Por

Anónimo

agosto 29, 2013

19622 Vistas

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Doña Maria

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La

doña, como la llamaba Dolores, la muchacha del servicio, en realidad era

una mujer de unos 34 años, viuda hacia dos�. Una mujer de iglesia

y pendiente del que dirán, la cual hacía difícil que se

le acercara algún hombre con intenciones no dignas o siquiera dignas

de ella.

Desde la muerte de su esposo su cuerpo no había probado

de nuevo otro contacto físico que el de ella misma, cuando en noches

como estas las carnes de su hermoso cuerpo le pedían temblorosas que

las acariciaran. Sus partes más íntimas solían rebelarse

y no dejarla dormir por horas, a pesar de que muchas veces trataba de aplacar

esos deseos ella misma acariciando, sobando sus senos, su clítoris,

sus paradas y blancas nalgas que la excitaban tremendamente cuando se veía

en el espejo.

Las nalgas de una mujer eran una de las partes que ella

más admiraba si eran iguales o más generosas que las de ella

misma. Eran como una fijación y muchas veces se masturbaba pensando

que acariciaba alguna de las nalgas de las mujeres del pueblo con las que iba

a la iglesia o aquellas pocas con las que cruzaba visitas como Margarita su

vecina más cercana o Joaquina, la hija del dueño de la panadería.

Escuchó entonces un sonido de agua escurriendo en el patio de la casa. Se

extraño de que a esas horas de la media noche pudiera haber alguna actividad

en el patio, pues la única otra persona en la casa era Dolores, la nueva

muchacha que le habían mandado del campo para el servicio, mientras

su tía, Milagros del Pilar, se reponía de los achaques que su

edad le producía en su pierna.

Extrañada, salió de

la habitación y se acercó a la ventana trasera de la cocina,

la abrió solo un poquito para poder mirar y se sorprendió al ver a

Dolores, completamente desnuda, echándose agua con la manguera de regar

el césped. Iba a abrir la puerta para decirle algo pero visualizó las

tremendas nalgas de la muchacha, de color canela, como brillaban a la luz de

la luna y el contraste del agua con su cuerpo.

Estaba fascinada mirando

esta belleza, eran unas nalgas como a ella le gustaban, sólo que no

las había imaginado de este color, pero eran imponentes, paradas, llenas,

firmes y sobresalían con una gran curvatura del resto del cuerpo. La

muchacha se movió en ese momento y mostró una panorámica

de sus senos que eran tan imponentes como sus nalgas. En ese momento Dolores

comenzó a sobar sus senos con las dos manos, tomaba uno en cada mano

y acariciaba sus pezones, los cuales se mostraban duros e hinchados. Dolores

mostraba los ojos cerrados con una expresión de placer y gusto que produjo

una sofocación en Doña maría, la cual sin pensarlo, comenzó

también a acariciar sus senos, al mismo ritmo que Dolores. Oía

como los quejidos de Dolores salían de su boca, cada vez más

constantes y sofocados.

Entonces la muchacha se detuvo, tomo una toalla

que había sobre una silla y comenzó a secar su cuerpo. Luego

hizo un movimiento en dirección a la cocina, que era el paso obligado

para ir a su habitación. Doña María entendió que

no podía quedarse en el sitio para no ser vista, y se fue hasta el pasillo,

allí espero a que Dolores entrara, desnuda en la cocina y entonces ella

también entró, encendiendo la luz, cómo que iba hacia

la nevera a buscar agua.

Dolores al verla se asustó y soltó

la toalla, quedando desnuda frente a su ama. Doña María también

se detuvo, mostrando sorpresa y diciendo:

«Que susto, Dolores!»

«Que

haces levantada a estas horas y desnuda?»

– Oh!, Doña, es

que hacia tanto calor y no podía dormir!

– Mi hija, pero te vas a resfriar,

dijo María, acercándose a Dolores, embelezada con sus senos,

mirándolos sin poder disimular su deseo y excitación. «Pero

que lindas tetas tienes, niña!»�

Y comenzó a tocarlas

sin más ni más.

Dolores no sabía como reaccionar y antes

de darse cuenta sólo atendía al placer que le daban los dedos

de la Doña sobre sus pezones.

Huy Doña, aah, ooooh, pero,

Doña! Ahhhh, hay Doña�.

Te gusta Dolores?

Siiii, oh pero

Doña� María no se podía contener, aquello era

un regalo que no se iba a negar. Nunca había tocado los senos de otra

mujer, pero sólo entendía que su autoridad sobre esta niña

le daba permiso para dar rienda suelta a tanto morbo acumulado y el deseo se

le salía incontenible por todo su ser�

Rodeo con sus brazos

la cintura de Dolores y agarró con sus dos manos las dos esferas d las

nalgas de Dolores� Este contacto tanto tiempo soñado, casi le produce

un orgasmo instantáneo. Un gemido profundo salió de su garganta

excitando a Dolores tremendamente;

– Ooooooh, Dolores, estas nalgas son mías�..

Hayyyy Doña, si está bien, son suyas, uuuuuhy, gemía Dolores.

María entonces agachó su cabeza y tomo en su boca uno de los

pechos de la morena muchacha, impulsada por una atracción incontrolable

que ella misma no entendía y comenzó un proceso de mamar aquellas

tetas maravillosas, con devoción y lujuria. Mamaba, chupaba, mordía,

lamía, trataba de entrarlos por entero en su boca, tomaba el pezón

en sus labios y lo mamaba como una bebé. A Dolores nunca otra persona

le había tocado sus pechos y el impacto de sentir aquella boca succionando

de sus senos le empezó a producir una serie de gemidos, gritos, jadeos, sollozos�

no sabía si aquello era dolor o exceso de placer, pero no quería

que terminara. Sentía entre sus piernas como manaba un liquido caliente

que le encendía su sexo de una manera bestial.

Como si María

lo adivinara, llevó su mano a la entrepierna de la muchacha y la untó

de este liquido al comenzar a acariciar su clítoris con los dedos. Dolores

sintió como se le flojaban las rodillas y pensó que se caería

si María no la agarra firmemente por las nalgas y con sus brazos, por

la cintura.

– Ven, vamos a micaza, le dijo María

Y la llevó

suavemente hacia su recamara.

La acostó en la cama, boca arriba, mientras

ella dejaba resbalar la bata hasta el suelo, quedando también desnuda.

Subió a la cama, sobre Dolores, se introdujo entre sus piernas, como

si fuera un hombre para poseerla, y comenzó a frotar su sexo contra

el de la muchacha que se retorcía de placer, temblorosa, incontrolable.

De pronto, María empezó a descender su cabeza sobre Dolores,

Comenzó de nuevo otra serie de mamadas en sus pezones lo cual hacía

retorcer y gemir a Dolores. Estos gemidos le aceleraban el pulso a María,

que ya no creía que pudiera elevar más su nivel de excitación

y lujuria. Decidida, descendió hasta el sexo de Dolores, haciendo realidad

el sueño de mamarle el coño a otra mujer. Tomo el clítoris

de Dolores como si fuera uno de sus pezones y comenzó a mamarlo con

la misma devoción, al tiempo que metía sus manos por debajo de

las nalgas de Dolores y se las apretaba y sobaba, llena de placer a su contacto.

Buscó el punto medio de las nalgas y sintió un respingo de Dolores

al tocar la superficie de su ano. Un Gemido más profundo que los demás

le indicó que había tocado un punto clave de aquella masa de

placer que era Dolores.

Colocó la punta del dedo índice

sobre la entrada del ano de Dolores haciendo tan sólo un poco de presión,

sin empujar este. Dolores entonces comenzó una suerte de movimiento

provocando ella misma la presión necesaria sobre el dedo, con sus nalgas,

buscando ser penetrada. María mantenía el dedo firme mientras

seguía mamando el clítoris de Dolores sin ninguna compasión

ante los gemidos y gritos de la muchacha, la cual movía más las

nalgas buscando aquel dedo tan torturador, hasta encestarlo por completo en

lo más profundo de su ano, en el mismo momento del orgasmo más

profundo y alargado de la noche, el cual María sintió en ella

misma a través de las vibraciones del cuerpo de la joven mulata..

– hayyy Doña, que bueno, pero que rico, por Dios, ooooh, haaay que

veníaaaaa, uuuuh, haaay!

María sentía como sus propios

jugos fluían de su interior y como su clítoris parecía

que explotaría de un momento a otro. Aprovecho el momento de alta excitación

de Dolores y se acercó hacia arriba, colocando uno de sus generosos

pechos en la boca de Dolores: – Ven mi bebé, ahora le toca a mamí,

máma las tetas de tu doña!

– Hay si doña, uuuuuh, decía

Dolores con uno de esos enorme

senos en su boca y comenzó a mamarlos

como había sentido en los suyos propios.

– Así Dolores, mámamelos,

hay que rico me los mamas, sigue chula, sigue, así,

Y Dolores

mamaba, chupaba, mordía, lamía, y sentía que mamar era tan bueno

como cuando se lo hacía a ella. María entonces siguió subiendo

su cuerpo y colocó una pierna a cada lado de la cabeza de Dolores, diciéndole:

Ahora, mámale el coño a tu ama Dolores, mámalo!

Y

sintió como Dolores se pegaba a su clítoris como una ventosa y la mamaba

de una manera total, abarcaba con su gran boca toda el área del coño

de María, incluía su clítoris y sus labios enteros. Se afanaba

por abarcarlo todo y succionaba de una manera salvaje, constante, sin darle un

respiro. Era increíble como aquella boca le estaba extrayendo todos los

años de deseos en una sola mamada. María jadeaba, agarraba la frente de

Dolores como para quitársela pero al mismo tiempo la atraía mas

hacia su coño, refregando sus blancos muslos en la cara de la muchacha

que no se detenía.

María pensó que perdería

el conocimiento cuando llegó este orgasmo jamás sentido en su

vida, todo junto, poderoso, constante, seguido, parecía que no acabaría

y Dolores no para su succión y la presión de sus labios sobre

aquel coño que María pensaba que iba a perder. Su cuerpo se tensó como

un arco, sus senos apuntaron al techo de la habitación, duros, firmes

e inmensos.

La cara de María se crispo y de sus labios salió

un grito al mismo tiempo que de su coño salía un torrente de

líquidos que inundaban la boca incansable de Dolores, que seguía

succionando de su interior�

María se desplomó al lado

de Dolores, por un rato no hablaron�.

Luego María le dijo

a Dolores;

– Que tremenda eres, Dolores� Quiero que te quedes aquí

conmigo y lo volvamos a hacer todas las noches�

– Sí Doña�.


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2 respuestas

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