Por
Una noche de hidroterapia en el jacuzzi
El vapor se elevaba en espirales sensuales cuando recibí tu mensaje: «El jacuzzi está listo. Trae ese cuerpo que tanto me quita el sueño». Las palabras bailaban en mi pantalla mientras me despojaba de mi traje de ejecutivo, dejando atrás el peso de la semana. Sabía que esta noche no sería como las demás.
El agua burbujeante me recibió con tus labios en mi cuello, tus uñas trazando caminos de fuego por mi espalda. «Cierra los ojos, empresario», susurraste mientras vertías aceite de lavanda entre mis hombros. Tus manos, expertas en el arte de la tortura lenta, amasaban mi cansancio hasta convertirlo en pura lujuria contenida.
«Hoy no serás el jefe», me advertiste al morder mi oreja, tus pechos desnudos rozando mi espalda mientras el agua jugaba a esconder nuestros secretos. Sentí cómo tu coño ya estaba hinchado de deseo al deslizarte sobre mí, usando mis muslos como asiento.
La luna llena nos vigilaba cuando te di vuelta contra el borde del jacuzzi. «Quiero oír cómo rompes tus propias reglas», jadeaste mientras mis dedos te abrían como fruta madura. El contraste era obsceno: el agua caliente ablandando tu piel mientras yo te penetraba con una crudeza que hacía temblar los azulejos.
Tus gritos dibujaban ecos en la noche cuando te levanté en brazos, clavándote en mi verga mientras el chorro de hidromasaje nos azotaba. «Así… ¡Dame esa furia que escondes en las juntas directivas!» imploraste, arañándome el pecho cuando el primer orgasmo te sacudió como un terremoto.
Pero yo estaba lejos de terminar.
Te puse de rodillas en el borde, tu rostro reflejado en el agua turbia por nuestro frenesí. «Mírate», gruñí mientras te empujaba hacia adelante, «mírate cómo traicionas a tu marido con mi verga». El espectáculo era digno de poesía: tus pechos balanceándose al ritmo de mis embestidas, tus labios entreabiertos gimiendo maldiciones que el vapor se llevaba.
Cuando por fin te llené, fueron tres oleadas de placer que te hicieron arquear como gatilla herida. El semen se mezcló con el agua mientras tú, exhausta, recitabas mi nombre como plegaria.
Al amanecer, encontré tu bragas negras flotando en el jacuzzi. Las guardé en mi bolsillo como trofeo… y como promesa de que esta hidroterapia tendría muchas sesiones de refuerzo.


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