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agosto 25, 2025

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Bajo la lluvia de vapor

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Acompáñame al baño, que ya está prácticamente listo. Sé que el morbo empieza a invadir la habitación sólo por que tenemos la oportunidad de examinarnos mutuamente. Las miradas que hemos estado lanzándonos durante la cena no dejaban lugar a dudas – esta noche no terminaría con un apretón de manos educado. Tú, con ese vestido negro que se aferraba a tus curvas como un amante desesperado, y yo, con el deseo palpable que nublaba mi usually impecable compostura de empresario.

El agua comienza a caer sobre tu cuerpo, y observo cómo las primeras gotas trazan caminos plateados sobre tu piel. El calor de la noche madrileña contrasta con la frescura del líquido que se derrama sobre nosotros, creando una sinfonía de sensaciones que hace que se me erice la piel. El vapor que inunda la habitación ya comienza a relajar los músculos y a desvanecer el cansancio del día, pero intensifica otro tipo de tensión – esa electricidad que salta entre nuestros cuerpos separados por apenas centímetros.

En un acto de intimidad y sensualidad involucro al jabón, que también me sirve de pretexto para acercarme a tu monumental cuerpo. La pastilla de sándalo y vainilla se desliza entre mis manos antes de comenzar mi peregrinación por tu geografía particular. Lo recorro completamente, explorando con curiosidad cada uno de sus rincones. Comienzo por tus hombros, donde la tensión se acumula después de largas horas de trabajo, y mis dedos trabajan esa rigidez hasta convertirla en sumisión. Desciendo por tu espalda, sintiendo bajo mis palmas el arqueo de tu columna que se me ofrece como un secreto a voces.

Memorizo la disposición de tus poros y luego desvanezco la capa jabonosa con un sugerente masaje que al mismo tiempo despierta la lujuria dormida en ti. Mis manos se detienen en la base de tu cuello, donde el pulso late acelerado – un pequeño pájaro enjaulado que delata lo que tu rostro serrado intenta ocultar. Cuando llego a la cintura, siento cómo contienes la respiración, y sonrío al notar que tu piel se eriza bajo mi contacto. Eres un poema de carne y hueso, y yo intento descifrarte con mis manos como si fueran versos urgentes.

Llega tu turno, y aún temerosa repites la acción. Tomas el jabón con dedos que tiemblan levemente, y observo cómo tu mirada se concentra en la tarea como si temieras lastimarme. Noto cierto nerviosismo al recorrer las partes más viriles de mi cuerpo, pero el deseo te apodera en el masaje final con el que disfrutas mi carne. Tus manos, más suaves de lo que imaginaba, se atreven por fin a palpar mi pecho, sintiendo el latido acelerado que delata mi usually serena compostura. Cuando te agachas para enjabonar mis piernas, tu cabello me roza el muslo y contengo un gemido.

De repente te giras para darme la espalda. El movimiento sugerente de tus caderas despierta mi longitud y el resto del agua que nos cubre empieza ahora a estimular la piel. Es como un millón de manos que estimulan cada milímetro, y son la excusa perfecta para incendiar todo el lugar. El agua corre entre tus nalgas y yo no puedo evitar colocar mis manos en esa cintura que parece diseñada para ser agarrada con deseo.

 

Te giro hacia mí y por fin nuestros labios se encuentran en un beso que sabe a vino tinto y a promesas. Mis manos se entierran en tu cabello mojado mientras la lengua explora tu boca con la urgencia de quien teme despertar de este sueño. Noto cómo tus pezones se endurecen contra mi pecho, y bajo el agua, mi erección presiona tu abdomen como un recordatorio de lo que ambos deseamos.

Bajo la lluvia constante de la ducha, mis labios descienden por tu cuello, mordisqueando esa piel tan suave que sabe a jazmín y mujer. Cuando tomo tus pechos en mis manos, siento cómo arqueas la espalda hacia mí, ofreciéndote completa. Mi boca se cierra alrededor de un pezón y tú gimes, un sonido gutural que se mezcla con el rumor del agua. Saboreo esta parte de ti como si fuera el manjar más exquisito, alternando entre la succión y la caricia con la lengua hasta que tus piernas flaquean.

Te llevo contra la pared fría de azulejos, contrastando con el calor de nuestros cuerpos. El vapor nos envuelve como un tercer amante, testigo de esta intimidad robada al tiempo. Mis dedos bajan por tu abdomen, trazando círculos húmedos hasta encontrar ese monte de Venus que esconde todos tus secretos. Te abro con delicadeza, sintiendo cómo estás tan mojada que el agua de la ducha no puede disimular tu humedad natural.

Cuando introduzco dos dedos en tu interior, un jadeo escapado de tus labios confirma lo que ya sabía – esta noche seremos amantes, sin pasado ni futuro, sólo este presente eterno bajo la lluvia artificial. Mis dedos se mueven dentro de ti con el ritmo que tu cuerpo me va marcando, mientras mi pulgar acaricia ese clítoris hinchado de deseo. Tus manos se aferran a mis hombros, tus uñas se clavan en mi piel y esa pequeña punzada de dolor me excita aún más.

«Quiero oírte», susurro contra tu oído mientras aumento el ritmo. «Quiero oír cómo el placer te rompe en mil pedazos».

Y así sucede. Tu orgasmo llega como un torrente, sacudiendo tu cuerpo contra mí mientras gritas mi nombre mezclado con improperios que no sabía que conocías. Te sostengo mientras trembles, besando tu frente y tus párpados cerrados, saboreando tu vulnerabilidad momentánea.

Pero esto no ha hecho más que empezar. Sin darte tiempo a recuperarte, te giro nuevamente contra la pared y levanto una de tus piernas. La penetración es un único movimiento profundo que nos hace gemir al unísono. Estás tan ajustada a mí que siento cada uno de tus pliegues internos, cada contracción que todavía arrastra los ecos de tu reciente climax.

El ritmo que marcamos es salvaje y primitivo. Mis caderas chocan contra tus nalgas con un sonido húmedo que se mezcla con el agua que sigue cayendo sobre nosotros. Te agarro de las caderas con fuerza, marcándote con mis dedos, queriendo dejar en tu piel el recuerdo de esta noche. Cada embestida es más profunda que la anterior, y tus gemidos se vuelven más agudos, más urgentes.

«Más duro», suplicas, y yo obedezco, follándote con una fuerza que no sabía que tenía, con un deseo que llevaba semanas acumulando desde aquella primera mirada en el restaurante.

El vapor se ha apoderado completamente del baño, envolviéndonos en una nube que difumina los contornos de nuestros cuerpos. Sólo existen las sensaciones: el calor del agua, la frialdad de los azulejos contra tu espalda, el roce de nuestra piel húmeda, el sonido de nuestros cuerpos encontrándose una y otra vez.

Siento que mi orgasmo se acerca como una ola imparable, pero quiero llevarte conmigo. Mi mano encuentra tu clítoris de nuevo y lo masajea en círculos precisos mientras mis embestidas se vuelven más rápidas, más profundas. Gritas mi nombre cuando el segundo orgasmo te atraviesa, y esa contracción vaginal intensa es mi perdición. Me derrumo sobre ti, vaciándome en tu interior con gruñidos animales que no reconocería como propios.

Permanecemos así varios minutos, jadeantes, apoyados contra la pared mientras el agua nos limpia de nuestros pecados compartidos. Mis labios encuentran los tuyos en un beso tierno, muy diferente de la urgencia anterior.

«El agua se está enfriando», murmuras contra mi boca.

«Lo sé», respondo, acariciando tu rostro. «Pero el fuego entre nosotros acaba de comenzar».

Y así fue. Esa noche descubrimos que a veces, los amantes de una noche pueden encender llamas que duran mucho más de lo esperado…

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