Por

Anónimo

enero 15, 2020

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Isabel

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-Pues esto ya está. Desde ahora es usted a todos los efectos el dueño de la joven aquí presente.

-Eso significa…

-Sí desea torturarla o mutilarla está en su perfecto derecho. Es legal. Nadie puede impedírselo o llevarle a juicio por ello. ¿Me está entendiendo?

No, no lo entendía. Para mi todo esto era disparatado, toda la situación era simplemente demencial.

-Sí, lo entiendo.

-Le envidió – Me aseguró el abogado mientras recogía sus papeles y miraba a la joven. – Ojala yo estuviera en su lugar.

Esbocé una pequeña sonrisa. Lo que ese capullo no sabía es que la jovencita aquí presente era quien había arruinado mi vida, y para compensarme por ello, decidió entregarme su vida y su cuerpo para satisfacer mis caprichos.

Solo cuando nos quedamos solos me atrevía mirarla.

Era la tercera vez que nos veíamos.

La primera había sido en el hospital, cuando intentó disculparse por el accidente. Ni si quiera me fije en ella en esa ocasión.

La segunda fue durante el funeral, en el tanatorio. Ella deseaba disculparse de nuevo, y a pesar de que no quería ni verla, me recomendaron que lo hiciera a solas.Yo sólo tenía ganas de matarla, pero me conformé con escupirla en la cara tras sus disculpas. Pero justo cuando salí por la puerta fue cuando me preguntó…

-¿Desea follarme?

No di crédito a lo que escuché. ¿Cómo podía si quiera plantearlo?

-Mi cuerpo es lo único que puedo darle…

Pero en lugar de irme, decidí quedarme. Retiré las hombreras de su vestido negro y este no tardó en caer al suelo.

Llevaba puesto un conjuto negro de sujetador, bragas y medias de liga. Sabía a lo que había venido. También me fijé en que estaba nerviosa.

-Soy toda tuya… Desde ahora y para siempre…

Y me la follé.

La tomé por detrás, como una perra, con fuerza y brutalidad. Se lo hice abusando de los dos agujeros de su cuerpo. Se lo hice porque en el fondo necesitaba desahogarme.

Solo cuando acabé de follármela, comprendí que había tomado su virginidad.

Pensé que nunca más iba a saber de ella.

Bajó y se mezcló con los presentes, como si nada hubiera pasado.

Observándola comprobé que era toda una belleza. Y que no era el único que la miraba. Me entraron ganas de gritar que era mía y de nadie más.

Me contuvé.

Aún no sé como reuní valor para horas más tarde contactar con ella de nuevo, para volver a subir a arriba.

Ella me siguió.

La quería de rodillas, quería me la chupará y se tragará mi semen. Quería mearme dentro de ella.

Una chica deseada por todos usada de retrete.

Y lo hizo, se lo tragó entera. El único momento verdaderamente feliz de aquel día de mierda.

Aún seguía de rodillas mirándome cuando acabé.

Yo la saqué y me masturbé, derramando las últimas gotas de mi polla sobre su cara.

-No bajes, no te muevas, así sabre donde encontrarte.

Sí, porque tras el entierro de mi esposa sólo deseaba una única cosa, follármela, volver dentro de ella.

¿Malsano? Seguramente, pero cualquier cosa que me ayudará a no pensar en lo que estaba pasando me ayudaba.

Fiel a su palabra ella seguía de rodillas en la habitación privada donde la deje.

Se tumbó en la moqueta y lo volví a hacer…

No la estaba haciendo el amor. No la daba ternura ni cariño, solo buscaba mi propio placer.

Antes de irme la eché un último vistazo. Verla tirada en el suelo, jadeando, con la falda remangada hasta la cintura, con las piernas aún abiertas y el coño recién follado, despertó en mi algo, y no fue compasión precisamente.

-No quiero volver a verte más.

-Soy tuya.

A mi me pareció la declaración más patética que había escuchado en mi vida.

-Tómate la pastilla. No quiero nada que salga de tu vientre.

No volví a saber de ella hasta cinco meses después.

Al parecer sufría una profunda depresión.

El psicólogo logró convencerme para verla.

No le fue difícil, ni si quiera tuvo que presionar demasiado. Llevaba una vida absolutamente autodestructiva, basada en alcohol, drogas y putas. Destruirla a ella junto a mi era simplemente una cuestión de orgullo.

Pero antes necesitaba saber si seguía firme en lo que me aseguró la última vez que la vi.

-Soy tuya – repitió.

-Está vez lo serás de verdad.

Había adquirido algo de experiencia en los burdeles sobre como tratan los amos a sus esclavas y como estás se entregaban a auténticas salvajadas.

El lugar de encuentro se fijó en un burdel, un campo de adiestramiento para esclavas, en mitad de ninguna parte que conocía perfectamente gracias a uno de mis contactos nuevos.

Ella traía puesto un vestido blanco con unos tenis y se notaba que había ido a la peluquería para que la maquillaran y peinaran. Por definirlo de alguna manera, parecía una novia en el día de su boda.

-Vamos Lassie, nos esperan.

Porque a partir de ahora respondería a ese nombre y no al nombre que le dieron su padres.

No íbamos muy lejos. La conducía a un cuartucho insonorizado con una cama. Allí la desnude y até en forma de equis.

Y comezaron los azotes.

En su coño, en sus muslos, en su vientre, en su pecho desnudo, en las plantas del pie… Su blanca piel se iba marcando por manchas rojizas aquí y allá mientras ella gritaba y se retorcía de dolor.

La castigué sobre todo el coño, y en un arranqué de ira, incluso le crucé ambas mejillas de la cara con la vara.

Era la hora de la segunda parte que tenía prevista para ella. Tras colocarla un collar y hacerla andar como la perra que era, la llevé hasta la perrera.

Allí, tras amarrarla al suelo por el cuello y atar sus manos a la espalda, a la vista de todo el que quisiera verlo, le esperaba una sesión con treinta perros grandes y fieros cuyos dueños habían pujado para poder hacerlo y a los que ni si quiera les pusieron manoplas.

El primero que se lo hizo, un pastor alemás tan novato como ella, le clavó las garras mientras se la metía como la bestia que era.

No solo fue sexo vaginal, también lo tuvo anal y oral.

Ver como se metía las pollas de los chuchos en la boca, como la resbalaba el semen por la boca o como se la obligaba a lamerlo del suelo me hizo feliz.

También me divertí de lo lindo cuando alguna de las bolas de los chuchos se quedaban atascadas dentro de ella o cuando recibió una doble penetración.

Cuando la terrible sesión de zoofília terminó, me oriné encima de su cabeza.

Y me fui a hablar de ciertas cosas con los dueños del campo.

Me habían hablado de vaciarla, quitarla el útero y demás estorbos.

Deseché la idea. Quería que me diera un par de cachorras para sufrieran el destino de su madre.

-Todo se puede arreglar. Podemos coger a la cría, educarla por quince o dieciseis años, y devolvértela. Es caro, por supuesto.

-No importa el precio.

Porque si de algo andaba sobrado era de dinero. La muerte de mi esposa me había hecho muy rico.

-Entonces, arreglado. Si es tu deseo. Vivirá como una señorita educada en los mejores colegios y tendrá a una linda perra virgen e inocente para sus depravaciones.

-También quiero que la anillen, pechos, vagina… Quiero que lleve tobilleras y muñequeras de cuero todo el tiempo, que no se las pueda quitar. Que se sienta una esclava a tiempo completo.

-Sí, no hay problema. ¿Desea que la marquemos con fuego? Ya sabe, como el ganado. Podemos hacerlo ahora mismo. Grabarla sus iniciales, en la espalda, en la pelvis o en ambos sitios.

-¿Es eso habitual?

-No hay nada normal en esto. Cada amo es un mundo. Lo habitual son tatuajes.

Eso era algo que me tenía que pensar.

Antes de irme tenía una última cosa que hacer.

La informé de que se iba a quedar un tiempo aquí. También la aseguré que su dieta consistiría en sobras, corridas y meados. Que durante su estancia aquí sería utilizada por perros y demás animales. Que había decidido marcarla a fuego en la espalda… Así, y que se despidiera de ese pelo tan bonito y cuidado que tenía.

Con los ojos llenos de lágrimas, fue viendo como mechón a mechón iba perdiendo su magnífica cabellera.

A continuación, la marcamos como el animal que se había convertido.

Tardé dos meses enteros en volver a ver. A pesar de que me habían recomendado estar presente en su transformación, o en las sesiones de zoofilia extrema en las que iba ser utilizada, no me veía con fuerzas. Pero eso sí, me mandaban los vídeo en DVD.

Me la presentaron con el mismo vestido blanco que había accedido al recinto. Parecía la misma, pero yo la noté bastante cambiada.

Parecía feliz.

No la habían dejado crecer el pelo. Llevaba un collar, muñequeras y tobilleras.

La indiqué que se quitará el vestido y que se acercase a mi. Deseaba dar tironcitos de las anillas de sus labios.

-¿Te han sometido a tortura, Lassie?

-No, mi señor.

Asentí satisfechó. Ella respondía a mis tirones con leves gemidos. Ella mantenía las manos en la espalda

-Creí que a estás alturas ya estarías más que harta de todo esto.

-Me he vuelto más sensible, mi señor. – Lo dijo avergonzada de si misma. Si estaba mintiendo era una gran actriz.

Dejé que se sentará encima de mi y la metí la polla. Fui increíble, creía que me iba a encontrar con lo que vulgarmente se conoce como un coñazo y resulta que estaba toda apretada.

-Entrenó mucho.

La cabalgué. Y sí, lo disfruté como un cerdo.

Pasé mi mano por la marca de fuego que tenía en su espalda.

-No se arrepienta. Eso solo significa que soy suya. Suya hasta el fin de mis días.

La perra tuvo un brutal orgasmo…

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2 respuestas

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