
Por
Anónimo
Fui puta por una noche
Por aquel entonces estudiaba en la universidad capitalina, vivía sola en un apartamento pequeño en una zona de clase media, bastante retirada de la metrópolis y del caos.
Concurría casi todos los fines de semana a diferentes discotecas de la ciudad, la mayoría de las veces iba a solas, otras veces en compañía de mis amigas de estudio, si algún chico de la universidad me invitaba a la disco me negaba rotundamente, no quería verme involucrada sentimentalmente con ningún compañero de estudios.
Siempre he sido una mujer que huye de los compromisos, todavía no he conocido al hombre que me haga cambiar de idea y el único hombre que me interesaba para tal fin es mi primo Diego, pero él está descartado para mí, así que, solo puedo tirarmelo de vez en cuando, quizá algún día llegue a mi vida alguien que me haga olvidarlo. Sí, estoy enamorada de mi primo, con todo y lo perro que es.
He sido suya de todas las formas que podáis imaginar y en casi cualquier lugar que un hombre imagina culearse a su chica. Cuando se le ocurre una fantasía me llama, me convence y me coge, sabe que soy suya, aunque a veces me niegue a complacerlo.
Es un perro, un mujeriego, pero lo amo y me encanta como me hace su mujer. Podemos discutir, pelearnos, incluso cuando tenemos sexo, pero siempre termino como una tonta aceptando que él es mi hombre y yo su mujer, su perra o su puta, pero no os compadezcáis de mí, pues, me encanta.
Era fin de semana y Diego llevaba todo el día escribiéndome mensajes, tratando de convencerme de complacerlo en su nueva y alocada fantasía. Tenía casi un mes insistiendo, pero solo recibía respuestas negativas de mi parte. Ese viernes por la tarde decidí aceptar su propuesta, aunque no estaba convencida del todo le dije que sí, que lo complacería.
La noche del día siguiente me preparé mentalmente para la ocasión, por supuesto que estaba nerviosa, la fantasía de Diego era un reto para mí en su máxima expresión. El morbo y el miedo de lo que él me proponía me excitaba en gran manera, me conocía y sabía que tarde o temprano terminaría accediendo a sus caprichos.
Cuando tomé mis cosas para salir de mi habitación me tomé una foto y se la envié. Era el primer paso. Salí de la habitación nerviosa, pues, iba vestida de una forma muy sugerente, cosa que me daba una pena enorme. Me envió un mensaje diciéndome lo divinamente sexy que me veía y que no veía el momento de tenerme para él y para su amigo. Sí, esa noche iba a experimentar mi primer trio.
Entré al ascensor de inmediato, me miré al espejo y me sentí apenada, sabiendo que el conserje de turno me veía a través de la cámara de seguridad. Miré el marcador de piso. 3, 2, 1, 0. Salí apurada, no había nadie, pero en la portería me esperaría el conserje.
Caminé rapidito y al llegar a la puerta me saludó con cortesía, pero con esa mirada lujuriosa que los hombres no pueden esconder cuando desean a una mujer y sobretodo porque la forma en la que iba vestida le llamó mucho la atención. Jamás me había visto vestida de esa manera, siempre en jeans y blusas discretas, ni siquiera cuando me iba a la discoteca me vestía tan destapada como lo estaba aquel sábado por la noche.
Sabiendo que yo era receptiva y que siempre le devolvía el saludo y la sonrisa además de que a esa hora de la noche no había mucho movimiento en el condominio, me lanzó un cumplido atrevido.
—Se ve realmente hermosa y sexy, señorita Daniela
Le agradecí el cumplido y seguí mi camino, aunque tardó en abrirme la puerta, quizá deseaba prolongar el momento para disfrutar la vista de mis piernas al descubierto, el aroma de mi perfume o qué se yo.
Apenas se abrió la puerta salí apresurada sabiéndome observada con detenimiento, sabiendo que detrás de mi había un hombre adulto deseándome con todas sus fuerzas.
Al cruzar la esquina, esperando el taxi que venía a buscarme me quedé pensativa. Quizá debí decirle a aquel hombre que lo que había hecho me ofendía como mujer y que iba a acusarlo con el comité, pero luego pensé que es normal, los hombres son así, es su naturaleza, además no era para tanto y de vez en cuando me gusta saberme deseada en la calle y los hombres mayores siempre me producen morbo.
El taxista fue educado; si durante el trayecto me echó una miradita no me di cuenta.
Yo vestía una blusa de seda color salmón de forma triangular a la altura de mis senos, mi ombligo quedaba al descubierto, una minifalda de color negro que permitía lucir mis hermosas y blancas piernas, bronceadas, zapatos de tacón alto también de color negro que dejaban al descubierto los dedos de mis pies y mis uñas pintadas de un fucsia intenso, igual las uñas de mis manos. Mi cabello castaño suelto y largo en aquel entonces, a la altura de mi ombligo. Bien perfumada y maquillada para la ocasión.
El viaje hasta el hotel se hizo corto, hubo un pequeño lapso de 10 minutos en el que llovió, luego escampó y apareció nuevamente la hermosa luna.
Eran las 9.45 cuando llegué. Me identifiqué en el lobby ante una chica bastante simpática. Mi corazón acelerado, la vergüenza me invadió, no por como iba vestida, pues, andaba hermosa y sexy, aunque eso significase miradas indeseadas e inevitables, sino por todo lo que me estaba imaginando que iba a suceder en cuestión de minutos. Iba a tener sexo con dos hombres, uno de ellos totalmente desconocido para mí.
Coincidí en el ascensor con tres chicos un poco más jóvenes que yo, les calculé unos 19 o 20 años, no más. Me miraban sin pudor, de arriba abajo y sonriendo entre ellos haciendo gestos, como si todo lo que gesticulaban era un idioma, el cual dominaban a la perfección. Se quedaron en el piso 5, yo continué sola hasta el piso 6.
Repasé en mi mente todo lo que Diego y yo habíamos hablado durante días. «No, eso no lo haré», recuerdo que fue lo primero que le dije. Un día después era yo la que le preguntaba cuál sería el siguiente paso. Diego me indicaba y una vez más yo me negaba.
Así estuvimos varios días discutiendo lo que estaba y no estaba dispuesta a hacer hasta que me convenció del todo. Lo único que no acepté fue no ponerme pantaleta. Supongo que era una de esas condiciones a las que Diego le importaba poco si aceptaba o no, con respecto a todas las demás fue insistente hasta lograr convencerme por completo.
También me dijo que no me pusiera brassier, le dije que aceptaba, pero le mentí y fue en el ascensor antes de llegar al piso seis que me lo quité y lo guardé en mi pequeño bolso junto a mis otras cosas como el smartphone, mi kit de maquillaje y demás cositas personales.
Me acerqué a la puerta del apartamento indicado y vacilé por unos dos o tres minutos hasta que decidí tocar, una vez dentro la vergüenza iría desapareciendo.
No tardé mucho, la puerta se abrió y me sorprendí al ver que quien me recibía no era Diego sino el chico al que no conocía hasta ese momento. Era guapo, más que Diego, sus ojos eran verdes, su cabello corto y una sonrisa que invitaba a todo, lo que me hizo pasar por alto que Diego había incumplido su palabra de ser él quien me recibiría al llegar.
Me quedé sin palabra, como estúpida viendo sus ojos que me dejaron encantada entonces él me saludó y abriéndome el paso me invitó a entrar.
Una vez dentro y de espaldas a él solo escuché cuando cerró la puerta. Por un momento pensé que aquello no estaba bien, que era el momento justo para echar atrás aquella loca fantasía que estaba a punto de llevar a cabo.
—Eres muy sexy —dijo él, sin presentarse
—Gracias —dije sin mirarle
Él se acercó y se puso frente a mí, me sonrió y con esa sonrisa me sentí completamente dominada, pero ese momento bonito fue interrumpido por el ruido de una puerta abriéndose. Mi primo se hacía presente en la escena, desnudo, secándose el cuerpo con una toalla blanca.
—Wow —eres más bella de lo que pensaba— me dijo, con su particular rostro risueño y pretendiendo aparentar que era la primera vez que me veía.
Volví a recordar lo hablado días atrás. «No nos conocemos, eres una prepago».
Esa era la fantasía de Diego a la que tanto me había negado durante casi un mes, días enteros de insistentes mensajes y discusiones, no olvidéis que Diego vive en una ciudad a tres horas distante de la mía; esa noche solo estaba de visita en la capital.
Su amigo me detallaba de arriba abajo y adiviné sus intenciones, solo que no entendí el por qué no se atrevía a tocarme. Diego se quedó esperando que yo diera el próximo paso: exigir el dinero.
Vacilé nuevamente por unos cuantos segundos, Diego continuaba secando su cuerpo, esperando que yo actuara, mientras tanto, su amigo no me quitaba el ojo de encima y yo empezaba a humedecerme deseando pertenecerle a ambos.
—Bueno, como acordamos —dije sin mirarlos directamente, sintiendo que el corazón se me salía por la boca—. Son 500 mil.
Una vez dije eso me sentí la mujer más puta de todas las putas. Sentí una vergüenza enorme y al mismo tiempo me liberé de toda la presión que llevaba sintiendo durante un largo rato. Me pregunté qué se sentiría ser una puta de verdad que cobra por ofrecer su cuerpo para ser disfrutado, sienta o no la misma atracción física de quien la contrata.
Apenas terminé de pronunciar la cifra que supuestamente tenían que pagarme el chico se me acercó y metió su mano por mi cintura descansándola en mi espalda y me llevó hacia él, robándome un beso con lengua, robándome el aire y al mismo tiempo quitándome todo rastro de timidez.
—Primo —dijo Diego—. Se nota que tienes hambre.
Pero su amigo pareció no escucharle, pues, continuó devorando mi cálida lengua y yo le correspondía completamente sintiendo como mi sexo se humedecía. Luego se detuvo, me quitó el bolso de la mano y mi teléfono y lo colocó en la mesa-bar de la cocina a escasos metros de distancia.
Volvió a mí y me levantó la falda, me cargó y me llevó hasta el sofá donde me recostó y me despojó de mi pantaleta lanzándola por el aire sin ninguna precisión. Diego observaba mientras contaba los billetes del dinero que supuestamente me pagaría.
Lo poco que yo sabía del chico que estaba a punto de disfrutarme es que eran amigos desde hacía unos meses y que ambos habían planeado contratar a una prepago y experimentar un trio. Diego me contó que él no sabía que yo era su prima y que actuara como tal, como una puta prepago dispuesta a complacerlos en todo lo que se les ocurriera aquella noche.
Diego me hizo sentir toda una prepago cuando se puso a contar los billetes y me sonreía mientras veía a su amigo dirigiéndose a mi vagina. Me sentí tan perra al ser besada y manoseada por otro chico mientras mi primo observaba con morbo la escena.
Una vez me vi despojada de mi pantaleta lo siguiente fue mi falda. Al ver mi vagina al descubierto, depilada totalmente, el chico se aproximó y la atacó con su cálida lengua cálida y sus labios carnosos. Estaba siendo víctima de un delicioso sexo oral y no pude evitar gemir ante tal sufrimiento placentero.
—¿Qué tal la putita? —preguntó Diego.
Pero su amigo volvió a ignorarlo; estaba concentrado en mi humedecida vagina. Diego se acercó a mi y supe que a partir de ese momento ya no podría negarme a nada de lo que pretendieran hacerme.
Se subió al sofá, llevó su pene ya erecto a mi boca y empezó a violentarla, no a esperar que yo la tomara en mis manos y la succionara a mi ritmo sino que la puso en mi boca, me tomó de la cabeza con sus manos y empezó a hundirla dentro de mi.
No tardó su pene en producirme arcadas y mis ojos se llenaron de lágrimas. Su amigo dejó de chuparme la cuca y lo vi desnudarse por completo mientras Diego montado en el sofá continuaba violándome la boca, dejándome tomar aire cuando veía que yo ya no aguantar más.
Cuando Diego vio que su amigo se estaba desnudando adivinó sus intenciones, se bajó del sofá y me cargó en sus brazos llevándome hasta la habitación, me lanzó a la cama con brusquedad y le dijo a su amigo:
—Cógete a esa perra —dijo. Quiero hacerme la paja mientras observo.
El chico no tardó en seguirnos y de inmediato me ordenó quitarme la blusa y ponerme en cuatro. Apenas me vio completamente desnuda y en la posición requerida, se subió a la cama y me metió su pene de golpe.
El pinchazo de la penetración me hizo quejar de dolor el cual desapareció casi de inmediato para dar paso a un suave placer. Diego me vio en aquella situación y empezó a proferir vulgaridades mientras se masturbaba, observando como su amigo me hacía su perra.
Soy tan sensible y tan entregada al sexo que aquella morbosa escena en la que me vi involucrada, aunada al ritmo violento de la penetración a mi vagina, las fuertes manos del chico afianzadas en mi cintura y las vulgaridades que Diego pronunciaba en alta voz, me llevaron a alcanzar el orgasmo, lo que molestó a Diego quien se acercó y me tomó del cuello para asfixiarme, volver a insultarme y ordenarle a su amigo que me diera con más fuerza.
Su amigo estaba tan intensamente excitado ante tal escena que no aguantó más y se corrió dentro de mí, cosa que tampoco gustó a Diego y lo supe por el gesto que hizo de arquear sus cejas. Su amigo se recostó sobre mi mientras sufría su desesperado y descontrolado ataque orgásmico y yo sentía cómo mi vagina se inundaba de abundante néctar de espermatozoides.
—Demasiado rica esta puta, hermano —dijo con voz sufrida—, no aguanté, pero ahorita le voy a reventar ese culo —agregó.
Yo tuve que disimular la risa que aquella frase me provocó, aunque sentí miedo cuando agregó lo de reventarme el culo ya que tuve la impresión de que su pene era más largo que el de mi primo.
Cuando el chico se levantó dejándome tirada en la cama, Diego se puso en su lugar, me tomó de la cintura, haciéndome volver a la posición de perrita, me roció lubricante en las nalgas y entrada del ano, y luego de una pequeña introducción en la que me masajeó las nalgas, metió sus dedos en mi culo y me dio unas cuantas nalgadas que las enrojecieron, me la metió por el culo, suave, muy suave, con paciencia hasta que todo su pene entró completamente y allí se quedó por unos breves segundos pegado a mí, mientras tanto continuaba dándome nalgadas, pellizcaba mis pezones y me insultaba. Le encanta pasar todo el rato diciéndome obscenidades.
Cuando sintió que mi culito se había adaptado a su pene empezó a sacarlo y a meterlo poco a poco, logrando que mi culito se dilatara por completo y fue entonces cuando me agarró de mi cabello, me atrajo hacia él y me penetró salvajemente una y otra vez.
Me quejé de dolor y de placer delante de su amigo que a pesar del agotamiento por el orgasmo experimentado minutos antes, empezaba a recuperarse y al ver la forma en la que Diego me hacía su perra no tardó en lograr una nueva erección.
Yo gemía sin parar y volví a alcanzar el orgasmo. Diego continuó por unos minutos más bombeándome hasta que ya no pudo más y sabiéndose perdido en el placer que le ocasionaba el morbo de romperme toda en presencia de su amigo, se tumbó sobre mi mientras su pene inundaba mi culito de semen. Yo yacía agotada, con unos cuantos orgasmos encima, muy adolorida, pero con ganas de más y Diego lo sabía. Se levantó de la cama y desapareció de la habitación.
Su amigo ya recuperado del todo vino hacia mí y con toda la confianza me tomó del cabello, me arrastró hasta sacarme de la cama y ordenarme a arrodillarme en la alfombra y ahí, me cogió la boca, copiando todo lo que Diego me había hecho en el sofá. Diego estaba en la sala no sé si tomando agua o recuperando fuerzas y dijo en voz casi que gritando:
—Qué perra, vale.
Y es que su amigo me cogía la boca con violencia, produciéndome arcadas y lágrimas en los ojos y yo permitiéndolo sin el más mínimo gesto de incomodidad, disfrutando sin ninguna duda, esperando el momento de volver a ser cogida como lo que soy, una perra.
No tardó en necesitar volver a tenerme a su merced, me ordenó recostarme a la cama, en posición de perrita, con mis piernas descansando en la alfombra y entonces me la metió por el culito sin importarle que su pene se encontrara con el semen de Diego que aún permanecía en las paredes de mi recto.
Grité cuando metió su pene y me dolió mucho. Entendí que la tenía más grande que la de Diego cuando empezó a bombearme y sentía incómodos pinchazos en la parte alta del estómago. Yo gemía de dolor y a él no le importaba, me tenía halada del cabello y me sacudía a su antojo hasta que pasados unos pocos segundos el dolor menguó y dio paso a una mezcla de dolor y placer que me enloquecía y me llevaba a la perdición, la perdición de una mujer que ama ser culeada hasta ya no tener fuerzas.
—Perra, —decía Diego desde la sala o cocina—. Puta, —continuaba sus insultos.
Pero esta vez su amigo no se correría de inmediato, iban a pasar unos cuantos minutos de dolor placentero en los que volví a correrme, en los que me sentí la más puta de todas. Cuando ya no pudo más sacó su pene de mi culo y acabó en mi espalda, jadeando del agotamiento, sintiéndose complacido de haber durado un poco más que la vez anterior, sabiendo que lo disfruté.
Me quedé en esa pose, agotada de placer y de dolor. Lo vi alejarse de mi mientras decía groserías. Luego los oí en la sala conversar sobre mí con toda la intención de que yo oyera lo que decían y lo que estaban conversando no estaba en los planes y yo me había negado rotundamente a ello.
Al cabo de cinco minutos yo continuaba en la misma pose en la que me habían roto el culo, no sé si por agotamiento o porque deseaba que entrara Diego y volviera a violarme a su antojo. Diego entró, me quitó los tacones, me tomó en sus brazos y me llevó al baño.
Allí nos duchamos solo él y yo y me contó lo que pensaba hacerme. Querían doble penetrarme, pero yo le dije que no, que eso no lo iba a permitir. Él insistía en que si me dejaría, que yo era su perra y me iba a dejar coger como a él le diera la gana.
Me trató con dulzura por unos largos minutos, enjabonando mi cuerpo, haciéndome reír con sus chistes y ocurrencias, me besó y me hizo sentir amada para luego abandonarme y decirme que me preparara, pues, en un rato me venía a buscar. Yo volví a negarme y le dije que me iría apenas saliera del baño, que ya era suficiente sexo por esa noche.
El salió, yo me quedé en la ducha por unos minutos más y al salir del baño recordé que solo tenía una muda de ropa, la que traía puesta y esta había quedado regada por toda la sala.
Os podréis imaginar que al salir a buscarla Diego me agarró y me llevó nuevamente a la cama, yo me negaba y le respondía como una prepago, que eso no era lo que habíamos acordado, sabiendo que su amigo no debía sospechar que éramos primos.
Diego no le importó y se aprovechó de la situación y a pesar de que me había negado a una doble penetración tampoco tenía intenciones de armar un escándalo por eso y terminaría por complacerlo. Sería la primera vez puesto que las anteriores veces solo había experimentado la doble penetración con Diego y mis juguetes consoladores.
El hecho de que la primera vez fuera con un desconocido fue lo que me hizo negarme pero Diego era muy insistente y convincente y aunque yo no quisiera eso iba a terminar sucediendo y probablemente terminaría destruida de tanto dolor placentero.
A pesar de que ya había asumido que me dejaría doble penetrar igual continué resistiéndome, quizá en modo de juego, como las veces en casa cuando fantaseábamos que Diego entraba a robar y terminaba violándome mientras mis padres dormían. Este parecía uno de esos juegos en los que yo me resistía, pero mi destino estaba decidido, me iban a meter dos penes al mismo tiempo y yo estaba convencida de que lo iba a disfrutar.
Diego le ordenó a su amigo que se acostara en la cama, luego a mí a sentarme encima de él, me resistí y entonces me obligó, convencido de que yo solo jugaba a resistirme. Una vez que su amigo empezó a penetrarme vaginalmente mientras me sujetaba de ambas manos, Diego se puso detrás de mí y en cuestión de segundos ya me la estaba metiendo por el culo como él solía hacer, suave, con paciencia hasta que mi culito se amoldaba. Una vez que me adapté a la postura y a ambos penes dentro de mi empezaron a penetrarme, jalarme del cabello, pellizcarme los pezones y todo lo que se les ocurría. No puedo describir el placer, era demasiado intenso, yo gemía en voz alta, tanto que Diego tuvo que taparme la boca con uno de sus boxers. Diego me rompió el culo, literalmente y su amigo le hacía todo tipo de maldad a mis senos y pezones, también pellizcaba mi piel, por todos lados y yo me moría de aquel dolor placentero imposible de describir en un relato. Me encanta que me pellizquen por todos lados siempre y cuando me tengan envuelta en un placer intenso, sentir mis mejillas siendo abofeteadas, mis nalgas castigadas por fuertes manos que las enrojecen en cada embestida y mi cabello siendo halado con fuerza, haciéndome daño.
Diego lo sabía y se encargaba de que tanto él como su amigo me proporcionaran todo el daño y placer que me llevase a la locura.
Cuando se sentían agotados en la postura y también para evitar eyacular, cambiaban de posición, tuve un orgasmo especial cuando sentí a Diego debajo de mi y a su amigo romperme el culo como me lo había prometido, casi me desmayó de dolor y de placer pero no les importó llevarme a tal grado de intensidad, incluyendo pequeñas lágrimas en mis ojos que hablaban por si solas.
Me disfrutaron por un largo rato, me dolía todo el cuerpo y ya no podía más, debían parar o me iba a desmayar. Entendieron que ya era suficiente, Diego se corrió dentro de mi y su amigo que era quien me daba por el culo se levantó, me hizo girar el rostro hacia su pene y se corrió en mi boca, ordenándome tomar todo su semen.
Se retiraron de la habitación, me quedé dormida del agotamiento. Desperté una hora después, el amigo de Diego ya no estaba y Diego veía la tele recostado en el sofá de la sala. Dormiríamos esa noche juntos, compartiríamos toda la mañana siguiente, nos despedimos casi al mediodía, él se devolvía a su ciudad y yo a mi apartamento.
Cuando llegué y revisé las cosas en mi bolso me di cuenta de que tenía una faja de billetes, eran los 500.000. No podía creerlo, eso me hizo molestar, llamé a Diego y me dijo que no me lo tomara mal, que usara el dinero para mis cosas y que lo dejara como parte de la fantasía de ser la puta de dos en una noche.
Eso no fue todo, luego me llamó su amigo para decirme que él sabe que soy la prima de Diego. Duré un mes molesta con Diego y a su amigo le prohibí escribirme. Con el tiempo se me pasó el malestar y entendí que era parte de la fantasía de ser puta por una noche.
2 respuestas
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