Por
SUPERTRANS
La infinidad de chorros de agua sale expelida de la alcachofa de la ducha, golpeando con fuerza contra su espalda. A cualquier otra persona le escaldaría la piel, pero para Kara el agua ardiente resulta un reparador masaje. Sus poros se abren, sus músculos y tendones se destensan y su mente se relaja, dejándola vagar libremente sin preocupaciones ni responsabilidades. Más allá de las translúcidas mamparas no existe nada: sólo están su cuerpo desnudo, el agua incandescente manando con su continuo y adormecedor sonido y el vapor que inunda el cubículo de la ducha, envolviéndola en una atmósfera neblinosa y ensoñadora. Es, sin duda, el mejor momento del día.
Los meandros de agua se deslizan por su piel mientras se acaricia suave y cadenciosamente con las manos. No sabe cuánto tiempo lleva ahí metida, pero le da igual. Sólo importa el cúmulo de deliciosas sensaciones en las que se deja mecer.
Sus dedos se deslizan por brazos y hombros, avanzan por las clavículas y se deleitan con la firmeza y tersura de sus pechos. Descienden por el plano abdomen, jugueteando con el ombligo, y continúan a través del pubis para introducirse entre los pliegues de las ingles. Rodean las estrechas caderas y aprietan las mullidas pero erguidas nalgas, para bajar hacia los poderosos y esbeltos muslos, acariciándolos desde el exterior hacia su delicado interior.
Baja una de sus manos y coloca en la palma, como acogiéndola en un protector nido, la imberbe y rugosa bolsa escrotal, jugueteando con los testículos que bailan en su interior. Su otra mano acaricia el pene, aún no erecto pero ya hinchándose a causa de la dulce excitación. Con suavidad desliza la piel del prepucio sobre el glande, de atrás adelante, cadenciosamente, hasta lograr que la sangre inunde las cavernosidades del fuste y lo endurezca en toda su plenitud.
Sin dejar de masturbarse eleva su mano izquierda hasta sus pechos y se pellizca los pezones. Las primeras gotas preseminales emergen de la uretra facilitando el deslizamiento de la rugosa piel sobre el henchido y enrojecido capullo. Entonces su imaginación comienza a volar.
Se ve vistiendo su inconfundible uniforme azul, rojo y amarillo. La capa ondea agitada por la suave brisa. Su cuerpo se desplaza ágil y seguro como un águila, meciéndose sobre las invisibles corrientes de aire. Es una noche apacible, brillante por la infinidad de luces que titilan desde las ventanas, los vehículos y los carteles luminosos de la ciudad que palpita ahí abajo. Al frente, ve aproximarse la enorme mole de cemento y cristal del rascacielos. Dominando su fachada, imponente, el familiar emblema del círculo rodeando una gran “L”, omnipresente en casi cada rincón de la metrópoli. Planea hasta el ático para detenerse ante un gran ventanal, suspendida en el aire, erguida, a un metro escaso del reflectante cristal a prueba de balas. Su opaca superficie no resulta un obstáculo para su visión de rayos X.
Sabe que él está dentro. Eso punza su excitación: bajo el agua de la ducha aprieta con fuerza el pezón y la sensibilidad de su polla se multiplica. Con un pequeño gemido su lengua se desliza entre los labios, saboreando la mezcla de su propia saliva con el resabio clorado del agua de la ducha.
Golpea el blindado cristal, quebrándolo con facilidad en una lluvia de brillantes fragmentos, y vuela hasta el interior del amplio, casi monumental despacho. Él aguarda tranquilo, de pie en medio de la estancia. Apenas una sardónica sonrisa altera su frío gesto de dominio y autocontrol. La imagen de eficiente ejecutivo que le aporta su impoluto traje gris marengo y la corbata color burdeos se ve de alguna manera distorsionada por la perfecta arquitectura de su cráneo rasurado, otorgándole una cierta aura… mefistofélica.
–Supergirl. Qué grata sorpresa –lanza una irónica mirada al mosaico de cristales fracturados que se esparce sobre el pulido suelo–. Haber llamado, mujer: la puerta está abierta.
–Déjate de bromas, Luthor –le responde con decisión–. He venido a detenerte.
–Oh, por supuesto, querida. Va con el oficio, ¿no? –Señala el emblema rojo y amarillo abombado por los pechos de Kara–.
Sin abandonar su provocadora sonrisa ni el fuego helado de su mirada, Luthor se dirige hacia el mueble-bar de caoba que domina una de las paredes del despacho, con su andar pausado pero tenso, como el de un felino. Coge un vaso de cristal labrado, bajo y de culo ancho, y se sirve un whiskey.
–¿Me acompañas? –Señala un vaso vacío–.
Antes de que acabe de enunciar la pregunta un remolino rojo y azul cruza la sala, le agarra y le inmoviliza sobre el imponente escritorio de mármol. Kara ya está sobre su cuerpo, a horcajadas, cuando el vaso se estrella contra el suelo.
–¡Eh! –Dice Luthor– Era un Cardhu de doce años.
–¡Basta! Deja de interpretar tu personaje. Ahora no tienes público delante.
Las manos de ella, como argollas de acero, le inmovilizan las muñecas contra la fría superficie de la mesa y sus muslos le apresan las caderas. Kara puede sentir contra sus ingles el abultado paquete del hombre. En la ducha, acelera los movimientos de su mano masajeándose la polla; su otra mano busca entre sus nalgas e introduce el dedo corazón dentro del ano.
–Vaya –dice él sin perder la compostura–, parece que me tienes a tu merced. ¿Qué vas a hacer ahora, superheroína?
Ambos se sostienen las miradas, tan intensas que parecen a punto de incendiar la cargada atmósfera que les rodea. Kara baja la cabeza y le besa en la boca. Luthor acepta el beso y restriega con pasión sus labios contra los de ella. Sus lenguas se frotan, retorciéndose como lúbricas serpientes hasta lograr una imposible lazada de carne blanda y húmeda. Kara nota cómo la polla del hombre crece con rapidez, apretándose contra la suya. Sin liberarle las manos ni dejar de besarle, mueve sus caderas para frotar su paquete contra el de él. Cuando ambas vergas están duras como barras de palpitante hierro, Luthor, con aparente facilidad, se libera de la presa con que le somete la Doncella de Acero y, sin separar sus bocas, ambos cuerpos giran hasta invertir la situación: él queda encima, como un jinete sobre las caderas de la heroína.
Mete su mano bajo la minifalda roja, agarra la goma de la braguita que a duras penas contiene su poderosa erección, y la arranca con gesto violento. Se desabrocha la bragueta y baja pantalones y calzoncillos hasta medio muslo. La cabeza de su polla busca bajo los testículos de Kara la entrada del ano y, sin contemplaciones, la penetra. Ella emite un gemido de dolor –¡“oh, Lex”!– pero no trata de apartarle ni detenerle. Luthor la embiste con fuerza, introduciéndose cada vez más adentro del estrecho y cálido conducto, sintiendo cómo el miembro de ella roza contra su propio abdomen, al tiempo que sus manos le aprietan como garras las tetas. Cuando eyacula, sus embestidas se vuelven eléctricas: Kara siente como si un martillo neumático horadara sus entrañas. No se contiene más y el orgasmo le asalta con furia.
Su mano empapada de semen, gel y agua caliente pajea sin piedad la polla desbordada, sacudiendo hasta los últimos y deliciosos estertores, mientras su dedo, enterrado en el esfínter, estimula la próstata. Un profundo gemido escapa de su garganta para reverberar dentro del cubículo saturado de calor y humedad. Cuando las convulsiones acaban y las últimas gotas de leche son arrastradas hasta desaparecer en el torbellino formado alrededor del desagüe, Kara vuelve a estar dentro de la ducha, sin Luthor ni su perverso falo, envuelta en la acogedora bruma del vapor de agua. Las gotas de condensación se deslizan cristal abajo formando surcos translúcidos.
***
Secándose ante el espejo, Kara observa su cuerpo desnudo y tonificado. Ve una anatomía de veinteañera perfecta, esplendorosa, coronada por un rostro de rasgos hermosos, pleno de armonía y adornado por una larga melena rubia que, mojada, se adhiere a su frente y mejillas. Coge la crema hidratante, se unta los dedos y comienza a extenderla por sus largas y torneadas piernas. Luego el plano abdomen, las caderas y los glúteos. Después asciende hasta sus magníficas tetas, erguidas y desafiantes frente a una fuerza de la gravedad nimia en relación a la de su Kripton natal. Sabe que, por muchos años que cumpla, la atracción del corazón fundido de su planeta de acogida nunca las hará descolgarse.
En el espejo, su privilegiado, rotundo cuerpo femenino contrasta con los masculinos genitales coronados por un pequeño triángulo de fino y rubio, casi translúcido, vello púbico. Provoca al mirarla la sugerente y extraña sensación de estar en presencia de un ser híbrido, de que de alguna manera polla y testículos se hayan insertados de manera procaz a un pubis que no les corresponde; una fusión que provoca una irresistible atracción, una mórbida excitación.
Sin duda, una criatura de otro mundo.
Está acabando de hidratarse cuando, desde los ocultos altavoces, suena la mecánica voz del ordenador central de la casa.
–Kara, ha entrado un correo de origen desconocido. Incluye un enlace a un archivo de vídeo. Deberías verlo.
–De acuerdo Kripto –responde cerrando el envase de crema–. Pásalo a la pantalla grande.
Desnuda como está sale del baño y se dirige al salón. Su pene flácido baila al compás de sus pasos hasta que se detiene frente al plano televisor sujeto a la pared. La pantalla centellea, arrancando destellos de luz de la piel de impregnada de crema de Kara, y la imagen de una mujer toma forma.
–Hola, Supergirl.
–¡Leatherbitch! –Exclama Kara–.
–Efectivamente, niña –dice Kripto–. Es ella de nuevo.
La figura del televisor es inconfundible. Una escultural mujer, de edad similar a la de Kara y larga melena negra, lacia y brillante como ala de cuervo, con flequillo recto cortado a ras de sus cuidadas cejas. Su magnífico cuerpo, en su mayor parte desnudo, luce –nunca mejor dicho– en su parte superior, aparte de una gargantilla negra con remaches metálicos en punta alrededor de su cuello, un apretado corsé de cuero igualmente negro que eleva, desafiantes y desnudas, sus enormes tetas. Sobre éstas, dos pezoneras coronadas por sendas puntas metálicas. Largos guantes, negros por supuesto, cubren sus brazos hasta por encima del codo. De cintura para abajo sólo lleva puesta una pequeña y ajustada braga del mismo color: un escueto triángulo apretado contra su pubis. A juego con todo ello, dos espectaculares botas acharoladas de interminables tacones de aguja enfundan sus piernas hasta medio muslo. Completando el cuadro, en una de sus manos se balancea insolente una fusta de cuero.
–Supongo que te sorprenderá verme –dice con una sonrisa–, después de nuestro último encuentro. Y, como verás –extiende los brazos para mostrarse en toda su plenitud–, tan estupenda como siempre.
–Kripto, ¿puedes localizar el origen del vídeo?
–El mensaje ha llegado encriptado, pero estoy en ello.
–No me llamas –continúa con un mohín la mujer de cuero–, no me escribes… Mmm… He estado pensando en cómo elevar la emoción de nuestro duelo. Ya sabes, Supergirl: sin alicientes, las relaciones caen en la rutina y se apaga la pasión. Por ello he buscado el modo de incentivar tu interés. ¿Cómo?, te preguntarás. Pues introduciendo un factor nuevo. Algo que –chasquea la fusta contra su bota–… valores.
Se gira y la cámara la sigue. Al caminar, sus nalgas firmes y carnosas, apenas cubiertas por la braga, se bambolean provocativamente al ritmo de sus pasos, elegantes y letales como la sinuosidad de un áspid. En pantalla aparece una estructura en forma de cruz, con los brazos cruzados configurando una gran equis. Atado a ella hay un hombre desnudo. Kara lo reconoce al instante.
–¡Jimmy!
–Sí, cariño –responde Leatherbitch como si pudiera oírla–. Tú novio –se aproxima a él y le acaricia el pecho con la punta de la fusta–. He de reconocer que es una monada.
Le golpea un pezón y el hombre emite un quejido, pero nada más, pues una bola metida en su boca y sujeta con una correa de cuero a modo de bozal le impide hablar. Las manos enguantadas de la dómina acarician sus pectorales y se deslizan por el plano y moldeado abdomen hasta alcanzar el hirsuto vello del pubis. Una mano agarra los testículos mientras la otra masturba la polla.
–¡Maldita zorra! –Se enciende Kara–.
Pese a al gesto de resistencia en el rostro de Jimmy, las manos de Leatherbitch surten efecto: la verga no tarda en endurecerse y tras una corta y efectiva paja –no hay duda de la pericia y experiencia de la belleza morena– expulsa un abundante chorro de semen.
–Mmm… Mira qué maravilla.
–¡Puta enfermiza! –Exclama indignada Kara– ¡Ese hombre es mío, esa polla es mía y ese semen me pertenece!
En pantalla, ajena a la furia de su adversaria, Leatherbitch lame el esperma adherido a los dedos de su guante y sonríe.
–Esto es sólo el aperitivo, Supergirl. Una pequeña muestra de lo que vendrá. Tienes una hora para encontrarme e intentar detenerme. Si no –acaricia con la fusta el arrugado y goteante pene de su prisionero, antes de sacudirle un pequeño pero agudo golpe que le hace estremecer–… si no, puede que tu bello amado no vuelva a estar en condiciones de ser tu amante. Pero tranquila: haré que disfrute hasta el último segundo en que conserve su hombría.
Tras una larga carcajada digna de la mejor villana de un clásico de la Universal, la grabación termina de golpe.
–Kripto, dime que tienes algo –dice Kara dirigiéndose al compartimento secreto donde guarda el uniforme–.
–Efectivamente. El encriptamiento de la señal era complejo, aunque no tanto como podría esperarse. Me ha sido relativamente fácil localizar su origen. Temo que sea una trampa, Kara.
–Es Leatherbitch, Kripto. Por supuesto que es una trampa.
En un suspiro la hermosa transexual aparece vestida con el top azul que tan bien ensalza su figura, el cinturón amarillo, su minifalda roja, botas a juego y la capa balanceándose a su espalda al ritmo de sus apresurados pasos. El tejido alienígena emite una sutil luminiscencia que envuelve la figura de la heroína, reforzando su condición sobrehumana. Lanza un rápido vistazo a la pantalla donde Kripto le muestra las coordenadas, memorizándolas, y de súbito su cuerpo se funde en un rayo tricolor que desaparece por la ventana. Junto al eco del trueno de su partida, la mecánica voz de Kripto parece vibrar con una improbable emoción.
–Ten cuidado, niña.
***
Vuela a gran velocidad por encima de los rascacielos, pero evitando romper la barrera del sonido: no quiere enfrentarse a una nueva polémica –y alguna que otra demanda– por los cristales rotos que provoca su estampido. La urgencia de la misión le impide disfrutar, esta vez, del placer del vuelo: del viento enfriándole el rostro y sacudiendo la capa a su espalda; de la compañía de gorriones, palomas y algún solitario halcón que la vigilan intentando descifrar qué tipo de ave es; de las imponentes torres de cristal iluminándola con el reflejo de la luz del sol de poniente.
Cuando alcanza la posición que le ha facilitado Kripto, aterriza en la azotea de un bloque de viviendas situado enfrente del lugar: un gran almacén en las proximidades del puerto, aparentemente sin uso. De pie, sobre la cornisa, enfoca su visión de rayos X, detectando tres cuerpos vivos dentro del edificio. Calibra la mejor estrategia para asaltarlo cuando algo llama su atención: en el bloque de viviendas contiguo, gemelo al que ella está, una figura la observa desde uno de los balcones.
Es un chico joven: rasgos latinos, enormes pantalones tejanos caídos, coloridas zapatillas deportivas de gran suela, camiseta de los Lakers, gorra de ala ancha ladeada en su cabeza, algún que otro piercing y algún que otro tatuaje. Su mano está metida dentro del pantalón, a través de su cintura, moviéndose a la altura de la entrepierna –no resulta difícil adivinar qué está haciendo– al tiempo que su mirada no se aparta del cuerpo de Kara: lo radiografía tan excitado como fascinado, prestando especial atención al triángulo que forma el borde de su corta falda con la parte alta de los muslos. Entonces la heroína cae en la cuenta: con la urgencia del momento ha olvidado ponerse las bragas. Y la minifalda resulta de lo más espectacular estéticamente, pero es cierto que implica ciertas desventajas: a nada que se mueve tiene la manía de escurrirse hacia arriba. Habitualmente lo solventa con la braga, diseñada en realidad como prenda exterior y con la que disimula sus atributos. En esta ocasión, sin embargo, y desde la perspectiva desde la que la mira el chaval, facilita una visión privilegiada de su… “superpoder”. En fin, debió darse cuenta de que iba muy cómoda.
Honrada y enternecida por el interés de aquel jovencito y, por qué no decirlo, algo excitada al verle cascársela, salta de la azotea y planea elegante y majestuosa hasta el balcón, posándose sobre la barandilla. Con las piernas firmes sobre la barra metálica, premeditadamente separadas, y su habitual postura de brazos en jarras con la capa ondeando a su espalda, su polla queda delante de los desorbitados ojos del muchacho, que continua con la mano dentro del pantalón –aunque con la impresión ha parado de pajearse–.
–Hola –le saluda con gesto divertido–.
–Hola… –acierta a balbucear él–
–¿Cómo te llamas?
–¿Yo? Ah, oh… Roberto…
Su cuerpo desprende una mezcla olorosa de hormonas desbocadas, loción de afeitar aplicada sobre unas mejillas casi imberbes y pomada contra el acné.
–Muy bien, Roberto. Dime, ¿te gusta lo que ves?
–¿Eh? ¡Oh! Sí, yo… quiero decir que… Soy un gran admirador tuyo, Supergirl. Molas mucho…
La responde elevando la vista hacia su cara, pero inmediatamente vuelve a mirar, hipnotizado, hacia la polla algo morcillona que asoma bajo la tela roja.
–¿Quieres probarla, Roberto?
El chico da un pequeño respingo. La mira de nuevo a los ojos para asegurarse de que ha entendido bien. Tras algunas dudas, se aproxima a la entrepierna de Kara, estira su mano y coge el pene delicadamente, como si de un pequeño ser vivo se tratara. Lo acaricia, juguetea con él, como si quisiera comprobar que es real y que de verdad está en su mano, y estira con suavidad de la piel del prepucio para descubrir el rosáceo y estriado glande.
–Adelante, sin miedo –le anima Kara divertida–. No muerde.
El chico abre los labios. El interior de su boca es un gran cepo formado por los plásticos, alambres y tornillos del aparato de ortodoncia que cubren su dentadura, tanto la inferior como la superior. Un conjunto complementado por el piercing que le atraviesa la lengua. La idea de introducir la polla en aquella especie de medieval aparato de tortura termina de excitar a Kara. Los labios de Roberto se cierran alrededor del fuste como un delicioso anillo de carne, y ella empuja suavemente para introducir el resto del miembro hasta que el glande roza la entrada de la garganta, provocándole una pequeña arcada al nervioso y agitado adolescente. La acogedora sensación de cálida humedad y blandura se combina con la fría dureza del metal; la cabeza del piercing le roza el frenillo según desliza la verga adelante y atrás. Los dedos de Roberto juguetean con torpe pasión con los cojones, moviéndolos dentro de la bosa escrotal como si fueran un juego de canicas y pellizcando la rugosa piel que los recubre. Saca su otra mano de los pantalones y con ansiedad se abre la bragueta y extrae su polla de los bóxer. Dura, enrojecida y empapada de jugo preseminal, la pajea con fuerza hasta hacerla explotar en un virulento chorro de espesa leche que derrama sobre los baldosines del suelo del balcón. Y todo ello sin dejar de mamar la polla de Kara.
La última hija de Kripton no quiere demorarse más –aunque su supervelocidad le ha traído hasta aquí en apenas unos segundos, no puede perder tiempo en acudir al rescate de Jimmy– y se deja llevar: sujeta la cabeza de Roberto por la nuca apretándole el rostro contra su pubis y el orgasmo arranca el semen de sus huevos como una erupción volcánica que colmata la boca del muchacho. Apura los últimos estertores elevando la vista al cielo despejado en el que flotan algunas dispersas nubes de algodón, justo para ver, allá en lo alto, un halcón urbano lanzarse en barrena cual Sptifire en combate sobre un confiado estornino. Sus garras logran arrancarle varias plumas y quizás algo de sangre, pero el pequeño ave de plumaje negro y pico naranja logra escapar entre asustados graznidos.
–No, no lo escupas –le dice a Roberto al volver a mirarlo–. Trágala: mi leche kriptoniana posee especiales nutrientes muy positivos para el organismo humano. ¿No quieres ser un poco extraterrestre?
El chico obedece con una sonrisa satisfecha y fascinada.
–Mmm…. –ronronea Kara–. Es justo lo que necesitaba para relajarme. Ahora he de dejarte, guapo: el deber me llama.
Al notar que la erección se afloja –no es plan de sobrevolar la ciudad hondeando el asta– despega del balcón, seguida por la mirada entre sorprendida y enamorada de Roberto, y vuela hasta el abandonado almacén. Enfocando sus sentidos hacia el interior, reconoce sin dudarlo el dominante y lascivo timbre de voz de Leatherbitch. Si ella está dentro, una de las otras dos personas que detecta ha de ser Jimmy. Decidida, entra por una de las ventanas rotas de la primera planta
<Relato editado el 27/09/2016
3 respuestas
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