Ashley

Por

noviembre 10, 2025

387 Vistas

noviembre 10, 2025

387 Vistas

Mi novio, un pepino y mi culo

0
(0)

Mi novio, el pendejo, me dice que tengo un culo de otro planeta. Y sí, huevón, me lo trabajé. Gimnasio, sentadillas hasta el cansancio, dietas de mierda… todo para tener estas dos lunas que se merecen ser adoradas. Pero el muy imbécil se cree que con su pichulita de cinco minutos me va a satisfacer. No, chato, no es así.

La cosa es que anoche, después de una fiesta, llegamos a mi depa. Yo con un vestidito negro que me apretaba justo donde tenías que mirar, y él ya me lo estaba rozando en el ascensor como perro en celo. Pero yo ya sabía cómo iba a terminar la cosa: él acabando en dos patadas y yo con las ganas, mirando el techo y pensando en el vecino que sí tiene huevos.

Entramos y ni bien cerramos la puerta, el muy zorro me empotró contra la pared. Su aliento olía a cerveza barata y su mano ya me estaba metida bajo el vestido. “Qué rico culo tenés, Bianka”, me susurró en el oído. Y yo, qué querís que te diga, me caliento fácil. Pero mi chocha no es tonta, huevón. Ella ya sabe el final de esta película.

Así que lo empujé suavemente. “Esperate, papi… hoy quiero algo más”. Sus ojos se pusieron vidriosos, confundidos. Yo caminé hacia la cocina, sintiendo su mirada clavada en mi culo, que se movía bajo la tela negra como dos gatos peleando en un saco. Abrí la nevera y ahí estaba. Mi salvación. Mi amigo verde. Un pepino grandísimo, frío, recto… perfecto.

Lo agarré y sentí su piel fresca contra mi mano. Cuando me di la vuelta, mi novio se había sacado la camisa y ya tenía la pinga fuera. Pobrecito, se le veía tan pequeña y vulnerable ahí, en medio de sus piernas temblorosas. “¿Y eso?” preguntó, mirando el pepino como si fuera un alien.

“Tu regalo de cumpleaños, amor”, le dije con una sonrisa que sabía perversa. “Hoy vas a aprender a darme como me gusta”.

Se quedó callado, pero no se negó. Los hombres son así de predecibles, huevón. Su ego es más grande que su inteligencia.

Volvimos al living y yo me quité el vestido de un tirón. Quedé en braga y sostén, pero eso duró poco. Me solté el pelo y me arrodillé en el sofá, mirándolo por encima del hombro. “Ven, papi. Mostrame lo que sabes hacer”.

Él se acercó, con el pepino en una mano y su pinga en la otra. Parecía un malabarista de mierda. Pero cuando esa verdura fría me rozó la raja, yo gemí de verdad. La piel se me puso de gallina.

“Metemelo por el culo”, le ordené, y mi voz sonó ronca, llena de morbo. “Pero hacelo bien, lento… que lo sienta todo”.

Él obedeció. Puso la puntita del pepino en mi ano y empezó a presionar. Al principio solo sentí el frío, luego un dolor delicioso, esa quemazón que te dice que estás haciendo algo prohibido. Yo apoyé la frente contra el respaldo del sofá y me agarré de los cojines. “Sí, así… ahora gira un poco”.

Mi novio jadeaba detrás de mí. Escuché el ruido de su mano en su propia pinga, se estaba masturbando mientras me daba por el culo con un vegetal. Qué poético, huevón.

El pepino entró más profundo y yo grité. No de dolor, no… de placer. Sentía cada milímetro de esa verdura dentro de mí, llenándome de una manera que su pichula nunca podría. Era grueso, largo… llegaba a lugares que él ni sabía que existían.

“Sacalo y volvelo a meter”, le dije, y mis palabras eran jadeos. “Y mojalo con mi baba… quiero sentir que me desgarra”.

Él lo sacó, brillante y cubierto de mi lubricación natural, y volvió a metermelo. Esta vez más rápido, más brutal. Yo gemía como una loca, con el culo en el aire, ofreciéndome como una puta en su altar personal. Miré hacia atrás y vi su cara: sudorosa, concentrada, con los ojos fijos en donde su mano empujaba el pepino dentro de mi trasero.

“¿Te gusta, zorra?” preguntó, y por primera vez en la noche, su voz tuvo algo de poder.

“Amo que me violen el culo con un pepino, papi”, le contesté, y era la verdad más sincera que había dicho en semanas. “Ahora dame más duro… rompeme”.

Y él lo hizo. Agarró el pepino con las dos manos y empezó a empujar como un poseído. Ya no era mi novio tímido. Era un animal, un depredador, y yo su presa. Cada embestida me hacía gritar. Sentía que mis entrañas se reorganizaban alrededor de esa verdura, que mi cuerpo se abría para recibirla.

Con una mano, me toqué la chocha. Estaba empapada, mi jugo corría por mis muslos. Mis dedos encontraron el clítoris y lo masajearon en círculos rápidos, al ritmo de las embestidas del pepino en mi culo.

“Voy a venirme”, gritó él de repente, y su voz se quebró.

“Sacalo”, le ordené. “Sacalo y metemelo en la boca”.

Él obedeció otra vez. Retiró el pepino de mi ano, que se sintió vacío y dolorosamente abierto, y me lo puso en la boca. Sabía a mí, a sexo, a obscenidad. Y en ese momento, él se corrió. Su semen caliente me cayó en la espalda, en el culo, en el pelo. Gritó mi nombre como un poseso.

Yo no había acabado todavía. Me di la vuelta, con el pepino todavía en la boca, y lo miré directamente a los ojos mientras me seguía masturbando. Mis dedos volaban sobre mi clítoris, mis caderas se movían solas. Y entonces, con el sabor de mi propio culo en la lengua, me vine. Fue un orgasmo violento, un terremoto que me sacudió desde los dedos de los pies hasta el cuero cabelludo. Grité alrededor del pepino, y mi cuerpo entero tembló como hoja en el viento.

Cuando pude respirar de nuevo, saqué el pepino de mi boca y lo miré. Estaba cubierto de nuestras marcas, de nuestra lujuria. Mi novio estaba desplomado en el piso, jadeando, cubierto de su propio semen.

“La próxima vez”, le dije, tirando el pepino a su regazo, “traete un calabacín. Este ya se quedó corto”.

Él solo asintió, con los ojos vidriosos. Yo me levanté y caminé hacia el baño, sintiendo cómo mi culo, adolorido y satisfecho, aún palpitaba. Mi reflejo en el espejo me sonrió. Tenía los labios hinchados, el pelo despeinado y la mirada de una mujer que sabe exactamente lo que quiere. Y lo que quiere es algo más grande, más grueso, y que no se venga en dos minutos.

Quizás la próxima sea el mango de un bate. O la botella de champagne que tengo en la nevera. O el pata del gimnasio que siempre me mira el culo como si quisiera devorarlo. Las opciones son infinitas cuando tenés un culo como el mío y cero vergüenza. Mi novio se cree el dueño de esta raja, pero el muy huevón no sabe que yo soy la que manda aquí. Y si su pichula no alcanza, siempre habrá un pepino, un plátano, o cualquier cosa que me llene como me merezco. Al final del día, lo único que importa es venirme hasta quedar seca. Y si él no puede, que se aparte y deje paso a los que sí saben cómo tratar a una zorra de mi calibre.

¿Que te ha parecido este relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Deja un comentario

También te puede interesar

Experiencia anal

cristinar

04/08/2025

Experiencia anal

La Abadía

anonimo

28/05/2020

La Abadía

El padre de un amigo

anonimo

11/12/2013

El padre de un amigo
Scroll al inicio