Por

Anónimo

septiembre 2, 2025

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Mi novia me confeso

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Esa confesión en el bar me tuvo al borde del colapso. Mientras ella me contaba, con esa voz baja y un poco avergonzada, cómo descubrió esos videos en el celular de su tío, yo no podía dejar de imaginar la escena: mi chica, más joven, curiosa, escondiéndose para ver a ese hombre anónimo masturbarse. Las alitas picantes ya no me quemaban la boca; era la envidia y el morbo lo que me hacía sudar. «Era mi video favorito», admitió, jugando con el hielo de su vaso sin mirarme a los ojos. «Lo veía una y otra vez… sobre todo cuando estaba sola en casa».

El camino de regreso a casa fue una tortura. Cada semáforo en rojo era una eternidad. Le apreté el muslo por encima del leggings y sentí cómo temblaba. «¿Y qué era lo que más te gustaba de ese video?», le pregunté, y ella se mordió el labio, negándose a responder, pero su sonrisa delataba una excitación que coincidía perfectamente con la presión que sentía en mi jeans.

Al cruzar la puerta de la casa, ya no aguantamos. La empujé contra la pared del recibidor y le devoré la boca. «Quiero saber todo», le ordené entre besos mientras le bajaba los leggings y la tanga de un tirón. «¿Te gustaba verlo correrse?». Ella asintió, jadeando, y me guió su mano hacia su sexo, completamente empapado. «Sí… sobre todo cuando se venía», susurró contra mi cuello.

La llevamos a la cama y esa vez fue diferente. No era solo cogermela; era poseerla con la imagen de otro hombre en la mente. «¿Imaginabas que eras tú la que lo tenía en la boca?», le pregunté al oído, y ella gimió como una gata en celo. «Sí… Dios, sí…». Le abrí las piernas y me puse entre ellas, observando cómo se contraía su clítoris hinchado. «¿Y te metías los dedos imaginando que era su verga?». Asintió, perdida en el placer, y yo no pude evitar frotar la mía contra sus labios, húmedos y calientes.

El sonido de sus gemidos llenaba la habitación. «¿Querías que te diera así de duro como él?», insistí, y ella ya no podía formar palabras, solo gemir y arquear la espalda. La monté con una furia que no sabía que tenía, cada embestida era una pregunta: «¿Esto? ¿Así como te gustaba?». Cuando sentí que estaba a punto de correrme, la di la vuelta y se lo eché en ese culo perfecto que temblaba con cada sacudida. Los espasmos de su orgasmo apretaron mi verga hasta sacarme hasta la última gota.

Ahora, cada vez que la cojo, susurrarle al oído «acuérdate del video» es la llave maestra para que se convierta en la puta más ardiente que existe. Y a mí, la verdad, me tiene completamente enganchado.

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