No sé si en mi destino esté escrita alguna historia relacionada con el rompimiento de las barreras humanas. Y en cualquier caso, cada vez que mis pupilas conectan con la más mínima evidencia de su cuerpo, me siento a punto de explotar, víctima de mis pulsiones más lascivas.

Deseo todo de usted. Ser el cuero que aprisiona su carne o la seda que demarca los ángulos de sus curvas. Volverme el calor que enciende sus poros y las brisas que sacuden sus músculos en escalofríos que también disimulan los impulsos eróticos creados en su mente.

Apenas puedo contener los instintos salvajes que dictan en mi mente cada uno de los movimientos que debo realizar para someterla, encender su sumisión absoluta y luego descargarme, caliente, egoísta y caprichosamente en su cuerpo. Deseo volverla objeto de mi placer y cumplir cada una de mis perversiones hasta ahogarla en lujuria. Que mi se vuelva adicta a mis deseos y que exija hasta la última gota, hasta el último soplo de vida.

Pero la desesperación me invada al recordar las barreras materiales y humanas. Esas mismas que condenan mis deseos al rincón mental de las fantasías. Mientras, el onanismo intenta burdamente de encontrarle un escape a mis pasiones viriles…