La reunión entre "colegas"
Han pasado semanas desde aquella noche en el club, pero la sensación de aquellos ojos sobre mi piel no me abandona. Fer no ha dejado de hablarme de ello. Cada noche, mientras me acurruco contra su pecho, me pregunta una y otra vez: «Amor, ¿Cómo te sentiste? Dime exactamente qué pasó por tu cabeza cuando sabías que aquellos desconocidos te miraban». Al principio, me costaba respirar solo de recordarlo, pero ahora… ahora noto cómo un calor familiar se extiende entre mis piernas al rememorar los detalles. Le cuento, entre avergonzada y excitada, cómo latía mi coño bajo su mano, cómo el gemido del hombre que se masturbaba viéndonos se mezclaba con los míos. Fer escucha en silencio, y noto cómo se pone duro contra mi espalda. «Eres tan hermosa cuando te corrés… Todo el mundo debería verte así», me susurra, y yo siento un escalofrío que no sé si es de terror o de deseo.
Esta semana, Fer me dijo que íbamos a una fiesta en casa de unos «colegas» suyos. No le di mayor importancia; siempre tiene reuniones de trabajo o amigos con los que sale a tomar algo. Pero al llegar, noté algo extraño de inmediato. La casa era enorme, con una decoración moderna y lujosa, pero no reconocí a nadie. No había rostros familiares, ninguno de sus amigos de siempre. Solo hombres y mujeres bien vestidos, con sonrisas cómplices y miradas que se deslizaban sobre mí de una manera que me resultó… familiar. Fer me apretó la mano. «Relájate, preciosa. Son todos buena gente», me dijo, pero su voz sonaba tensa, emocionada.
La fiesta transcurría con normalidad al principio. Música suave, copas de vino, conversaciones animadas. Pero poco a poco, el ambiente comenzó a cambiar. El alcohol fluía con más libertad, y las risas se volvieron más cargadas, más íntimas. Empecé a notar parejas besándose con descaro en los sofés, manos que se deslizaban bajo faldas y entre camisas. De repente, en un rincón, vi a una mujer arrodillada frente a un hombre, con su boca ocupada en su verga, mientras otro hombre le acariciaba los pechos por detrás. Me quedé paralizada, incapaz de apartar la mirada. Horrorizada… pero también hipnotizada. Sentía un nudo en el estómago y, al mismo tiempo, una humedad incómoda en mi ropa interior. Fer se inclinó hacia mí. «¿Ves? Aquí todos disfrutan sin prejuicios», me susurró al oído, y su aliento caliente me erizó la piel.
Después de mi tercera copa de vino, ya no podía negar lo que estaba sintiendo. El miedo se mezclaba con una excitación brutal, un deseo oscuro que me avergonzaba profundamente. Fer notó mi estado y me tomó de la mano. «¿Querés subir a un cuarto? Solo nosotros dos», me dijo, pero su mirada ardía con una intención que no me tranquilizó en absoluto. Asentí, incapaz de hablar, y subimos las escaleras con piernas temblorosas. Entramos en una habitación amplia, con una cama grande y un sofá junto a la ventana. Fer cerró la puerta… pero no del todo. La dejó entreabierta, y un haz de luz del pasillo se colaba en la penumbra.
No hubo preámbulos. Me empujó contra la pared y sus labios encontraron los míos con una urgencia que me dejó sin aliento. Sus manos me desvistieron con rapidez, arrancándome la blusa y el sujetador, y sus dedos encontraron mis pechos, pellizcando mis pezones hasta hacerme gemir de dolor y placer. «Hoy vas a ser solo mía, pero todos van a saber que sos mía», gruñó contra mi piel, y comenzó a bajar, desabrochando mis vaqueros y tirando de ellos junto a mis bragas hasta los tobillos. Me quedé completamente desnuda frente a la puerta abierta, y sentí cómo el rubor me subía por el cuello. Pero Fer no me dio tiempo para pensar. Se arrodilló y enterró su cara entre mis piernas, lamiendo mi coño con una ferocidad que me hizo gritar. Su lengua era experta, insistente, encontrando mi clítoris y succionándolo como si fuera suyo. Yo me aferraba a su cabello, con las piernas temblando, y de reojo vi sombras moverse en el pasillo. Hombres que se detenían a mirar, que se apoyaban en el marco de la puerta con una cerveza en la mano, observando cómo Fer me devoraba.
Él se levantó, desabrochándose los vaqueros. Su verga, dura y gruesa, emergió, y la agarró con fuerza mientras me miraba fijamente. «Decime que me querés», me ordenó, y yo, con la voz quebrada, se lo supliqué. Me levantó en brazos y me llevó a la cama, tumbándome boca arriba. Sin más, me penetró de un solo golpe, seco y profundo, haciendo que un grito se me escapara. Empezó a moverse con una furia que nunca le había conocido, cada embestida era un castigo, una reclamación. «¿Ves? Todos te están mirando», jadeaba en mi oído, y yo, con los ojos llorosos, miré hacia la puerta. Había al menos cinco hombres allí, algunos sentados en el sofá, otros de pie, todos con las miradas fijas en nosotros, en cómo Fer me follaba. Uno de ellos se había bajado la cremallera y se masturbaba lentamente, sin apartar los ojos de mi cuerpo. Yo debería haberme sentido violada, aterrorizada… pero en vez de eso, un orgasmo brutal comenzó a construirse en mi interior. La combinación de la posesividad de Fer, la audiencia y el alcohol me llevaron al borde rápidamente.
«¿Querés que uno se acerque?», me preguntó Fer de repente, deteniéndose por un segundo. Su voz era áspera, llena de deseo. Yo lo miré con pánico, sacudiendo la cabeza frenéticamente. «No… no, por favor. Solo vos», supliqué, y una parte de mí se sintió aliviada cuando asintió y continuó, aún más rápido, aún más profundo. Pero su mirada decía que era solo cuestión de tiempo. Sus manos agarraban mis caderas con fuerza, marcándome, y los sonidos de nuestros cuerpos chocando se mezclaban con los gemidos que ya no podía contener. Los hombres en la habitación jadeaban, se reían entre ellos en voz baja, y yo cerré los ojos, dejándome llevar por la sensation, por la vergüenza y el placer que me invadían.
Cuando Fer finalmente se vino, gritando mi nombre, yo ya había tenido dos orgasmos seguidos, temblando bajo él. Se desplomó sobre mí, sudado y jadeante, y durante un momento, solo existimos nosotros dos. Pero luego, susurró en mi oído: «La próxima vez será…». No terminó la frase, pero no hacía falta. Los hombres comenzaron a salir de la habitación, uno de ellos me guiñó un ojo antes de irse, y yo me cubrí con las sábanas, sintiendo que mi relación con Fer había cruzado un punto de no retorno.
Me está arrastrando a un abismo desconocido, y aunque una parte de mí se siente viva como nunca antes, otra teme que esto nos termine separando.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.