Mi Ex no soportó mi lado calentona
Bueno, pues aquí estoy de nuevo en esta página después de un buen rato. Había borrado mi cuenta antes porque andaba de novia formal y quería portarme bien, pero ya se acabó eso. Ahora tengo 22 años, soy Ainara, mexicana, gymrat, bailo, estudio y trabajo. Y pues ahora estoy soltera otra vez, así que aquí andamos contando mis cositas.
La verdad es que siempre he sido bien sexual, desde que tengo memoria. No es que sea una perra ni nada, simplemente me gusta el contacto físico, el morbo, la adrenalina de hacer cosas donde no debemos. En la prepa ya era la loca que se dejaba manosear en el cine, o que en las fiestas se iba a los baños con algún chavo. Mis amigas me decían que era bien atrevida, pero a mí eso me encanta.
Cuando conocí a mi ahora ex, hace como año y medio, pensé que había encontrado a mi alma gemela. Al principio todo era perfecto. Él tenía 24 años, trabajaba en una oficina, se veía bien formal, pero en la cama era un animal. Le conté todo sobre mis gustos desde el principio, no quise esconderle nada. Una noche, después de coger bien rico en su departamento, le dije: «Oye, soy bien caliente, me gusta hacer cosas en público, que me manoseen en el metro, darnos unos besos en el elevador, esas cosas. Si te molesta, dime ahora».
Él se rió y me dijo: «Para nada, al contrario, me encanta que seas así de ardida. Con mi ex era todo lo contrario, bien fría, y eso me aburría». Esas palabras me hicieron sentir tan segura, pensé que por fin había encontrado a alguien que me entendía.
Los primeros meses fueron increíbles. Recuerdo una vez que fuimos al cine a ver una película de terror. A los diez minutos, ya le estaba bajando el cierre del pantalón y se la estaba sacando. La sala estaba casi vacía, solo una pareja vieja adelante. Yo me agachaba como si hubiera tirado las palomitas y se la chupaba ahí mismo. Él gemía bajito y me agarraba del pelo. Cuando se vino, me tragué todo y me senté como si nada. Al salir del cine, me empotró contra el coche en el estacionamiento y me besó como si no hubiera un mañana. «Eres una perrita», me decía, y a mí me encantaba.
Otra vez, en una boda de un primo suyo, nos escapamos a un cuarto vacío del salón de fiestas. Yo llevaba un vestido corto rojo, sin bra, y él me lo subió y me empezó a chupar las tetas contra la pared. Se escuchaba la música de la banda afuera, y nosotros ahí, cogiendo como animales. Me puso de frente al espejo y me dijo: «Mírate, qué puta tan rica». Yo gemía y le pedía más. Esas cosas me volvían loca.
Pero como a los ocho meses, algo empezó a cambiar. Noté que ya no respondía igual cuando yo iniciaba algo. Una vez, en el metro, en hora pico, yo le empecé a acariciar la entrepierna. Antes le encantaba eso, se le paraba al toque. Pero esta vez me quitó la mano y me dijo serio: «No aquí, Ainara, hay mucha gente». Yo me sentí rechazada, pero pensé que quizás estaba estresado del trabajo.
Otra vez, en una fiesta en casa de unos amigos, nos metimos a un cuarto a buscar un suéter y yo empecé a besarlo, a bajarle las manos a los jeans. Él me apartó y dijo: «¿Qué te pasa? Podemos vernos». Me dolió, porque antes él era el primero en proponer coger en el baño de las fiestas.
El punto de quiebre fue hace como tres semanas. Fuimos a un restaurante fancy del centro, de esos con candelabros y todo. Estábamos en una mesa en un rincón medio oscuro. Yo, con mis tacones y mi vestido negro, me sentía super sexy. Bajo la mesa, empecé a pasarle el pie por la pierna, subiendo hasta su entrepierna. Antes eso lo volvía loco. Pero esta vez, me miró con una cara… de disgusto. «Para», dijo secamente. «¿Qué tienes? ¿Ya no te gusto?», le pregunté, sintiendo que se me cerraba la garganta. «Es que no es el lugar, Ainara. Ten un poco de decencia».
La palabra «decencia» me cayó como un balde de agua fría. ¿Decencia? ¿Ahora resulta que yo era indecente? Nos pasamos la cena casi en silencio. Esa noche, en su casa, intenté iniciar algo en la cama, acariciándole la espalda, bajando la mano a su boxer. Él se dio la vuelta. «Hoy no, estoy cansado».
Al día siguiente, lo confronté. «Oye, ¿qué pasa? Ya no quieres nada conmigo. Antes te encantaba que fuera atrevida». Él soltó un suspiro. «Es que ya no somos adolescentes, Ainara. Tenemos que actuar como adultos. Eso de andar tocándose en todos lados… está mal. Da mala imagen».
No podía creer lo que escuchaba. «Pero tú mismo me dijiste que te gustaba», le recordé, con la voz temblando. «Pues cambié de opinión», dijo, con una frialdad que me heló. «Mira, si quieres que esto funcione, tienes que dejar de ser tan… exhibicionista. Punto».
Ahí fue cuando me dolió de verdad. No era una conversación, era un ultimátum. «O dejas de ser como eres, o esto se acaba». Le dije que podíamos llegar a un acuerdo, que no lo haría en lugares super públicos, pero que no podía cambiar quien soy. Que el morbo, la calentura espontánea, es parte de mí. Él solo negó con la cabeza. «No, Ainara. O eres una señorita decente, o terminamos».
En ese momento, vi claramente que no éramos compatibles. No era solo sobre el sexo en público, era sobre querer cambiarme, sobre no aceptar una parte fundamental de mi personalidad. «Bueno, entonces terminamos», le solté, con más fuerza de la que creía tener. «No voy a pedir disculpas por ser como soy».
Él se quedó callado, como si no esperara esa respuesta. «En serio prefieres eso a ser una mujer normal?». Esa pregunta fue la estocada final. «No quiero ser ‘normal’. Quiero ser yo. Y si a ti no te gusta, pues bai».
Colgué el teléfono y lloré, obvio. Pero no de tristeza por perderlo, sino de rabia y de… liberación. Porque me di cuenta de que merezco a alguien que no solo tolere mi sexualidad, sino que la celebre. Alguien que, cuando le pase la mano por la pierna en el restaurante, me sonría con complicidad y me apriete la mano bajo la mesa, en vez de regañarme.
Ahora, unos días después, me siento… ligera. Volví al gym con más ganas, estoy bailando otra vez, y hasta me compré un conjunto de lencería nuevo, solo para mí. Y sí, extraño el sexo, obvio. Pero no extraño sentirme juzgada por algo que me hace feliz.
Ya hasta estoy pensando en probar suerte con alguien del gym, hay un trainer que siempre me mira con una sonrisa picara. Quizás él sí esté dispuesto a seguirme el juego. O no. Pero por lo menos ahora soy libre de ser la Ainara calentona y atrevida que siempre he sido, sin que nadie me haga sentir mal por ello.
Así que, pues eso. Mi ex no soportó mi verdadero yo. Su pérdida. Y ahora, quién sabe qué aventuras me esperan. Pero estoy segura de que, donde sea que sea, va a ser divertido. Y probablemente, un poco inapropiado. Pero así me gusta a mí.
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