agosto 5, 2025

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Primera vez en Tokyo. Deseando volver...

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Escala en Tokio: Entre Dos Alemanes

El sueño de pisar Tokio me quemaba las entrañas desde aquel primer día como azafata. Siete meses contando los segundos hasta que por fin me asignaron la ruta. Mientras el Boeing 787 aterrizaba en Haneda, ya sentía el calor entre las piernas. No era solo la emoción del viaje era la promesa de hombres con dedos hábiles y modales que harían ruborizar a una monja.

Pero el puto idioma se interpuso.

En el bar de Shinjuku, sonreí a un ejecutivo con traje que parecía salido de un manga. Le ofrecí mi mejor mirada de «puedo ser tu souvenir». Él se ruborizó, murmuró algo y desapareció como fantasma. Lo mismo con el bartender de manos delicadas y el estudiante tímido que tropezó con mi maleta. Nada. Ni una mirada lujuriosa. Solo reverencias y sonrisas educadas que me dejaron con el tanga empapado de frustración.

Fue en el ascensor del Park Hyatt donde la suerte cambió. Dos torres rubias literalmente con acentos que sonaban a cerveza y pretzels me encerraron entre sus cuerpos. Olían a bosque después de la lluvia y a testosterona carísima.

«¿Solos en Tokio?» preguntó el más alto, Markus, mientras su mirada azul me desnudaba.

«Y con ganas de compañía»  contesté, pasando la lengua por el borde del vaso de sake que llevaba.

No hubo más preguntas.

En la suite 4203, con la ciudad iluminada como un árbol de Navidad pervertido, me pusieron de rodillas sobre la alfombra más suave que he tocado. Lukas el de las manos de pianista desabrochó mi blusa con los dientes mientras Markus me torcía los pezones hasta arrancarme gemidos.

«Wir wollen dich ganz» susurró uno mientras el otro me mordía el muslo.

No necesité traductor.

Markus me levantó como muñeca y me estrelló contra el ventanal. El cristal estaba frío contra mis pechos desnudos mientras Lukas me arrancaba las bragas a tirones. Por un segundo, entre jadeos, vi el Sky Tree brillando en la distancia.

«Fick sie hart» gruñó Markus, y sentí su verga gruesa como mi pulgar deslizarse por mi espalda mientras Lukas me abría con dos dedos desde el frente.

El contraste los volvía locos: mi piel dorada contra su palidez, mis maldiciones en español mezcladas con sus órdenes en alemán. Cuando por fin me penetraron al mismo tiempo—Markus por detrás, Lukas de frente—grité tanto que temí que llamaran a seguridad.

Lukas sabía exactamente cómo doblar mis piernas sobre sus hombros para que cada embestida rozara ese punto que me hacía ver estrellas. Markus, mientras tanto, usaba mis caderas como manubrio, clavándose hasta el fondo con una regularidad mecánica que solo los europeos altos parecen dominar.

«Más… ¡Mierda, SÍ!» les rogué cuando el orgasmo empezó a construirse, esa tensión gloriosa que prometía arrasarme como tsunami.

Markus respondió aporreándome las nalgas hasta dejarlas rojas, mientras Lukas me estrangulaba suavemente con la corbata que llevaba puesta. Cuando exploté, fue con tal violencia que Lukas salió empapado y Markus juró en alemán mientras seguía moviéndose dentro de mí.

Terminamos en una pirámide sudorosa sobre las sábanas de mil hilos. Markus vertió champán sobre mis pechos y Lukas lo lamió lentamente, sus ojos azules clavados en los míos mientras su lengua seguía el recorrido del líquido.

Al amanecer, se fueron con besos de despedida y una propina en euros que dejaron sobre la mesita de noche. Yo me quedé mirando el cielo de Tokio, todavía temblando por dentro, preguntándome cómo carajos iba a explicar en el checkout las manchas en las cortinas.

Pero sobre todo, pensando en volver. Porque esta azafata aún tiene una asignatura pendiente con un japonés… o dos..

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