Mi prima se casó, pero el regalo me lo llevé yo por partida triple.
El champán de la boda de mi prima Consuelo me dejó con ese calor entre las piernas que solo se cura con hombres brutales. Cuando el padrino, digamos que se llama Marcos, de ojos verdes que parecían cazar presas me susurró «¿Quieres ver cómo celebramos los amigos?» seguí sus botines italianos como una perra en celo.
Sus dos compinches, pongámosles Javier (manos de obrero y sonrisa de lobo) y Dante (tatuajes hasta el cuello y mirada eléctrica), cerraron el círculo en el ascensor. Para el quinto piso, ya tenía la lengua de Marcos en mi boca y la mano de Dante abriéndome el vestido por detrás.
El ático olía a polvo y testosterona. «Desnúdala», ordenó Marcos. Mis tacones altos golpearon las tablas mientras rasgaban mi lencería negra. Javier me inmovilizó contra una columna, mordiendo mi hombro hasta casi hacerme sangrar mientras Marcos se arrodillaba y devoraba mi coño con un gemido gutural. «¡Quiero olerte toda!», gruñó Dante, enterrando su cara entre mis nalgas.
Javier me arrastró al sofá de cuero rajado. «Abre, putita», y mi boca se llenó de su verga morena, gruesa como mi muñeca. Marcos seguía mamándome como si mi clítoris fuera su última cena, dedeándome el culo al ritmo de mis ahogos. Dante no esperó—me penetró por detrás con un solo envión, sin preludio. El dolor se mezcló con el placer cuando sentí sus peludos huevos golpeando mis nalgas. «Gime más fuerte», me exigía clavándome las uñas en las nalgas.
Me voltearon como un trofeo. Javier encajó su verga en mi coño desde abajo mientras Dante me empalaba el culo, cruzando mi cuerpo como un sándiche de carne. «Míralos», jadeó Marcos señalando a sus amigos. Dante y Javier comenzaron a frotar sus vergas sudorosas, luego Dante se arrodilló y —¡Dios!— se tragó la polla de Javier con una habilidad que detuvo mi respiración. Ver esos músculos dorsales tensarse, los gemidos masculinos mezclándose con los míos, hizo que mi orgasmo estallara como dinamita.
Posterior a esa escena, Marcos desabrochó su cinturón. «Mi turno, princesa». Me pusieron a cuatro patas sobre el sofá. Javier reclamó mi boca, Dante mi coño (ya hinchado y rojo), y Marcos escupió en mi ano antes de forzar su verga curva junto a la de Dante. El dolor fue glorioso— tres vergas desgarrando mis límites, sudor salpicando mis costillas, los empujes sincronizados como máquinas. «¡Agggggrrrrrrrr!», rugió Dante.
Sentí cómo mi cuerpo cedía, cómo los tres ritmos se fusionaban en una sola bestia. Cuando vinieron, fue en cadena: Javier en mi garganta, Dante en mi estómago, Marcos en mi culo. El calor de su semen mezclándose dentro de mí me hizo venir por quinta vez, convulsionando como electrocutada.
Me dejaron temblando en el suelo, llena de mecos y moretones. Marcos encendió un cigarro, que todos compartimos, luego un par de tragos. Al salir, tropecé con mis tacones rotos. Javier me dio un billete de 50 euros. «Para el taxi, muñeca». Me dijo el muy chulo..
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