octubre 20, 2025

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Mi prima y yo: lo que el COVID unió y los vecinos separaron

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Esto pasó durante lo peor de la pandemia, cuando me tuve que quedar viviendo con mi abuela en Maracay. Mi prima, que le diremos Gabriela para no dar nombres verdaderos, también se vino a quedar ahí porque en su casa la situación estaba heavy.

La cosa es que Gabriela y yo siempre hemos sido cercanos, pero durante esos meses de encierro empecé a verla con otros ojos. Ella tiene 28 años, es morena clara, con un culito redondo que se le marca hasta con el pijama, y unas tetas pequeñas pero firmes que se le paraban cuando hacía frío. Al principio todo era inocente, veíamos películas juntos en la sala, cocinábamos, esas cosas. Pero una noche, viendo una serie en el sofá, nuestras manos se tocaron y ya nada volvió a ser igual.

Empezamos con besos, marico. Besos robados cuando la abuela se dormía, en la cocina, en el baño, donde pudiéramos. Luego vinieron los toqueteos. Yo le agarraba las tetas por encima de la blusa y ella me tocaba la verga through el pantalón. Una vez, en el cuarto de visitas, me la sacó y se puso a mamármela como si no hubiera un mañana. Marico, nunca se me había parado tan rápido.

Pero ella no quería coger, no al principio. Decía que era mucho riesgo, que éramos primos, que la abuela nos podía pillar. Así que nos conformábamos con pajas y mamadas. Yo le comía la concha hasta que se venía gritando en mi boca, y ella me chupaba la verga hasta que le echaba toda mi leche en la cara. Pero yo quería más, marico, quería meterle mi verga en ese culito que se me antojaba cada vez más.

Después de como un mes de esta vaina, un día que la abuela fue al médico, la agarré en la cocina y le dije que si no cogíamos ya, me volvía loco. Ella al final aceptó, y ahí mismo, contra la nevera, le bajé el short y se lo metí. Marico, estaba tan apretada que casi me vengo al instante. Desde ese día, no parábamos.

Cogíamos en todos lados, marico. En el baño mientras la abuela cocinaba, en el patio de atrás de noche, en el lavadero… donde pudiéramos. A ella le encantaba que le diera por el culo, y a mí me volvía loco ver cómo gemía cuando se lo metía hasta el fondo. Una vez hasta nos fuimos a la azotea y la puse en cuatro contra el tanque de agua, con la ciudad vacía allá abajo.

Pero la vez que nos jodió todo fue en una fiesta en casa de mi tía, la mamá de Gabriela. Era un cumpleaños familiar, con poca gente por la pandemia, pero igual había como diez personas. En un momento, Gabriela y yo nos ofrecimos a ir a la casa de la abuela (que está justo al lado) a buscar más hielo y cervezas.

Apenas entramos a la casa, la agarré y la empotré contra la pared. «Quiero mamarte el culo», le dije, y ella, que estaba igual de caliente que yo, asintió. Se bajó el vestido y se inclinó sobre el sofá de la sala, que tiene una ventana grande sin cortinas. Yo me arrodillé y le empecé a lamer ese hoyo delicioso que tantas veces le había metido mi verga.

Marico, estaba tan enfrascado en lo que hacía que no me di cuenta de que los vecinos de enfrente, los González, estaban en su balcón viendo todo. Gabriela gemía fuerte, pidiéndome que le metiera los dedos en la concha mientras yo le comía el culo, y nosotros ni cuenta de que teníamos audiencia.

Seguimos con nuestra relación como si nada por unas semanas más, hasta que me tuve que volver a Caracas por el trabajo. Pero hace un mes volví a Maracay a visitar a la abuela, y obviamente quise repetir con Gabriela. Pero la cosa ya no era igual.

La primera noche que intenté algo, me rechazó. «No podemos, Josué», me dijo, y se fue de la habitación. Lo intenté otra vez, agarrándola del culo cuando pasaba por la cocina, y se alejó rápido. Marico, no entendía nada. Hasta que mi abuela, la muy viva, me llamó a solas al cuarto.

«Josué, ya sabemos lo de ustedes con Gabriela», me dijo con esa voz seria que solo usaba cuando uno hacía alguna cagada. «Los González nos contaron lo que vieron ese día de la fiesta. Hablamos con Gabriela y le dijimos que eso no puede volver a pasar. Son familia».

Marico, me quería morir. No solo por la vergüenza, sino porque se me acababa la posibilidad de volver a follar con ese culito que tanto extrañaba. Intenté una última vez con Gabriela, ofreciéndole que fuéramos a un motel, pero me dijo que no, que ya suficiente problema teníamos.

Así que ahí quedó la vaina. Ahora cuando voy a Maracay, Gabriela me evita, y yo me quedo con las ganas de volver a sentir su cuerpo contra el mío. A veces, cuando me pajeo, pienso en esas veces que la cogía contra la pared del baño, con el riesgo de que la abuela nos escuchara, y se me para más duro. Pero marico, ya nunca va a volver a pasar. La pandemia nos dio la oportunidad, pero los vecinos metiches nos quitaron el futuro.

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