octubre 30, 2025

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Mi Maldición de 29cm

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Parce, la verdad es que nunca he escrito en una de estas páginas, pero después de leer tantas historias acá, me dieron ganas de soltar la mía. Me dicen Pepino, tengo 21 años, soy de Medellín, y les voy a ser honesto: tengo un problema que para algunos sería una bendición, pero para mí a veces es un dolor de huevos. Literal.

Resulta que tengo la verga grande. No, esperen, no es solo «grande». Es un pepinazo de 29 centímetros cuando está parada del todo. Parece un brazo de bebé, marica. Gruesa, con las venas marcadas, y una cabeza que parece un hongo. Suena como a chiste, pero es la pura verdad. Y no, no es tan chimba como suena.

Todo empezó en el colegio. En los camerinos, después de educación física, los otros pelados se quedaban mirándome. Al principio pensé que era paranoia mía, hasta que un día uno me dijo, medio en chiste, medio en serio: «Pepino, ¿qué le echan a comer ahí abajo?». Yo me reí, pero por dentro me sentía raro. No es normal que otros manes te miren la verga con esa mezcla de envidia y asombro.

Cuando empecé a salir con chicas, la cosa se puso más intensa. La primera vez que me la sacó una nena, se quedó con los ojos como platos. «¿Eso me lo vas a meter a mí?», me dijo, con una voz que le temblaba. Y eso que solo la había visto semi-parada. Ese día no cogimos, obvio. Se asustó. Y yo me quedé con las ganas, sintiéndome como un monstruo.

Con el tiempo, aprendí a usar eso a mi favor. En las rumbas, cuando uso un pantalón ajustado, se nota el bulto. Y no es cualquier bulto, marica. Es un paquete que llama la atención. Veo a las mujeres mirando, algunas se sonrojan, otras son más descaradas y no quitan la vista. Eso me sube el ego, no voy a mentir. Me hace sentir poderoso, deseado. He llegado a casa con el número de más de una solo porque no podían creer lo que veían y querían comprobarlo por sí mismas.

Pero aquí viene lo jodido, lo que nadie cuenta cuando hablan de tener la verga grande. A mí me cuesta un mundo pararme del todo cuando la mujer está arriba. No es que no me excite, parce, es que la presión, la expectativa… me juega en contra.

Se los cuento con un ejemplo, para que entiendan. Hace como un mes, salí con una pelada que conocí en el gym. Una morena delgada pero con un culo que parecía de Instagram. Nos fuimos para mi apartamento después de cine. Todo iba bien, nos estábamos besando en el sofá, yo le acariciaba esas tetas pequeñas pero firmes que tenía, y ella me jalaba del pelo. Me bajó el cierre del pantalón y se la saqué. Su reacción fue la de siempre: una mezcla de sorpresa y miedo. «Uy, Pepino, eso es de verdad?», dijo, y se rió nerviosa.

Le dije que sí, que no se asustara, que todo iba a estar bien. La llevé a la cama y le hice oral un buen rato, hasta que estaba gimiendo y empapada. Cuando por fin la penetré, gritó. Un grito de esos que salen del alma. La tenía llena, completamente llena, y a mí se me salían los ojos de la cara del placer. Estuvo rico, marica, muy rico. Pero después de un rato, ella quiso subirse.

«Quiero montarte, papi», me dijo, con esa voz ronquita que me volvía loco. Y yo, como un idiota, dije que sí. Claro, ¿a qué hombre no le gusta ver a una mujer encima, moviéndose, con las tetas rebotando? El problema es que en cuanto ella se sentó, tratando de acomodarse, yo sentí que mi verga empezaba a ceder. No mucho, pero lo suficiente para que no estuviera en su máxima potencia. Ella lo notó. «¿Todo bien?», preguntó, y yo asentí, tratando de concentrarme, de pensar en cualquier cosa menos en el hecho de que se me estaba bajando. Pero entre más me esforzaba, peor. La miraba a ella, tan buena, tan cachonda, y mi cuerpo no respondía como yo quería.

Terminé haciéndole creer que me había venido rápido por lo excitante que era verla encima. Una mentira piadosa, pero por dentro me sentía fatal. ¿Qué clase de hombre se le para menos cuando una diosa como ella se le sube? Eso no es normal, parce.

Y no es la única vez. Con otra chica, hace unos meses, pasó algo parecido. Estábamos en el carro, en un mirador, y ella quería ser la que llevara el control. Cuando se sentó sobre mí, en el asiento del copiloto, yo podía sentir cómo mi verga, que momentos antes estaba dura como una roca, empezaba a flojear. Fue una sensación de impotencia brutal. Ella trató de disimular, siguió moviéndose, pero se notaba que no era lo mismo. Al final, tuvimos que cambiar de posición, yo encima, y ahí sí funcionó. Pero la vergüenza ya se había instalado.

Lo que empezó aquí puede continuar en privado. Ver ahora

A veces pienso que es psicológico. Tal vez tengo miedo de lastimarlas. Con este tamaño, uno tiene que tener cuidado. No es como en el porno, marica. En la vida real, si te pasas de profundo, la puedes hacer llorar de verdad. He tenido que parar en pleno acto porque la nena estaba sintiendo dolor. Eso jode la cabeza. Quieres dar placer, no dolor.

Otras veces creo que es la presión de tener que cumplir con las expectativas. Ellas ven este pepino y esperan una cogida épica, una noche inolvidable. Y yo, aunque sé que puedo darles eso, a veces me bloqueo. Es como si mi propio cuerpo me jugara en contra.

No todo es malo, claro. Cuando logro mantenerla dura en cualquier posición, es glorioso. El sentimiento de poder llenar a una mujer por completo, de escuchar sus gemidos cuando se la meto hasta el fondo, de ver su cara de éxtasis… eso no tiene precio. Y sé cómo usarla. Aprendí a no meterla toda de una, a encontrar el ángulo perfecto para que les roce el punto G sin lastimarlas. Cuando funciona, funciona de verdad. He dejado a más de una caminando raro al día siguiente, y eso me llena de orgullo.

Pero la inseguridad siempre está ahí, en el fondo. Especialmente cuando quiero que ellas tomen el control. Me encanta ver a una mujer encima, perdida en el placer, pero mi maldita verga no siempre coopera. He pensado hasta en tomar esas pastillas azules, pero a mis 21 años, ¿no sería patético?

Mi amigo Juan, que tiene una verga normalita, me dice que estoy loco, que a él le encantaría tener mi «problema». Pero no entiende, parce. No es tan sencillo. Es como tener un carro deportivo: todos lo miran, todos lo quieren, pero es incómodo para manejar en la ciudad y gasta mucha gasolina.

Ahorita estony saliendo con una pelada de la universidad, Daniela. Es la más chimba de todas, inteligente, divertida, y con un cuerpo que no parece de este mundo. Todavía no hemos llegado a la cama, y ya estoy nervioso pensando en el momento en que quiera montarme. Quiero que sea perfecto. Quiero darle lo mejor de mí.

Tal vez debería hablar con ella, ser honesto. Decirle: «Mira, nena, tengo esta verga grande, pero a veces se me para menos cuando estás encima. No es por ti, es mi cabeza». Pero, ¿no sería raro? ¿Quién dice algo así?

Al final, creo que es cuestión de encontrar a la persona correcta. Una que entienda, que no se asuste, que tenga paciencia. Mientras tanto, seguiré disfrutando de las miradas en la calle y de las caras de sorpresa cuando me bajo el pantalón. Y con lo otro, bueno, tocará seguir practicando, aprendiendo a controlar la ansiedad. Al fin y al cabo, solo tengo 21 años. Me queda mucho por vivir, y por coger. Y con este pepino, estoy seguro de que las oportunidades no van a faltar.

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