abril 21, 2017

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Mi historia con Abril I

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Yo vivo en un edificio grande y antiguo, donde a excepción de los malos modales de algunos vecinos, nada más pasa. Es todo bastante aburrido, monótono y desgastante. Vivo solo, jamás me casé y jamás tuve hijos. Paso mi tiempo trabajando desde mi departamento, o ayudando a mí buen amigo Erick, el intendente, con asuntos de electricidad, pues soy electricista. Soy un hombre de cuarenta años que renunció a sus sueños tiempo atrás, cuando se percató de que la vida no es tan sencilla como la pintan en las películas y series de televisión.

 

No Suelo hablar mucho con los vecinos -ninguno de ellos me agrada demasiado, no es noticia-. Fuera de un saludo por pura cortesía, no hay nada más. ¡Madre mía, que aquí hay de todo tipo de fauna…! Está doña Esther, una señora mayor que se mete siempre en líos y piensa que es responsabilidad de uno resolverle todo, ya que ella es una pobre anciana -y encima es una malagradecida-. Están las chismosas del 3-A y el 3-D, dos jovencillas que no están tan mal, pero con sus voces chillantes y cabezas llenas de aire, pierden todo encanto. Tenemos al alcohólico del 3-B, un padre soltero que ahoga los dolores que le provocó la huida de su mujer con <<el anterior intendente>> en alcohol, para pesar de su pequeña hija de cuatro años. Está, ubicado al final del corredor, el vagabundo ese del 3-H que toca la guitarra por las tardes. Hace unos meses también se mudaron al 3-G una mujer muy guapa y su hija, una niña muy linda, pero nada más. La única persona que vale la pena aquí es Abril, la hermosa jovencita del 3-E y de quien me gustaría contarles. 

 

¡Madre mía con esa mujercita…! Es alta, rubia, de unos ojos azules encantadores y piel blanca. Tiene un rostro angelical, con una naricita respingona, unos labios perfectos rosados y unas mejillas que toman color con facilidad. Posee unas curvas de infarto, eso si, destacando sus buenas posaderas del resto.  Un abdomen plano y unas piernas largas; es perfecta, pues encima es muy amable y carismática. Su carácter es en ocasiones pueril. Es muy respetuosa, con los vecinos, con las normas, con el alquiler.

 

¡Es perfecta! -repetirlo no me cansa-.

 

Rara vez entablamos conversación, pero siempre nos saludamos si nos encontramos en el corredor. Siempre me ha parecido un encanto. A veces, por las noches, a eso de las ocho  las nueve, cuando bajo a fumar a la escalera del segundo piso, nos encontramos cuando regresa del trabajo. Recientemente comenzó de mesera en un restaurante cercano para pagarse la universidad. Está muy buena con su uniforme color café y esas medias a juego. ¡Uff! Pero lo mejor es cuando se despide y sube al tercer piso, siempre puedo verle las bragas.

 

No es nuevo para mí estar fascinado con la ropa interior, soy un maldito fetichista de ese tema. Adoro las pantimedias usadas, las calcetas, las bragas sucias, el olor de los sostenes; por lo general disfruto de todo lo que haya tenido contacto con las partes íntimas de una mujer hermosa y haya sido impregnado con su dulce esencia. Lo adoro, sencillamente lo adoro; es mi mayor placer.

 

De hecho esa escalera y yo tenemos historia, pues desde que me mudé aquí ha sido mi fiel compañera en mis pequeñas perversiones. En ocasiones la nueva vecina pasa con falda corta acompañada de su hija y a ambas puedo echarles una buena mirada por debajo; sin embargo, la cría no me pone, no estoy interesado en niñas pequeñas.

 

Pues bien, resulta que una mañana, cuando me hallaba disfrutando de un buen café y un tabaco mientras contemplaba las calles desde la baranda del corredor, Abril apareció con su carita un poco desanimada. Le saludé como de costumbre y no pude evitar hacerle el comentario. Me contó con una amargura inocente, que se le había estropeado la lavadora y que no conocía a nadie que pudiese echarle un vistazo. En ese momento tragué de golpe un sorbo de café apresurando mi respuesta y le hice saber que yo era electricista y que conocía un poco acerca de lavadoras. Su rostro se iluminó inmediatamente, le pareció estupendo. Sin embargo, justo se marchaba al trabajo. Quedó en silencio y se llevó una de sus delicadas manos a los labios, pensativa. Recordó que ese día tenía que trabajar el doble y me explicó que no podría ser esa tarde, tampoco en la noche, pues los vecinos se quejarían del ruido. Atrevidamente le hice la sugerencia de que me dejara las llaves y que yo pasaría más tarde. Quedó mirándome dudosa unos instantes. Estaba a punto de decirle que era una broma, que ya habría otro día, cuando me extendió su mano con las llaves. Se despidió de mí más contenta y le hice la promesa de que para cuando volviese, el trabajo estaría hecho.

 

Estaba atónito. No podía creerme que entraría al departamento de la chica más linda del lugar. En cuanto terminé mi café y mi cigarrillo, desde la misma baranda me cercioré que se marchaba por la puerta principal. Me apresuré y subí por mis herramientas. Mi corazón latía acelerado y mis manos temblaban de la emoción. Siempre me había dado curiosidad por saber cómo era el lugar en donde ella vivía, pero jamás había tenido tal oportunidad.

 

Eché llave a mi departamento y caminé por el largo corredor entre los demás números, hasta que estuve frente a su puerta. Introduje la llave aún temblando y revisé si nadie me había visto, no quería mal entendidos, tampoco chismes -estaba todo tranquilo-.

 

Al entrar, lo primero que vino a mi mente fue que esa chica era demasiado perfecta. Me esperaba encontrar un sitio desordenado, con la ropa y cosas botadas por doquier, típico de una universitaria soltera, pero no, al contrario, todo estaba impecable. Una mesilla de centro de cristal en la sala, sillones con un bonito tapizado, cuadros en las paredes donde salía hermosa rodeada de amigos; inclusive pude conocer en fotografía a su madre, otra mujer muy guapa. Me puse cómodo hojeando las revistas que leía y miré su colección de películas esperando encontrarme con alguna sorpresa ardiente, pero nada de eso, aunque si me di cuenta de que era una fanática de Star Wars.  

 

Había pasado ya un rato, me lo estaba tomando con calma y mejor decidí revisar el resto del lugar. La lavadora estaba en el baño, al fondo, pasando por la puerta de la recámara. No pude resistirlo y entré a hurtadillas, como si fuese un maldito niño que roba dulces mientras nadie le mira; toda esa situación me hacía sentir joven de nuevo. Me topé con más perfección. Zapateras impecables en las paredes, un clóset acomodado, el tocador en orden. -Esta chica comenzaba a darme miedo…-. Busqué un poco esperanzado a encontrar algún tesoro, pero no, nada fuera de lo ordinario. No quería abrir sus cajones, serían mi última opción, así que me dispuse a realizar mi trabajo, pero antes de salir no pude resistir tumbarme en su cama y aspirar el dulce aroma de su almohada. Delicioso.

 

Tras acomodar todo, entré al baño. Nadie, por más que trate, puede ser completamente impecable en un baño. Ahí estaba, colgada en un gancho a la pared, la toalla con la que seguramente se había secado luego de ducharse esa misma mañana, y debajo de esta, la ropa interior que llevaba el día anterior -color azul marino, aún húmeda; la había lavado en la regadera-. Era una prenda poco sensual, pero nada había que hacer.

 

Decidí que era mejor dejar las cosas en donde estaban y apresurarme con el trabajo, así tendría más tiempo libre para mis fechorías. Me planté frente a la lavadora y encontré el premio mayor. Ahí estaba, acomodado a un costado lo que estaba buscando, lo que tantas veces había deseado: su cesto de ropa sucia. Estaba lleno y completamente desordenado. En la cima se encontraban un par de pantaletas sexys de Victoria Secret color fucsia. Me faltó el aire. Estaba tan emocionado que dejé caer la caja de herramientas y tomé la prenda. Se encontraban enrolladas y al estirarlas, mi miembro creció al imaginar cómo se verían puestas. Las volteé, dejando la parte que tiene contacto con su vagina descubierta y me topé con una delicada y delgada mancha blanquizca, con un par de bellos púbicos pegados.

 

¡Oh, por Dios…! ¡La descarga vaginal de Abril y sus bellos púbicos justo frente a mis ojos!

 

Mi corazón casi se detiene cuando pasé los dedos por la mancha seca y sentir su textura. Tocar no fue suficiente y sin pensarlo llevé sus bragas a mi nariz para aspirar su esencia juvenil. Por puro infortunio, no olía demasiado y me decepcioné un poco, debo admitirlo; son embargo, estaba ante su cesto de  ropa sucia, algo tenía que encontrar.

 

Dejé esas bragas a un lado y hurgué un poco más. Me encontré con camisetas y camisas blancas -estas últimas seguramente del trabajo-. Las llevé a mi nariz y pude conocer un poco el delicioso aroma de sus axilas. Era delicioso, suave, ligeramente perfumado por el desodorante, pero aún con la esencia de su esfuerzo en el restaurante. Hurgué más y más, y salieron aquellas medias cafés que mencioné antes. No lo pensé y las desenrollé para olerlas. La parte final, la de los dedos, era súper, pero súper olorosa y tenía unas pequeñas costras dentro, de esas que se forman cuando el pie suda y se ha usado la prenda por varios días. Deprendían un olor penetrante, pero no desagradable, he de aclarar; una fina mezcla entre el sudor de su pie, el nylon y el olor del calzado. ¡Era el paraíso, pero faltaba más! Acerqué la parte que rozaba la entrepierna y un aroma de hembra, un poco, solo un poco, más fuerte al de las bragas fucsia inundó mis sentidos. Pero no era suficiente.

 

No perdí la esperanza, continué buscando, deseando encontrar una tanga o algo más que pudiese satisfacerme. Fue casi al fondo del cesto, un grupo de pantaletas rezagadas yacía con evidentes signos de uso. Desdoblé la negra y mis ojos casi botan de sus órbitas. Estaba totalmente manchada, se notaba que había usado esa por varios días, quizás había hecho algo de ejercicio con ella, estaba llena de flujo seco. Inmediatamente la llevé a mi rostro y finalmente pude saborear el olor más íntimo e intenso de aquella muchachita rubia. Una intensa mezcla entre sudor íntimo, perfume y un toque de orina, quedó grabada dentro de mi nariz. Pasé la lengua por el flujo y este se humedeció, recobrando en parcialidad su consistencia tan peculiar. El sabor era exquisito –mataría o moriría por probarlo directo de la fuente-.

 

Lo mismo con las demás prendas, estaban tan sucias y usadas que tuve que masturbarme ahí mismo, dejando mi semen en una de ellas, la de color negra.  

 

¡Vaya que había conocido un lado de Abril que no conocía! ¿Quien hubiese imaginado que detrás de ese rostro tan lindo e impecable estuviese la culpable de tan intenso aroma…?

 

Una vez satisfecho me apresuré a arreglar la lavadora y habiendo terminado disfruté de sus bragas una vez más. Estuve tentado a llevarme conmigo una de ellas a casa, como souvenir, pero no quería que Abril lo notase y ello arruinara esa nueva confianza entre nosotros, así que dejé todo como había encontrado y salí del lugar, claro, no sin antes despegar cuidadosamente esos bellos púbicos de la braga fucsia; serían mi tesoro.  

 

Camino a mi departamento se me ocurrió la idea de hacer copias de sus llaves, para así poder entrar cuando yo lo quisiera, mientras ella estuviese fuera. Así lo hice, busqué un cerrajero y ahora poseo las llaves de su intimidad.

 

Cuando volvió en la noche tocó a mi puerta, buscaba sus llaves. Al mirarla a la cara vinieron a mi memoria sus más finos olores y tuve que contener mi erección. Le acompañé a su departamento para mostrarle cómo había quedado la lavadora y nada más entrar al sanitario se sonrojó.

 

-¡Ay, me dejé el cesto de la ropa sucia aquí, qué vergüenza…!- exclamó ruborizada.

 

La tranquilicé y respondí que no había supuesto problema alguno, que ni siquiera lo había notado mientras trabajaba. Se lo creyó.

 

Así comenzaron mis aventuras; si les interesa, puedo contar más. Gracias por leer. 

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2 respuestas

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