Vi a dos amigos follar y tuve que hacerme una paja
En una de esas barbacoas de verano donde el calor apreta tanto que hasta el hielo sudaba, mi amiga Lucía, novia de un tal Álvaro (que estaba de viaje en el norte), no paraba de fardar con su «hombre perfecto» mientras se bebía su tercera cubalibre. «Es que mi Álvaro me tiene mimadísima, siempre me trata como princesa», decía con esa vocecita de pito que se le pone cuando está peda. Yo, entre la carne asada y las cervezas, ya andaba con la verga media dura viéndole ese short que le comía el culo de una manera que debería ser ilegal.
La cosa se puso interesante cuando Carlos, otro compa del grupo, la arrinconó junto a la piscina. Se le acercó como quien no quiere la cosa, pero yo vi cómo su mano le rozó la cintura y ella no se apartó. Al contrario, se pegó más. «¿Y tu novio ejemplar no te deja bien atendida?», le susurró Carlos, y Lucía soltó una risita nerviosa que delataba las intenciones.
Para las once, la mitad ya estaba borracha perdida. Yo andaba buscando el baño de abajo cuando escuché unos gemidos ahogados que venían del cuarto de invitados. La puerta estaba entreabierta y ahí estaba la escena: Lucía en cuatro patas sobre la cama, con el short bajado hasta los tobillos y las tetas al aire, mientras Carlos le daba por detrás como si no hubiera un mañana.
«¡Sí, dame fuerte!», gritaba ella, y Carlos le azotaba esas nalgas que tanto alardeaba tener perfectas. El muy cabrón me vio mirando y en vez de parar, me guiñó un ojo y siguió embistiéndola como si fuera su trabajo. Me quedé paralizado, con la verga tan dura que me dolía contra el cierre.
No pude resistirme. Me desabroché el pantalón y empecé a jalármela ahí mismo, escondido tras la puerta pero con vista perfecta al espectáculo. Carlos la agarraba de las caderas, hundiéndose hasta el fondo con cada embestida, y los gritos de Lucía se mezclaban con el ruido de la cama golpeando la pared. «¿Te gusta que te den como perrita, eh? ¿Y tu novio perfecto dónde es que está?», le decía Carlos entre jadeos, y ella solo gemía más fuerte.
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Cuando vi que Carlos le metía los dedos en el culo mientras seguía dándole por delante, supe que yo también iba a acabar. Me froté más rápido, imaginando que era yo quien estaba ahí atrás de ese culo que siempre se me antojó. Lucía gritó que se venía, y Carlos soltó un gruñido de animal antes de correrse dentro de ella. En ese mismo instante, yo exploté en mi mano, chorros calientes que me salpicaron la camisa sin importarme un carajo.
Después de limpiarse, Lucía bajó como si nada, toda digna y arregladita, sirviéndose otra copa de vino. Carlos me pasó al lado y me palmeó el hombro. «Esa zorra necesita verga a diario, no los viajes de negocios de su novio», murmuró con una sonrisa cómplice.
Ahora cada vez que la veo, no puedo evitar imaginármela en cuatro, con las nalgas rojas de las nalgadas y pidiendo más. Me imagino al pobre novio feliz en su viaje, imaginando que su relación es perfecta. Y yo aquí, con ganas de ser el siguiente en darle a ese culo lo que claramente necesita.
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