Sé que el día ha sido muy largo, puedo notarlo en tu cara. Por favor, deja que me encargue de ello. Recibe un tierno, pero largo beso y trata de ignorar el nerviosismo que te invade mientras desnudo nuestros cuerpos, pues no, por ahora no será para follarnos.

Acompáñame al baño, que ya está prácticamente listo. Sé que el morbo empieza a invadir la habitación sólo por que tenemos la oportunidad de examinarnos mutuamente.

El agua comienza a caer sobre tu cuerpo. El calor de la noche contrasta con la frescura del líquido que se derrama sobre nosotros. El vapor que inunda la habitación ya comienza a relajar los músculos y a desvanecer el cansancio del día.

En un acto de intimidad y sensualidad involucro al jabón, que también me sirve de pretexto para acercarme a tu monumental cuerpo. Lo recorro completamente, explorando con curiosidad cada uno de sus rincones. Memorizo la disposición de tus poros y luego desvanezco la capa jabonosa con un sugerente masaje que al mismo tiempo despierta la lujuria dormida en ti. Llega tu turno, y aún temerosa repites la acción. Noto cierto nerviosismo al recorrer las partes más viriles de mi cuerpo, pero el deseo te apodera en el masaje final con el que disfrutas mi carne.

De repente te giras para darme la espalda. El movimiento sugerente de tus caderas despierta mi longitud y el resto del agua que nos cubre empieza ahora a estimular la piel. Es como un millón de manos que estimulan cada milímetro, y son la excusa perfecta para incendiar todo el lugar.

Me acerco a ti, aprisionándote contra la pared. Dejas de sentir el agua para empezar a sentir el contacto con mi piel. Y el antes amplio caudal se ve interrumpido y alterado. Sientes tu carne abrirse, eres bombardeada por olas de placer que arquean tu cuerpo y apagan tu mente. Eres ahora sólo sensaciones, calor y deseo. Después de varias sacudidas, tu cuerpo se rinde y ahora sólo eres agua corriendo…