septiembre 9, 2025

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Me habló mi ex suegro :O

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Hace unas semanas, recibí un mensaje de mi antiguo suegro. Después de terminar tan mal con su hijo —un tipo con poca verga y menos gracia en la cama—, pensé que toda la familia me odiaría para siempre. Pero no. Él me escribió como si nada: *¿Cómo estás? ¿Sigues en el mismo trabajo?*. Siempre noté que me miraba demasiado en las reuniones familiares, con una intensidad que no era casual. En las fiestas, sus ojos me seguían, y yo, aunque lo evitaba, sentía ese morbo recorriéndome la espalda. Es un hombre de sesenta, pero bien conservado: pelo canoso, espalda ancha, manos grandes. Algo en su actitud me provocaba curiosidad.

Ayer quedamos en un bar que frecuento. Llegó vestido de manera casual, pero elegante —un traje oscuro que le ajustaba en los lugares correctos—. Después de unos tragos, la conversación derivó en confesiones. Me dijo: *«Siempre supe que mi hijo no te merecía. Él es un niño compared to a man»*. Sus palabras me encendieron. Sin pensarlo dos veces, me invitó a un hotel cercano, uno de esos sitios discretos con luces tenues y paredes que han visto de todo.

Apenas entramos a la habitación, me empujó contra la puerta y me besó con una ferocidad que me dejó sin aliento. Su barba rasposa me marcó la piel, y su aliento a whisky y menta me mareó. De repente, me cacheteó —no fuerte, pero sí lo suficiente para que supiera quién mandaba—. *Te gusta que te traten como la puta que eres, ¿verdad?*, murmuró contra mi boca. Yo solo gemí, agarrada de su camisa.

Sin previo aviso, me dio la vuelta y me bajó el pantalón junto con la tanga. Sus dedos —ásperos y experimentados— me abrieron las nalgas y se metieron en mi culo sin pedir permiso. El dolor inicial se transformó en un placer prohibido que me hizo gemir más fuerte. *Así me gusta, grita como la perra que siempre quisiste ser*, dijo mientras me penetraba con los dedos, preparándome para lo que venía.

Me obligó a arrodillarme en la cama y sacó su verga. No era joven, pero era gruesa, venosa y palpitante. Me la metió entera en la boca, ahogándome con su tamaño. Yo babeaba, me atragantaba, pero él no se detenía. Después, me puso en cuatro y comenzó a follarme el culo con una fuerza que no esperaba de un hombre de su edad. Cada embestida era más profunda, más animal. Las nalgas me ardían, y yo gritaba entre sollozos de placer. *Este culo es mío ahora*, gruñía, mientras me jalaba del pelo para controlar el ritmo.

Cambiamos de posición: me sentó sobre él y me hizo cabalgarlo, mirándome fijamente como si quisiera recordar cada gemido. Sus manos no se cansaban de apretar mis tetas, de pellizcar mis pezones hasta hacerme estremecer. Cuando sentí que no aguantaba más, me ordenó que me viniera. *Acaba para mí, puta*, y obedecí, con un orgasmo que me dejó temblando. Él siguió moviéndose hasta correrse dentro de mí, caliente y abundante.

 

Quedamos exhaustos, sudados, enredados en sábanas baratas. Ni siquiera nos duchamos. Se vistió en silencio, me dejó un billete en la mesa *Para el taxi* y se fue como si nada. Yo me quedé ahí, con el culo adolorido y la mente nublada, sabiendo que ningún hombre joven volvería a compararse.

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