septiembre 2, 2025

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Un fin de semana de sexo salvaje

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¡Dioooosss! Este cierre de mes en la oficina me tenía al borde de un ataque de nervios, tanto que el viernes, mientras tomaba mi tercer café, decidí que este fin de semana sería de pura terapia grupal. Llamé a mis compinches de locuras: Carla, la fogata que nunca se apaga; Sofia, tímida pero con un lado oscuro que me encanta; Marcos, con esa verga que parece un poste de luz y sabe usarla como nadie; y Javier, más joven pero con una energía que cansa solo de verlo. Los invité a mi departamento con una sola consigna: «Vengan con sed de destrucción».

Cuando llegaron, la música ya estaba a todo volumen y el alcohol corría como río. En menos de una hora, ya estábamos todos en el living, con menos ropa que vergüenza. Carla, mi diosa salvaje, fue la que empezó. Se arrodilló frente a mí, me abrió las piernas y enterró su cara en mi concha como si fuera su última cena. ¡Ufff rico! Su lengua es magia pura, haciendo círculos en mi clítoris que me tenían al borde del delirio. Mientras ella me comía, Marcos se plantó detrás de mí y me metió sus dedos en el culo, preparándome para lo que vendría. Yo, ni tonta, ya estaba goteando como nevera descongelada.

Javier, el cachorro, no se quedó atrás. Se desabrochó el pantalón y sacó esa verga joven y palpitante, empujándola hacia mi boca. ¡Ay, por Dios! Me la tragué entera, sintiendo cómo me golpeaba la garganta, ahogándome en su sabor a sal y pura testosterona. Sofia, al verme tan entregada, se quitó la ropa y se montó en mi cara, exigiendo que yo también le diera placer. Y ahí estaba yo, con Carla lamiéndome el coño, Javier follándome la boca, y yo ahogándome en el sexo de Sofia mientras Marcos me dedeaba el culo con una destreza que solo él tiene.

Pero la cosa no quedó ahí. Carla, la muy zorra, sacó de su bolsa una máquina eléctrica con un dildo que parecía un brazo de robot, de esos que deben medir como 30 centímetros y más grueso que mi muñeca. «¿Te animas, Val?», me dijo con esa sonrisa pícara que me vuelve loca. ¡Claro que me animo! Me puse a cuatro patas en el suelo, con las nalgas bien arriba, desafiándolos a todos. Marcos se colocó detrás de mí y me metió su verga por el culo de una vez, sin avisar, llenándome con ese dolor delicioso que tanto amo. Al mismo tiempo, Carla encendió la máquina y empezó a introducirme el dildo por delante. ¡Dioooosss! Sentía cómo me abría por completo, cómo ese monstruo de silicona llegaba a lugares que ni sabía que existían. Javier se puso a un lado y me masajeaba las tetas, mordisqueándome los pezones hasta hacerme gritar, mientras Sofia grababa todo con su teléfono, jadeando y tocándose ella misma.

El sonido de la máquina zumbando, mezclado con los gemidos de todos y el golpeteo de Marcos contra mis nalgas, era una sinfonía de puro vicio. De repente, sentí una presión en el vientre que no podía controlar. ¡Ufff rico! ¡UFFF! Empecé a temblar, a convulsionar, y un chorro caliente salió de mí como si me hubieran abierto una llave. ¡Mi primer squirt! Mojé la alfombra, las piernas de Marcos, todo. Fue tan intenso que creí que me desmayaba. Todos se detuvieron un segundo, mirándome con ojos de asombro y excitación, antes de reír y aplaudir. ¡Era tan puta que hasta me orinaba del placer!

Pero no paramos ahí. Nos turnamos como animales. Hicimos un trencito donde yo mamaba a Javier mientras Marcos me daba por atrás y Carla follaba a Sofia con una correa que encontraron en mi habitación. Cambiamos de posiciones, de parejas, de agujeros. En un momento, estaba montando a Marcos, cabalgándolo como si mi vida dependiera de eso, mientras Javier se corría en mi espalda y las chicas se besaban a mis pies.

 

Amanecimos todos enredados en el suelo, cubiertos de sudor, semen y mis squirts secos. La alfombra estaba hecha un desastre, el olor a sexo era tan fuerte que se podía cortar con un cuchillo, y yo, la puta más exhausta y feliz del mundo, sonreía sin poder parar. Este fin de semana de locos fue la mejor medicina contra el estrés. ¡Dioooosss, que vuelva pronto!

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