Por
Anónimo
El amigo de mi papá me enseñó a mamar
Pasa. Porque a veces el cuerpo habla más que la mente. Porque las piernas no saben cerrarse cuando el deseo lleva años dormido… y ese hombre lo sabe despertar.
Él… fácil 45. De esos amigos de tu papá que huelen a loción cara. De esos que miran sin culpa. Que saben lo que son. Que te ven como la mujer que todavía no sabes que eres… y te hacen sentir eso en cada mirada, en cada mano demasiado cerca, demasiado firme.
Me invitó un trago en la sala mientras mi papá dormía la peda en la otra habitación. Yo sabía que no debía. Por eso me mojaba.
No me preguntó. No pidió permiso. Solo se acercó, me arrinconó en el sillón y me bajó el tirantito de la blusa. Yo no quería… excepto que sí quería. Senti su lengua al rededor de mi pezón derecho, escribiéndome cosas sucias que nunca había leído en voz alta.
“¿No te han enseñado a mamar, chiquita?”Me lo dijo al oído mientras su mani se metía por debajo de mi falda. “Te lo enseño… pero bien.”
Yo temblaba. Temblaba de miedo y de ganas. De nervio dulce que aprieta el vientre. De ese sabor glorioso que se escapa entre las comisuras de los labios.
Se sacó el pene. No despacio. No romántico. Se lo sacó mientras me tomaba la mano con firmeza y la colocaba sobre él. Sentí que, aunque yo lo hubiera querido, no me hubiera dejado soltarlo. Aunque le hubiera dicho que no quería seguir, yo ya ni tenía poder de decisión. Solo de dejarme llevar.
Puso su mano en mi mejilla, sosteniéndome con firmeza. “Chúpamelo, mi niña” No esperó respuesta. Me llevó hacia él. Yo solo abrí la boca.
Al principio torpe, insegura, me temblaban las manos y las piernas Pero él me fue guiando. Me sostenía del cabello y me movía la cabeza con su mano. Me la metía hasta la garganta como si me quisiera romper. Yo solo daba arcadas. “Ahí muere”, le dije cuando me soltó para dejarme respirar. Él solamente me ignoró y me llevó de vuelta a su entrepierna.
Sentía la lengua cansada, la boca llena de saliva, la cara toda babeada y el maquillaje corrido. Él gemía con la boca cerrada como para no hacer ruido.
Finalmente, me apartó. Comenzó a masturbarse “Abre la boquita, mi amor”. Obedecí. Me entregó su semen. Espeso, tibio, todo en mi boca.
“Trágatelo, mi amor” Yo no quería. Aun así obedecí. “Mira nada más, saliste toda una putita”. Su comentario me molestó y me excitó al mismo tiempo.
Él se fue al baño. Cuando salió, se fue directo a la puerta. No me dijo nada, ni se despidió. Yo me masturbé esa noche y varias noches más pensando en él.
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