Por

Anónimo

junio 22, 2020

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Un día para olvidar

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Perdí la cuenta. Las primeras veces se hace fácil llevar un pequeño diario mental de tus relaciones sexuales, incluso puedes recordar con facilidad todos los orgasmos que te ha producido tu pareja, los lugares, el día y la hora exacta de todos esos momentos, pero si eres una persona como yo, adicta al sexo, sin un antídoto que calme tus deseos sabrás que no puedes retener todo en la mente, llega un momento en que pierdes la cuenta y ese hecho te produce morbo, te conviertes en una ninfómana si es que acaso no naciste para ello.

A eso hay que agregarle el ingrediente perfecto: un primo dos años mayor, tan sediento de sexo como tú, que se hospeda en tu casa, a escasos metros de tu habitación, y unos padres tan confiados que no sospechan lo que sucede mientras cumplen su jornada laboral o mientras yacen dormidos después de un largo y afanado día.

Un día, ese primo tan sediento de sexo como yo me cogió en la habitación de mis padres, en la cama para ser exactos y faltando poco para que mis padres aparecieran en casa, yo me negaba e incluso me molestaba, pero él insistía y prácticamente me forzaba, me desprendía de mi ropa en una lucha que siempre terminaba ganando y me hacía suya a la fuerza mientras disfrutaba verme resistirme a él sin éxito, rindiéndome a su poder sobre mí, a su penetración, sus mordiscos, pellizcos, besos y demás.

Una vez terminado el acto, apresurada ordenaba la cama, cambiando las sabanas y preparando una historia por si mi madre lo notaba y me sometía a un interrogatorio, pero mis padres eran tan despistados que no se daban cuenta de todo lo que sucedía en su ausencia.

Diego me cogía donde le daba la gana, excepto en los exteriores de la casa, yo debía recoger el desorden que dejábamos para no levantar sospechas. Él disfrutaba con eso, con el morbo de saber que podían descubrirnos, yo entraba en pánico cada vez que a Diego se le ocurría cogerme en esas horas de riesgo.

Siempre que llegaba del colegio sabía que cogeríamos, ya fuese en su habitación o en la mía, en su baño, en el mío o en el de mis padres, en la cocina, en el lavadero, en la sala, al inicio de las escaleras, en el garaje. Si yo me negaba daba igual, me convencía o me forzaba.

No tarde mucho tiempo en pervertirme o mejor dicho, en dejarme pervertir completamente y acceder a todos sus deseos aunque debo enfatizar que fui inteligente en ello. Seguí actuando como si algunas veces no quisiera solo para verle forzarme, me di cuenta de que sentirme violentada me excitaba más de lo que yo hubiese imaginado.

Me volví adicta a su semen, no a su sabor sino al morbo que me produce sentirla caer en mi lengua, mis dientes, mis labios, mi cara, mis ojos, mis senos, mis nalgas; sentirme empegostada de semen me produce mucha excitación.

Muchas veces me fui al colegio con la leche en mi boca, saboreando poco a poco como si se tratara de un trozo de chocolate hasta que ya no queda nada, solo el sabor de los restos en mi lengua y paladar, saludar a mis amigas con un beso en sus mejillas sin que tuvieran la menor idea de que minutos antes un hombre se había corrido en mi boca.

Me encantaba que me cogiera en mi baño, si él no estaba de ganas me bastaba salir del baño humedecida, desnuda, me presentaba ante él y como un imán se iba tras de mi, pues yo salía corriendo sabiendo que vendría a por mi a darme mi merecido de la forma como a él le gustaba, a la fuerza, con rudeza pero asegurándose de que yo disfrutara el momento tanto o más que él.

El sexo anal casi siempre estaba presente, estuviese o no preparada para ello y aunque pudiera parecer extraño Diego me ha hecho alcanzar riquísimos orgasmos siendo penetrada analmente sin hacerme una limpieza previa, otras veces simplemente no puedo y me duele pero él ya sabe cuando detenerse ya que el dolor es agudo o cuando continuar aunque me duela sabiendo que lo estoy disfrutando.

Un miércoles de junio, llegué del colegio, ambos teníamos unas ganas enormes de tener sexo ese mediodía. Me duché, me preparé analmente y al salir Diego ya me esperaba en su habitación. Fui hasta él desnuda, dejando un hilo de agua por el camino y las huellas de mis pies, al verme en la entrada de su habitación me tomó del cabello y me hizo chuparle la verga por un largo rato mientras se fumaba un cigarrillo, estuve casi quince minutos chupándosela, de rodillas, deseando que en cualquier momento se corriera en mi boca pero eso no pasaría.

Me ordenó subir a la cama, ponerme en cuatro con mis pies sobresaliendo y mi culo ofreciéndose.

Grité, pues, me la metió de golpe por mi cuquita y ahí estuvo un buen rato dándome fuertes nalgadas y jalando de mi cabello, paraba por unos segundos y cambiaba a mi culito, también de golpe, una vez más me penetraba, yo disfrutaba sus violentas embestidas, me dolía la cabeza, pues, jalaba de mi cabello con fuerza, no sentía mis nalgas de lo fuerte que las castigaba con sus manos, su pene yendo y viniendo dentro de mi se encargaba de equilibrar el dolor y el placer.

Me dio la vuelta, quedé acostada y frente a él que no perdió tiempo en volver a penetrarme esta vez por mi cuquita y empezó de nuevo el ritmo alocado, yo solo gemía, no podía hacer más que disfrutar lo que me hacía, era su muñeca y me traía y me llevaba a su ritmo y antojo, sin olvidar las obscenidades que me profería. Estuvo así durante un buen rato turnándose mi cuquita y culito y yo casi al borde del agotamiento de tanto placer y dolor.

Nos olvidamos de nuestro entorno y Diego parecía estar cerca de alcanzar un orgasmo, entonces miré hacia la puerta y no podía creer lo que estaba viendo.

Por un momento pensé que era mi imaginación jugándome sucio. No, no, no puede ser, pensé, pero Diego continuaba embistiéndome, incluso me abofeteó y me llamó puta.

No, no podía estarme pasando esto, tanto que me cuidé, tanto que me advertí a mí misma y a Diego.

—Diego, para —le dije en voz alta y entrecortada debido al ritmo violento de las embestidas de su pene en mi culo.

—Cállate, zorra, esto te encanta —me respondió y me escupió dentro de la boca, algo que no pude evitar, pues, no me lo esperaba.

Me tenía tomada de ambas manos, no podía ni siquiera golpearlo para que reaccionara a lo que yo intentaba indicarle y su escupitajo me hundió más en la vergüenza.

Empecé a llorar y dije:

—Diego, mi mamá en la puerta.

Fue entonces cuando Diego por propia intuición entendió lo que estaba pasando, miró hacia atrás y se percató de la presencia de mi madre en el umbral de la puerta, mirándonos, con cara triste y llorosa.

Diego me abandonó de inmediato, yo me cubrí la cara de la vergüenza que tenía y continué sollozando.

—Vístete, tu mamá se fue —me dijo Diego a los pocos segundos.

Abrí mis ojos y mi madre ya no estaba, me fui a mi habitación, entré al baño y lloré por un largo rato.

Me sentí muy mal, no podía sacarme de la mente la cara de mi madre al verme allí en la cama de Diego, siendo cogida analmente, ver a su sobrino llamarme puta, escupirme y usarme como una vulgar. Qué estaría pensando mi madre de mi, pensé. Medité tantas cosas durante casi una hora, no quería salir del baño.

No salí de mi habitación sino hasta llegada la noche cuando mi padre me llamó para la cena, siempre solía hacerlo mi madre. Al bajar, me esperaban en el comedor, hablamos por tres largas horas en las que me enteré que habían echado a Diego de casa. Me hicieron muchas preguntas, las respondí todas siendo sincera, les conté todos los detalles, lloraron, se sintieron culpables de todo lo ocurrido. Así fue como terminó una linda y excitante historia con mi primo que duró dos años aproximadamente.

Pasarían unos cuantos meses extrañándolo hasta que volvimos a tener intimidad, ya siendo una universitaria y viviendo a solas en la ciudad capital.

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2 respuestas

  1. nindery

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