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Anónimo

octubre 22, 2025

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UNA MAMÁ MUY SACRIFICADA

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Las compañías siempre masculinas de Ramón hizo temer desde temprana edad a sus padres que el chaval era gay, algo que les aterrorizaba por el cúmulo de prejuicios propios de su generación. Para salir de dudas urdieron un plan, un experimento que harían a través del amigo más íntimo de su hijo, José Carlos.

Buscaron la ocasión de quedar a solas con José Carlos, un mocetón muy desarrollado para su edad, de complexión atlética, bien parecido y con un toque de malicia que no venía nada mal para aquel experimento. Habían llegado a la conclusión de que si su hijo era gay, su amigo más cercano también lo sería. Aprovechando que Ramón convalecía de una operación de menisco postrado en la cama de su cuarto y su amigo había ido a casa a visitarlo, el matrimonio llevó a este a la cocina con la disculpa de ofrecerle un refresco en aquella calurosa tarde.

– Voy a ser muy directa – comenzó a hablar la mamá -. ¿Tú y Ramón sois gays?
– ¿Qué dice, señora, ¡yo soy muy macho! – respondió enojado José Carlos.
– ¿Ya habéis follado con chicas? – intervino el padre.
– ¿Y a usted, qué coño le importa? – dijo el muchacho.
– Seguro que os matáis a pajas, como todos los chicos de vuestra edad – siguió el padre de Ramón.
– Dime la vedad – tomó de nuevo la palabra la madre -. ¿Nunca has follado con una mujer?
El muchacho calló.
– Estoy dispuesto a que os iniciéis en el verdadero sexo; es decir, chingando con una hembra. Más que nada porque quiero que mi hijo conozca el placer de un buen chocho, y se aclare si le gustan los hombres o las mujeres – añadió el papá.
– ¿Y qué quiere que hagamos? – preguntó confundido José Carlos.
– Primero tienes que aprender a follar, porque deduzco que aún eres virgen. Y luego le expliques a mi hijo cómo se hace. Para eso, aquí está mi esposa dispuesta a enseñarte en qué consiste un buen polvo.

José Carlos no sabía dónde meterse. El vaso de coca-cola casi se le cae de la mano. Contempló a la madre de su amigo, que le sonreía. ¡Cuántas manuelas habían caído pensando en las tetas turgentes y el culo respingón de la mamá regordeta de su amigo! Y allí estaba el cornudo, dispuesto a entregarla por redimir a su hijito del alma de su posible homosexualidad.
– Síguenos a nuestra alcoba – dijo el hombre -. Ramón no se enterará de nada: no puede moverse de su cama y además está muy sedado para los dolores de rodilla.

No tardó la mamá de Ramón en desnudarse por completo y mostrar un cuerpo increíble para su edad de cuarentona. El padre comenzó a despojar de su ropa al perplejo José Carlos. Fuera la camiseta, fuera el pantalón del chándal… El chico quedó en calzoncillos, un ajustado boxer en el que ya abultaba una polla erecta. Sin mediar palabra, el padre de Ramón le bajó el calzón. Fue cuando tanto mujer como hombre lanzaron un grito. ¡La verga del muchacho era descomunal!
– ¡Uyyy, yo esa cosa no me la meto, me va a destrozar! – exclamó la mamá.
– Calma, mujer – respondió su marido -. Todo tiene arreglo. Y fue en busca al botiquín de un tarro de vaselina.
– Ponte este condón – dijo la mujer, sacando un preservativo de la mesita de noche.
– No me entra, es muy pequeño para mí -protestó nervioso José Carlos tratando de ponérselo -. Casi dejamos este asunto…
– De eso nada, monada – protestó la mujer -. Yo quiero probar esa verga dentro de mí. No he visto casa semejante, solo en una peli de Nacho Vidal.
– ¿Qué pasa aquí? – dijo a la vuelta el padre, que en vez de vaselina traía una botellita de aceite para bebés.
– No le entra un condón de los tuyos – respondió la mujer ya espatarrada sobre la cama -. Y es que no se pueden comparar los dos miembros.
El padre de Ramón calló. Tomó a este de la mano y lo llevó junto a la almohada donde reposaba la cabeza de la mujer. Esta no lo dudó un instante: introdujo el soberbio pene hasta las mismísimas amígdalas y empezó a chuparlo con delectación. José Carlos puso los ojos en blanco del placer que estaba viviendo. Lo más parecido que había experimentado fue cuando un día embadurnó su glande con miel y puso a su perro a lamerle la polla.
– ¡No te vayas a correr, hijo de la gran puta, que aún queda mucho por hacer! – gritó el papá -. Ponte ya el condón.
Pero no era posible introducir su verga mandingo en aquella goma.
– Mira cómo hago yo – dijo el padre de Ramón -. Y se bajó el pantalón y el slip dejando al aire su pija erecta. El preservativo sí entró con facilidad en aquel miembro de mediano tamaño.
– ¡Que me folle sin el maldito condón! – exclamó la mujer que ya acariciaba su coño peludo para apaciguar su calentura y producir los jugos vaginales que propiciarían una buena jodienda.
– ¿Cómo va a follar sin condón? – protestó el hombre – ¿Y si te contagia una venérea… o te deja preñada?
– ¿Pero no ves que este es más virgen que un San Luis, y no tiene ninguna enfermedad? – respondió ella.
– ¿Y si te preña? – insistió el hombre.
La madre de Ramón, más caliente que una perra en celo, no respondió. Cogió al muchacho por los brazos y lo puso sobre ella para que le chupara las tetas y le introdujera aquella anaconda descomunal.
– ¡Aguarda! ¿No estamos enseñándole a hacer bien el amor? – dijo el padre -. Pues primero, un buen connilingus. José Carlos, mira cómo hago yo en este chochito que parió a tu amigo Ramón. La mujer empezó a gemir con las lenguaradas del cornudo. Pronto pasó el muchacho a lamer la entrepierna.
– ¡El clítoris, excita el clítoris con la punta de la lengua! ¡Más rápido, más rápido! Mira cómo se retuerce y goza esta puta – guiaba con infinito mimo el papá de Ramón.

Y llegó el momento de la penetración. El papá de Ramón dirigió el monstruoso cipote a la entrada de la concha. En verdad resultaba difícil que aquel glande hinchado y lo que venía detrás entrase en aquella vagina, aun excitada, hinchada y jugosa. El hijoputa ayudó al muchacho a meterla empapada en aceite ; primero, poco a poco, después hasta el fondo. La mujer empezó a gritar de tal manera – dolor y placer – que los gritos llegaron a la habitación donde Ramón reposaba de su operación. El padre repetía con insistencia a José Carlos: «Bombea duro, duro, duro, con ritmo pero hasta el fondo, que goce esta zorra que dice que la tengo pequeña… Pero no te corras todavía. ¡No te corras, no te corras!». Y le apretaba los huevos (hinchados como melones) para retardar la eyaculación.
– Tengo una idea – pensó para sí el padre de Ramón -. Y aprovechando la postura de misionero del muchacho, dirigió su polla mojada en aceite al ano de este, que gracias a su tamaño mediano se la metió hasta el fondo sin mayor dificultad. Cuando José Carlos se vio sodomizado y herido en su hombría, abandonó el bombeo y torció su cabeza hacia el padre de Ramón diciendo:» ¡A ver si vas a ser tú el maricón y no tu hijo, cabronazo!».

Ramón, a trancas y barrancas con sus muletas, llegó hasta el dormitorio de sus padres. De allí salían unos extraños gemidos. Entreabrió la puerta y lo que vio lo dejó paralizado y en shock durante los próximos quince días: Un sandwiche formado por su padre cornudo tumbado boca arriba que penetraba analmente a su mamá bien reputa y su amigo del alma José Carlos encima de esta destrozándole las entrañas. No tardaron en correrse los tres como animales entre un denso olor a fluidos sexuales y gritos que hacían temblar las paredes. Y, sin necesidad de tocarse, el pobre Ramón explotó también mojando su pijama de abundante y tórrida lefada.

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