Por
Anónimo
MI PRIMO DA 27 CTMS A MI MAMI
Me llamo Ramón, Moncho para los amigos, y lo que voy a relatar ocurrió hace unos años tal y como lo cuento, sin fantasía alguna añadida. Mi primo Chus vino desde su pueblo a pasar unos días a nuestra casa en la ciudad, pues tenía que hacer unos exámenes de tractorista. Entre la preparación, la prueba teórica y mecánica y el examen práctico, permaneció alojado en nuestro domicilio casi una semana. Chus era sobrino de mi padre, hijo de una hermana, dos años mayor que yo, buen mozo y simpático, aunque a mi madre no le caía muy bien: decía que era un fanfarrón, un cabeza hueca y un presumido de su cuerpo atlético y de casi dos metros de altura. Así fue como durante esos días tuvimos que compartir dormitorio y cama. Largas noches en vela – aún no existían los celulares – antes de echarnos a dormir, contándonos anécdotas, hablando de mujeres, viendo revistas porno, imaginándonos polvos espectaculares … y masturbándonos con pajas cruzadas hasta quedar secos y con los huevos como pasas.
Chus, como quedó dicho, presumía de buen físico; esto saltaba a la vista con sus recién 18 años. Lo que no estaba tanto a la vista era su soberbia poronga de 27 centímetros y de tal grosor que para hacerle la manuela tenía que cogérsela con mis dos manos. Los testículos le colgaban como dos melones y cuando se vaciaban arrojaba la leche a un metro de distancia y lo inundaban todo. Pronto noté la fijación de mi primo por mi madre, en verdad muy atractiva y sexy para sus 40 años. Siempre que podía se le quedaba viendo con lujuria sus soberbios pechos y el culo respingón donde transparentaban las braguitas o el tanga. Eso le ponía a mil. Me preguntaba en aquellas tórridas veladas en la cama si la había visto desnuda, si tenía pelitos en la concha, si le había descubierto algún dildo o juguetito escondido en su cuarto… A mí esas preguntas me incomodaban porque consideraba que era una falta de respecto hacia su tía y también hacia mi padre. Una mañana, cuando yo me duchaba entró en el cuarto de baño y hurgó en la cesta de la ropa sucia: cogió unas bragas de mi madre, las olió justo donde toca la raja y allí mismo se pajeó con ellas dejándolas todas pringadas de lefada. Cuando vio que yo le observaba atónito, solo supo decir: «Supongo que tú también lo habrás hecho. Y es que tu mami está muy rica».
Aquella noche Chus y yo nos dispusimos a dormir pronto. Mi primo tenía un examen a primera hora de la mañana y debía estar despejado. Al poco ya estaba roncando, o eso me parecía a mí. Pero al rato, en medio de la oscuridad del cuarto, se incorporó sigilosamente de la cama. Descalzo y en calzoncillos abandonó el dormitorio procurando no hacer ruido. Se fue al pasillo y se dirigió a la habitación de mis padres. Puso la oreja en la puerta y comenzó a escuchar lo que ocurría detrás. Pronto dedujo que sus tíos estaban follando: gemidos y el vaivén del metálico del colchón así lo confirmaban. Chus comprobó cómo su polla erectaba a más no poder, imaginándose a su tía gordibuena abierta de piernas recibiendo con placer las embestidas de mi padre mientras este le chupaba los pezones. Estuvo a punto de ponerse a hacer una paja pero se contuvo cuando escuchó emitir unos sonidos guturales a su tío indicando que se estaba corriendo: ¡Aaaaaaaaaaah! Y luego, el silencio.
Chus volvió raudo a nuestro dormitorio, pero no se metió en la cama. Quedó con la puerta entreabierta observando el pasillo, por lo que podía pasar. Efectivamente, a los pocos minutos salió mi madre de su habitación en camisón en dirección al cuarto de baño. Sin duda, como corresponde tras un polvo, iría a hacer su higiene íntima. Encendió la luz y cerró la puerta tras ella. Chus se aproximó al cuarto de baño y aguardó un rato junto a la puerta. Al poco giró con cuidado la manilla y comprobó que, confiada, mi madre no había echado el pestillo. Entonces, sin dudarlo un instante, entró de súbito en el toilet.
– ¿Qué haces aquí? – gritó espantada mi madre que, a horcajadas sobre el bidé, se lavaba la chucha con una solución jabonosa a base de vinagre que al parecer también la protegía de un embarazo. Así, completamente desnuda y con el coño mojado, vio cómo su sobrino se bajaba el slip y le mostraba la mayor verga que había visto en su vida. Enmudeció de repente al ver semejante anaconda con una cabeza ya babeante
Sin mediar palabra, aun así espatarrada como estaba en el bidé, Chus la cogió por la cabeza y le hizo tragar todo aquel cipote hasta las amígdalas. Al sentir aquel sabor agridulce de la poronga de su sobrino político, a la mujer empezaron a erizárseles los pezones, que ahora lucían hinchados y oscuros, señal inequívoca de que estaba más excitada que una perra en celo, detalle que no se le escapó al muchacho. Ayudó a su tía a incorporarse y la tumbó en el suelo, sobre la alfombra de baño, y sumergió su cabeza entre la entrepierna aún mojada. Una suave pelambrera cubría la cocha carnosa y rosada. Fue directo con su lengua al clítoris: el tiempo apremiaba y alguien podía entrar en el cuarto de baño. La mujer sintió aquellas lamidas como algo caído del cielo, ya los fluidos vaginales empezaron a lubricar la chucha.
– Así estamos muy incómodos, sobrino – dijo ella -. Hagámoslo sentados en el inodoro.
Mi madre se sentó en la taza del water. Pidió a Chus que se mantuviese de pie, pues quería volver a chuparle aquella verga descomunal y lamerle y comerle aquellos huevos peludos. Por un momento mi primo temió que iba a correrse antes de tiempo.
– ¿Has gozado con el polvo de tu marido?
– Ese pichacorta siempre me deja a medias – contestó ella -. Es un asqueroso eyaculador precoz. Espero que tú me demuestres lo que es una buena jodienda.
Y, sin dudarlo, Chus tomó el puesto sobre la taza del retrete, la hizo sentar a caballo sobre él y, muy despacito, le comenzó a introducir su vergón reventón y venoso. Primero el glande, hinchado como un champiñón gigante, luego tres centímetros, seis más, diez más, quince más, veinte más… Y comenzó el bombeo.
– ¡No me metas todo, por Dios! Me vas a romper al medio – suplicó ella. Pero Chus calló.
Veintidós más, veinticinco más, veintisiete … ¡hasta los huevos! Y aceleró el mete-saca.
– ¡Rico, rico, rico! – exclamaba ella al tiempo que Chus le tapaba la poca para que no trascendiesen los gritos más allá del cuarto de baño -. ¡Más, más, más, hasta las entrañas! ¡Quiero tu leche, sentir su calor, hasta las entrañas, hasta las entrañas! ¡Me corro, me corro, me corrooooooooooo!
Tal fue el orgasmo de ambos – simultáneo como en las pelis porno – que tía y sobrino rodaron por el suelo. Cuando Chus sacó su pene, borbotones de semen abundante y espeso salían de la concha de mi madre y se deslizaba por sus muslos. El polvo de su vida para ella, sin duda. Y la pérdida de la virginidad para mi querido primo.
Chus llegó a nuestro cuarto desencajado pero pletórico de felicidad. Se metió en la cama y a punto estuvo de despertarme para contarme con pelos y señales la aventura que acababa de vivir con la puta de mi madre. Esta, mientras tanto, volvía a espatarrarse en el bidé para limpiar hasta el fondo los restos de leche de su querido sobrino político… no fuera a quedarse preñada.


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