Una noche de fiesta con mi hermana
UNA NOCHE DE FIESTA CON MI HERMANA
UNO
¡Hola a tod@s! Después de mucho darle vueltas en mi cabeza, de haberlo pensado y meditado, me he decidido a contar lo que sucedió entre mi hermana y yo una noche de hace varios meses. Ella y yo hemos hablado en varias ocasiones de lo que pasó entre nosotros, y a pesar de que lo que hicimos es algo nada habitual ni «correcto» entre hermanos, algo que debería cambiar nuestra relación para siempre, lo que más me sorprende es que no sé si lo más extraño es lo que pasó entre nosotros, o el hecho de que tanto a ella como a mí nos ocasione mayor sensación de culpabilidad el hecho de no sentirnos culpables, que no lo que hicimos.
Por esta razón me he decidido a explicarlo públicamente, con la intención de conocer la opinión de quién pueda leernos, o quién sabe si conocer a alguien que haya tenido alguna experiencia parecida a la nuestra.
Tengo 21 años y una hermana dos años menor que yo que se llama Miriam. Este es su nombre real; creo que es lo suficientemente común como para no dar ninguna pista sobre nuestra identidad si lo uso, y me gusta ponerlo por escrito al explicaros nuestra historia, ya que me parece que no quedaría tan real si uso un nombre inventado. Creo que Miriam es una chica bastante guapa, aunque quizá no de las que hacen que la gente se gire por la calle para mirarlas. Pero posee una de esas sonrisas que tienen algunas chicas que cuando las usan las hace parecer mucho más guapas. Y Miriam es una chica alegre, divertida y simpática, y casi siempre está sonriendo. Es alta, mide 1,70, y de constitución delgada, de piernas largas, y para ser delgada la verdad es que tiene bastante curva en las caderas y cintura. Tiene el pelo negro liso a la altura de los hombros, según el momento un poco por encima o un poco por debajo, la cara estrecha, los ojos de color castaño claro un poco juntos, la nariz un poco aguileña, quizá un poco grande para la cara estrecha que tiene pero no le queda mal y unos pechos de tamaño medio pero redondos y bien puestos, grandes para su constitución física (quizá una talla 80, o 75, lo cierto es que no entiendo de tallas de pecho).
Mi relación con mi hermana siempre ha sido maravillosa. Pocas veces nos hemos peleado de niños, prácticamente nunca desde que llegamos a la adolescencia. y siempre hemos sido el mejor amigo el uno del otro. Compartimos habitación durante toda la infancia, hasta que mi hermana cumplió 16 años y mi padre vació la habitación que usaba como despacho para que cada uno tuviéramos nuestro propio dormitorio, y el hecho de haber crecido juntos en la misma habitación, y haber compartido muchas noches de juegos y confidencias durante años, sin duda ayudó a generar una relación tan íntima entre nosotros.
De niños y adolescentes nos encantaba pasar horas juntos por la noche en nuestra habitación, los dos sentados en pijama en la misma cama, y contarnos cosas, bromear, reír o jugar a juegos de mesa, que es una afición que nos encanta a ambos, y cuando tuvimos habitaciones separadas, solíamos juntarnos los dos en una u otra habitación por las noches de vacaciones o fines de semana a charlar o jugar. Nunca he tenido pensamientos sexuales con mi hermana aunque, por supuesto, el haber crecido juntos compartiendo habitación provocó no pocas situaciones de esas en que bromas infantiles se combinan con otras de tono más intenso, pero siempre fruto de la curiosidad propia de la preadolescencia e inicios de la adolescencia, sin mayor intención. En estos momentos de mi vida, por supuesto que en ocasiones, mientras hablaba con mi hermana, especialmente en los meses cercanos al verano cuando vestía pijamas cortos, dirigía la mirada hacia sus piernas o pies, los bultos que iban creciendo en sus pechos, o la forma que adoptaba la ropa de su pantalón de pijama encima de sus partes íntimas, imaginando como era la parte del cuerpo que había debajo. Pero siempre con la curiosidad infantil y adolescente de preguntarte como sería el cuerpo desnudo de una chica, nunca con deseo sexual.
Por supuesto, el hecho de compartir habitación también había dado lugar a algunos «accidentes» durante esos años. Aunque normalmente usábamos el cuarto de baño para cambiarnos de ropa, en alguna ocasión lo hacíamos estando solos en la habitación si teníamos prisa, y esto había provocado algún pequeño descuido. Obviamente de niños no era raro que estuviéramos en ropa interior estando juntos en la habitación, pero siendo mayores recuerdo dos o tres veces que sorprendí a mi hermana en ropa interior cuando tenía entre 12 y 14 años, y una vez más con 14 ya cumplidos en que le vi el culo por detrás, muy brevemente ya que se estaba subiendo el pantalón de pijama y al escuchar la puerta abrirse se lo subió del todo. Confieso que me gustó verlo, era redondito y bonito y parecía suave, y cuando se dio cuenta que alguien entraba en la habitación se giró un poco de lado y eso me permitió ver un atisbo de unos pocos pelitos de vello público. Me habría gustado verla más rato, pero de nuevo era más curiosidad por ver un cuerpo de chica desnudo, cosa que no había visto nunca en la fecha, que no un deseo sexual por mi hermana.
Ella también me sorprendió a mí alguna vez, por supuesto. Que recuerde una vez me vio brevemente el culo por detrás, en una escena muy parecida a la que acabo de contar, y en otra ocasión me debió ver un poco el pene por el lado, aunque nunca le pregunté qué había visto exactamente, ni ella mencionó nada.
Aparte de esto, tengo en mi recuerdo dos situaciones un poco más subidas de tono. En la primera de estas situaciones, mi hermana me enseñó las tetas. Aún éramos niños, ella tendría 10-11 años y yo 12-13, así que no hubo nada demasiado sexual en ese momento. Era una noche de verano, estábamos los dos sentados en la cama de mi hermana hablando y bromeando, y la verdad es que no consigo recordar que nos llevó a eso pero le pedí a mi hermana que por qué no me enseñaba las tetas y ella, sin dudarlo ni mostrar vergüenza, se subió la camiseta del pijama hasta los hombros y me las enseñó. A esa edad aún debían ser poca cosa, aunque a mí, que nunca había visto ningunas tan de cerca, recuerdo que me parecieron ya bastante grandes, y aún recuerdo como me gustaron los pezones pequeños y rosados. A ella no pareció darle ninguna vergüenza mostrármelas, y a mí me gustó verlas pero por simple curiosidad infantil, no recuerdo sentir ningún tipo de excitación.
La segunda situación, un tiempo después, fue un poco más fuerte. Yo tenía 15 años, me acuerdo bien, y por tanto mi hermana tenía 13 años. Era una noche muy calurosa de verano. Me desperté por el calor en plena noche y, al no poder volver a dormir, me levanté para ir a beber un poco de agua fresca. Volví a la habitación con una linterna para ver por donde iba y no destrozarme el dedo gordo del pie contra ninguna esquina, y al entrar el rayo de luz se paseó por encima de la cama de mi hermana, que es la que se encontraba más cerca de la puerta. Vi que ella se encontraba profundamente dormida, boca arriba en la cama, con las piernas abiertas y la sábana a la altura de los tobillos, ya que debido al calor dormida se las había ido sacando de encima. Al moverse en la cama dormida, la camiseta de dormir que llevaba, muy corta, se le había subido hasta por encima del ombligo, dejando completamente a la vista las braguitas blancas que llevaba.
Al verlo, confieso que por primera vez sentí un pequeño pinchazo interno de excitación sexual. Me acerqué a su cama, iluminándola con la linterna. Puse el foco sobre su cara, sobre todo para confirmar que estaba dormida, y después fui descendiendo la luz por su cuerpo, iluminando primero por unos segundos los bultos de sus pechos por debajo de la camiseta de dormir, y a continuación lo moví hasta iluminar sus braguitas. Me incliné un poco para verlas más de cerca, bastante excitado. Vi como la ropa adoptaba un poco la forma de lo que debían ser sus labios vaginales, y me fijé que en la parte superior a estos parecía haber una zona un poco más oscura. Entonces acerqué un dedo y lo puse en contacto con la ropa de las braguitas. Al presionar, sentí el tacto suave de la ropa de algodón y blando de lo que debía ser el labio vaginal de mi hermana. La sangre retumbaba en mis oídos, me sentía nervioso y en un estado de excitación como no había sentido nunca. Moví un poco el dedo por encima de las braguitas, hasta notar con el tacto la separación entre los dos labios vaginales, pero entonces mi hermana emitió un sonido y se movió sin despertarse, colocándose de lado y de espaldas a mí, y yo pegué un bote hacia atrás asustado por si se había despertado, pero vi que continuaba completamente dormida. Me quedé un rato mirándola, tal como estaba ella durmiendo ahora tenía una buena vista de su culo solamente tapado por las braguitas de algodón blanco. No me atreví a volver a tocarla, y además sentía que lo que había hecho no era nada correcto, pero me quedé unos segundos contemplando la piel de la parte de sus nalgas que sobresalía de la ropa de las braguitas. Por supuesto que ya la había visto otras veces, por ejemplo cuando llevaba bikini estando en la piscina o la playa, pero nunca de tan cerca ni pudiendo observarla tanto rato, ni se me había ocurrido nunca hacerlo. Me gustó mirarla, al final era el cuerpo de una chica y nunca había visto ninguno desnudo todavía, pero cuando me metí en la cama, con el pene erecto y la sangre aún sonando como tambores en mis oídos, me sentí mal por haberme excitado mirando a mi propia hermana, que además era mi mejor amiga.
No volví a tener una situación como esa, durmiendo los dos en la misma habitación habría podido intentarlo otras noches, cosa que nunca hice, y cuando pensaba en lo que había hecho esa noche, aunque por dentro me excitaba un poco, también me daba vergüenza de pensar que le había hecho eso a mi propia hermana. Confieso que esa noche, cuando me metí en la cama, no pude dormirme sin antes hacerme una paja, aún con la experiencia fresca en mi mente, y miré a mi hermana dormida mientras lo hacía, pero no fantaseé con estar teniendo sexo con ella, me hacía sentir incómodo la sola idea de pensarlo.
Cuando por fin tuvimos habitaciones propias, durante fines de semana y sobre todo vacaciones seguimos visitando la habitación del otro por las noches, para charlar, bromear o jugar a juegos de mesa, los dos en pijama sentados sobre la misma cama. No mentiré, por supuesto que de vez en cuando me fijaba en las piernas desnudas de mi hermana, o en como le quedaba la ropa por encima de sus pechos o partes íntimas, pero como os he intentado explicar, tenía ganas de ver un cuerpo de chica desnudo, y al final tenía delante el de una chica con el que me llevaba maravillosamente bien. ¿Alguna vez pensé en pedirle que por qué no nos enseñábamos los cuerpos desnudos al otro? Bueno, se me pasó por la cabeza alguna vez, pero nada más que eso, nunca tuve fantasías que hacer eso pudiera acabar masturbándonos el uno al otro, y ya no digo teniendo sexo. La idea me hacía sentir incómodo, y culpable por haber pensado eso de mi hermana. Esto seguro que la mayoría de chicos que hayan tenido hermanas de edad cercana y hayan compartido juegos y habitación con ellas, se habrán sentido en algún momento como yo durante la pre y adolescencia. Y seguro que mi hermana habrá sentido también en algún momento la misma curiosidad conmigo que yo con ella. Viendo lo que sucedió hace pocos meses entre nosotros, lo más probable es que haya sido así alguna vez, creo…
DOS
Así que llegamos por fin a la noche de la que os quería hablar. Fue hace algunos meses, mi hermana tenía aún 18 años, y yo 20, ya que nos llevamos dos años y muy pocos días de diferencia. Por supuesto, ambos habíamos tenido ya alguna experiencia sexual, alguna mejor que otra, y por tanto yo ya había visto más de un cuerpo de chica desnudo, y había podido descubrir como eran. Mi hermana seguía siendo la mejor hermana que podría haber tenido y, aunque cada uno tenía su grupo de buenos amigos, seguíamos siendo mejores amigos entre nosotros, alguien en quien podíamos confiar y contar para cualquier cosa. Aunque menos que en los años anteriores, seguíamos pasando ratos juntos, hablando o jugando a algo.
También salíamos juntos de vez en cuando. Si, por ejemplo, yo estaba en casa aburrido y ella quería salir a hacer algunas compras, no era raro que yo la acompañara, y luego nos íbamos a una cafetería a tomar un café antes de volver a casa, y también ella me acompañaba a mí cuando no tenía nada mejor que hacer. Yo me aburría un poco mientras ella miraba y escogía algo de ropa, y a ella le pasaba lo mismo cuando yo iba a mirar videojuegos, pero aun así estábamos todo el rato bromeando y comentando tonterías de las cosas o la gente que veíamos y nos lo pasábamos bien, así que nos gustaba salir juntos.
Por eso, cuando nuestros padres se fueron a pasar un fin de semana fuera, a casa de una prima lejana de mi padre, y nos encontramos los dos en casa el sábado por la tarde, sin ningún plan a la vista, no tenía nada de extraño que le propusiera a mi hermana salir a cenar y luego a tomar algo. Ya lo habíamos hecho alguna vez y nos lo habíamos pasado muy bien juntos. Decidimos arreglarnos e ir a algún sitio elegante, así que yo me puse unos pantalones de vestir, camisa, zapatos y americana sport, mientras que mi hermana se puso un vestido negro que ya le había visto de alguna noche que había salido con sus amigas, y que tengo que reconocer que le sentaba la mar de bien. De hecho, no tuve ningún problema en decirle que estaba guapa, y ella me dijo lo mismo a mí, y era solo el comentario que puedes hacerle a alguna amiga o amigo, sin ninguna intención detrás. Como digo era un vestido negro, con la falda corta, con mangas aunque bastante cortas, solo le tapaban los hombros y poco más, con la espalda bastante descubierta y un buen escote, que tampoco tuve problema ni incomodidad en señalarlo y hacerle un par de bromas respecto a que igual triunfaría a lo grande esa noche y yo me tendría que volver solo a casa, a lo que me contestó riendo y diciendo que eso otro día, que esta noche era solo para relajarse entre hermanos. Y lo cierto es que así fue…
Cenamos en un elegante restaurante italiano de pasta, que nos encanta a ambos, charlamos, bromeamos, y bebimos bastante vino. Al salir del restaurante fuimos a una sala de fiestas a tomar un gin-tonic y a escuchar un poco de música, y como allí hablar era complicado por el ruido, mi hermana me acabó cogiendo del brazo y tirando de mí diciendo que fuéramos a bailar un rato. A ella le encanta y yo lo odio, siento que soy la persona más torpe y patosa del mundo cuando lo hago, y como la conozco muy bien sé perfectamente que una de las razones por las que me obligó a ir a bailar fue para que lo pasara mal y poder reírse de mí, pero también sé que lo hizo porque conmigo se sentía muy a gusto y segura, y le apetecía poder bailar tranquilamente sabiendo que ningún chico se le iba a acercar a molestarla, a diferencia de cuando sale con sus amigas.
Así que fuimos a la pista y estuvimos bailando durante un buen rato, ella como un ángel y yo como un pato borracho. Y, sin sentir en ningún momento nada fuera de lugar por mi hermana, aunque tenía que reconocer que estaba muy guapa moviéndose en la pista de baile, como suele sucederle a las chicas cuando bailan, que si la vida fuera un juego de rol ganarían un +100 en Carisma. Lo que sí ocurrió fue que, al estar bailando uno cerca del otro, se sucedieron algunos roces inevitables entre su cuerpo y el mío, bailamos un par de bailes demasiado pegados, y seguro que el alcohol también influyó, pero hubo un momento en que, involuntariamente, tuve una pequeña erección. No fue por tener ningún pensamiento consciente sucio con mi hermana, simplemente fue una reacción involuntaria a tener a una chica guapa bailando delante, a ver su escote, sentir los roces de su cuerpo contra el mío, también al alcohol consumido, y me dejó bastante incómodo y solo pensé en tratar que me desapareciera lo antes posible.
No sé si mi hermana se dio cuenta porque no me hizo ningún comentario y nunca se lo he preguntado, aunque podría hacerlo, pero debió hacerlo en alguna de las ocasiones en que su cuerpo se rozó con el mío. Y tampoco sé, aunque también podría preguntarlo (aunque esto me da un poco más de apuro que lo anterior), si ella también sintió algún tipo de excitación no deseada al estar bailando tan cerca de mí, rozando su cuerpo con el mío (¡y por el alcohol!) aunque, por lo que sucedió más tarde, deduzco que sí.
Después de bailar nos sentamos en una zona de sofás a descansar y tomar una copa más, y finalmente nos dirigimos de vuelta a casa. El alcohol había hecho un poco de mella y nos pasamos el paseo de vuelta hablando un poco más alto de lo normal para esa hora, y haciendo broma y riendo de absolutamente todo lo que nos encontrábamos en nuestro camino, especialmente de las cosas que menos gracia tenían. Mi hermana tuvo que detenerse porque del ataque de risa que tuvo le temblaban las piernas y no podía ni caminar cuando vimos un Alfa Romeo aparcado en la calle y le dije: «¡mira, como dicen los chinos, un Alfa Lo Meo!, y yo no pude evitar emitir unas sonoras carcajadas cuando más tarde escuchamos ladrar a unos perros y ella dijo «quizá son los perros del Curro, o como dicen los chinos, los pelos del culo» (para que veáis que estábamos en un estado en el que nos reíamos con cualquier cosa que no hiciera la más mínima gracia). Al llegar a casa estábamos algo cansados, pero lo había pasado tan bien juntos que no tenía ganas de irme aún a dormir, así que le propuse a Miriam tomarnos una última copa en casa mientras jugábamos una partida a algún juego. Ella se mostró encantada y se fue a buscar algunos juegos mientras yo iba al mueble bar y cogía un par de vasos y algunas botellas. Ella volvió y dejó unas cuantas cajas de juegos encima de la mesilla del café. Yo preparé un par de gin-tonics y me senté en el sofá, Miriam se quitó los zapatos y se sentó también con las piernas dobladas hacia un lado, colocando entre los dos el tablero de un juego.
Jugamos algunas partidas a dos o tres juegos sencillos, no estábamos para juegos que requirieran grandes estrategias, pero no por ello lo pasábamos menos bien, riendo y haciendo bromas a cada movimiento, o tomándonos el pelo si la jugada no le había salido bien al otro. Los gin-tonics se acabaron, así que me puse a preparar un par más, y bien cargados, mientras mi hermana cambiaba el juego y preparaba el tablero de uno nuevo. Y llegados a este punto quiero aclarar una cosa importante: mi hermana y yo habíamos bebido bastante, pero de ninguna manera, ninguno de los dos, nos encontrábamos en un estado en el que no supiéramos lo que hacíamos. Estábamos ambos alegres, contentos, y muy desinhibidos (entre las bromas que nos hacíamos constantemente el uno al otro había algunas que tenían un matiz un poco sexual, quizá poco habituales entre dos hermanos, y si alguien nos hubiera estado escuchando habría podido pensar que estábamos flirteando, pero nada más lejos de la realidad. No eran sino un reflejo de la relación tan íntima que tenemos que nos hace tener la confianza de decirnos este tipo de cosas sin sentir ninguna incomodidad). El alcohol lo único que hizo fue sacar algo enterrado dentro de lo más profundo de nuestro ser, no nos hizo hacer nada que no quisiéramos.
Me senté de nuevo en el sofá con los gin-tonics y empezamos a jugar al juego de la Escalera. Supongo que la mayoría lo conoceréis, es un juego tremendamente simple donde solo tienes que tirar un dado y moverte a lo largo del tablero intentando ser el primero en llegar a la última casilla, y pudiendo avanzar o teniendo que retroceder si caías en alguna de las casillas especiales. Perfecto para jugar bebiendo y bromeando a esas horas de la madrugada. Empezamos una partida, y le pegué una paliza tremenda a mi hermana. Por alguna razón yo constantemente caía en casillas que me permitían avanzar unas cuantas más, mientras ella siempre caía en las que le obligaban a ir retrocediendo, y por supuesto cada vez que sucedía no dejaba de burlarme de ella. En este juego, cuando estás a punto de ganar, si no sacas la tirada exacta que necesitas sufres el riesgo de caer en alguna casilla que te mande varias casillas atrás, o incluso al principio del juego, pero yo saqué la puntuación exacta que necesitaba a la primera y gané, mientras Miriam aún se movía por la segunda fila de casillas tras caer hacia abajo del tablero no sé cuántas veces durante la partida. Lo celebré muy efusivamente, obviamente, y ella me retó a una segunda partida. Esta vez no me resultó tan fácil, pero también le hice morder el polvo y gané bastante rápidamente.
– ¡Joder, pero qué mala eres! Con lo simple que es este juego, y no tienes ni idea, que pena… – me burlé de ella.
– Bah, solo has tenido suerte, no como en los juegos anteriores que eran de pensar donde te he estado pegando una paliza tras otra, como tiene que ser cuando tienes la mala suerte de tener una hermana tan lista como yo.
– Creo que tienes que dejar de beber ya, Miriam. El alcohol te está afectando a la memoria y crees recordar cosas que no han sucedido nunca. Me has ganado alguna partida solo de casualidad, y además eran todas de prueba y no valían, las de verdad las he ganado todas yo.
– ¡Buah, pero tú lo flipas! ¿Cómo puedes ser tan tramposo? ¡Todas valían, y te las he ganado casi todas! ¡Además de perdedor eres un tramposo! ¡Qué vergüenza!
– Lo siento, pero como hermano mayor responsable me veo en la obligación de impedir que sigas bebiendo, en vista de todas las tonterías que estás diciendo – repliqué mientras movía la cabeza teatralmente mostrando una evidente desaprobación, a la vez que alargaba la mano hacia ella y trataba de arrebatarle el vaso de gin-tonic.
– ¡Ay, para, tonto, que me lo derramas sobre el tablero! – exclamó ella, riendo y luchando conmigo para poder conservar el vaso en su poder, y sin que se le derramara nada de líquido.
Hicimos el tonto un rato, haciendo ver que peleábamos por su vaso, y en este rifirrafe en que me acerqué bastante al cuerpo de mi hermana mis dedos rozaron los suyos y la piel de sus brazos, y hubo un momento en que mi mano rozó sus pechos por encima de la ropa del vestido, de forma involuntaria y sin que ella le prestara ninguna atención, y lo cierto es que me excité un poco, en gran parte gracias al alcohol que llevaba encima, pero solamente porque era el cuerpo de una chica, no pensaba especialmente en que se tratara de mi hermana. Finalmente nos calmamos entre risas, ella conservó su vaso, y me retó a una nueva partida.
– Esta vez te gano segurísimo – me dijo – Antes solo has tenido suerte, pero yo soy muchísimo más buena que tú.
– Ni lo sueñes – contesté – Una niñata como tú no me puede ganar jamás a este juego, soy el número uno mundial del mundo entero, y parte del extranjero.
– ¿Qué te juegas a que te gano?
– Lo que quieras, vas a perder…
Mi hermana se lo pensó unos segundos, y entonces sucedió todo.
– Vale, pues si tan seguro estás de ganar… ¡Si gano yo, me tienes que enseñar el pene!
Me reí, y contesté sin pensar, con lo primero que me vino a la cabeza. Me arrepentí de lo que había dicho tan pronto como las palabras abandonaron mi boca, aún con el estado de embriaguez y un poco de excitación en el que estaba me pareció demasiado fuerte y fuera de lugar, pero ya estaba dicho.
– ¡Pues si gano yo, me la tienes que chupar!
– ¡Jajajaja, hecho! – contestó Miriam, también rápidamente sin pensar, y sin desdecirse después, o parecer estar incómoda.
Empezamos una nueva partida. Sabía que lo que habíamos dicho no era más que una broma causada por el estado de desinhibición que el alcohol nos había provocado, pero mientras empezábamos a jugar no podía dejar de pensar que había escogido mal, que podría haberle dicho que si ganaba yo ella me tenía que enseñar las tetas, por ejemplo. Con lo desinhibida que se encontraba mi hermana, es posible que me las hubiera enseñado de verdad, y lo cierto es que tras verle el generoso escote del vestido durante toda la noche, no me habría importado verlas. Pero bueno, solo estábamos bromeando, así que dejé de pensar en eso y me concentré en lo importante, que era humillar a mi hermana en el juego por tercera vez seguida.
La partida fue bastante reñida y larga, y por un momento pareció que mi hermana iba a ganarla. Yo me encontraba bastante abajo en el tablero, tras una serie de tiradas desafortunadas, mientras ella se encontraba en la parte final, a la espera de una tirada buena para ganar. Cada vez que iba a tirar el dado me miraba y me decía, riendo, «¡y ahora veremos como es este pene!» o algo parecido, pero no conseguía sacar la puntuación exacta que necesitaba para ganar y yo le iba recortando terreno. Tras un par de tiradas afortunadas llegué al final del tablero justo por detrás de la pieza de mi hermana, y al segundo intento saqué la puntuación exacta que necesitaba y gané.
– ¡Toma ya! – exclamé levantando los brazos – ¡Menuda perdedora estás hecha!
– ¡Pero qué suerte tienes, no es justo! – contestó ella – Así es imposible jugar.
– Venga, menos llorar y a cumplir la apuesta – dije solo para ver como reaccionaba ella, sabiendo que, por supuesto, no iba a cumplir con lo que habíamos apostado.
– Vale, una apuesta es una apuesta, y hay que cumplirla – contestó ella despreocupadamente.
Y tras decir esto, Miriam se bajó del sofá, me abrió las piernas con la mano, y se arrodilló en el suelo entre ellas. Yo me reí, y dejé que mi hermana continuara con la broma. Tenía curiosidad por ver hasta donde llegaba, así que no me inmuté cuando me desabrochó el cinturón y los pantalones, e incluso dejé que me los bajara hasta los tobillos. No me daba ninguna vergüenza que mi hermana me viera en calzoncillos, los llevo de tipo bóxer y no es tan distinto a cuando me ve en traje de baño, pero vi que estaba llevando la broma demasiado lejos cuando me cogió la goma de los calzoncillos con los dedos. Conociendo a mi hermana como la conozco, sabía que era completamente capaz de dejarme con el pene al aire para entonces reírse de mí (y de paso vérmelo).
Tal como estaba en ese momento no me importaba demasiado que mi hermana me viera desnudo, la verdad, pero aún estando medio excitado y con la cabeza enturbiada por el alcohol era capaz de discernir que al día siguiente y en adelante ya no me resultaría muy cómodo estando con ella sabiendo que me había visto tan íntimamente y yo a ella no, así que tuve intención de decirle que parara, pero luego pensé que si ella me veía a mí, yo luego tendría la excusa para pedirle a ella que me enseñara también su vagina, o al menos sus tetas, y no porque tuviera realmente un interés sexual, sino simplemente curiosidad de verla. Pero perdiendo el tiempo pensando en todas estas cosas lo que hice fue quedarme quieto sin decidirme a hacer nada, y dándole tiempo a mi hermana para que, de un tirón, me bajara los calzoncillos también hasta los tobillos.
Me quedé congelado, sin saber como reaccionar. No acababa de sentir demasiada vergüenza porque mi hermana me estuviera mirando fijamente mi pene desnudo, igual que tampoco me había dado demasiada las veces que había entrado en la habitación y me había visto medio desnudo, en los tiempos en que compartíamos habitación, pero sí me daba cuenta que, seguramente, al día siguiente sí la sentiría al recordar lo que estaba pasando en ese momento. Nos quedamos los dos inmóviles unos segundos, yo sin saber qué hacer o decir, mi hermana mirando fijamente mi pene, yo esperaba que en cualquier momento se echara a reír y me hiciera alguna broma, pero cuando se movió fue para alargar la mano en dirección a mi miembro. Lo sujetó con dos dedos, me lo levantó, y deslizó los dos dedos a través de toda su longitud, desde la base hasta la punta.
Yo me quedé paralizado sin saber qué hacer mientras sentía el tacto de los dedos de mi hermana acariciarme mi miembro y veía como me lo miraba fijamente, pero quién sí supo qué hacer fue mi pene, que se puso de inmediato completamente erecto. Por fin empecé a sentir vergüenza, podía pasar que mi hermana me viera el pene en estado normal, pero que me viera con una erección me parecía demasiado. Seguía esperando que en cualquier momento se echaría a reír y a burlarse de mí por haberme visto mis partes íntimas, diciendo «¿pero de verdad te creías que te iba a hacer eso?» y yo me defendería diciendo que claro que no me lo había creído, pero que ahora ella me tenía que enseñar su vagina para compensar, a lo que sin duda se negaría, y discutiríamos en broma a ver quién enseñaba qué de su cuerpo. Pero, en vez de todo eso, lo que hizo mi hermana fue sacar la lengua y acercar su cara a mi pene. Sentí el tacto caliente de su lengua en la piel de la base de mi pene, y luego ascendiendo a lo largo del miembro, hasta llegar a la punta, y entonces empezó a bajar de vuelta hasta la base. Después volvió a ascender, pero esta vez no se detuvo al llegar a la punta, sino que continuó hasta el glande y se puso a recorrerlo el círculos usando la punta de su lengua. Las piernas me temblaron y por un momento creí que iba a tener un orgasmo en ese mismo momento.
Mi cabeza era un hervidero de ideas y sentimientos. ¿Lo que estaba sucediendo era real, o solo un sueño? ¿De verdad mi hermana, mi mejor amiga, me la estaba chupando? Intenté decir algo, pero no sabía qué. ¿Le pedía que parara? ¿Le decía que me estaba gustando? Mi hermana tampoco decía nada, simplemente me recorría el pene arriba y abajo con la punta de la lengua, lo hizo tres o cuatro veces más, y, entonces, tras estar unos segundos trazando círculos con la lengua sobre mi glande, abrió los labios y se metió mi pene dentro de la boca.
Empezó a chupármela, muy lentamente. Sentía sus labios rodeándome el pene y deslizándose arriba y abajo, sentía el calor y la humedad del interior de su boca, su pelo que al inclinar la cabeza contra mi regazo me acariciaba las piernas desnudas, sus manos apoyadas contra mis muslos. Era la situación más incómoda y a la vez maravillosa de toda mi vida. Me quedé en silencio, sin saber qué decir. La vergüenza que no sentía porque mi hermana me viera la polla, o me la chupara, sí la sentía a la hora de hablar, no me atrevía a decirle lo mucho que me gustaba, o simplemente expresar en voz alta lo que no podía dejar de repetirme dentro de mi cabeza: «¡mi hermana me la está chupando!». Tenía una voz en mi cabeza que me repetía que debía decirle que parara, que dejara de hacerlo, y una parte de mí sabía que debía decirlo en voz alta, pero ganaba la parte que prefería quedarse quieto y disfrutar de lo que estaba pasando. Y, encima, creo que mi hermana me estaba haciendo la mejor mamada que había recibido en toda mi vida. No se parecía a las que podemos ver en películas porno, rápidas, con movimientos de cabeza muy rápidos arriba y abajo, con mucha saliva. Era lo más tranquila y lenta posible, pero el uso combinado de sus labios y lengua a la vez me estaba provocando una excitación superior a la de cualquier otra que me hubieran hecho, y solo la combinación del alcohol ingerido y el sueño por la hora que era impidieron que me corriera inmediatamente dentro de la boca de mi hermana.
Si no podía moverme y no me atrevía a decir nada, lo único que podía hacer era relajarme y disfrutar del momento, y eso fue lo que hice. ¿Estaría mi hermana teniendo también todos estos pensamientos contradictorios en su cabeza? Si era así, nada daba a entenderlo. Tampoco decía nada, no desviaba la atención hacia mi rostro para mirarme, simplemente tenía una mano apoyada contra mi muslo desnudo, con la otra sujetaba mi pene, y con la vista fija hacia abajo continuaba moviendo la cabeza lentamente hacia arriba y abajo, metiéndose y sacando mi pene de su boca. Lo único que me atreví a hacer fue colocar mi mano sobre la suya, la que tenía apoyada sobre mi muslo. Miriam reaccionó sujetándomela, entrelazando sus dedos contra los míos, y durante un rato más mi hermana me la continuó chupando mientras nos sujetábamos las manos y acariciábamos nuestros dedos entre ellos.
Tendría que haberlo dejado aquí. Apartar la cabeza de mi hermana de mi miembro, decirle algo, irnos a dormir, y al día siguiente hacer ver que no había pasado nada y tratar de seguir con nuestra relación como había sido hasta ese día, achacándolo todo al calentón ocasionado por una noche de diversión y alcohol. Pero estaba tremendamente excitado, dejé de pensar que quién me la estaba chupando era mi hermana, y lo que pensé fue que ella me había visto el pene y lo tenía dentro de su boca y yo también quería ver algo de ella. Alargué los brazos hacia ella, la sujeté por los hombros y tiré de ella hacia mí. Mi hermana se sacó mi pene de la boca y siguió arrodillada en el suelo entre mis piernas pero irguió el torso y se inclinó hacia mi cuerpo. Entonces agarré las mangas de su vestido y las deslicé hacia abajo por sus brazos. A medida que el vestido bajaba, el escote era mayor, hasta que finalmente sus pechos quedaron completamente al descubierto.
No voy a decir que eran unas tetas impresionantes, como las que tienen tantas chicas por Instagram y redes similares, pero me gustaron mucho. Para tener una constitución delgada eran bastante grandes, más de lo que imaginaba, y tenían una buena forma, redondas y bien puestas. Y tenía unos pezones y aureolas exactamente como a mí más me gustan, pequeños y rosados. Mi hermana no reaccionó porque le estuviera viendo las tetas, y tampoco cuando empecé a recorrerlas con los dedos. Eran suaves y blandas, los pezones muy agradables de apretar entre dos dedos, y sentí un pinchazo de excitación inmediato que me hizo desear chuparlas y lamerlas. Me dije a mí mismo que no era buena idea, pero Miriam me estaba dejando tocárselas sin problema y además ella bien que me había chupado el pene, así que la sujeté por los antebrazos y con delicadeza volví a tirar de su cuerpo hacia mí.
Miriam se incorporó y subió al sofá encima de mí, apoyando las rodillas una a cada lado de mi cuerpo, y se sentó justo encima de mi pene. Me incliné acercando la cara todo lo que pude hacia ella, saqué la lengua, y lamí uno de sus pechos. Pasé la lengua también por encima de su pequeño pezón, y entonces abriendo los labios, los coloqué alrededor de él, y lo empecé a chupar, usando los labios y la lengua. Era sensacional sentir el pequeño pezón dentro de mi boca, y lo sentí endurecerse y aumentar un poco de tamaño, a la vez que escuché a mi hermana proferir un pequeño gemido. Me saqué el pezón de la boca, chupé un poco más el resto del pecho, y entonces cambié al otro y se lo chupé también entero,a lamiendo la piel y mordisqueando con delicadeza el pezón.
Mientras le chupaba las tetas a mi hermana la mantenía sujeta por la cintura con mis manos, pero me fui animando y poco a poco fui moviendo las dos manos hacia su culo, hasta que empecé a acariciarlo por encima de la ropa del vestido. Miriam no se movió, no dijo nada ni intentó apartarme las manos de su culo ni mi boca de sus tetas, de manera que, al cabo de un rato, animándome aún más, introduje las manos por debajo de la ropa de su falda. No puedo decir que mi hermana tenga un culazo, pero a pesar de su constitución delgada lo cierto es que lo tiene redondo y bastante respingón, y ahora descubría que también es blandito y suave, y muy agradable de acariciar. Con el tacto vi que mi hermana llevaba unas braguitas de las que creo que se llaman brasileñas, es decir, con más tela que un tanga pero que le dejaba la mitad de las nalgas sin cubrir, y disfruté tocando de forma simultánea la piel de su culo directamente con mis dedos y a través de la fina tela de las braguitas.
Entonces aparté la cara de las tetas de mi hermana y levanté la vista hacia su rostro. Nos miramos por primera vez a la cara, en silencio, sin atrevernos a decir nada, o sin saber qué decir. La encontré más guapa de lo que la había encontrado jamás. Tenía algo distinto en su rostro, un brillo distinto en los ojos. Sonreía un poco, pero era una sonrisa un poco diferente a la que tiene normalmente. Ella acercó un poco más su rostro hacia el mío, yo me incliné un poco hacia su cara, luego nos acercamos un poco más… No sé quién empezó, pero en un momento dado mis labios entraron en contacto con los suyos. Sintiendo su suavidad y calidez abrí un poco la boca; ella haría lo mismo porque nuestros labios se entrelazaron, mordisqueé primero su labio inferior, luego me introduje en la boca el superior, ella se metió en la boca el mío inferior y lo lamió. Yo usé la punta de la lengua para recorrer sus labios, y entonces entró en contacto con algo caliente, que me di cuenta que era su propia lengua. Sin pensar en lo que hacíamos nos besamos, primero lenta y casi tímidamente, pero a medida que pasaban los segundos cada vez más apasionadamente. Nos lamíamos los labios, entrelazábamos nuestras lenguas, las introducíamos en la boca del otro, y mientras tanto yo no dejaba de acariciar el culo de mi hermana por debajo de su falda, y debajo del cuerpo de mi hermana sentía mi pene cada vez más hinchado. Además, empecé a introducirle los dedos por debajo de las braguitas para tocarle el culo al completo sin nada entre su piel y la de mis dedos. Mi hermana me dejaba hacerlo sin inmutarse, y yo no dejaba de besarla, lamiendo, chupando, mordisqueando sus labios y jugando con su lengua sin parar, con gran pasión.
Antes he comentado que, de niño, tuve un tiempo de fascinación en que me preguntaba como sería la vagina de mi hermana, y me habría encantado poder verla. Como he dicho, era mucho más por curiosidad preadolescente que no por excitación sexual. En este momento en que estaba acariciando el culo de mi hermana mientras la besaba en la boca, renació en mí un recuerdo de ese antiguo deseo, la vocecilla que aún me iba diciendo que era aconsejable dejar de hacer con mi hermana lo que estábamos haciendo, de no ir más allá, estaba siendo claramente superada por otra voz que me impelía a ver y tocar su vagina, a por fin descubrir como es, me decía que ese era el momento de conseguir lo que hacía años quería hacer, y que no volvería a tener otra oportunidad para ello. Siguiendo la llamada de esa voz agarré con los dedos la goma de la cintura de las braguitas, y se las bajé hasta los muslos.
Ella por fin reaccionó a lo que le estaba haciendo. Levantó su culo de encima de mi regazo donde estaba posado, y alargó una mano hacia él para apartar las mías. Sin duda, intentar quitarle las bragas a mi propia hermana era llegar demasiado lejos, y ella por fin se había dado cuenta de lo que estábamos haciendo e iba a colocarse bien su ropa interior y a levantarse de encima de mi para que dejara de tocarle el culo. Luego supongo que nunca hablaríamos de lo que acababa de suceder, haríamos ver que nunca había pasado, y ojalá pudiéramos seguir teniendo la fantástica relación de hermanos/amigos que habíamos tenido siempre, que no fuera raro estar solos en compañía del otro…
Esto es lo primero que pensé cuando Miriam se incorporó, pero para mí sorpresa lo que hizo en realidad fue agarrar las braguitas con la mano y acabar de deslizárselas piernas abajo, sacudió un pie cuando se le quedaron atascadas en el tobillo, y cuando cayeron al suelo volvió a sentarse encima de mi regazo para continuar besándome. Volví a poner mis manos sobre su culo, levantándole la falda por detrás, y esta vez se lo acaricié completamente desnudo, y mientras se lo tocaba y la besaba, aún con la inmensa excitación que sentía, una idea me iba dando vueltas en mi cabeza: mi hermana estaba sentada sin ropa interior encima de mi pene…
Aún así, sigo convencido que, en ese momento, no tenía intención de ir más allá, de traspasar el mayor de los límites. Pero lo que sí quería era cumplir ese antiguo deseo juvenil de ver como era la vagina de mi hermana… Por eso, un rato después de estar acariciándole el culo desnudo, empecé a deslizar las manos por encima de sus caderas hacia adelante, y las introduje por entre sus piernas. El corazón me botaba ruidosamente dentro del pecho, pero aún dio un bote más grande cuando la punta de mis dedos notaron un pliegue de piel suave, y bastante húmeda. Exclamando para mí mismo que le estaba tocando la vagina a mi hermana deslicé los dedos hacia arriba, pasándolos por entre sus labios, hasta llegar al final y palpar una zona con vello corto y suave. Entonces hice el mismo movimiento pero en sentido inverso, deslizando los dedos hacia abajo recorriendo el canal entre sus dos labios vaginales; al estar sentada encima de mí, Miriam tenía las piernas abiertas, una a cada lado de mi cuerpo, de manera que me fue sencillo recorrer con los dedos sus partes íntimas. Miriam no reaccionó, más que emitiendo un pequeño gemido y mordisqueándome el labio inferior, de manera que continué deslizando el dedo por entre sus labios vaginales, cada vez más deprisa, de manera que al final acabé masturbándola, mientras ella me besaba sin parar emitiendo gemidos cada vez más frecuentes e intensos. En algún momento intenté introducirle un dedo dentro de la vagina, pero debido a estar sentada encima de mí y a su posición inclinada sobre mi pecho para besarnos, no pude conseguir introducir más que la punta de un dedo, de manera que en su lugar continué simplemente tocando sus labios vaginales y deslizando un dedo entre ellos, masturbando a mi hermana.
Entonces ocurrió. Como he dicho antes, tras haberle dado muchas vueltas, hoy sigo pensando que, cuando me moví, no fue con la idea consciente de hacer eso, que no quería ir más allá de lo que ya estaba haciendo. Tampoco sé exactamente lo que pensaba mi hermana en ese momento. Es obvio que estaba muy excitada, ella misma se había quitado las braguitas y estaba sentada encima de mi pene desnudo, con las tetas al aire, dejando que le tocara el culo y sus partes íntimas, pero quería llegar a tanto? Lo hemos hablado, y ella está tan poco segura como lo estoy yo…
Nos estábamos besando, lamiendo y mordisqueando, nuestros labios, juntando nuestras lenguas, en algunos momentos riendo, en otros gimiendo, mientras yo no dejaba de acariciarle a turnos el culo o la vagina desnudos, y de vez en cuando llevaba las manos a sus tetas para acariciar y pellizcar sus pequeños pezones excitados. He dicho que mi hermana estaba sentada, sin braguitas, encima de mi pene desnudo, pero en realidad nuestras partes íntimas no estaban muy en contacto ya que tenía mi pene, completamente erecto, colocado hacia un lado y presionado por los muslos de mi hermana al estar sentada en mi regazo. La sensación era tan excitante que al principio no hice caso a las molestias, pero la presión del cuerpo de mi hermana sobre mi miembro empezó a provocarme un poco de dolor, así que mi intención solo fue colocarlo en una posición más cómoda, para poder seguir besando y tocando el cuerpo de mi hermana. Prometo de verdad que al menos eso es lo que creo, que lo que sucedió en ese momento no fue algo decidido conscientemente, sino tan solo una secuencia de cosas que fueron ocurriendo, poco a poco, sin que ninguno de los dos atináramos a detenerla.
Coloqué las manos por debajo de los muslos de mi hermana e hice un poco de fuerza hacia arriba, para levantar su culo de encima de mi regazo, o indicarle a ella que lo hiciera, como así fue. Al levantar ella su cuerpo de encima de mí, pude coger mi pene y colocarlo hacia adelante, con la intención que cuando Miriam volviera a sentarse encima de mi regazo, mi pene quedara entre sus muslos en dirección hacia mí, en lugar de debajo de uno de ellos como había estado hasta ahora. De acuerdo, he dicho que solo quería colocarlo de forma que no fuera molesta y eso es verdad, pero también reconozco que se me pasó por la cabeza la idea de que así podría frotarlo un poco contra los labios vaginales de mi hermana. La idea me excitaba muchísimo, pero eso es lo máximo que pensé hacer, de verdad.
Pero, en lugar de colocar mi pene hacia mí, plano contra mi vientre, lo dejé un poco en vertical, en dirección a la vagina de mi hermana, aunque solo quería hacerlo durante un segundo, para poder frotar la punta contra su vagina, solo un instante, antes de inclinarlo más en dirección a mi cuerpo. Ella hizo descender un poco su cuerpo hacia mi regazo, haciendo que, casualmente o no, su vagina rozara la punta de mi pene. El corazón se me desbocó, y no pude evitar desear introducir un poco la punta, solamente eso, qué importancia tenía a esas alturas? Ella debió pensar lo mismo, puesto que descendió el culo un poco más, moviéndolo un poco para colocar su vagina justo encima de mi pene erecto. Luego solo fue un poco más, yo levanté un poco mi pubis para que mi pene entrara, pero tan solo un poco más; mi hermana descendió más su cuerpo, pero solo un poco más, solo un poco… Sentía una presión contra la punta de mi pene, luego también un poco más abajo, y más, se sentía muy estrecho pero también muy húmedo, y no me costaba nada deslizarme un poco más dentro de ella… Finalmente, el cuerpo de mi hermana volvió a descansar sobre mi regazo, a los dos se nos escapó un pequeño gemido, y por encima de toda la excitación que sentía, un pensamiento muy claro retumbó en mi cabeza:
¡Me estaba follando a mi hermana!
A la hermana con la que había crecido. Con la que tan buenos momentos de charlas, juegos y confidencias había compartido. La que realmente era mi mejor amiga. ¡Estaba follando con ella!
Nos quedamos unos instantes quietos, sin movernos ni hacer nada. Después ella acercó su cara a la mía y volvimos a besarnos, tal y como habíamos hecho hasta ese momento, todo parecía estar igual que hasta hacía unos segundos, salvo por la presión que sentía en mi pene y el pensamiento que no dejaba de recorrer mi mente y que no dejaba de repetirme que estaba penetrando a mi hermana, que tenía mi pene introducido dentro de su cuerpo… Creo que nos quedamos quietos porque ninguno de los dos sabía como reaccionar, o no nos atrevíamos a hacerlo, pero finalmente empezamos a movernos un poco. No soy capaz de recordar si empecé yo moviendo el pubis hacia arriba para que el cuerpo de mi hermana subiera o bajara, o fue ella la que empezó a mover la cintura adelante y atrás. Fuera quién fuera el que empezó, el otro reaccionó al momento, así que no sé quien fue el primero, ni importa en absoluto. Poco a poco fuimos acelerando los movimientos; yo sujeté el culo de Miriam con las manos, y a la vez que se lo acariciaba acompañaba sus movimientos de cintura, ora empujando su culito en dirección a mí, ora tirándolo hacia atrás, ora moviéndolo en círculos.
Ahora sí que mi hermana y yo estábamos follando con todas las de la ley… Seguía escuchando una voz dentro de mi cabeza que se alarmaba porque me estaba follando a mi hermana, pero a medida que nuestros cuerpos unidos se movían, esta voz cada vez lo decía con menos alerta y con más morbo por lo que estaba haciendo… Ambos gemíamos y nos besábamos frenéticamente, lamiendo y mordisqueándonos los labios, metiendo la lengua en la boca del otro, uniendo ambas lenguas, excepto en un instante en que separé mis labios de los de Miriam y colocándolos sobre su mejilla se la besé en varios puntos, cada vez más hacia el lateral de su cara, hasta acabar besándole la oreja, con la cara enterrada entre su pelo. Luego Miriam hizo lo propio, besándome también y lamiéndome la mejilla en dirección a mi oreja, y cuando llegó a ella se dedicó a recorrerla con la punta de la lengua. Conozco muy bien el olor que desprende mi hermana, es una mezcla del gel de ducha, champú y perfume que usa, es un olor muy particular suyo que reconozco desde hace años, un olor que desprende ella, su ropa e incluso su habitación, es agradable pero hasta el momento no era más que eso. Pero en ese momento, teniendo su cuerpo pegado al mío más tiempo de lo que lo había tenido nunca, con su pelo cubriéndome la cara, ese olor me envolvía de una forma más intensa como nunca anteriormente, y además de gustarme por primera vez me estaba resultando cada vez más excitante sexualmente. En combinación con la presión de la vagina contra mi pene, el tacto y el calor del cuerpo de mi hermana contra el mío y su culito desnudo contra mi regazo, su lengua y su aliento cálido haciéndome cosquillas contra mi oído, me provocó un estremecimiento que me llegó hasta los pies y que creí que me iba a hacer estallar.
Ya me sentía mucho más excitado que incómodo por estar practicando sexo con mi hermana. Pero había una cosa que me reconcomía un poco, y es que hasta el momento el sexo se había basado en sentir, tocar, oler, y yo quería ver a mi hermana desnuda, contemplarla mientras le estaba haciendo el amor. Por eso, cuando sentí que apartaba la boca de mi oído, supongo que para volver a besarme en los labios, aproveché y colocando las manos sobre su vientre, la empujé un poco hacia atrás. Ella no ofreció resistencia y echó la espalda hacia atrás, quedando sentada encima de mi regazo con la espalda recta, colocó las manos sobre mis muslos desnudos, y en esa postura continuó moviendo las caderas hacia adelante y atrás, respirando fuertemente y gimiendo flojito, con la vista hacia mi pero mirando por debajo de mis ojos, sin fijar sus ojos en los míos. Por fin pude contemplar bien a mi hermana; por desgracia seguía llevando el vestido, que la tapaba de cintura hacia abajo, pero pude ver sus bonitas tetas bailar al ritmo de sus movimientos de cintura y, sobretodo, pude ver la cara de mi hermana mientras me la follaba. ¡Y cómo me excitó! la conocía de toda la vida, la había visto enfadada, triste, con miedo, riendo, sonriente, y mil expresiones más, pero nunca le había visto la expresión de ese momento, una expresión que yo, como su hermano, nunca debería haber visto. Tenía el pelo sobre la frente un poco húmedo de sudor, las mejillas un poco enrojecidas, la boca medio abierta, y en el rostro mostraba una expresión de placer que nunca le había visto, que me excitó e hizo que la encontrara extremadamente guapa.
Volví a sujetar su culo, me excitó enormemente poder tocárselo mientras la miraba a la cara, y aumenté la fuerza de los movimientos de mi pubis hacia arriba, provocando que Miriam emitiera un gemido, y entonces finalmente me miró a los ojos. Me sonrió, y yo no pude evitar mascullar entre dientes «¡oh Miriam!», y me habría gustado añadirle algo más como «¡te estoy follando, hermana!» o al menos un «¡oh, como me gusta!», pero aunque seguro que lo encontraréis absurdo teniendo en cuenta lo que estábamos haciendo, me sentí incómodo y avergonzado de decirlo en voz alta, y las palabras murieron en mi boca antes de pronunciarlas.
Nos miramos a los ojos unos instantes, sin dejar de movernos ni de gemir, y apartando las manos de su culo las puse sobre sus tetas y empecé a acariciarlas mientras la miraba. Era tremendamente excitante, pero también algo incómodo. Dejé de tocarle las tetas y me decidí a hacer algo que llevaba rato con ganas de hacer. Dirigiendo la vista por debajo de sus pechos, cogí la parte delantera de su vestido, que descansaba sobre mi regazo, tapando nuestras partes íntimas, puesto que me moría de ganas tanto de poder ver finalmente su vagina, como de contemplar mi pene entrar dentro de ella. Le levanté el vestido por delante y miré. Pude ver un poco de vello vaginal de Miriam apretado contra la carne de mi pubis, pero eso fue todo, porque entonces ella volvió a colocar las manos sobre mi pecho, se inclinó de nuevo hacia mí y volvió a unir sus labios con los míos.
La verdad es que me decepcionó un poco que no me dejara mirar su vagina, después que ella sí había podido ver mi pene sin ningún problema, pero la verdad es que estar teniendo sexo mientras nos mirábamos a la cara había sido un poco incómodo, así que entendí sin problema que quisiera volver a hacerlo apretando su cuerpo contra el mío, besándonos y tocándonos pero sin cruzar nuestras miradas. Y eso seguimos haciendo, volví a sujetar y a acariciarle el culo mientras ella incrementaba el ritmo del movimiento de sus caderas hacia adelante y atrás, y yo de vez en cuando impulsaba mi pubis hacia arriba, lo que hacía incrementar el volumen y frecuencia de sus gemidos y la intensidad de sus besos.
Y entonces, Miriam se corrió. En ese momento su lengua estaba lamiendo mi labio inferior y me di cuenta de que estaba teniendo un orgasmo porque me lo mordió pero me lo soltó enseguida para emitir un gemido, y a continuación se abrazó aún más fuerte a mí, enterró su cara contra la mía y con sus labios justo al lado de mi oído pude escuchar cómo gemía más frecuente e intensamente que antes, gemidos que aún crecieron más cuando intensifiqué los movimientos de mis caderas hacia arriba, haciéndola saltar sobre mi regazo, que mantuve un rato mientras ella me gemía al oído y me lamía la oreja con su lengua, y no paré hasta que noté como su cuerpo se relajaba un poco y emitía un gemido más prolongado, que acabó en algo parecido a un suspiro. También dejó de mover su cintura hacia adelante y atrás, y yo, dándome cuenta de que ya había acabado, la eché hacia atrás para que volviera a enderezar la espalda, y la miré. Ya no tenía la expresión excitada que había visto antes; aún tenía las mejillas sonrosadas, pero su rostro mostraba su habitual sonrisa cuando me devolvió la mirada, y ahora que ya no debía sentir la misma excitación que tenía antes del orgasmo mientras estábamos follando, parecía tímida y algo avergonzada. Yo aún me sentía excitado y, en esos momentos, cuando dejamos de movernos y follar, sentí plenamente la presión que la vagina de mi hermana ejercía sobre mi pene, y me di cuenta de lo cerca que me sentía de acabar yo también, y de la situación en la que estábamos, así que no me quedó otra opción que atreverme a hablar por primera vez desde que habíamos empezado a tener sexo.
– Miriam… tengo que salir – le dije simplemente, con poca voz.
Ella levantó las cejas y le cambió la expresión de la cara, mostrando que se acababa de dar cuenta de golpe de la situación en la que estábamos y se levantó de encima de mí antes de que me pusiera a eyacular dentro de ella. Por desgracia no pude ver mi pene salir de dentro de ella, tal y como me habría encantado, debido a que su vestido tapaba la visión, pero sí que sentí de forma maravillosa como la presión de su vagina iba abandonando de abajo a arriba mi miembro, y cuando acabé de salir de dentro de ella la punta de mi pene rozó sus labios vaginales y me produjo unas cosquillas que casi hicieron que eyaculara en ese mismo momento.
Tras levantarse de mi regazo, Miriam se sentó a mi lado en el sofá, con las piernas recogidas hacia atrás. Giré la cabeza hacia ella y nos miramos unos segundos, sonriéndonos pero sin saber qué decir o hacer. Yo aún no me había corrido y me sentía aún muy excitado, con el pene desnudo completamente erecto y brillante y húmedo (por lo que me di cuenta con excitación que tenían que ser los efluvios de mi hermana), y ella aún tenía las tetas al aire. Me pareció que hacía un gesto como para subirse el vestido y taparse pero luego dudó y las dejó al descubierto. Fueron unos segundos de bastante incomodidad, hasta que finalmente ella reaccionó y alargó la mano hacia mi pene. Sentí unas cosquillas muy placenteras cuando me lo sujetó con tres dedos, y aún más cuando empezó a deslizarlos lenta y suavemente a lo largo de todo mi pene. Dirigí la vista hacia mi miembro y la mano de mi hermana, y luego giré de nuevo la cabeza hacia ella y la estuve mirando un rato, pero ella tenía la vista fijada en mi pene y no se volvió hacia mí.
Siguió masturbándome sin mirarme ni decir nada ¿Donde habría aprendido mi hermana a hacerlo tan bien? Yo solía hacerlo usando toda la mano, pero ella tan solo deslizaba las puntas de sus dedos pulgar, índice y corazón y era muchísimo mejor. En ocasiones cuando los dedos llegaban a la punta, antes de descenderlos lo que hacía era subir un poco el pulgar y dibujar un círculo con la yema del dedo sobre el glande, lo que me provocaba un temblor en las piernas que me llegaba hasta los pies. No lo hacía cada vez, lo que era mejor porque cada vez que sentía sus dedos llegar a la punta de mi pene me estremecía de anticipación sin saber si esa vez me acariciaría el glande o no. De nuevo me pregunté dónde y cuándo habría aprendido eso mi hermana…
La primera vez que me lo hizo estuve a punto de eyacular de golpe en ese mismo instante, pero justo después sentí un bajón repentino en mi nivel de excitación. Supongo que fue debido a una mezcla de factores (el cansancio, el alcohol bebido, los nervios, el estrés y la incomodidad de estar teniendo sexo con mi propia hermana, a haberme frenado justo en el momento en que estuve a punto de correrme estando aún dentro de ella,…) pero, aunque seguía estando excitado y con ganas y no tenía ningún problema para mantener la erección, sentí que no podía llegar hasta el punto de tener un orgasmo. Así que me quedé un buen rato quieto, intentando llegar a él, mientras Miriam seguía masturbándome tranquilamente con la vista fijada en mi pene. No es que no lo hiciera bien, al contrario, era la mejor paja que me habían hecho nunca, y eso incluyendo todas las que me había hecho yo mismo, ¡y tenía experiencia de hacía muchos años! Me encantaba como me lo estaba haciendo, usando tan solo las yemas de tres dedos, en contraste a las que yo me hacía usando toda la mano, pero no había manera de acabar y me sentía más lejos del orgasmo que en ningún otro momento desde que empezamos a tener sexo.
Así que, para intentar excitarme un poco más, alargué la mano en dirección al pecho desnudo de mi hermana. Lo hice lentamente y con cautela, porque no sabía si a ella le iba a importar que lo hiciera, al haberle pasado ya la excitación que la llevó a follar conmigo. Pero no reaccionó cuando le puse la mano encima del pecho, ni siquiera me miró (aunque me pareció que sonreía ligeramente), así que empecé a acariciársela y a pellizcarle un poco el pequeño pezón, que aún se mantenía un poco mayor de lo que estaba al inicio) mientras ella, sin decir nada, seguía deslizando los dedos arriba y abajo por mi pene.
En un momento dado me incliné hacia Miriam y, sacando la lengua, le lamí el pecho izquierdo, que es el que tenía más accesible ya que ella se encontraba sentada en el sofá a mi derecha, mientras ella seguía masturbándome sin inmutarse por lo que le estaba haciendo. Le lamí el pezón durante un rato, pero la posición inclinado hacia ella no me resultaba demasiado cómoda, de manera que volví a acomodarme en el sofá con la espalda recta y volví a acariciarle las tetas con la mano. Y así seguimos otro rato más, y yo seguía sin poder alcanzar el punto de poder correrme. Para variar un poco, e intentando excitarme más, quité la mano del pecho de Miriam y la coloqué encima de su muslo. La deslicé arriba y abajo, acariciando la suave piel de su pierna, y luego poco a poco la fui subiendo, hasta meterla por debajo de su falda, en dirección a su vagina, con la intención de tocársela de nuevo (y luego levantarle la falda y finalmente poder verla). Llegué a tocar la separación entre sus labios vaginales con las yemas de los dedos, pero a esto mi hermana sí reaccionó, y al sentir mis dedos cerró un poco las piernas y echó el culito un poco hacia atrás. Al notar su incomodidad, retiré rápidamente la mano.
Aunque me molestó un poco que no me dejara tocar y mirar su vagina cuando ella tenía desde hacía rato mi pene desnudo en su mano, no quería hacer nada que molestara o hiciera sentirse incómoda a mi hermana. Pero reconozco que no era solo porque me preocupara por ella. También había una parte de egoísmo, porque no quería que se sintiera incómoda por estar masturbándome y dejara de hacerlo antes de poder acabar yo… Pero por suerte cuando retiré la mano volvió a comportarse como antes, pero giró la cabeza hacia mí para agradecerme el detalle con una sonrisa y yo, siguiendo un impulso súbito, acerqué mi cara a la suya. Estaba preparado para echarme atrás si ella reaccionaba igual que al intentar tocarle la vagina, pero en esta ocasión no lo hizo y nuestros labios entraron en contacto. No fue un beso tan apasionado como los que nos dábamos cuando estábamos teniendo sexo, pero mantuvimos los labios unidos durante unos segundos y, cuando saqué la lengua para lamérselos, encontré la suya saliendo también de su boca, y durante un momento mantuvimos las dos puntas entrelazadas. Finalmente mi hermana echó la cara hacia atrás, me miró a los ojos unos instantes mientras me sonreía, y luego sin decir nada volvió a fijar la mirada hacia mi pene, que no había dejado de masturbar en ningún momento.
Así que volví a poner mi mano sobre su pecho, ya que antes no me había puesto impedimento a que le hiciera esto, y durante otro rato, desconozco completamente cuanto, le fui acariciando suavemente el pecho y el pezón, mientras ella seguía haciéndome la paja. La situación me gustaba, y quizá con otra chica simplemente hubiera disfrutado todo el rato que hubiera podido aguantar, pero estar con mi hermana en silencio, con mi pene al aire se me hacía cada vez más tenso e incómodo. Imaginé que para ella tener el pene de su hermano en la mano y estar con las tetas al aire le causaría una sensación similar, y que sería por eso tenía la vista fijada en mi pene y apenas me miraba, así que intenté acabar lo antes posible, pero ya sabréis que obsesionarse con eso lo único que consigue es que tardes aún más en llegar. Así que finalmente, aunque decirle algo a mi hermana en voz alta me producía un extraño sentimiento de vergüenza, me vi en la obligación de decirle algo.
– Miriam – le dije sin apenas alzar la voz – si te cansas…
– Tranquilo, no pasa nada – contestó ella al cabo de un segundo – ¿No puedes acabar?
– ¿Eh? Sí, sí – contesté – Pero… si te cansas, para un rato…
– Entonces tranquilo, estoy bien – contestó ella, y no se giró a mirarme pero vi que me sonreía.
Ya no nos dijimos nada más y continuamos como hasta el momento, yo acariciándole las tetas, ella haciéndome la mejor paja que me habían hecho hasta el momento, ya que desde hacía un rato, además, cuando su mano llegaba a la base de mi pene, antes de volver a subir deslizaba los dedos hacia abajo y me acariciaba también los testículos. Visto a posteriori, me alegro de no haberme corrido enseguida y haber podido disfrutar de tanto rato de placer…
Y por fin, finalmente, sentí esa sensación tan familiar que me anunciaba que iba a correrme en breve.
– Miriam, voy a acabar… – le dije.
No lo hice porque me diera morbo decirlo en voz alta, que me lo daba pero la vergüenza de hacerlo era superior, solo quería avisar a mi hermana para que pudiera apartar la mano, coger un papel o trapo, o lo que quisiera, no quería que se molestara por eyacular en su mano sin avisar.
– Vale – contestó simplemente.
Sin inmutarse ni moverse, lo único que hizo fue cambiar la posición de la mano. Puso la palma ahuecada encima de la punta, como haciendo una cazoleta, o un paracaídas encima del pene con sus dedos verticales hacia abajo como si fueran las cuerdas, y siguió masturbándome. Estiraba y doblaba los dedos para deslizar las yemas sobre mi miembro, y cuando los estiraba y me tocaba lo más abajo del pene que podía, me rozaba la punta con la palma de la mano, y entonces movía esta en círculos provocándome unas cosquillas en el glande que me hacían temblar las piernas. Me pregunté una vez más, ¿cómo, cuándo, dónde había aprendido mi hermana a hacer eso?
No aguanté más de tres o cuatro veces las increíbles caricias de la mano de mi hermana sobre mi glande, y finalmente una sensación de calor y temblor invadió mi cuerpo.
– Ya voy, ya voy… – dije entre dientes, esta vez más para mí que para que ella me escuchara.
Y por fin me corrí. Solté un gemido y expulsé mi semen contra la mano de mi hermana, que no solo no la apartó sino que mantuvo la forma de cazoleta y aún cerró más los dedos, atrapando mi glande dentro de su mano dejando que eyaculara dentro de ella sin que el semen se saliera, mientras continuaba moviendo los dedos sobre el tronco de mi pene durante toda la duración de mi orgasmo. Cuando la oleada de placer desapareció mi hermana y yo nos miramos a la cara sonriéndonos, y ella mantuvo aún unos momentos la mano envolviendo mi pene, recogiendo todo mi semen en ella salvo unas pocas gotitas que habían caído sobre mi pubis. Cuando finalmente apartó la mano, girándola para que quedara la palma hacia abajo y no se derramara el semen, vio que en la punta del pene asomaba una gota, y sin dudarlo ni pensárselo pasó su pulgar por encima para limpiarla, lo que me excitó y encantó.
Después de esto Miriam se levantó del sofá, y de espaldas a mí se agachó para recoger de la mesilla auxiliar un trapo que habíamos dejado por si derramábamos algo de líquido con las bebidas que nos habíamos tomado antes de que todo empezara, y con él se limpió la mano. Luego se puso bien el vestido, subiéndose la parte de arriba para taparse los pechos y bajándose un poco la falda para taparse bien por detrás, y al acabar se giró hacia mí. Yo me había quedado mirando embobado como mi hermana se limpiaba mi semen de la mano y acababa de vestirse, y a ella se le notó claramente su sorpresa en la cara cuando al girarse me encontró con mi pene aún erecto frente a ella, desnudo y brillante por mi semen derramado, pero también por sus propios efluvios.
– ¿Pero aún no te has vestido? – preguntó de una manera que se notaba que lo había dicho sin pensar.
Y entonces sentí más vergüenza de la que había sentido en ningún momento, desde que mi hermana me bajara los pantalones y sacara mi pene de los calzoncillos por primera vez, así que reaccionando torpemente me subí pantalones y calzoncillos y tapé mis partes íntimas lo más rápido que pude, sintiendo la mirada de mi hermana sobre mí. Cuando me hube vestido, Miriam emitió una corta risa alegre, como de burla, me sonrió y vi que tenía la intención de darse la vuelta e irse. Entonces, sin pensarlo, por fin me atreví a pedirle algo en voz alta. Lo hice siguiendo un impulso súbito, sin pensarlo dos veces, porque lo que sucedía es que desde que vi a mi hermana vestirse no podía dejar de pensar en que, aunque me la había follado, no la había visto desnuda, solo las tetas. Al haberlo tenido tan cerca, ese antiguo deseo juvenil de verle la vagina a mi hermana había crecido intensamente, lamentaba no habérsela podido ver y sabía que era la última oportunidad, que cuando ella se fuera seguramente no volvería a tener otra ocasión para que me la enseñara, ya que lo que acababa de suceder entre nosotros esa noche era algo que no se volvería a repetir.
Por eso, cuando me di cuenta que Miriam pensaba retirarse, superé la vergüenza que me daba y sin pensarlo hablé. Se lo dije de manera muy distendida, como si se lo pidiera porque lo encontraba justo pero realmente no me importara demasiado verla o no. Por alguna razón, me daba vergüenza que mi hermana supiera que tenía muchas ganas de verla desnuda, no sé por qué…
– Oye, pero no vale, tú me has visto pero yo no te he visto a ti…
Era obvio que, al no sentir ya la excitación del momento en que estábamos teniendo sexo, quizá haberse arrepentido de lo que habíamos hecho, y habernos vestido, ella no iba a desnudarse otra vez para que yo la viera. Lamentaba profundamente no haberme atrevido a pedírselo mientras estábamos teniendo sexo, haberle quitado el vestido igual que le había quitado las braguitas, y haberla así podido ver completamente desnuda. Por haberme dado vergüenza había perdido la oportunidad y ya nunca volvería a tener otra. No solo eso, además cada vez que estuviera con ella me moriría de vergüenza al pensar como ella sí me había visto y tocado el pene durante tanto rato, ya que mientras pensaba esto cada vez iba sintiendo más… Se lo pedí sin esperanza alguna de que me enseñara su intimidad, pero era la última oportunidad y arrepentirse luego de no habérselo pedido era mucho peor que arrepentirse de no haberla visto…
Miriam volvió a girarse hacia mí y se me quedó mirando durante unos segundos sin decir nada, con una expresión que mostraba que estaba dudando qué hacer. Supuse que estaba pensando de qué manera decirme que no iba a desnudarse delante de mí sin que me molestara o me sintiera dolido. Y entonces, cuando ya estaba a punto de levantarme porque me había quedado claro que no iba a hacerlo, mi hermana se cogió el borde del vestido y de un tirón rápido hacia arriba como si hubiera decidido no pensarlo más y hacerlo antes de que le diera más vergüenza (días después hablando me confesó que había sido exactamente así) se subió la falda hasta la altura del ombligo.
Me quedé petrificado, inmensamente sorprendido de lo que acababa de hacer mi hermana, ya que en ningún momento había creído que pudiera hacerlo de verdad… Por fin, por fin estaba viendo la vagina de mi hermana, por fin sabía como era, y era tal y como me la había imaginado cuando se la había tocado mientras teníamos sexo. Estaba embobado, con la vista fija en la vagina, fijándome en todos los detalles, como si fuera la primera vez que veía una. La encontré preciosa, los labios eran pequeños y bien formados, completamente cerrados, tal y como más me gustan a mí (no me gusta demasiado cuando los labios interiores sobresalen de los exteriores, manías mías). La piel se veía suave (tal y como ya había comprobado antes), sin un solo pelo, y tan solo en la parte superior, sobre el monte de Venus, tenía una pequeña zona bien cuidada con un poco vello negro muy corto. No sé durante cuánto tiempo la pude estar mirando, se me hizo largo y corto a la vez, y entonces mi hermana, aún sujetando la falda en alto, se giró como una bailarina y me enseñó su culo. Mientras escribo este texto he caído en que, en realidad, ella no ha visto el mío, así que no tenía por qué enseñármelo, pero creo que debió girarse por la incomodidad que sentía al estar yo mirándola embobado sin siquiera pestañear… No tenía tanta ansia por ver su culito como la tenía por verle la vagina, ni tenía tanta curiosidad porque ya tenía una idea bastante buena de como era tras haberla visto tantos años llevando bikini (aunque nunca la había mirado de la manera con que la miraba ahora), pero tras haberle tocado y acariciado el culo durante tanto rato, me gustó mucho poder vérselo ahora completamente desnudo.
No puedo decir que era un culazo, ya que como he descrito mi hermana es una chica más bien delgada y con pocas caderas, pero sí tenía las suficientes curvas en la cadera para resultar atractiva, y el culito a pesar de ser pequeño era redondo y respingón y lo encontré muy bonito al verlo al natural, y me alegré de que me lo hubiera enseñado después de haberlo podido tocar tanto rato. Al cabo de unos segundos Miriam volvió a darse la vuelta y a quedarse de nuevo frente a mí. Volví a contemplar su bonita vagina pero solo durante unos pocos segundos, puesto que al poco Miriam se bajó la falda y cuando acabó de colocársela correctamente me miró a los ojos, me sonrió de oreja a oreja soltando una risita que pareció nerviosa o tímida, me guiñó un ojo y se dio nuevamente la vuelta. Se agachó para recoger sus braguitas del suelo, y con ellas en la mano y sin mirarme dijo que se iba a lavar bien y se fue del comedor.
Yo me quedé sentado en el sofá aún un rato, con la cabeza hecha un lío intentando asumir lo que acababa de pasar. Finalmente, sin saber aún qué pensar de todo me levanté, recogí vasos y botellas y el trapo con el que mi propia hermana se había limpiado mi semen de su mano y fui a la cocina. Lo dejé todo allí, eché el trapo a lavar, bebí un poco de agua y justo cuando me dirigía a mi habitación, mi hermana salió del baño y nos encontramos en el pasillo estrecho. Nos miramos y nos sonreímos, pero ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Lo cierto es que con el sueño que tenía y los restos del alcohol en mi cuerpo, lo que habíamos hecho se veía irreal, como si hubiese sido un sueño, aunque vi que mi hermana aún sujetaba sus braguitas negras en la mano y me dije que no, que todo había sucedido de verdad… Nos dirigimos juntos hacia nuestras habitaciones, que tienen la puerta una enfrente de la otra al final del pasillo, y allí tan solo mascullamos un «buenas noches» sin mirarnos a la cara, y cada uno se encerró en su propia habitación.
TRES
A pesar del cansancio acumulado y de la hora que era, no pude dormirme hasta bien entrada la mañana. No podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado, y de pensar en las implicaciones que llevaría. Mi cerebro y mi corazón parecían montañas rusas. Había momentos en que me deleitaba recordando lo que habíamos hecho, rememorando las sensaciones que había sentido al besar, tocar y penetrar a mi hermana, recordando el calor y el olor que desprendía su cuerpo, tratando de recordar hasta el último detalle de lo que habíamos hecho, lamentando no haber hecho alguna cosa más en algún momento concreto. Pero de golpe me sentía culpable por haber hecho lo que había hecho con mi propia hermana y por sentirme excitado mientras lo recordaba, me decía que no estaba bien sentir eso por mi hermana y más con la fantástica relación que teníamos, me preocupaba por como iba a mirarla a partir de ahora, si lo que habíamos hecho iba a romper nuestra relación. Después volvía a excitarme recordando los momentos vividos, e incluso fantaseaba con hacerlo otra vez, imaginando escenas y situaciones, o recordaba momentos pasados que había pasado con ella pero fantaseando que acababan de forma distinta a como lo habían hecho y teníamos sexo, o recordaba a mi hermana en momentos en que la había visto en bikini o pijama corto y ahora, tras haberla visto desnuda, la recordaba de forma distinta a como la había mirado en esas ocasiones… Deseaba volver a verla desnuda, incluso en algún momento se me pasó por la cabeza la idea de levantarme de la cama, ir a su habitación, y pedirle si quería tener sexo otra vez…
Después me volvía a preocupar por las consecuencias de lo que habíamos hecho. ¿Que estaría pensando mi hermana de lo que habíamos hecho? ¿Se arrepentiría? ¿Me vería distinto a partir de ahora, ya no sería su mejor amigo, su confidente? ¿Se rompería nuestra buena relación, nos distanciaríamos, no querría volver a hablar conmigo nunca más? ¿Se lo contaría a alguien, y se sabría lo que habíamos hecho? ¿La habría forzado a hacer algo que en realidad no quería hacer, y ahora se estaba arrepintiendo y culpándome a mí? Rememoraba todo lo que habíamos hecho, y estaba convencido de que todo en lo que yo había tomado la iniciativa había sido correspondido por ella, y que cuando hice algo que a ella pareció no gustarle me había echado atrás pero, ¿habría habido algo que no me había dado cuenta que no le estaba gustando? Como ejemplo de lo inseguro que me sentía cuando pensaba así, ella misma se había acabado de quitarlas braguitas, por lo que no debió molestarle que yo empezara a hacerlo, pero en esos momentos de duda lo veía distinto y me llegaba a preguntar si en realidad ella había intentado frenarme y había sido yo quién la había forzado a quitárselas… Un par de veces estuve a punto de levantarme e ir a su habitación a preguntarle como se sentía y a disculparme, después me echaba atrás porque me daba vergüenza verla y hablar con ella después de lo que habíamos hecho. Entonces me decía que ya lo hablaríamos al día siguiente cuando hubiera pasado algo de tiempo, y más tarde me decía que era imposible que ni al día siguiente o nunca me atreviera a hablar con ella de lo que había pasado, que lo mejor era disimular y hacer ver que no había pasado nada, luego me decía que eso era un error y que no podríamos volver a tenernos la confianza que teníamos si no hablábamos claro de lo que había pasado…
Había momentos en que me decía que lo que había pasado había sido debido a lo bien que nos lo pasábamos juntos y al alcohol bebido, y que tenía que ser cosa de una sola vez, pero luego me decía que si lo habíamos hecho una vez ya y nos había gustado, por qué no repetirlo y disfrutar más veces? Por fin había conseguido ver la vagina de mi hermana, lo que de adolescente me habría gustado hacer, pero aunque me recreaba en el recuerdo de cuando la estaba mirando, me sentía más frustrado que alegre de haberlo conseguido. Porque la había visto, sí, pero un poco lejos y sin haberla tocado. Mi hermana me había tocado y chupado el pene, y lo había tenido frente a su rostro un buen rato. Habérsela visto estaba genial, pero me sabía a poco; quería tenerla delante de mi rostro, tocarla, abrir esos bonitos labios que tan cerrados estaban e introducir mi lengua dentro, saber si olía igual que el conocido aroma que desprende mi hermana, qué sabor tendría… Imaginé como podría pedírselo, decidí que la mejor manera era hacerlo tal como le había pedido que me la enseñara, diciéndole simplemente que ella me lo había hecho a mí. Imaginaba que aceptaría enseñármela de nuevo, ¿por qué no lo iba a hacer? Eso no quería decir que volviéramos a tener sexo, era tan solo poder verla más de cerca, y lamérsela un poco, pero si luego esto nos llevaba a querer tener sexo de nuevo, pues bienvenido sea. Después volvía a decirme que lo correcto, y lo mejor para nuestra relación, era no volver a hacerlo nunca más, así que mejor que no le pidiera nada y renunciara a volver a verla desnuda una vez más. Y así de confusa tenía la cabeza hasta que, cuando el sol ya hacía mucho que había salido, por fin me dormí.
Cuando me desperté ya casi era mediodía, pero aún así me quedé un buen rato en la cama, dando vueltas y volviendo a pensar en todo. Tras el sueño veía algunas cosas un poco distintas, pero seguía alternando entre recordar lo sucedido con excitación y fantasear con hacerlo de nuevo, con la preocupación y el remordimiento. Escuché a Miriam levantarse e ira la cocina, y sabía que lo mejor era levantarme también e ir a hablar con ella, pero me veía muy inseguro, incapaz por vergüenza de mirarla a la cara y hablar de lo que habíamos hecho, prefería esperar a ver si se iba y no verla en todo el día… Pero también tenía ganas de verla, y me excitaba ligeramente la idea de hablar con ella de lo sucedido. Me sentía culpable por si había hecho algo que ella no quería hacer, pero ahora tenía la mente más clara que antes de dormir y también recordaba que había sido ella la primera que se había lanzado. ¿Y si ella me preguntaba si lo quería hacer otra vez? ¿Me gustaría hacerlo? Estaba claro que sí, y también estaba claro que era preferible que no. Al final me decidí que lo mejor era dejar de dar vueltas al asunto y enfrentarme con lo que fuera que sucediera (y además, necesitaba ir al baño con urgencia). Así que me levanté de la cama, y previo paso por el baño (donde me demoré todo lo que pude), fui hasta la cocina.
Miriam estaba de espaldas a mí, preparándose el desayuno. Llevaba puesto un pijama corto que consistía en una camiseta de tirantes de color blanco y pantalones muy cortos de color rosa pálido. La había visto mil veces llevar ese pijama, muchas veces estando sentado en su cama o la mía charlando o jugando a algún juego, pero nunca había pensado que le quedaba tan sexy como lo pensaba en ese momento. Me fijé en la forma de su culito por debajo de la ropa del pijama, y la imagen que me vino a la memoria de ese mismo culito sin nada de ropa que lo tapara me asaltó la mente y me provocó una pequeña erección, que traté de hacer bajar. Antes de que se diera cuenta de mi presencia le dije «buenos días, Miriam» y entonces se giró hacia mí. Me sonrió al verme, lo que me pareció una gran noticia y me alivió bastante, así que le devolví la sonrisa y nos quedamos un rato mirándonos y sonriéndonos, pero sin atrevernos a decir nada.
– ¿Como estás? – le pregunté.
– Bien… ¿y tú? – me contestó.
Fue una respuesta muy escueta, con voz tímida, mirando hacia abajo, sin atreverse a fijar la mirada en mis ojos, pero mantuvo una sonrisa todo el rato y eso me animó muchísimo. Después de hacerle la pregunta me había quedado aguantando la respiración, aterrorizado por si se echaba a llorar de pena y culpa por lo que habíamos hecho, o me insultaba por haberla tocado y penetrado, o me decía que no quería verme ni hablar conmigo porque se arrepentía enormemente de lo que habíamos hecho. Pero ese sencillo «bien» y su sonrisa hicieron que mi corazón botara de alegría. Era evidente por su cara que se sentía tan confundida como estaba yo, pero no parecía estar tremendamente arrepentida, ni me odiaba.
– Bien – contesté, y nos habríamos podido quedar un buen rato mirándonos callados, así que tuve que decidirme y seguir hablando, y preguntarle lo que tanto había rondado por mi cabeza cuando daba vueltas en la cama
– ¿Cómo te sientes? Por lo que hicimos… – me costó pero añadí esto último para dejar de dar vueltas al asunto, y hablarlo claro.
– Bien… No sé, es raro, no tendríamos que haberlo hecho, pero no sé… Pero estuvo bien, no pasa nada… ¿A ti te gustó?
En realidad Miriam se enredó un poco más hablando de lo que he puesto por escrito, pero acabó haciéndome esta pregunta directa, que no me dejaba escapatoria y tenía que contestarla claro. Pero me sentía muchísimo mejor y totalmente liberado. Tras haberle dado tantas vueltas a como se sentiría por lo que habíamos hecho, si se arrepentiría, ahora veía que me decía que estaba bien, y me sentí profundamente aliviado.
– Sí, mucho – me atreví a contestarle – Pero me siento… bueno, que no sé como sentirme, pero me preocupaba que tú, que te sintieras mal…
– Tranquilo, no pasa nada – levantó la vista y nos miramos a los ojos, y amplió su sonrisa – A mí también me gustó…
– ¿De verdad no hice nada que te molestara, o no quisieras?
– Qué va, tranquilo… si además creo que empecé yo, ¿no? – contestó ella medio riendo.
– Pues no lo quería decir, pero la verdad es que sí – me atreví a bromear.
Nos reímos, y esa risa fue absolutamente balsámica. Me sentía (y luego supe que ella se sentía igual) como si me hubiera sacado un peso de encima, y ahora que le había preguntado lo más importante, tenía muchas ganas de seguir hablando con ella, dejar atrás el miedo a que nuestra fantástica relación no volviera nunca a ser como había sido. Cogimos el desayuno y nos sentamos en dos sillas en la mesa de la cocina a desayunar y seguir charlando (durante toda la vida estando solos hemos desayunado sentados en el sofá, pero ese día, sin ponernos de acuerdo, los dos nos sentamos en las sillas de la cocina, creo que a ambos nos daba reparo ir a hablar sentados en el sofá donde la noche anterior habíamos sido algo más que hermanos…).
Hablamos un buen rato de como nos sentíamos. Después de lo que había sufrido pensando que mi hermana pudiera odiarme por lo que le había hecho me hizo gracia descubrir que ella había estado pensando lo mismo, que sentía que todo había pasado por culpa suya por empezar bajándome los pantalones, y se preguntaba que qué pensaría yo de ella y si podría volver a mirarla a la cara. Así que una vez nos tranquilizamos mutuamente pudimos hablar con la confianza de siempre de lo que había pasado y como nos sentíamos. Pero no entramos en detalles de lo que habíamos hecho; aunque en algunos momentos tuve ganas de hacerlo, contarle lo que me había gustado de su cuerpo y de tener sexo con ella, y saber lo que pensaba ella, no me sentía aún cómodo para ello, y tampoco Miriam entró en esos temas.
Después del desayuno no volvimos a hablar de ello. En el tiempo que pasamos juntos en casa durante el día actuamos como habríamos hecho normalmente, y me sorprendió y alivió que no se me hacía incómodo estar con mi hermana y hablar con ella después de habernos visto desnudos y haber tenido sexo. Por suerte no se cumplieron los temores que tenía, y parece que vamos a poder seguir teniendo una relación normal después de lo sucedido.
Durante los siguientes días actuamos como siempre y no volvimos a sacar el tema. La única diferencia es que, aunque intente no hacerlo, no puedo evitar fijarme en el cuerpo de mi hermana de una manera que antes no hacía. Intento hacer caso omiso a ello, pero en ocasiones, sobretodo cuando la veo en pijama corto de verano, no puedo evitar fijarme en su culito y recordar cuando lo vi desnudo, o las tetas que vi y chupé, y el primer día que estaba sentado en su cama, ambos en pijama, jugando a un juego, ella tenía las piernas cruzadas a lo indio sobre la cama y al ver sus piernas desnudas con el pantalón que apenas le tapaba sus partes íntimas, recordé cuando me enseñó su vagina y pensar que la tenía tan cerca de nuevo me produjo una erección que me costó ocultar, y a punto estuve de seguir el impulso que tuve y pedirle si me la enseñaba de nuevo…
Pero, salvo estos momentos puntuales, seguimos teniendo la relación que teníamos antes. En las semanas posteriores volvimos a hablar un poco del tema en ocasiones, siempre sobre la parte sentimental, preguntando y comentando como nos sentíamos tras haberlo hecho, pero sin mencionar detalles de lo que habíamos hecho. No sé si ella no lo hacía porque esperaba a que yo diera el primer paso, o porque no se sentía cómoda hablando de eso conmigo, y yo tampoco me decidía a hacerlo. No es que no tenga ganas de hablar libremente de como me la chupó, como follamos, como me abrazó y besó cuando se corría, como me corrí yo en su mano, o simplemente decirle que me había encantado verla desnuda y que su vagina era la más bonita que había visto y que con lo estrecha que es me había encantado penetrarla… Cuando escribo esto, aún no hemos hablado libremente de los aspectos más sexuales de lo que hicimos esa noche, pero hace poco sí le dije algo.
Estábamos en el sofá viendo una de las series que miramos juntos en la TV. Al finalizar el capítulo le pregunté a mi hermana si le apetecía ver otro, y ella mientras se levantaba del sofá y se agarraba la cintura dijo que sí pero que le diera un par de minutos de descanso que «tenía el culo cuadrado» de tanto rato de estar sentada. Las palabras aparecieron solas en mi boca y por un impulso de excitación, sin pensarlo dos veces, le respondí «y eso que lo tienes muy blandito». Puede no parecer un comentario demasiado sexual, pero claramente estaba mencionando el hecho de que yo le había tocado el culo, y era la primer vez que comentábamos algo tan explícitamente. Al acabar me arrepentí de haberlo hecho, por si ella se molestaba o incomodaba, pero mi hermana no pareció darle ninguna importancia a lo dicho y sonriendo me contestó simplemente «sí, tú ya lo sabes bien». Y nada más, se sentó de nuevo y vimos un capítulo más, pero por mi parte le presté poca atención ya que no podía dejar de pensar en si la reacción de mi hermana significaba que no habría problema en hablar un poco más de lo que habíamos hecho hasta entonces.
Como he dicho, no hemos llegado a conversar con detalles explícitos de lo que hicimos esa noche, al menos de momento. Pero ese comentario fue como si abriera la veda, y al ver que ninguno de los dos se sentía incómodo al hacerlo lo he hecho en alguna ocasión más, ya que me produce un pequeño pinchazo de excitación hacer este tipo de comentarios, y también Miriam los ha hecho en algún momento. Siempre han sido solo comentarios sin nada sexual de forma explícita, aunque implícitamente estaba muy claro a qué se referían. Por ejemplo, en otra ocasión jugando a un juego en el que yo estaba demorando mucho pasarle el turno, ella me comentó, como si tal cosa «parece que eres lento en acabar en todo», y yo para defenderme aclaré que era culpa del alcohol y los nervios, provocando su risa. O yo, en otra ocasión, estando sentados en el sofá en pijama, charlando un rato antes de irnos a dormir, hice una mueca porque tenía una pequeña llaga en el labio inferior y me dolía al hablar, ella me preguntó qué me pasaba y le contesté que aún me dolía de tanto que me lo habían mordido, sin decir directamente que había sido ella pero dejándolo bastante claro, a lo que ella contestó simplemente «vaya, pobre, lo siento», dando a entender que lo había pillado…
Tan solo unos pocos comentarios de este estilo, y nada más allá. Gracias a ellos un día me sentí cómodo para decirle que me había extrañado que se volviera a desnudar al final para que le pudiera ver, y ella me contestó simplemente que yo tenía razón, que era justo que yo también la pudiera mirar, pero me confesó que le había dado mucha vergüenza y por eso lo había hecho por impulso sin pensarlo dos veces, tal y como yo había pensado en ese momento. Pero no me atreví a preguntarle ninguna otra cosa de las que me habría gustado, por ejemplo que como había aprendido a hacer tan bien las pajas o a chuparla tan bien. Cuando hemos hablado de como nos sentíamos yo siempre me he mostrado preocupado por como podía sentirse ella, por si se arrepentía de haberlo hecho conmigo, pero el último día me dijo algo que me alegró e hizo que definitivamente haya dejado de preocuparme. Cuando me dijo por enésima vez que estaba bien, que no se sentía mal, que no me preocupara, le respondí que lo hacía porque ella es mi hermana pequeña, y ella me contestó que no le gustaba que pensara así, que al final para ella yo soy más su mejor amigo que un hermano mayor, y que lo que pasó «fue solo sexo» y ya está. Le contesté que ella para mí también era sobretodo mi mejor amiga, y desde ese día me quedé mucho más tranquilo.
Ahora bien, el tema que queda en el aire es evidente: ¿lo haremos otra vez? La respuesta lógica es que no. No lo hemos dicho específicamente, pero hablando los dos hemos dejado claro que fue una cosa que pasó una vez siguiendo un impulso, y ya está. Claramente lo aconsejable es dejarlo aquí, y continuar con nuestra relación de siempre de grandes hermanos y mejores amigos. A veces pienso que bueno, si lo hemos hecho una vez y no ha pasado nada, ni ha estropeado nuestra relación, ya no pasa nada por hacerlo alguna otra vez, ¿verdad? Pero sé que no, aunque una vez no haya dañado nuestra relación, hacerlo más veces es peligroso. Cuando estoy en la cama, antes de dormirme o tras despertarme, a veces fantaseo con hacerlo otra vez con ella. Imagino escenas y lugares donde lo hacemos a escondidas, o bien recuerdo situaciones vividas en las que, en mi mente, acabamos teniendo sexo. Me excito imaginándola desnuda (¡recordándola, en realidad!), y después no puedo quitarme de encima el sentimiento de culpabilidad por estar pensando eso de mi propia hermana.
La pregunta que me hice a mí mismo durante un tiempo era: ¿quiero o no quiero tener otra vez sexo con ella? La respuesta, en algunos momentos, es que sí que me gustaría. Total, si ya lo hemos hecho una vez y no ha pasado nada, ni ha estropeado nuestra relación, no pasa nada por hacerlo alguna otra vez, ¿verdad? Entonces imagino escenas y lugares donde lo hacemos a escondidas, o bien recuerdo situaciones vividas en las que, en mi mente, acabamos teniendo sexo. Pero después, en otros momentos, me siento culpable por pensar así de mi propia hermana, y me repito lo más razonable, que aunque lo que pasó estuviera bien, hay que olvidarlo y dejar de pensar de esta manera. Pero luego cuando veo a mi hermana sonriendo, en pijama, no puedo volver a verla como lo hacía antes de esa noche, y la encuentro guapa y me fijo en su cuerpo de una manera que no debería.
Pero la respuesta definitiva a esa pregunta me la di una noche que no podía dormirme. De repente se me ocurrió una pregunta: si ella me pedía volver a tener sexo, ¿le diría que sí? Porque caí en que solo me había preguntado por lo que yo quería, no por lo que querría ella. Y no tuve ninguna duda en que, si me lo proponía, aceptaría sin dudar. Sé qué no debería hacerlo, pero también sé perfectamente que no dudaría nada en decirle que sí. Así que la respuesta es clara: sé muy bien que no tenemos que hacerlo, y también sé que en el fondo sí me gustaría hacerlo. Y de momento esta es la situación. Cuando estoy con mi hermana nos tratamos como hacíamos antes, a pesar de que no puedo evitar momentos en que le miro el cuerpo y recuerdo cuando lo vi desnudo, y me gusta hacerlo, y cuando estoy solo confieso que a veces fantaseo que tenemos sexo de nuevo, y confieso que algunas veces me he masturbado imaginando que estaba follando con ella. La primera vez que lo hice me resultó algo perturbador, me sentí mal por pensar en mi hermana mientras me daba placer, y no lo volví a hacer en bastantes días, pero luego no pude evitar hacerlo otras veces, y ya me siento más excitado que incómodo…
Y como tengo estos nuevos sentimientos, y estoy seguro que Miriam también sentirá algo parecido, realmente no estoy seguro de que en el futuro no vuelva a suceder nada. Aunque ahora mismo estemos ambos seguros de que lo mejor es no volver a hacer nada parecido, no veo tan improbable que algún día pueda suceder alguna situación que nos lleve a hacer lo mismo otra vez. A medida que pasa el tiempo cada vez nos sentimos más cómodos para hablar de lo que sucedió, ahora mismo hacemos bromas inocentes, pero mi hermana y yo siempre hemos hablado de todo sin complejos con total confianza, y seguro que algún día nos encontraremos hablando con detalle de lo que nos hicimos el uno al otro esa noche, y si al hacerlo me siento un poco excitado, ¿le diré a Miriam lo que pienso que sería justo que ella me dejara verle mejor la vagina, tal como ella vio mi pene? ¿Y si me dice que vale, le miraré y tocaré la vagina, o haremos alguna cosa más? ¿Y si le digo que me encantó penetrar su estrecha vagina, y ella me pregunta si quiero hacerlo otra vez? Porque estoy centrado en lo que yo quiero y pienso de ella, pero no olvido que a fin de cuentas, es ella quien lo empezó todo, así que ¿y si ella también se está debatiendo entre volver a hacerlo o no, y un día decide que por qué no?
La cuestión es que cuando escribo estas líneas es la última semana de julio, y mañana ya es agosto.
La semana que viene, tal y como hacemos todos los meses de agosto desde que éramos niños, vamos a pasar las vacaciones al pueblo de nuestro padre. Una prima suya tiene una casa muy grande (son dos casas en realidad, unidas por el interior), y la segunda casa la reformó para invitados, y durante el mes de agosto estamos nosotros solos. Vamos al pueblo con nuestros padres y ellos se vuelven a la ciudad en una semana o diez días, y el resto del mes nos quedamos mi hermana y yo solos. Allí conocemos a gente, vamos a fiestas a pueblos cercanos, pero también pasamos solos más tiempo del habitual haciendo excursiones, pasando horas en la piscina, jugando a juegos de mesa, charlando, etc. Así que durante más de la mitad de agosto, Miriam y yo estaremos solos en una casa en dos habitaciones que están una al lado de la otra. Pasaremos muchas horas a solas, la veré en bikini, y seguro que acabaremos hablando más confiadamente que ahora, seguro que estaremos muchas horas solos, iremos de fiesta… Así que no sé lo que pasará. Sigo con la intención de que no pase nada, sé que es lo mejor, pero soy sincero y sé que si se da la ocasión, no puedo estar seguro de que sea capaz de evitar que pase algo.
Esto es lo que sucedió hace unos meses con mi hermana, una noche en que salimos de fiesta. Quería ponerlo por escrito de forma breve pero al ir poniendo pensamientos y sentimientos sobre el papel ha salido bastante más largo de lo que quería… He querido escribir esta experiencia porque siento la necesidad de contar a alguien lo que sucedió, y lo que siento al respecto. Pero hacerlo me ha sido muy útil, me ha ayudado a poner en orden mis pensamientos y sentimientos, y ese es el motivo por el que me he acabado explayando tanto. Espero que os haya interesado esta historia, si lo deseáis nos podéis contactarnos y comentar, preguntar, criticar, cualquier cosa que queráis.
¡Un saludo a tod@s!
2 respuestas
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