
Por
Anónimo
Carnaval de Deseos – Maturín en Llamas
El carnaval en Maturín era una explosión de colores, música y energía. Las comparsas llenaban las calles, los tambores resonaban en el aire y la gente bailaba como si no hubiera un mañana. Yo, Cristina, estaba en medio de todo, con un vestido corto y ajustado que brillaba bajo las luces, mi cuerpo moviéndose al ritmo de la salsa y el calipso. El calor de la noche, mezclado con el sudor y la euforia, me hacía sentir viva, libre, lista para cualquier cosa.
Fue entonces cuando lo vi. No diré su nombre, porque la verdad, lo odio. Pero su lengua… esa es otra historia. Él era alto, con una sonrisa traviesa y unos ojos que parecían saber exactamente lo que yo necesitaba. Nos cruzamos en medio de la multitud, y desde el primer momento, hubo química. Nos acercamos, bailamos juntos, y aunque no intercambiamos muchas palabras, nuestros cuerpos hablaban por sí solos. Sus manos en mi cintura, mis caderas moviéndose contra las suyas, la mirada intensa que nos decía que esto no terminaría en la calle.
Cuando las comparsas empezaron a dispersarse y la gente comenzó a irse, él me tomó de la mano y me guió hacia un carro estacionado en una calle tranquila. No dije nada, pero mi corazón latía con fuerza. Sabía lo que iba a pasar, y lo deseaba tanto como él.
El carro era pequeño, íntimo, y el aire dentro estaba cargado de anticipación. Él se acomodó en el asiento del conductor, y yo me deslicé hacia él, mis piernas a ambos lados de su regazo. Nos miramos por un momento, y entonces él sonrió, esa sonrisa que me hizo temblar. “Relájate, Cristina,” susurró, sus manos deslizándose por mis muslos. “Deja que yo haga el trabajo.”
Y vaya que lo hizo. Sus manos subieron hasta mi vestido, empujándolo lentamente hacia arriba mientras sus labios encontraban los míos en un beso profundo y lleno de promesas. Pero no se detuvo ahí. Con un movimiento suave, me ayudó a quitarme las bragas, y antes de que pudiera reaccionar, su boca estaba en mí, caliente, húmeda y experta.
Dios mío, su lengua. Era como si hubiera nacido para esto. Cada movimiento era preciso, cada caricia calculada para llevarme al borde del éxtasis. Sus labios se cerraban alrededor de mi clítoris, succionando suavemente mientras sus dedos exploraban más abajo, encontrando ese punto que me hizo gemir y arquear la espalda. El sonido de la música lejana se mezclaba con mis suspiros, y el mundo exterior desapareció. Solo existíamos nosotros dos, en ese carro, bajo la luz tenue de una farola.
“Así,” susurré, mis manos agarrando su cabello mientras me movía contra su boca. “No pares, por favor…”
Él no necesitaba que se lo dijera dos veces. Su lengua se movía más rápido, más insistente, y yo sentía cómo el calor se acumulaba en mi vientre, cómo cada fibra de mi cuerpo se tensaba en anticipación. Y entonces, llegó. Una ola de placer tan intensa que me hizo gritar, mis piernas temblando mientras me aferraba a él. Él no se detuvo, prolongando mi orgasmo hasta que me quedé sin aliento, mi cuerpo relajándose contra el asiento del carro.
Cuando finalmente me miró, su boca todavía brillante por mí, supe que esta noche no la olvidaría jamás. “Feliz carnaval, Cristina,” dijo con una sonrisa, y yo no pude evitar reír, sintiéndome más viva que nunca.
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