diciembre 4, 2025

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Mi forma de pedir perdón

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voy a contar esta vaina que pasó ayer y que me tiene todavía con la pepa palpitando cada vez que me acuerdo. Es que hay días en que la vida te llena de estrés hasta el tope, y nosotros andábamos ahí, cargando con esa mochila pesada de problemas de trabajo, de plata, de familia. La noche anterior había sido especialmente tensa, porque, para ser sincera, yo metí la pata. Le dije una cosa medio fuerte sin querer, una bobada, pero a él le cayó mal. Nos fuimos a la cama dándonos la espalda, sin hablarnos, con ese silencio espeso que duele más que un grito. Yo me sentía culpable, arrepentida, pero la orgullosa que soy no me dejaba dar el primer paso.

Amaneció, y los primeros rayos del sol se colaban por la ventana, iluminando el cuarto con esa luz suave de las mañanas. Yo, que soy de despertarme primero, me quedé quieta, mirando el techo, sintiendo el peso de la culpa en el estómago. Me giré despacito para mirarlo, y ahí estaba él, dormido como un bebé, de espaldas a mí. Pero lo que captó mi atención de inmediato fue la sábana, levantada justo a la altura de su cintura, formando una carpa perfecta. Ese hombre, aún dormido y enojado conmigo, tenía una erección que parecía querer saludar al día por su cuenta. Marica, se le notaba dura, gruesa, la forma bien definida bajo la tela blanca. Se me hizo agua la boca al instante. Era como un imán.

Lo pensé solo un segundo. Sabía que nos habíamos duchado juntos antes de dormir, así que estaba limpio, fresco. Y el morbo de hacerlo dormido, de despertarlo con un placer tan íntimo, me puso al borde. Sin hacer ruido, me deslicé hacia abajo en la cama, metiéndome bajo las sábanas. El olor a él, a sueño y a hombre, me envolvió. Con mucho cuidado, bajé la sábana y me encontré con esa verga en todo su esplendor. Estaba hermosa, pana. Morena, con las venas marcadas, la cabeza bien rosada y goteando una gotita de precum que brillaba como una perla. Me lamí los labios y, sin más preámbulo, la besé. Un beso suave justo en la punta.

Él hizo un movimiento, un gruñido bajito, pero no despertó. Eso me dio más valor. Abrí la boca y la fui metiendo poco a poco, sintiendo cómo palpitaba en mis labios. Al principio fue lento, solo la cabeza, chupándola como si fuera un caramelo. Luego, cuando sentí que su respiración se hacía más profunda pero que seguía en su mundo, me la metí toda. La sensación de llenarme la boca con su verga, caliente y dura, mientras él dormía, era una locura. Un poder raro y excitante.

Empecé a mamársela de verdad, subiendo y bajando, usando la lengua para jugar con el frenillo, chupando con fuerza. Con una mano agarraba la base y con la otra acariciaba sus huevos, que estaban apretaditos y calientitos. Él empezó a gemir, unos sonidos guturales y bajitos que salían de lo más profundo de su sueño. Y no solo gemía, sino que empezó a moverse, a empujar su cadera hacia arriba, buscando más de mi boca, como si su cuerpo reaccionara por instinto. «Sí, papi, así», pensé, mientras me bababa toda, dejando su verga brillante y resbaladiza.

Bajé aún más, pasando de la verga a sus huevos. Me los comí enteros, metiéndolos en la boca de uno en uno, lamiéndolos, sintiendo la textura rugosa de su piel. Él separó las piernas, dándome más acceso. Y yo, que soy una perra curiosa, seguí bajando. Con los dedos, untados en mi propia saliva, empecé a masajear el espacio justo detrás de sus huevos, ese puente de piel sensible. Luego, más atrás aún, hasta llegar a su ano. Un círculo suave, lento, mientras con la boca volvía a su verga. Él gimió más fuerte, y su mano buscó mi cabeza bajo las sábanas, enredándose en mi pelo, no para guiarme, sino como un gesto instintivo de placer.

Fue en ese momento, cuando tenía la punta de mi dedo rozando su agujerito y su verga entera en mi garganta, que abrió los ojos. Me di cuenta porque la mano que tenía en mi pelo se tensó un poco. Dejé de moverme, con su verga aún en mi boca, y miré hacia arriba. Nuestras miradas se encontraron en la penumbra de debajo de la sábana. Yo, con los ojos llorosos por el esfuerzo, y él, con una expresión de sueño, sorpresa y un deseo instantáneo que le iluminó la cara.

Y entonces, sonrió. Una sonrisa cansada, pero genuina, que me derritió por completo. No dijo nada. Solo soltó mi pelo, estiró el brazo hacia la mesita de noche y agarró su celular. Lo encendió, abrió la cámara y, con una mirada que decía «esto hay que grabarlo», empezó a apuntarme.

Ay, Dios mío. Eso me prendió como un cortocircuito. Si ya estaba excitada, ahora, sabiendo que me estaba grabando, que estaba creando su propio video prohibido, me convertí en una actriz porno. Le guiñé un ojo a la cámara y redoblé mis esfuerzos. Empecé a mamársela con una intensidad teatral, exagerando los movimientos de la boca, haciendo sonidos húmedos y obscenos, mirando fijamente al lente. Bajaba a sus huevos y los lamía como si fueran helado, luego volvía a la verga, metiéndomela hasta la garganta y ahogándome a propósito para que la cámara captara mis arcadas.

Luego, me puse más atrevida. Lo empujé suavemente para que se diera vuelta, y ante su mirada sorprendida y la cámara que seguía grabando, me puse a lamerle el culo. Empecé por la rabadilla, bajando por el surco con mi lengua plana, hasta llegar a su agujerito. Le di unos besos suaves, luego pasé la punta de la lengua, lamiendo en círculos. Él enterró la cara en la almohada y soltó un gemido que no trató de disimular. Con una mano, yo le masajeaba la verga, que estaba más dura que una roca y palpitando.

Sentí que se estaba por venir. Lo noté en la tensión de sus músculos, en el gemido más agudo. «Ahí no, mi amor», pensé. Quería que terminara en mi boca, para el gran final del video. Así que lo hice volver a ponerse boca arriba, le quité el celular de la mano y lo puse apoyado en su pecho, apuntando hacia mi cara. «Grabá esto, papi», le dije en un susurro ronco, y me tragué su verga entera otra vez.

Esta vez no fui suave. Fue rápido, profundo, sincronizado con los movimientos de mi mano en la base. Él jadeaba, con los ojos clavados en la pantalla del celular que sostenía torpemente. «Cristina… voy a…», fue lo único que pudo decir, y yo, en respuesta, le apreté los huevos y me tragué su verga más hondo.

Y llegó. Un chorro caliente y espeso que me golpeó la campanilla. Tragué lo que pude, un sabor salado y único que era todo él, mientras seguía moviendo mi boca para sacarle hasta la última gota. Luego, me saqué su verga de la boca, todavía chorreando leche, y escupí un buen chorro directo sobre mis tetas. Las cubrí con su semen, frotándomelo como si fuera una loción, mirando cómo la cámara captaba cada detalle.

Para rematar, me subí sobre él, le di un beso profundo, con lengua, dejando que él probara su propio semen en mi boca. «Buenos días, mi amor», le dije, con una sonrisa de zorra satisfecha.

Él dejó el celular a un lado y me abrazó, riéndose. «Buenos días, mi loca. Creo que acabas de inventar la mejor forma de pedir disculpas.»

Esa mañana, el estrés y el enojo se habían esfumado. Se fue a trabajar con una sonrisa de oreja a oreja, y yo me quedé en la cama, revolcándome en la sensación del poder que tiene una buena mamada a la hora correcta. Y, por supuesto, esperando a que me mande el video para ver mi obra maestra. Porque una cosa es hacerlo, y otra es ver lo perra que puedo lucir en cámara. ¡Qué rico, pana!

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