Mis padres santos pero fogosos
Hola, bueno, yo soy Victoria, tengo 28, soy colombiana, otaku de corazón y pues… me encanta tocarme, no lo puedo negar. Pero esta historia no va de mí, va de mis papás. Y aunque suene raro, ellos son los que me tienen la cabeza dando vueltas últimamente.
Mis papás son super religiosos. De esa iglesia estricta donde las mujeres usan vestidos largos y no se puede casi ni respirar fuera del manual. Mi mami, de fuera, es la esposa perfecta. Siempre impecable, con sus vestidos que le llegan hasta los tobillos, bien cerrados, pero… ay, pero hay un pero. Esos vestidos, aunque son largos, son un poquito apretados. Y mi mami tiene un culo que, perdón que lo diga, pero es una obra de arte. Redondo, firme, que se le marca perfecto con esa tela. Cuando camina por la calle, veo cómo los hombres la miran de reojo y ella, la muy santa, ni se inmuta. Pero en casa… en casa es otra cosa.
Cuando llegamos y cerramos la puerta, es como si se quitara un disfraz. Se pone unos shorts… madre mía, esos shorts. Son diminutos, de esos que parecen ropa interior pero no lo son. Tan pegados que se le meten entre las nalgas, dejando media nalga afuera. Y ella, con toda la naturalidad del mundo, se pasea así por la casa, cocinando, limpiando, agachándose para recoger cosas. Y ahí es cuando entra en acción mi papá.
Mi papá está guapísimo, para sus casi 50 años está hecho un toro. Va al gimnasio a escondidas, yo creo, porque tiene la espalda ancha, los brazos marcados, y un abdomen que se le nota incluso con la camisa puesta. Y lo otro… bueno, una vez, por accidente, lo vi saliendo del baño. No lo hice a propósito, juro que fue sin querer. Pero ahí estaba, y la tenía… grande. En serio, grande. No soy experta, pero para ser un hombre de su edad, era impresionante. Se me secó la boca en ese momento, y tuve que irme a mi cuarto a… bueno, ya saben.
La dinámica entre ellos es lo que me tiene loca. Por fuera, son la pareja ejemplar. Van a predicar, reparten folletos, hablan de pureza y santidad. Pero en esta casa, entre estas cuatro paredes, son dos animales. No exagero.
Por ejemplo, ayer. Mi mami estaba lavando los platos en la cocina. Llevaba uno de esos shorts negros, de tela fina, que se le transparentaba un poco con la luz de la ventana. Se había agachado para guardar una olla en el gabinete de abajo, y el short se le subió tanto que parecía una tanga. Yo estaba en la mesa, haciendo como que leía un manga en el celular, pero en realidad estaba viendo todo por el reflejo de la ventana.
Entró mi papá. Venía de trabajar, todavía con la camisa formal. Vio a mi mami en esa posición y se le cambió la cara. Dejó la cartera en la silla y se acercó sigiloso. Mi mami debe haberlo sentido, porque se quedó quieta, como esperando. Él se paró detrás de ella, y con las dos manos, le agarró las nalgas con fuerza, hundiendo los dedos en esa carne. Ella dejó escapar un suspiro.
“¿Qué haces, amor?”, preguntó ella, pero su voz sonaba ronca, excitada, no de reproche.
“Nada, solo saludando a mi esposa”, dijo él, y empezó a masajearle las nalgas, subiendo y bajando el short aún más. Ya se le veía la raya del culo completa. A mí se me aceleró el corazón, y sentí un calor familiar entre mis piernas. Tuve que cruzar las piernas y apretar.
Él se inclinó y le mordió suavemente la nuca. Ella gimió. “Los niños…”, murmuró, pero mi papá se rió bajito.
“Los niños no están. Solo está Victoria, y ella está en su mundo”, dijo, y sus ojos se encontraron con los míos en el reflejo por un segundo. Yo desvié la mirada rápido, ruborizada, pero no pude evitar mirar de nuevo.
Entonces, él hizo algo que me dejó sin aliento. Con una mano, le subió el short por completo, convirtiéndolo en una tanga inexistente. La otra mano se deslizó por su espalda y se metió por debajo de su blusa. Ella arqueó la espalda, ofreciéndose. Él la besó en el hombro, y sus manos siguieron explorando. Yo podía ver cómo sus dedos jugueteaban con los bordes de su sostén, y luego cómo los desabrochaba con habilidad.
Ella ya no protestaba. Solo jadeaba, apoyada en el lavaplatos, con los ojos cerrados. Él le sacó las tetas del sostén y empezó a masajearlas, pellizcándole los pezones que se veían duros incluso desde mi ángulo. Yo ya no podía más. Me disculpé con una voz que casi no me salió, dije que iba al baño, y salí corriendo.
En el baño, me apoyé contra la puerta, jadeando. Mis manos temblaban. Me bajé los pantalones y las bragas, y me toqué. Estaba empapada. Cerré los ojos e imaginé que era yo la que estaba en la cocina. Que eran las manos de mi papá las que me agarraban las nalgas, las que me pellizcaban los pezones. Me metí dos dedos, rápido, imaginando su verga grande entrando en mí. No tardé nada en venirme, ahogando un gemido en mi propia mano.
Pero eso es solo el día. Las noches son otro nivel. Sus cuartos están al lado del mío, y las paredes… las paredes no son muy gruesas. Todas las noches, sin falta, es el mismo concierto. Al principio, cuando era adolescente, me ponía audífonos y música a todo volumen para no oír. Ahora… ahora ya no.
Anoche, por ejemplo. Habían ido a un evento de la iglesia, llegaron tarde. Yo estaba en mi cuarto, viendo un anime, pero con un oído en la pared. Oí cuando entraron a su habitación, risas bajas, luego el sonido de un cierre. Después, la voz de mi mami, susurrando: “Apretado… este vestido siempre está tan apretado”.
“Déjame ayudarte”, dijo mi papá. Hubo un sonido de tela rasgándose. Un suspiro dramático de ella, pero seguido de una risa cómplice. “Siempre terminas rompiéndome algo.”
“Es que no me aguanto”, contestó él, y luego, silencio. Un silencio cargado. Y después, empezaron los sonidos. Los besos húmedos, los jadeos, el crujido de la cama. Ella gemía, pero no como en las películas. Eran gemidos bajos, guturales, de verdadero placer. “Sí, ahí… por favor, ahí”, suplicaba.
Él le decía cosas, cosas sucias que nunca esperaría oír de su boca. “Te gusta que te folle, ¿verdad? Mi putita santa.” Y ella, en vez de ofenderse, gemía más fuerte. “Sí… soy tu putita.”
Yo, en mi cama, ya me había sacado el pijama. Me tocaba al ritmo de sus gemidos, sincronizando mis movimientos con los golpes sordos que se oían a través de la pared. Imaginaba todo. Lo que no veía, mi mente lo completaba. A mi mami, con las piernas abiertas, recibiendo esa verga grande que una vez vi. A mi papá, sudando, con los músculos tensos, dándole duro. Me corrí gritando su nombre en un suspiro, y luego me quedé ahí, temblando, culpable pero increíblemente satisfecha.
Lo más loco es el contraste. A la mañana siguiente, a las 7 am, todos en la mesa para el desayuno. Mi mami, con un vestido largo y holgado, el pelo recogido, sirviendo jugo. Mi papá, leyendo la biblia en su tablet, comentando un pasaje. “Hoy toca visitar a los hermanos de la cuadra”, decía él, con voz serena. Y yo los miraba, con mis ojeras y mi cabeza llena de las imágenes de la noche anterior, y no podía creer que fueran las mismas personas.
Una vez, los pillé en el pasillo. Ella venía de bañarse, solo con una toalla envuelta en el cuerpo. Él la rodeó con sus brazos y la levantó, apoyándola contra la pared. La toalla se soltó un poco, y yo vi un pedazo de su pecho. Él le enterró la cara ahí, y ella le jaló del pelo. “Después…”, dijo ella, riendo. “Tenemos que ir a la reunión.”
“Esto también es una reunión importante”, murmuró él contra su piel, y ella se rió, pero no lo soltó.
Me escondí en mi cuarto, con el corazón a mil. ¿Cómo pueden ser así? ¿Tan santos por fuera y tan… fogosos por dentro? A veces me pregunto si todos en su iglesia son así. Si detrás de los himnos y los amén, hay camas crujiendo y gemidos ahogados.
Para mí, es un enigma. Un enigma que, la verdad, me prende mucho. Demasiado. A veces fantaseo con que me descubran. Que entren a mi cuarto cuando me estoy tocando pensando en ellos. Que sepan sucio secreto. No sé qué pasaría. Probablemente me mandarían a terapia de conversión o algo así. Pero otra parte de mí… otra parte quiere que pase. Quiere ver sus caras. Quiere ser parte de ese juego de doble vida que llevan.
Por ahora, me conformo con ser espectadora. Con espiar sus interacciones cargadas durante el día, y con tener el soundtrack de sus noches como compañía para mis propias fantasías. Es retorcido, lo sé. Pero así son las cosas en esta casa. Donde la santidad y el pecado viven bajo el mismo techo, y donde esta hija otaku no puede evitar que la calentura le gane a la moral.



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