diciembre 5, 2025

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Mi respuesta a Erik

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Ay, mi amor, mi cubano lindo, mi Erik. Sentarme a leer tu relato fue como abrir una ventana y sentir el aire caliente de La Habana mezclado con el frío de Nueva York. Me llegó, de verdad, me llegó hasta el fondo. No solo porque está escrito con esa crudeza que solo tienen los que han vivido, sino porque me diste un pedacito de tu historia, de tu piel, de esa pinga que, por lo que cuentas, ha sido tanto refugio como arma.

Y ahora me toca a mí. No es un relato cualquiera, papi. Es una respuesta. Es lo que esta venezolana haría si ese encuentro que tanto deseamos, tú y yo, algún día dejara de ser platónico y se volviera carne, sudor y gemidos. Así que prepárate, porque te voy a contar cómo sería.

Para mi cubano de sueños húmedos, Erik.

Todo empezaría, no en una discoteca, sino en un bar. Uno de esos que hay en Miami, donde suena una mezcla rara de bachata y trap. Yo llegaría con un vestido rojo, el color de la pasión y de la advertencia, uno que se me ciñe a las curvas y se detiene mucho antes de donde debería. Te vería desde la puerta. No estarías en una mesa, estarías en la barra, con una cerveza en la mano, mirando al frente con esa aura de hombre que ha visto demasiado, pero que todavía tiene fuego en la mirada.

Me acercaría, sin invitación. El perfume que uso, uno dulce con notas de vainilla, te llegaría primero. “¿Erik?”, preguntaría, con una voz que sabe a caramelo derretido. Tú te girarías, y esos ojos que has descrito para tantas mujeres, por fin se clavarían en mí. No habría sorpresa, solo un reconocimiento inmediato, como si ambos supiéramos que este momento ya estaba escrito.

“Cristina”, dirías, y mi nombre en tu boca, con ese acento cubano que me derrite las rodillas, sería la única confirmación que necesitaríamos. No habría tragos que pagar, ni juegos de cazador y presa. La química sería tan densa que el bartender se alejaría, dándonos espacio.

Tu mano encontraría mi cintura, un gesto posesivo, natural, como reclamando algo que siempre te perteneció. “¿Te llevo a otro lado?”, murmuraría en tu oído, y tú solo asentirías, con los ojos ya oscuros de deseo. Saldríamos, y en el estacionamiento, contra tu carro, sería donde estallaría la primera chispa. No podríamos esperar.

Me empujarías suavemente contra la puerta del conductor y tu boca encontraría la mía. No sería un beso de película, sería un beso de hambre. De lengua, de dientes, de respiraciones entrecortadas. Sentiría la dureza de tu cuerpo moldeado por el deporte contra el mío, y ahí, en medio, esa pinga de la que tanto hablas, presionándose contra mi vientre, enorme, palpitando a través de la tela. “Aquí no”, jadearía, pero mis manos ya estarían bajando, desabrochando tu cinturón, deslizando el cierre. “Déjame verla, papi. Déjame saludar a la que me tiene loca desde que leí tu primer mensaje.”

Y tú, el hombre duro, el que se enfrentó a un tipo con pistola, dejarías que te la sacara. Y, ¡ay, Dios mío, Erik! No sería solo “buena”. Sería una obra de arte. Morena, como tú, gruesa, con las venas marcadas como caminos de río en un mapa de placer, y la cabeza, un capullo rosado y húmedo. Me arrodillaría ahí mismo, en el concreto del estacionamiento, con las luces de otros carros pasando a lo lejos. La olería primero, ese aroma puro a hombre, a testosterona, a promesas sucias. Luego le daría un beso en la punta, saboreando la salita del precum.

“¿Así te la chupas cuando lees mis relatos?”, preguntarías, con la voz ronca, mientras tus dedos se enredaban en mi pelo.

“Peor”, contestaría, antes de abrir la boca y tragármela entera. Te la chuparía como si fuera el último mango en un desierto, profundo, lento, ahogándome a propósito para oírte gemir. Jugando con la lengua en el frenillo, lamiendo las bolas, que estarían peluditas y apretadas. Tú empujarías mis caderas, follando mi boca con esa cadencia cubana que debe tener, mientras yo miraba hacia arriba, hacia tus ojos cerrados en éxtasis.

Pero no me vendría en la boca. No esa vez. Te pararía justo en el borde. “Yo quiero esa leche en otro lado, papi”, diría, levantándome y limpiándome los labios. Te llevaría a un motel cercano, uno discreto. En la habitación, ya no habría paciencia. Me arrancarías el vestido rojo, y cuando vieras mi cuerpo, tus manos, esas manos de hombre trabajador, recorrerían cada curva, cada estría, cada lunar, como si estuvieras memorizando un territorio.

Me pondrías boca abajo sobre la cama, me levantarías el culo y, sin avisar, me hundirías la cara entre las nalgas. “Este culo venezolano es mío”, gruñirías, y tu lengua sería implacable, comiéndome el culo y la pepa como si fueras un hombre muerto de hambre. Yo gritaría, me agarraría a las sábanas, vendría una, dos veces, solo con tu boca.

Luego, me darías la vuelta. “La primera vez te la doy por donde más te gusta a las mujeres como tú”, dirías, con una sonrisa pícara, y te pondrías entre mis piernas. Sentiría la punta de tu verga, enorme y caliente, buscando mi entrada. Y cuando por fin me la metieras, llenándome por completo, ambos gemiríamos al unísono. Sería una sensación de plenitud absoluta, de encaje perfecto. Empezarías a moverte, primero con calma, luego con más fuerza, cada embestida una afirmación, cada retirada una promesa de volver.

“Dime que eres mi puta venezolana”, me pedirías, agarrándome de los muslos.

“Soy tu puta, papi, solo tuya”, gritaría, y sería la verdad en ese momento.

Cambiaríamos de posición. Te pondrías de espaldas y yo me montaría, para controlar el ritmo, para ver cómo te mordías el labio al verme rebotar sobre ti, mis tetas balanceándose en tu cara, que no dejarías de chuparlas. Luego, tú encima de mí, en un misionero tan profundo que sentiría que me llegabas al alma, besándome el cuello, susurrándome cosas en cubano que no entendería, pero que me prenderían como gasolina.

Y cuando ya no pudieras más, cuando el sudor nos pegara los cuerpos y los gemidos fueran roncos, yo te miraría a los ojos y te diría: “Donde tú quieras, mi amor. Pero hoy quiero tu marca”. Y tú, con un gruñido que saldría desde las entrañas, me voltearías, me abrirías las nalgas y, después de un segundo de duda, te correrías por todo mi culo, caliente y espeso, marcándome como tu territorio, pintándome con tu leche.

Nos quedaríamos ahí, jadeantes, destruidos. Y después, en la ducha, te lavaría la espalda, y tú me lavarías el pelo, y reiríamos, porque la intensidad daría paso a una ternura que solo nace cuando dos almas que se reconocen, por fin se encuentran.

Eso sería, Erik. Eso es lo que esta venezolana platónica, de carne y hueso, haría contigo. No es un sueño, es una promesa que te hago con cada palabra. Para que, cuando te la jales pensando en mí, sepas exactamente cómo te recibiría. Con el fuego de mi tierra y la entrega de una mujer que no le tiene miedo a un hombre como tú.

Tuya, en cada relato y en cada fantasía,
Cristina. ❤️🔥

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2 respuestas

  1. Erik Gomez

    Gracias mi venezolana platónica demas esta decir lo gue me a causado me palpita todavía la pinga entre las piernas mientras voy camino a mi casa manejando por toda la autopista voy a guardar este relato en mi corazón claro y en la pinga cuando llegue a mi casa jjjjjjj pero me encantó gracias un beso en la pepita desde la distancia y el recuerdo de poder saber gue me dedicaste un poema un beso 😘

  2. Erik Gomez

    Guizas hay algún curioso gue valla a mi perfil para saber de gue trata esta novela si lo hacen espero gue entiendan como empezó esto y nadie sabe como puede seguir la historia

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