Experiencia anal
Si supieran cómo me temblaban las piernas ese día. Conocí al tipo en el gym un pana alto, con esos brazos que prometían sostenerte en pleno éxtasis. Tres citas bastaron: vodka barato, mi falda más corta y su departamento con vista a mi perdición.
Sabía que esa noche mi cuca no sería la única estrella. Lo que no esperaba era su dedo traicionero deslizándose por donde solo había pasado el jabón. «¿Por qué haces eso?», pregunté como si no sintiera cómo mi cuerpo le contestaba por mí. «No te gusta?», susurró mientras su lengua seguía el camino de sus dedos entre mis nalgas. «Sí, maldito, sigue».
Y siguió.
Primero fue un dedo, luego dos, mientras yo cabalgaba su verga como si el condón pudiera proteger mi alma. Cuando me puso en cuatro, su boca en mi culo fue el bautizo que nunca supe necesitar. «Relájate, carajita», dijo antes de empujar. Ay, pana, ese dolor dulce que te parte en dos… Primero quise llorar, después quise más.
Su verga ¡ese güevote que ahora venero! entró milímetro a milímetro. Gemí como gata, clavando las uñas en las sábanas. «Así… así mismo», jadeaba cuando ya me movía contra él, sintiendo cómo me llenaba por dentro y por fuera.
El final fue cine porno: le grité que sacara esa mierda para venirme, pero el muy cabrón me volteó y me dejó chorreando su leche entre las nalgas. «Pa’ la próxima va adentro», prometió, limpiándome con su propia camiseta.
Y sí, hubo próxima vez. Pero esa es otra historia…
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.