noviembre 23, 2025

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Mi fantasía con mi mamá y mi amigo

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Mi mamá, que tiene 45 años, está demasiado buena. No es por ser malparido, pero es que la realidad es esa. Se operó las tetas hace como dos años y ahora tiene unas chichis perfectas, redondas, firmes, que se le marcan en cualquier blusa que se ponga. Y el culo, gonorrea, un culo grande, redondo, de esos que piden a gritos que los agarren con fuerza.

Yo tengo un amigo, Sebastián, que es como mi hermano. Nos conocemos desde el colegio. El man es bien parecido, alto, y lo más importante: tiene una verga enorme. Una vez lo vi en los vestieres después de jugar fútbol y casi me da algo. No es normal, de verdad. Es gruesa, larga, con las venas marcadas. Yo no soy pequeño, la verdad, tengo como 17 centímetros, pero al lado de la de él, me siento como un niño.

Últimamente no puedo dejar de pensar en que Sebastián se coja a mi mamá. Es una idea que me viene a la cabeza a cada rato, especialmente cuando los veo juntos. A veces él viene a la casa a estudiar o a jugar videojuegos, y mi mamá pasa por el cuarto con unos shorts tan pegados que se le marca hasta el alma. He visto cómo Sebastián le echa miradas, disimuladamente, pero yo las capto. Se le queda viendo ese culo que no le cabe en las manos.

Hace un mes, pasó algo que me dejó loco. Mi mamá se estaba bañando y dejó la puerta del baño entreabierta. Yo iba pasando por el corredor y la vi a través de la rendija. Estaba debajo del agua, con los ojos cerrados, y se estaba enjabonando las tetas. Las tenía todas cubiertas de espuma, y con sus manos se las masajeaba lentamente. Me quedé pegado, escondido detrás de la pared, mirando. Se le veían perfectas, mojadas, con los pezones duros. Me sacó la verga al instante y empecé a jalármela ahí mismo, viendo cómo mi mamá se tocaba.

De repente, escuché que Sebastián llegaba. Mi mamá salió del baño, envuelta en una toalla que apenas le cubría las tetas. Se le veía la mitad de los senos, y las piernas todas mojadas. Sebastián se quedó mudo, mirándola. Ella le sonrió y dijo «Hola, Sebas, ¿cómo estás?» con una voz tan sensual que a mí se me puso aún más dura. Él solo atinó a saludar y se fue directo a mi cuarto, pero noté que se ajustó el pantalón, como tratando de disimular una erección.

Desde ese día, no puedo sacarme la imagen de los dos juntos de la cabeza. Me pongo a fantasear con que yo los pillo. Que llego a la casa y escucho ruidos del cuarto de mi mamá. Abro la puerta silenciosamente y los veo. Ella está de rodillas, con la boca llena de la verga de Sebastián. Él le agarra la cabeza y se la empuja más adentro, mientras ella gime, ahogándose con su tamaño. Luego, él la levanta y la tira sobre la cama. Le quita la ropa y se le queda mirando esas tetas operadas, esas que yo he visto tantas veces pero nunca he tocado. Las manosea con fuerza, las aprieta, les muerde los pezones. Mi mamá grita de placer, algo que nunca he escuchado.

En mi fantasía, Sebastián le abre las piernas y se pone entre ellas. Su verga, esa bestia que yo conozco, está en la entrada de mi mamá. Ella está tan mojada que resbala. Él se la mete de una, y mi mamá grita. No de dolor, sino de placer. «Sí, papi, dame toda esa verga», le dice, y a mí se me salen las lágrimas de lo exitado que estoy. La empieza a coger duro, agarrándola de las caderas, metiéndosela hasta el fondo. El sonido de sus cuerpos chocando llena la habitación. Mi mamá no para de gemir, de decirle cosas sucias. «Eres el mejor, Sebas, nunca me habían cogido así».

Luego, él la pone a cuatro patas. Esa posición, parce, es la que más me prende. Ver ese culo enorme de mi mamá en el aire, con la verga de mi mejor amigo entrando y saliendo. Él le agarra las nalgas y se las separa, y yo puedo ver cómo su pene desaparece dentro de ella. Mi mamá está enloquecida, gimiendo como una puta, empujando su culo contra él. «Métemela por el culo, papi, por favor», le pide, y Sebastián, sin sacársela, cambia de agujero. Ella grita, pero es un grito de éxtasis. La folla por ahí, despacio al principio, luego más rápido, hasta que los dos se vienen al mismo tiempo.

A veces, cuando estoy solo en casa, me voy al cuarto de mi mamá y me acuesto en su cama. Huelo su almohada, que tiene su olor, ese perfume dulce que usa. Cierro los ojos y me imagino que es ella la que está conmigo. Que me está tocando, que me está diciendo cosas al oído. Pero siempre, en mi mente, termina siendo Sebastián el que se la coge. No sé por qué, pero la idea de que él le dé lo que yo no puedo, me vuelve loco.

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El otro día, casi hago que pasara. Sebastián vino a la casa y mi mamá estaba sola conmigo. Yo me inventé que tenía que ir a comprar algo y los dejé solos. Me fui, pero en realidad me quedé escondido afuera, mirando por la ventana. Los vi hablando en la sala. Mi mamá se reía, y Sebastián estaba más serio de lo normal. En un momento, ella se inclinó para agarrar algo del suelo, y se le marcó todo el culo en el pantalón. Sebastián no pudo evitar mirar. Yo, desde afuera, me sacaba la verga y me la jalaba, esperando que él hiciera un movimiento.

Pero no pasó nada. Sebastián se fue al rato, y mi mamá se quedó viendo televisión. Entré a la casa, con una mezcla de alivio y decepción. Ella me sonrió y me preguntó qué había comprado. Yo le mentí, y me fui a mi cuarto a seguir jalándomela, pensando en lo que pudo haber sido.

No sé si algún día voy a hacer que esto pase de verdad. A veces pienso que sí, que voy a buscar la manera de que ellos se emborracharan juntos, o que los encierro en un cuarto. Otras veces me siento como un enfermo por tener estos pensamientos. Pero cuando veo a mi mamá en shorts, o cuando Sebastián viene y me cuenta que no consigue novia porque las mujeres no pueden con su tamaño, la calentura me gana.

Lo que sí sé es que cada vez que me masturbo, es pensando en ellos. En la verga enorme de Sebastián abriendo a mi mamá, en sus gritos de placer, en la cara que pondría ella cuando se la metiera por primera vez. Y aunque sé que está mal, que es una locura, no puedo evitarlo. Quiero que mi mamá sea feliz, y estoy seguro de que con esa verga, lo sería. Quiero que Sebastián viva la experiencia de coger con una mujer madura, que sepa lo que hace. Y en el fondo, creo que yo quiero verlo, quiero ser testigo de cómo mi mejor amigo le da a mi mamá el polvo de su vida.

Quizás algún día tenga el valor de hacer algo al respecto. Mientras tanto, me conformo con mis fantasías, con mis pajas en silencio, soñando con el día en que escuche los gemidos de mi mamá desde mi cuarto, y sepa que es Sebastián el que la está haciendo gritar así. Sería raro, lo sé, pero también sería lo más exitante que me podría pasar.

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