese momento, una expresión que yo, como su hermano, nunca debería haber visto. Tenía el pelo sobre la frente un poco húmedo de sudor, las mejillas un poco enrojecidas, la boca medio abierta, y en el rostro mostraba una expresión de placer que nunca le había visto, que me excitó e hizo que la encontrara extremadamente guapa.
Volví a sujetar su culo, me excitó enormemente poder tocárselo mientras la miraba a la cara, y aumenté la fuerza de los movimientos de mi pubis hacia arriba, provocando que Miriam emitiera un gemido, y entonces finalmente me miró a los ojos. Me sonrió, y yo no pude evitar mascullar entre dientes «¡oh Miriam!», y me habría gustado añadirle algo más como «¡te estoy follando, hermana!» o al menos un «¡oh, como me gusta!», pero aunque seguro que lo encontraréis absurdo teniendo en cuenta lo que estábamos haciendo, me sentí incómodo y avergonzado de decirlo en voz alta, y las palabras murieron en mi boca antes de pronunciarlas.
Nos miramos a los ojos unos instantes, sin dejar de movernos ni de gemir, y apartando las manos de su culo las puse sobre sus tetas y empecé a acariciarlas mientras la miraba. Era tremendamente excitante, pero también algo incómodo. Dejé de tocarle las tetas y me decidí a hacer algo que llevaba rato con ganas de hacer. Dirigiendo la vista por debajo de sus pechos, cogí la parte delantera de su vestido, que descansaba sobre mi regazo, tapando nuestras partes íntimas, puesto que me moría de ganas tanto de poder ver finalmente su vagina, como de contemplar mi pene entrar dentro de ella. Le levanté el vestido por delante y miré. Pude ver un poco de vello vaginal de Miriam apretado contra la carne de mi pubis, pero eso fue todo, porque entonces ella volvió a colocar las manos sobre mi pecho, se inclinó de nuevo hacia mí y volvió a unir sus labios con los míos.
La verdad es que me decepcionó un poco que no me dejara mirar su vagina, después que ella sí había podido ver mi pene sin ningún problema, pero la verdad es que estar teniendo sexo mientras nos mirábamos a la cara había sido un poco incómodo, así que entendí sin problema que quisiera volver a hacerlo apretando su cuerpo contra el mío, besándonos y tocándonos pero sin cruzar nuestras miradas. Y eso seguimos haciendo, volví a sujetar y a acariciarle el culo mientras ella incrementaba el ritmo del movimiento de sus caderas hacia adelante y atrás, y yo de vez en cuando impulsaba mi pubis hacia arriba, lo que hacía incrementar el volumen y frecuencia de sus gemidos y la intensidad de sus besos.
Y entonces, Miriam se corrió. En ese momento su lengua estaba lamiendo mi labio inferior y me di cuenta de que estaba teniendo un orgasmo porque me lo mordió pero me lo soltó enseguida para emitir un gemido, y a continuación se abrazó aún más fuerte a mí, enterró su cara contra la mía y con sus labios justo al lado de mi oído pude escuchar cómo gemía más frecuente e intensamente que antes, gemidos que aún crecieron más cuando intensifiqué los movimientos de mis caderas hacia arriba, haciéndola saltar sobre mi regazo, que mantuve un rato mientras ella me gemía al oído y me lamía la oreja con su lengua, y no paré hasta que noté como su cuerpo se relajaba un poco y emitía un gemido más prolongado, que acabó en algo parecido a un suspiro. También dejó de mover su cintura hacia adelante y atrás, y yo, dándome cuenta de que ya había acabado, la eché hacia atrás para que volviera a enderezar la espalda, y la miré. Ya no tenía la expresión excitada que había visto antes; aún tenía las mejillas sonrosadas, pero su rostro mostraba su habitual sonrisa cuando me devolvió la mirada, y ahora que ya no debía sentir la misma excitación que tenía antes del orgasmo mientras estábamos follando, parecía tímida y algo avergonzada. Yo aún me sentía excitado y, en esos momentos, cuando dejamos de movernos y follar, sentí plenamente la presión que la vagina de mi hermana ejercía sobre mi pene, y me di cuenta de lo cerca que me sentía de acabar yo también, y de la situación en la que estábamos, así que no me quedó otra opción que atreverme a hablar por primera vez desde que habíamos empezado a tener sexo.
– Miriam… tengo que salir – le dije simplemente, con poca voz.
Ella levantó las cejas y le cambió la expresión de la cara, mostrando que se acababa de dar cuenta de golpe de la situación en la que estábamos y se levantó de encima de mí antes de que me pusiera a eyacular dentro de ella. Por desgracia no pude ver mi pene salir de dentro de ella, tal y como me habría encantado, debido a que su vestido tapaba la visión, pero sí que sentí de forma maravillosa como la presión de su vagina iba abandonando de abajo a arriba mi miembro, y cuando acabé de salir de dentro de ella la punta de mi pene rozó sus labios vaginales y me produjo unas cosquillas que casi hicieron que eyaculara en ese mismo momento.
Tras levantarse de mi regazo, Miriam se sentó a mi lado en el sofá, con las piernas recogidas hacia atrás. Giré la cabeza hacia ella y nos miramos unos segundos, sonriéndonos pero sin saber qué decir o hacer. Yo aún no me había corrido y me sentía aún muy excitado, con el pene desnudo completamente erecto y brillante y húmedo (por lo que me di cuenta con excitación que tenían que ser los efluvios de mi hermana), y ella aún tenía las tetas al aire. Me pareció que hacía un gesto como para subirse el vestido y taparse pero luego dudó y las dejó al descubierto. Fueron unos segundos de bastante incomodidad, hasta que finalmente ella reaccionó y alargó la mano hacia mi pene. Sentí unas cosquillas muy placenteras cuando me lo sujetó con tres dedos, y aún más cuando empezó a deslizarlos lenta y suavemente a lo largo de todo mi pene. Dirigí la vista hacia mi miembro y la mano de mi hermana, y luego giré de nuevo la cabeza hacia ella y la estuve mirando un rato, pero ella tenía la vista fijada en mi pene y no se volvió hacia mí.
Siguió masturbándome sin mirarme ni decir nada ¿Donde habría aprendido mi hermana a hacerlo tan bien? Yo solía hacerlo usando toda la mano, pero ella tan solo deslizaba las puntas de sus dedos pulgar, índice y corazón y era muchísimo mejor. En ocasiones cuando los dedos llegaban a la punta, antes de descenderlos lo que hacía era subir un poco el pulgar y dibujar un círculo con la yema del dedo sobre el glande, lo que me provocaba un temblor en las piernas que me llegaba hasta los pies. No lo hacía cada vez, lo que era mejor porque cada vez que sentía sus dedos llegar a la punta de mi pene me estremecía de anticipación sin saber si esa vez me acariciaría el glande o no. De nuevo me pregunté dónde y cuándo habría aprendido eso mi hermana…
La primera vez que me lo hizo estuve a punto de eyacular de golpe en ese mismo instante, pero justo después sentí un bajón repentino en mi nivel de excitación. Supongo que fue debido a una mezcla de factores (el cansancio, el alcohol bebido, los nervios, el estrés y la incomodidad de estar teniendo sexo con mi propia hermana, a haberme frenado justo en el momento en que estuve a punto de correrme estando aún dentro de ella,…) pero, aunque seguía estando excitado y con ganas y no tenía ningún problema para mantener la erección, sentí que no podía llegar hasta el punto de tener un orgasmo. Así que me quedé un buen rato quieto, intentando llegar a él, mientras Miriam seguía masturbándome tranquilamente con la vista fijada en mi pene. No es que no lo hiciera bien, al contrario, era la mejor paja que me habían hecho nunca, y eso incluyendo todas las que me había hecho yo mismo, ¡y tenía experiencia de hacía muchos años! Me encantaba como me lo estaba haciendo, usando tan solo las yemas de tres dedos, en contraste a las que yo me hacía usando toda la mano, pero no había manera de acabar y me sentía más lejos del orgasmo que en ningún otro momento desde que empezamos a tener sexo.
Así que, para intentar excitarme un poco más, alargué la mano en dirección al pecho desnudo de mi hermana. Lo hice lentamente y con cautela, porque no sabía si a ella le iba a importar que lo hiciera, al haberle pasado ya la excitación que la llevó a follar conmigo. Pero no reaccionó cuando le puse la mano encima del pecho, ni siquiera me miró (aunque me pareció que sonreía ligeramente), así que empecé a acariciársela y a pellizcarle un poco el pequeño pezón, que aún se mantenía un poco mayor de lo que estaba al inicio) mientras ella, sin decir nada, seguía deslizando los dedos arriba y abajo por mi pene.
En un momento dado me incliné hacia Miriam y, sacando la lengua, le lamí el pecho izquierdo, que es el que tenía más accesible ya que ella se encontraba sentada en el sofá a mi derecha, mientras ella seguía masturbándome sin inmutarse por lo que le estaba haciendo. Le lamí el pezón durante un rato, pero la posición inclinado hacia ella no me resultaba demasiado cómoda, de manera que volví a acomodarme en el sofá con la espalda recta y volví a acariciarle las tetas con la mano. Y así seguimos otro rato más, y yo seguía sin poder alcanzar el punto de poder correrme. Para variar un poco, e intentando excitarme más, quité la mano del pecho de Miriam y la coloqué encima de su muslo. La deslicé arriba y abajo, acariciando la suave piel de su pierna, y luego poco a poco la fui subiendo, hasta meterla por debajo de su falda, en dirección a su vagina, con la intención de tocársela de nuevo (y luego levantarle la falda y finalmente poder verla). Llegué a tocar la separación entre sus labios vaginales con las yemas de los dedos, pero a esto mi hermana sí reaccionó, y al sentir mis dedos cerró un poco las piernas y echó el culito un poco hacia atrás. Al notar su incomodidad, retiré rápidamente la mano.
Aunque me molestó un poco que no me dejara tocar y mirar su vagina cuando ella tenía desde hacía rato mi pene desnudo en su mano, no quería hacer nada que molestara o hiciera sentirse incómoda a mi hermana. Pero reconozco que no era solo porque me preocupara por ella. También había una parte de egoísmo, porque no quería que se sintiera incómoda por estar masturbándome y dejara de hacerlo antes de poder acabar yo… Pero por suerte cuando retiré la mano volvió a comportarse como antes, pero giró la cabeza hacia mí para agradecerme el detalle con una sonrisa y yo, siguiendo un impulso súbito, acerqué mi cara a la suya. Estaba preparado para echarme atrás si ella reaccionaba igual que al intentar tocarle la vagina, pero en esta ocasión no lo hizo y nuestros labios entraron en contacto. No fue un beso tan apasionado como los que nos dábamos cuando estábamos teniendo sexo, pero mantuvimos los labios unidos durante unos segundos y, cuando saqué la lengua para lamérselos, encontré la suya saliendo también de su boca, y durante un momento mantuvimos las dos puntas entrelazadas. Finalmente mi hermana echó la cara hacia atrás, me miró a los ojos unos instantes mientras me sonreía, y luego sin decir nada volvió a fijar la mirada hacia mi pene, que no había dejado de masturbar en ningún momento.
Así que volví a poner mi mano sobre su pecho, ya que antes no me había puesto impedimento a que le hiciera esto, y durante otro rato, desconozco completamente cuanto, le fui acariciando suavemente el pecho y el pezón, mientras ella seguía haciéndome la paja. La situación me gustaba, y quizá con otra chica simplemente hubiera disfrutado todo el rato que hubiera podido aguantar, pero estar con mi hermana en silencio, con mi pene al aire se me hacía cada vez más tenso e incómodo. Imaginé que para ella tener el pene de su hermano en la mano y estar con las tetas al aire le causaría una sensación similar, y que sería por eso tenía la vista fijada en mi pene y apenas me miraba, así que intenté acabar lo antes posible, pero ya sabréis que obsesionarse con eso lo único que consigue es que tardes aún más en llegar. Así que finalmente, aunque decirle algo a mi hermana en voz alta me producía un extraño sentimiento de vergüenza, me vi en la obligación de decirle algo.
– Miriam – le dije sin apenas alzar la voz – si te cansas…
– Tranquilo, no pasa nada – contestó ella al cabo de un segundo – ¿No puedes acabar?
– ¿Eh? Sí, sí – contesté – Pero… si te cansas, para un rato…
– Entonces tranquilo, estoy bien – contestó ella, y no se giró a mirarme pero vi que me sonreía.
Ya no nos dijimos nada más y continuamos como hasta el momento, yo acariciándole las tetas, ella haciéndome la mejor paja que me habían hecho hasta el momento, ya que desde hacía un rato, además, cuando su mano llegaba a la base de mi pene, antes de volver a subir deslizaba los dedos hacia abajo y me acariciaba también los testículos. Visto a posteriori, me alegro de no haberme corrido enseguida y haber podido disfrutar de tanto rato de placer…
Y por fin, finalmente, sentí esa sensación tan familiar que me anunciaba que iba a correrme en breve.
– Miriam, voy a acabar… – le dije.
No lo hice porque me diera morbo decirlo en voz alta, que me lo daba pero la vergüenza de hacerlo era superior, solo quería avisar a mi hermana para que pudiera apartar la mano, coger un papel o trapo, o lo que quisiera, no quería que se molestara por eyacular en su mano sin avisar.
– Vale – contestó simplemente.
Sin inmutarse ni moverse, lo único que hizo fue cambiar la posición de la mano. Puso la palma ahuecada encima de la punta, como haciendo una cazoleta, o un paracaídas encima del pene con sus dedos verticales hacia abajo como si fueran las cuerdas, y siguió masturbándome. Estiraba y doblaba los dedos para deslizar las yemas sobre mi miembro, y cuando los estiraba y me tocaba lo más abajo del pene que podía, me rozaba la punta con la palma de la mano, y entonces movía esta en círculos provocándome unas cosquillas en el glande que me hacían temblar las piernas. Me pregunté una vez más, ¿cómo, cuándo, dónde había aprendido mi hermana a hacer eso?
No aguanté más de tres o cuatro veces las increíbles caricias de la mano de mi hermana sobre mi glande, y finalmente una sensación de calor y temblor invadió mi cuerpo.
– Ya voy, ya voy… – dije entre dientes, esta vez más para mí que para que ella me escuchara.
Y por fin me corrí. Solté un gemido y expulsé mi semen contra la mano de mi hermana, que no solo no la apartó sino que mantuvo la forma de cazoleta y aún cerró más los dedos, atrapando mi glande dentro de su mano dejando que eyaculara dentro de ella sin que el semen se saliera, mientras continuaba moviendo los dedos sobre el tronco de mi pene durante toda la duración de mi orgasmo. Cuando la oleada de placer desapareció mi hermana y yo nos miramos a la cara sonriéndonos, y ella mantuvo aún unos momentos la mano envolviendo mi pene, recogiendo todo mi semen en ella salvo unas pocas gotitas que habían caído sobre mi pubis. Cuando finalmente apartó la mano, girándola para que quedara la palma hacia abajo y no se derramara el semen, vio que en la punta del pene asomaba una gota, y sin dudarlo ni pensárselo pasó su pulgar por encima para limpiarla, lo que me excitó y encantó.
Después de esto Miriam se levantó del sofá, y de espaldas a mí se agachó para recoger de la mesilla auxiliar un trapo que habíamos dejado por si derramábamos algo de líquido con las bebidas que nos habíamos tomado antes de que todo empezara, y con él se limpió la mano. Luego se puso bien el vestido, subiéndose la parte de arriba para taparse los pechos y bajándose un poco la falda para taparse bien por detrás, y al acabar se giró hacia mí. Yo me había quedado mirando embobado como mi hermana se limpiaba mi semen de la mano y acababa de vestirse, y a ella se le notó claramente su sorpresa en la cara cuando al girarse me encontró con mi pene aún erecto frente a ella, desnudo y brillante por mi semen derramado, pero también por sus propios efluvios.
– ¿Pero aún no te has vestido? – preguntó de una manera que se notaba que lo había dicho sin pensar.
Y entonces sentí más vergüenza de la que había sentido en ningún momento, desde que mi hermana me bajara los pantalones y sacara mi pene de los calzoncillos por primera vez, así que reaccionando torpemente me subí pantalones y calzoncillos y tapé mis partes íntimas lo más rápido que pude, sintiendo la mirada de mi hermana sobre mí. Cuando me hube vestido, Miriam emitió una corta risa alegre, como de burla, me sonrió y vi que tenía la intención de darse la vuelta e irse. Entonces, sin pensarlo, por fin me atreví a pedirle algo en voz alta. Lo hice siguiendo un impulso súbito, sin pensarlo dos veces, porque lo que sucedía es que desde que vi a mi hermana vestirse no podía dejar de pensar en que, aunque me la había follado, no la había visto desnuda, solo las tetas. Al haberlo tenido tan cerca, ese antiguo deseo juvenil de verle la vagina a mi hermana había crecido intensamente, lamentaba no habérsela podido ver y sabía que era la última oportunidad, que cuando ella se fuera seguramente no volvería a tener otra ocasión para que me la enseñara, ya que lo que acababa de suceder entre nosotros esa noche era algo que no se volvería a repetir.
Por eso, cuando me di cuenta que Miriam pensaba retirarse, superé la vergüenza que me daba y sin pensarlo hablé. Se lo dije de manera muy distendida, como si se lo pidiera porque lo encontraba justo pero realmente no me importara demasiado verla o no. Por alguna razón, me daba vergüenza que mi hermana supiera que tenía muchas ganas de verla desnuda, no sé por qué…
– Oye, pero no vale, tú me has visto pero yo no te he visto a ti…
Era obvio que, al no sentir ya la excitación del momento en que estábamos teniendo sexo, quizá haberse arrepentido de lo que habíamos hecho, y habernos vestido, ella no iba a desnudarse otra vez para que yo la viera. Lamentaba profundamente no haberme atrevido a pedírselo mientras estábamos teniendo sexo, haberle quitado el vestido igual que le había quitado las braguitas, y haberla así podido ver completamente desnuda. Por haberme dado vergüenza había perdido la oportunidad y ya nunca volvería a tener otra. No solo eso, además cada vez que estuviera con ella me moriría de vergüenza al pensar como ella sí me había visto y tocado el pene durante tanto rato, ya que mientras pensaba esto cada vez iba sintiendo más… Se lo pedí sin esperanza alguna de que me enseñara su intimidad, pero era la última oportunidad y arrepentirse luego de no habérselo pedido era mucho peor que arrepentirse de no haberla visto…
Miriam volvió a girarse hacia mí y se me quedó mirando durante unos segundos sin decir nada, con una expresión que mostraba que estaba dudando qué hacer. Supuse que estaba pensando de qué manera decirme que no iba a desnudarse delante de mí sin que me molestara o me sintiera dolido. Y entonces, cuando ya estaba a punto de levantarme porque me había quedado claro que no iba a hacerlo, mi hermana se cogió el borde del vestido y de un tirón rápido hacia arriba como si hubiera decidido no pensarlo más y hacerlo antes de que le diera más vergüenza (días después hablando me confesó que había sido exactamente así) se subió la falda hasta la altura del ombligo.
Me quedé petrificado, inmensamente sorprendido de lo que acababa de hacer mi hermana, ya que en ningún momento había creído que pudiera hacerlo de verdad… Por fin, por fin estaba viendo la vagina de mi hermana, por fin sabía como era, y era tal y como me la había imaginado cuando se la había tocado mientras teníamos sexo. Estaba embobado, con la vista fija en la vagina, fijándome en todos los detalles, como si fuera la primera vez que veía una. La encontré preciosa, los labios eran pequeños y bien formados, completamente cerrados, tal y como más me gustan a mí (no me gusta demasiado cuando los labios interiores sobresalen de los exteriores, manías mías). La piel se veía suave (tal y como ya había comprobado antes), sin un solo pelo, y tan solo en la parte superior, sobre el monte de Venus, tenía una pequeña zona bien cuidada con un poco vello negro muy corto. No sé durante cuánto tiempo la pude estar mirando, se me hizo largo y corto a la vez, y entonces mi hermana, aún sujetando la falda en alto, se giró como una bailarina y me enseñó su culo. Mientras escribo este texto he caído en que, en realidad, ella no ha visto el mío, así que no tenía por qué enseñármelo, pero creo que debió girarse por la incomodidad que sentía al estar yo mirándola embobado sin siquiera pestañear… No tenía tanta ansia por ver su culito como la tenía por verle la vagina, ni tenía tanta curiosidad porque ya tenía una idea bastante buena de como era tras haberla visto tantos años llevando bikini (aunque nunca la había mirado de la manera con que la miraba ahora), pero tras haberle tocado y acariciado el culo durante tanto rato, me gustó mucho poder vérselo ahora completamente desnudo.
No puedo decir que era un culazo, ya que como he descrito mi hermana es una chica más bien delgada y con pocas caderas, pero sí tenía las suficientes curvas en la cadera para resultar atractiva, y el culito a pesar de ser pequeño era redondo y respingón y lo encontré muy bonito al verlo al natural, y me alegré de que me lo hubiera enseñado después de haberlo podido tocar tanto rato. Al cabo de unos segundos Miriam volvió a darse la vuelta y a quedarse de nuevo frente a mí. Volví a contemplar su bonita vagina pero solo durante unos pocos segundos, puesto que al poco Miriam se bajó la falda y cuando acabó de colocársela correctamente me miró a los ojos, me sonrió de oreja a oreja soltando una risita que pareció nerviosa o tímida, me guiñó un ojo y se dio nuevamente la vuelta. Se agachó para recoger sus braguitas del suelo, y con ellas en la mano y sin mirarme dijo que se iba a lavar bien y se fue del comedor.
Yo me quedé sentado en el sofá aún un rato, con la cabeza hecha un lío intentando asumir lo que acababa de pasar. Finalmente, sin saber aún qué pensar de todo me levanté, recogí vasos y botellas y el trapo con el que mi propia hermana se había limpiado mi semen de su mano y fui a la cocina. Lo dejé todo allí, eché el trapo a lavar, bebí un poco de agua y justo cuando me dirigía a mi habitación, mi hermana salió del baño y nos encontramos en el pasillo estrecho. Nos miramos y nos sonreímos, pero ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Lo cierto es que con el sueño que tenía y los restos del alcohol en mi cuerpo, lo que habíamos hecho se veía irreal, como si hubiese sido un sueño, aunque vi que mi hermana aún sujetaba sus braguitas negras en la mano y me dije que no, que todo había sucedido de verdad… Nos dirigimos juntos hacia nuestras habitaciones, que tienen la puerta una enfrente de la otra al final del pasillo, y allí tan solo mascullamos un «buenas noches» sin mirarnos a la cara, y cada uno se encerró en su propia habitación.
TRES
A pesar del cansancio acumulado y de la hora que era, no pude dormirme hasta bien entrada la mañana. No podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado, y de pensar en las implicaciones que llevaría. Mi cerebro y mi corazón parecían montañas rusas. Había momentos en que me deleitaba recordando lo que habíamos hecho, rememorando las sensaciones que había sentido al besar, tocar y penetrar a mi hermana, recordando el calor y el olor que desprendía su cuerpo, tratando de recordar hasta el último detalle de lo que habíamos hecho, lamentando no haber hecho alguna cosa más en algún momento concreto. Pero de golpe me sentía culpable por haber hecho lo que había hecho con mi propia hermana y por sentirme excitado mientras lo recordaba, me decía que no estaba bien sentir eso por mi hermana y más con la fantástica relación que teníamos, me preocupaba por como iba a mirarla a partir de ahora, si lo que habíamos hecho iba a romper nuestra relación. Después volvía a excitarme recordando los momentos vividos, e incluso fantaseaba con hacerlo otra vez, imaginando escenas y situaciones, o recordaba momentos pasados que había pasado con ella pero fantaseando que acababan de forma distinta a como lo habían hecho y teníamos sexo, o recordaba a mi hermana en momentos en que la había visto en bikini o pijama corto y ahora, tras haberla visto desnuda, la recordaba de forma distinta a como la había mirado en esas ocasiones… Deseaba volver a verla desnuda, incluso en algún momento se me pasó por la cabeza la idea de levantarme de la cama, ir a su habitación, y pedirle si quería tener sexo otra vez…
Después me volvía a preocupar por las consecuencias de lo que habíamos hecho. ¿Que estaría pensando mi hermana de lo que habíamos hecho? ¿Se arrepentiría? ¿Me vería distinto a partir de ahora, ya no sería su mejor amigo, su confidente? ¿Se rompería nuestra buena relación, nos distanciaríamos, no querría volver a hablar conmigo nunca más? ¿Se lo contaría a alguien, y se sabría lo que habíamos hecho? ¿La habría forzado a hacer algo que en realidad no quería hacer, y ahora se estaba arrepintiendo y culpándome a mí? Rememoraba todo lo que habíamos hecho, y estaba convencido de que todo en lo que yo había tomado la iniciativa había sido correspondido por ella, y que cuando hice algo que a ella pareció no gustarle me había echado atrás pero, ¿habría habido algo que no me había dado cuenta que no le estaba gustando? Como ejemplo de lo inseguro que me sentía cuando pensaba así, ella misma se había acabado de quitarlas braguitas, por lo que no debió molestarle que yo empezara a hacerlo, pero en esos momentos de duda lo veía distinto y me llegaba a preguntar si en realidad ella había intentado frenarme y había sido yo quién la había forzado a quitárselas… Un par de veces estuve a punto de levantarme e ir a su habitación a preguntarle como se sentía y a disculparme, después me echaba atrás porque me daba vergüenza verla y hablar con ella después de lo que habíamos hecho. Entonces me decía que ya lo hablaríamos al día siguiente cuando hubiera pasado algo de tiempo, y más tarde me decía que era imposible que ni al día siguiente o nunca me atreviera a hablar con ella de lo que había pasado, que lo mejor era disimular y hacer ver que no había pasado nada, luego me decía que eso era un error y que no podríamos volver a tenernos la confianza que teníamos si no hablábamos claro de lo que había pasado…
Había momentos en que me decía que lo que había pasado había sido debido a lo bien que nos lo pasábamos juntos y al alcohol bebido, y que tenía que ser cosa de una sola vez, pero luego me decía que si lo habíamos hecho una vez ya y nos había gustado, por qué no repetirlo y disfrutar más veces? Por fin había conseguido ver la vagina de mi hermana, lo que de adolescente me habría gustado hacer, pero aunque me recreaba en el recuerdo de cuando la estaba mirando, me sentía más frustrado que alegre de haberlo conseguido. Porque la había visto, sí, pero un poco lejos y sin haberla tocado. Mi hermana me había tocado y chupado el pene, y lo había tenido frente a su rostro un buen rato. Habérsela visto estaba genial, pero me sabía a poco; quería tenerla delante de mi rostro, tocarla, abrir esos bonitos labios que tan cerrados estaban e introducir mi lengua dentro, saber si olía igual que el conocido aroma que desprende mi hermana, qué sabor tendría… Imaginé como podría pedírselo, decidí que la mejor manera era hacerlo tal como le había pedido que me la enseñara, diciéndole simplemente que ella me lo había hecho a mí. Imaginaba que aceptaría enseñármela de nuevo, ¿por qué no lo iba a hacer? Eso no quería decir que volviéramos a tener sexo, era tan solo poder verla más de cerca, y lamérsela un poco, pero si luego esto nos llevaba a querer tener sexo de nuevo, pues bienvenido sea. Después volvía a decirme que lo correcto, y lo mejor para nuestra relación, era no volver a hacerlo nunca más, así que mejor que no le pidiera nada y renunciara a volver a verla desnuda una vez más. Y así de confusa tenía la cabeza hasta que, cuando el sol ya hacía mucho que había salido, por fin me dormí.
Cuando me desperté ya casi era mediodía, pero aún así me quedé un buen rato en la cama, dando vueltas y volviendo a pensar en todo. Tras el sueño veía algunas cosas un poco distintas, pero seguía alternando entre recordar lo sucedido con excitación y fantasear con hacerlo de nuevo, con la preocupación y el remordimiento. Escuché a Miriam levantarse e ira la cocina, y sabía que lo mejor era levantarme también e ir a hablar con ella, pero me veía muy inseguro, incapaz por vergüenza de mirarla a la cara y hablar de lo que habíamos hecho, prefería esperar a ver si se iba y no verla en todo el día… Pero también tenía ganas de verla, y me excitaba ligeramente la idea de hablar con ella de lo sucedido. Me sentía culpable por si había hecho algo que ella no quería hacer, pero ahora tenía la mente más clara que antes de dormir y también recordaba que había sido ella la primera que se había lanzado. ¿Y si ella me preguntaba si lo quería hacer otra vez? ¿Me gustaría hacerlo? Estaba claro que sí, y también estaba claro que era preferible que no. Al final me decidí que lo mejor era dejar de dar vueltas al asunto y enfrentarme con lo que fuera que sucediera (y además, necesitaba ir al baño con urgencia). Así que me levanté de la cama, y previo paso por el baño (donde me demoré todo lo que pude), fui hasta la cocina.
Miriam estaba de espaldas a mí, preparándose el desayuno. Llevaba puesto un pijama corto que consistía en una camiseta de tirantes de color blanco y pantalones muy cortos de color rosa pálido. La había visto mil veces llevar ese pijama, muchas veces estando sentado en su cama o la mía charlando o jugando a algún juego, pero nunca había pensado que le quedaba tan sexy como lo pensaba en ese momento. Me fijé en la forma de su culito por debajo de la ropa del pijama, y la imagen que me vino a la memoria de ese mismo culito sin nada de ropa que lo tapara me asaltó la mente y me provocó una pequeña erección, que traté de hacer bajar. Antes de que se diera cuenta de mi presencia le dije «buenos días, Miriam» y entonces se giró hacia mí. Me sonrió al verme, lo que me pareció una gran noticia y me alivió bastante, así que le devolví la sonrisa y nos quedamos un rato mirándonos y sonriéndonos, pero sin atrevernos a decir nada.
– ¿Como estás? – le pregunté.
– Bien… ¿y tú? – me contestó.
Fue una respuesta muy escueta, con voz tímida, mirando hacia abajo, sin atreverse a fijar la mirada en mis ojos, pero mantuvo una sonrisa todo el rato y eso me animó muchísimo. Después de hacerle la pregunta me había quedado aguantando la respiración, aterrorizado por si se echaba a llorar de pena y culpa por lo que habíamos hecho, o me insultaba por haberla tocado y penetrado, o me decía que no quería verme ni hablar conmigo porque se arrepentía enormemente de lo que habíamos hecho. Pero ese sencillo «bien» y su sonrisa hicieron que mi corazón botara de alegría. Era evidente por su cara que se sentía tan confundida como estaba yo, pero no parecía estar tremendamente arrepentida, ni me odiaba.
– Bien – contesté, y nos habríamos podido quedar un buen rato mirándonos callados, así que tuve que decidirme y seguir hablando, y preguntarle lo que tanto había rondado por mi cabeza cuando daba vueltas en la cama
– ¿Cómo te sientes? Por lo que hicimos… – me costó pero añadí esto último para dejar de dar vueltas al asunto, y hablarlo claro.
– Bien… No sé, es raro, no tendríamos que haberlo hecho, pero no sé… Pero estuvo bien, no pasa nada… ¿A ti te gustó?
En realidad Miriam se enredó un poco más hablando de lo que he puesto por escrito, pero acabó haciéndome esta pregunta directa, que no me dejaba escapatoria y tenía que contestarla claro. Pero me sentía muchísimo mejor y totalmente liberado. Tras haberle dado tantas vueltas a como se sentiría por lo que habíamos hecho, si se arrepentiría, ahora veía que me decía que estaba bien, y me sentí profundamente aliviado.
– Sí, mucho – me atreví a contestarle – Pero me siento… bueno, que no sé como sentirme, pero me preocupaba que tú, que te sintieras mal…
– Tranquilo, no pasa nada – levantó la vista y nos miramos a los ojos, y amplió su sonrisa – A mí también me gustó…
– ¿De verdad no hice nada que te molestara, o no quisieras?
– Qué va, tranquilo… si además creo que empecé yo, ¿no? – contestó ella medio riendo.
– Pues no lo quería decir, pero la verdad es que sí – me atreví a bromear.
Nos reímos, y esa risa fue absolutamente balsámica. Me sentía (y luego supe que ella se sentía igual) como si me hubiera sacado un peso de encima, y ahora que le había preguntado lo más importante, tenía muchas ganas de seguir hablando con ella, dejar atrás el miedo a que nuestra fantástica relación no volviera nunca a ser como había sido. Cogimos el desayuno y nos sentamos en dos sillas en la mesa de la cocina a desayunar y seguir charlando (durante toda la vida estando solos hemos desayunado sentados en el sofá, pero ese día, sin ponernos de acuerdo, los dos nos sentamos en las sillas de la cocina, creo que a ambos nos daba reparo ir a hablar sentados en el sofá donde la noche anterior habíamos sido algo más que hermanos…).
Hablamos un buen rato de como nos sentíamos. Después de lo que había sufrido pensando que mi hermana pudiera odiarme por lo que le había hecho me hizo gracia descubrir que ella había estado pensando lo mismo, que sentía que todo había pasado por culpa suya por empezar bajándome los pantalones, y se preguntaba que qué pensaría yo de ella y si podría volver a mirarla a la cara. Así que una vez nos tranquilizamos mutuamente pudimos hablar con la confianza de siempre de lo que había pasado y como nos sentíamos. Pero no entramos en detalles de lo que habíamos hecho; aunque en algunos momentos tuve ganas de hacerlo, contarle lo que me había gustado de su cuerpo y de tener sexo con ella, y saber lo que pensaba ella, no me sentía aún cómodo para ello, y tampoco Miriam entró en esos temas.
Después del desayuno no volvimos a hablar de ello. En el tiempo que pasamos juntos en casa durante el día actuamos como habríamos hecho normalmente, y me sorprendió y alivió que no se me hacía incómodo estar con mi hermana y hablar con ella después de habernos visto desnudos y haber tenido sexo. Por suerte no se cumplieron los temores que tenía, y parece que vamos a poder seguir teniendo una relación normal después de lo sucedido.
Durante los siguientes días actuamos como siempre y no volvimos a sacar el tema. La única diferencia es que, aunque intente no hacerlo, no puedo evitar fijarme en el cuerpo de mi hermana de una manera que antes no hacía. Intento hacer caso omiso a ello, pero en ocasiones, sobretodo cuando la veo en pijama corto de verano, no puedo evitar fijarme en su culito y recordar cuando lo vi desnudo, o las tetas que vi y chupé, y el primer día que estaba sentado en su cama, ambos en pijama, jugando a un juego, ella tenía las piernas cruzadas a lo indio sobre la cama y al ver sus piernas desnudas con el pantalón que apenas le tapaba sus partes íntimas, recordé cuando me enseñó su vagina y pensar que la tenía tan cerca de nuevo me produjo una erección que me costó ocultar, y a punto estuve de seguir el impulso que tuve y pedirle si me la enseñaba de nuevo…
Pero, salvo estos momentos puntuales, seguimos teniendo la relación que teníamos antes. En las semanas posteriores volvimos a hablar un poco del tema en ocasiones, siempre sobre la parte sentimental, preguntando y comentando como nos sentíamos tras haberlo hecho, pero sin mencionar detalles de lo que habíamos hecho. No sé si ella no lo hacía porque esperaba a que yo diera el primer paso, o porque no se sentía cómoda hablando de eso conmigo, y yo tampoco me decidía a hacerlo. No es que no tenga ganas de hablar libremente de como me la chupó, como follamos, como me abrazó y besó cuando se corría, como me corrí yo en su mano, o simplemente decirle que me había encantado verla desnuda y que su vagina era la más bonita que había visto y que con lo estrecha que es me había encantado penetrarla… Cuando escribo esto, aún no hemos hablado libremente de los aspectos más sexuales de lo que hicimos esa noche, pero hace poco sí le dije algo.
Estábamos en el sofá viendo una de las series que miramos juntos en la TV. Al finalizar el capítulo le pregunté a mi hermana si le apetecía ver otro, y ella mientras se levantaba del sofá y se agarraba la cintura dijo que sí pero que le diera un par de minutos de descanso que «tenía el culo cuadrado» de tanto rato de estar sentada. Las palabras aparecieron solas en mi boca y por un impulso de excitación, sin pensarlo dos veces, le respondí «y eso que lo tienes muy blandito». Puede no parecer un comentario demasiado sexual, pero claramente estaba mencionando el hecho de que yo le había tocado el culo, y era la primer vez que comentábamos algo tan explícitamente. Al acabar me arrepentí de haberlo hecho, por si ella se molestaba o incomodaba, pero mi hermana no pareció darle ninguna importancia a lo dicho y sonriendo me contestó simplemente «sí, tú ya lo sabes bien». Y nada más, se sentó de nuevo y vimos un capítulo más, pero por mi parte le presté poca atención ya que no podía dejar de pensar en si la reacción de mi hermana significaba que no habría problema en hablar un poco más de lo que habíamos hecho hasta entonces.
Como he dicho, no hemos llegado a conversar con detalles explícitos de lo que hicimos esa noche, al menos de momento. Pero ese comentario fue como si abriera la veda, y al ver que ninguno de los dos se sentía incómodo al hacerlo lo he hecho en alguna ocasión más, ya que me produce un pequeño pinchazo de excitación hacer este tipo de comentarios, y también Miriam los ha hecho en algún momento. Siempre han sido solo comentarios sin nada sexual de forma explícita, aunque implícitamente estaba muy claro a qué se referían. Por ejemplo, en otra ocasión jugando a un juego en el que yo estaba demorando mucho pasarle el turno, ella me comentó, como si tal cosa «parece que eres lento en acabar en todo», y yo para defenderme aclaré que era culpa del alcohol y los nervios, provocando su risa. O yo, en otra ocasión, estando sentados en el sofá en pijama, charlando un rato antes de irnos a dormir, hice una mueca porque tenía una pequeña llaga en el labio inferior y me dolía al hablar, ella me preguntó qué me pasaba y le contesté que aún me dolía de tanto que me lo habían mordido, sin decir directamente que había sido ella pero dejándolo bastante claro, a lo que ella contestó simplemente «vaya, pobre, lo siento», dando a entender que lo había pillado…
Tan solo unos pocos comentarios de este estilo, y nada más allá. Gracias a ellos un día me sentí cómodo para decirle que me había extrañado que se volviera a desnudar al final para que le pudiera ver, y ella me contestó simplemente que yo tenía razón, que era justo que yo también la pudiera mirar, pero me confesó que le había dado mucha vergüenza y por eso lo había hecho por impulso sin pensarlo dos veces, tal y como yo había pensado en ese momento. Pero no me atreví a preguntarle ninguna otra cosa de las que me habría gustado, por ejemplo que como había aprendido a hacer tan bien las pajas o a chuparla tan bien. Cuando hemos hablado de como nos sentíamos yo siempre me he mostrado preocupado por como podía sentirse ella, por si se arrepentía de haberlo hecho conmigo, pero el último día me dijo algo que me alegró e hizo que definitivamente haya dejado de preocuparme. Cuando me dijo por enésima vez que estaba bien, que no se sentía mal, que no me preocupara, le respondí que lo hacía porque ella es mi hermana pequeña, y ella me contestó que no le gustaba que pensara así, que al final para ella yo soy más su mejor amigo que un hermano mayor, y que lo que pasó «fue solo sexo» y ya está. Le contesté que ella para mí también era sobretodo mi mejor amiga, y desde ese día me quedé mucho más tranquilo.
Ahora bien, el tema que queda en el aire es evidente: ¿lo haremos otra vez? La respuesta lógica es que no. No lo hemos dicho específicamente, pero hablando los dos hemos dejado claro que fue una cosa que pasó una vez siguiendo un impulso, y ya está. Claramente lo aconsejable es dejarlo aquí, y continuar con nuestra relación de siempre de grandes hermanos y mejores amigos. A veces pienso que bueno, si lo hemos hecho una vez y no ha pasado nada, ni ha estropeado nuestra relación, ya no pasa nada por hacerlo alguna otra vez, ¿verdad? Pero sé que no, aunque una vez no haya dañado nuestra relación, hacerlo más veces es peligroso. Cuando estoy en la cama, antes de dormirme o tras despertarme, a veces fantaseo con hacerlo otra vez con ella. Imagino escenas y lugares donde lo hacemos a escondidas, o bien recuerdo situaciones vividas en las que, en mi mente, acabamos teniendo sexo. Me excito imaginándola desnuda (¡recordándola, en realidad!), y después no puedo quitarme de encima el sentimiento de culpabilidad por estar pensando eso de mi propia hermana.
La pregunta que me hice a mí mismo durante un tiempo era: ¿quiero o no quiero tener otra vez sexo con ella? La respuesta, en algunos momentos, es que sí que me gustaría. Total, si ya lo hemos hecho una vez y no ha pasado nada, ni ha estropeado nuestra relación, no pasa nada por hacerlo alguna otra vez, ¿verdad? Entonces imagino escenas y lugares donde lo hacemos a escondidas, o bien recuerdo situaciones vividas en las que, en mi mente, acabamos teniendo sexo. Pero después, en otros momentos, me siento culpable por pensar así de mi propia hermana, y me repito lo más razonable, que aunque lo que pasó estuviera bien, hay que olvidarlo y dejar de pensar de esta manera. Pero luego cuando veo a mi hermana sonriendo, en pijama, no puedo volver a verla como lo hacía antes de esa noche, y la encuentro guapa y me fijo en su cuerpo de una manera que no debería.
Pero la respuesta definitiva a esa pregunta me la di una noche que no podía dormirme. De repente se me ocurrió una pregunta: si ella me pedía volver a tener sexo, ¿le diría que sí? Porque caí en que solo me había preguntado por lo que yo quería, no por lo que querría ella. Y no tuve ninguna duda en que, si me lo proponía, aceptaría sin dudar. Sé qué no debería hacerlo, pero también sé perfectamente que no dudaría nada en decirle que sí. Así que la respuesta es clara: sé muy bien que no tenemos que hacerlo, y también sé que en el fondo sí me gustaría hacerlo. Y de momento esta es la situación. Cuando estoy con mi hermana nos tratamos como hacíamos antes, a pesar de que no puedo evitar momentos en que le miro el cuerpo y recuerdo cuando lo vi desnudo, y me gusta hacerlo, y cuando estoy solo confieso que a veces fantaseo que tenemos sexo de nuevo, y confieso que algunas veces me he masturbado imaginando que estaba follando con ella. La primera vez que lo hice me resultó algo perturbador, me sentí mal por pensar en mi hermana mientras me daba placer, y no lo volví a hacer en bastantes días, pero luego no pude evitar hacerlo otras veces, y ya me siento más excitado que incómodo…
Y como tengo estos nuevos sentimientos, y estoy seguro que Miriam también sentirá algo parecido, realmente no estoy seguro de que en el futuro no vuelva a suceder nada. Aunque ahora mismo estemos ambos seguros de que lo mejor es no volver a hacer nada parecido, no veo tan improbable que algún día pueda suceder alguna situación que nos lleve a hacer lo mismo otra vez. A medida que pasa el tiempo cada vez nos sentimos más cómodos para hablar de lo que sucedió, ahora mismo hacemos bromas inocentes, pero mi hermana y yo siempre hemos hablado de todo sin complejos con total confianza, y seguro que algún día nos encontraremos hablando con detalle de lo que nos hicimos el uno al otro esa noche, y si al hacerlo me siento un poco excitado, ¿le diré a Miriam lo que pienso que sería justo que ella me dejara verle mejor la vagina, tal como ella vio mi pene? ¿Y si me dice que vale, le miraré y tocaré la vagina, o haremos alguna cosa más? ¿Y si le digo que me encantó penetrar su estrecha vagina, y ella me pregunta si quiero hacerlo otra vez? Porque estoy centrado en lo que yo quiero y pienso de ella, pero no olvido que a fin de cuentas, es ella quien lo empezó todo, así que ¿y si ella también se está debatiendo entre volver a hacerlo o no, y un día decide que por qué no?
La cuestión es que cuando escribo estas líneas es la última semana de julio, y mañana ya es agosto.
La semana que viene, tal y como hacemos todos los meses de agosto desde que éramos niños, vamos a pasar las vacaciones al pueblo de nuestro padre. Una prima suya tiene una casa muy grande (son dos casas en realidad, unidas por el interior), y la segunda casa la reformó para invitados, y durante el mes de agosto estamos nosotros solos. Vamos al pueblo con nuestros padres y ellos se vuelven a la ciudad en una semana o diez días, y el resto del mes nos quedamos mi hermana y yo solos. Allí conocemos a gente, vamos a fiestas a pueblos cercanos, pero también pasamos solos más tiempo del habitual haciendo excursiones, pasando horas en la piscina, jugando a juegos de mesa, charlando, etc. Así que durante más de la mitad de agosto, Miriam y yo estaremos solos en una casa en dos habitaciones que están una al lado de la otra. Pasaremos muchas horas a solas, la veré en bikini, y seguro que acabaremos hablando más confiadamente que ahora, seguro que estaremos muchas horas solos, iremos de fiesta… Así que no sé lo que pasará. Sigo con la intención de que no pase nada, sé que es lo mejor, pero soy sincero y sé que si se da la ocasión, no puedo estar seguro de que sea capaz de evitar que pase algo.
Esto es lo que sucedió hace unos meses con mi hermana, una noche en que salimos de fiesta. Quería ponerlo por escrito de forma breve pero al ir poniendo pensamientos y sentimientos sobre el papel ha salido bastante más largo de lo que quería… He querido escribir esta experiencia porque siento la necesidad de contar a alguien lo que sucedió, y lo que siento al respecto. Pero hacerlo me ha sido muy útil, me ha ayudado a poner en orden mis pensamientos y sentimientos, y ese es el motivo por el que me he acabado explayando tanto. Espero que os haya interesado esta historia, si lo deseáis nos podéis contactar por MP y comentar, preguntar, criticar, cualquier cosa que queráis.
¡Un saludo a tod@s!
Una respuesta
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