La primera vez que vi esa bestia
Ay, no jodás, me acuerdo como si fuera ayer. Yo tenía como 18 o 19 años no recuerdo, recién empezando en esto del webcam y skype, y tenía un novio a distancia que me volvía loca con sus mensajes calientes. Un día, el muy atrevido me manda una foto de su verga sin avisar, y yo, ¡pfff!, casi se me cae el celular de la mano.
«¿Qué mierda es esto?», le escribí de una, porque en serio pensé que era fake, que había editado la foto o algo. ¡Esa cosa no podía ser real! Era gruesa, venosa, con un cabezón rosado que parecía salido de una película porno. «Jajaja, es mía, amor», me contestó, y yo le seguí echando mierda: «Sí, claro, y yo soy Miss Colombia».
Pero el muy hijueputa no se quedó callado. «¿Querés que te lo pruebe?», me dijo, y antes de que yo pudiera responder, me mandó una solicitud de videollamada. Yo estaba en mi cuarto, en calzones y con una remera vieja, pero la curiosidad me pudo. «Bueno, hijueputa, a ver», le contesté y acepté.
Y ahí estaba él, sonriendo como un gato que atrapó un canario, con esa maldita verga en la mano, enorme, palpitando como si tuviera vida propia. «¿Ahora me creés?», me dijo, y yo, aunque no quería darle el gusto, no pude evitar abrir bien los ojos. «No puede ser…»,, mientras sentía cómo se me mojaba la tanga.
«¿Y vos qué?, ¿no me vas a mostrar nada?», me preguntó, y yo, que nunca me achico, me levanté la remera y le mostré las tetas, que ya tenía duritas de solo mirarlo. «Así me gusta», dijo él, y empezó a jalársela lento, haciéndome ver cada detalle, cada vena que se marcaba cuando se ponía más duro.
Yo me recosté en la cama y me metí la mano en la tanga, sintiendo cómo ya estaba empapada. «Te gusta lo que ves, putita?», me preguntó, y yo solo pude asentir, porque en serio estaba impactada. Nunca había visto una verga así, ni en los clientes más dotados que me tocaban.
Él se puso a mover la mano más rápido, y yo me seguí tocando, imaginando que era esa bestia la que me estaba abriendo en vez de mis dedos. «Quiero verte correrte», le dije, y él gimió, apretando la base como si no quisiera venirse tan rápido. «Dame un beso primero», me pidió, y yo, aunque me reí, le mandé un par de besos por el celular.
Fue raro, pero excitante. Verlo a él, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, mientras se masturbaba pensando en mí, me calentó más de lo que esperaba. Yo no llegué al orgasmo, pero no importaba, porque estaba demasiado concentrada en ver cómo él se perdía en el placer.
Cuando finalmente se vino, fue con un gruñido que me llegó hasta los huesos, y yo me quedé mirando cómo le salía todo, espeso y caliente. «Te toca a vos ahora», dijo después, pero yo solo me reí. «Otro día, papi, que ya me dejaste loca».
Y así terminó nuestra primera videollamada hot. Después de eso, ya no dudé de su foto, pero sí me quedé con la curiosidad de cómo se sentiría esa cosa adentro mío.
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