agosto 9, 2025

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Verano en Roma: El trío con el guía turístico que me volvió loca

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Qué verano nos marcamos en Roma con Roberto! Ya sabéis que mi marido y yo somos unos viciosos, pero lo que pasó con Fabrizzio, ese guía turístico italiano que nos llevó en su vespa… madre mía, todavía me mojo solo de acordarme.

Todo empezó el segundo día de nuestro viaje. Contratamos un tour privado por las calles menos conocidas de Roma, y ahí estaba él: Fabrizzio, un moreno de 1.90 con unos ojos verdes que parecían sacados de un cuadro renacentista y un culo que se marcaba perfecto bajo esos pantalones ajustados de guía. Desde el primer momento, cuando me ayudó a subir a la vespa y sus manos se «resbalaron» para agarrarme las tetas, supe que ese día iba a acabar con algo más que fotos del Coliseo.

«Bellissima, tienes que abrazarme fuerte, las calles son peligrosas», me dijo con ese acento que me derretía la concha al instante. Yo, por supuesto, me pegué a su espalda como lapa, sintiendo cómo mi coño se humedecía contra su cintura. Roberto iba detrás en otra vespa, pero por la mirada que me lanzó, sabía perfectamente lo que estaba pensando.

Al parar en un mirador secreto con vista a toda Roma, Fabrizzio empezó a contarnos la historia del lugar… pero sus manos contaban otra historia. Mientras señalaba monumentos con una mano, la otra se deslizaba por mi cintura hasta rozarme el culo descaradamente.

«AMOR!», le dije a Roberto con los ojos brillando, «¿te imaginas que Fabrizzio nos cuente la historia de Roma mientras nos la cuenta dentro?»

Mi marido, que es un jodido genio, solo sonrió y le preguntó al italiano: «¿Cuánto cobrarías por una lección privada… en nuestro hotel?»

El muy cabrón no se inmutó. «Para una pareja tan bella… el precio sería solo el placer de verla gritar mi nombre», contestó mientras me apretaba una teta frente a medio Roma.

Una hora después estábamos en nuestra suite del hotel, con las vistas a la ciudad eterna y Fabrizzio ya eternamente entre mis piernas. El muy cerdo había venido preparado – traía más condones que una farmacia.

«Bellissima, hoy serás nuestra verdadera obra de arte», dijo mientras me desnudaba con esa calma italiana que me volvía loca.

Lo que siguió fue… ufff coño, ni los frescos del Vaticano tienen tantos colores como los que vi ese día. Fabrizzio me puso a cuatro patas en el balcón (sí, con las cortinas abiertas, que alguien nos vio seguro) mientras Roberto se colocaba frente a mí con un consolador.

«Pronto, amore», gruñó Fabrizzio mientras me metía su verga italiana hasta el fondo, «Roma no se construyó en un día… pero vamos a derribarte en una hora».

Y vaya si lo hicieron. El italiano por detrás, mi marido con ese juguete enorme por delante, y yo en el medio, gritando como una poseída y agarrada a las sábanas como si fueran el salvavidas del Titanic. Fabrizzio tenía una técnica con las caderas que debería ser patrimonio de la humanidad – lentas pero profundas, haciendo que cada embestida me llegara hasta el alma.

«Che porca!», me gritaba mientras me nalgueaba, «Grita más fuerte, que toda Roma sepa cómo follan los españoles!»

Roberto, mi amor, se dedicaba a besarme y a decirme cosas bonitas mientras el consolador hacía su trabajo… hasta que no pudo más y soltó el consolador para jalarse la verga mirando cómo el italiano me destrozaba.

Cuando Fabrizzio me dio la vuelta para correrse en mis tetas, Roberto vino al mismo tiempo sobre mi cara. Nunca había visto tanto semen junta en mi vida – parecía la fuente de Trevi ahí mismo en mi cuerpo.

El muy cabrón de Fabrizzio todavía tuvo energía para llevarnos a cenar después. Y ahí estaba yo, con las piernas temblando y la ropa interior empapada en el restaurante, viendo cómo ese dios italiano comía spaghetti como si nada hubiera pasado.

Al despedirnos, me susurró al oído: «La próxima, en la Fontana di Trevi… a ver si eres tan ruidosa con testigos».

Roberto ya está planeando nuestro próximo viaje.

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