Reforma de interiores 1
Hacía un par de días que los albañiles habían empezado la reforma. No era gran cosa lo que íbamos a hacer, pero de repente nuestra casa se vio inundada de hombres que andaban yendo y viniendo sin parar por todos los rincones.
Cuando llegué a casa el calor era insoportable, llevábamos una semana de esas que, cada año por estas fechas, son las más calurosas de la historia, iba sudando y la camiseta se me había pegado por el sudor, marcando mis pechos algo más de lo normal. En el pasillo, camino de la habitación, me crucé con el pintor que llevaba un par de cubos de pintura y por más que lo intentamos no pudimos evitar rozarnos levemente. Después de un par de disculpas seguí hasta encerrarme en mi cuarto.
Luis no vendría hoy a casa, tenía un viaje y regresaría mañana. Allí, en la habitación en penumbra, mientras me quitaba las sandalias, empecé a sentirme extraña, estaba sola en casa con tres desconocidos sudorosos, que se movían por allí como plena libertad. Una sensación desconocida me inundó, no era miedo, era una leve inquietud que no me hacía sentir mal, simplemente mi estómago me avisaba de que algo no era normal, sin embargo, no me molestaba. Casi podría decir que esa sensación me llegaba a gustar. Estaba completamente excitada.
Decidí darme una ducha, así que cogí mis chanclas y mi albornoz y me dirigí al baño. Al fondo del pasillo, dos albañiles con el pecho desnudo daban mazazos a una pared, mientras las gotas de sudor resbalaban por su piel. No sabía muy bien qué me pasaba, pero noté que estaba ligeramente excitada. Uno de los albañiles, Marko creo que se llamaba, me miró a los ojos con descaro y aún con más descaro se fijó en mis tetas. Yo, abrumada y algo nerviosa, me metí deprisa al baño y cerré la puerta.
Entonces me di cuenta de que mi corazón se había acelerado y de que mi excitación no había descendido, al contrario no había hecho sino aumentar. Respiré un par de veces antes de desabrocharme la falda, que cayó directamente al suelo. Cuando me agaché a recogerla me di cuenta de que el ventanuco del baño que daba a la terraza, estaba entreabierto y que al otro lado Marko debía estar haciendo masa para enyesar a algo así. Mi primera reacción fue la de taparme y lanzarme a cerrar, pero, por alguna razón que aún hoy desconozco, no lo hice, cogí la falda la doble con cuidado y girándome empecé a bajarme las bragas casi con parsimonia, dejando mi culo a la vista de la ventana que en ese momento estaba siendo ocupada por la mirada de un Marko que no disimulaba su asombro.
Me quité la camiseta, desabroché el sujetador y acaricié levemente mis pezones que estaban completamente enhiestos. La situación me resultaba de lo más excitante y no estaba dispuesta a dar marcha atrás. Cuando me dirigí a la bañera y abrí el grifo, miré disimuladamente y vi como los ojos de los otros obreros se habían unido al espectáculo, con lo cual, pensé, no tenía más remedio que entregarme a mi público.
Puse el pie izquierdo encima de la bañera, acariciando mi pierna durante unos instantes, mientras con mi mano derecha probaba la temperatura del agua. Entré en la bañera y me puse debajo del chorro de agua que cayó como una bendición sobre mi cuerpo caliente, con mis dos manos me acaricié las tetas suavemente, crucé los brazos bajo ellas, y recibiendo el excitante golpeo del agua, noté como se me habían hinchado levemente, señal de mi excitación ya imposible de disimular.
Marko y los demás, que se habían olvidado de la obra, miraban ya sin ningún pudor a través de la ventana. Cogí el jabón y eché un buen chorro por todo mi cuerpo, empezando a recorrer con la esponja, despacio, cada milímetro de mi piel. Inmediatamente un buen montón de espuma cubría mi cuerpo mientras yo seguía acariciando mis tetas, mi tripa, mis mulos y mi culo. Me pellizqué levemente los pezones, ya completamente tiesos por la excitación y el frescor del agua, mientras con los dedos comencé a acariciarme la vulva, primero por fuera, despacio, separando de vez en cuando los labios, y luego introduciéndomelos lo más adentro que podía, seguí con ese juego hasta que mis gemidos fueron convirtiéndose en pequeños gritos de placer. El chorro de la ducha hizo el resto, abriéndolo a tope lo dirigí contra mi vagina hasta que el orgasmo me hizo doblar las rodillas y los gritos, ya incontenidos, martilleaban los oídos de mis improvisados �voyeurs�.
Decidí que el espectáculo iba a llegar hasta el final, e inclinándome ligeramente hacia delante exhibí mi culo ante mis atormentados mirones. Un buen montón de aceite sobre mi grupa empezó a deslizarse por ambas nalgas y también por la raja de mi culo. Con las manos algo pringosas me acaricié y me acaricié, abriendo y cerrando el agujerito de mi ano hasta que cogí el consolador que me había regalado Luis, y nunca me había atrevido a usar, y comencé a introducírmelo despacio. Me dolía un poco, pero a la vez sentía un placer desconocido, diferente a todo lo anterior, cuando cada una de las bolas que iban entrando en mi culo causaba una nueva sensación en mí.
Seguí un rato metiendo y sacando ese aparato de mi ano, hasta que una nueva sacudida de placer, acompañada por los dedos que jugaban con mi clítoris me hizo retorcer de gusto. Casi perdí la noción del tiempo, respiré dos veces profundamente, dejé que el agua cayera un instante más sobre mí, cerré la ducha, me puse el albornoz y las chanclas, esperé a secarme un momento y salí del baño.
Me dirigí despacio a mi habitación, y antes de entrar, giré la cabeza para ver tras de mí, mirándome con ojos de necesidad, asombro, admiración y deseo, a tres hombres que se encontraban ante la situación más incierta de su vida.
Paré, volví a mirar atrás, y me fui.
2 respuestas
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