noviembre 26, 2025

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Mi amiga lesbiana

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La neta, esta historia me tiene bien prendido todavía. Todo empezó con mi amiga Valeria, una morra con la que a veces cojo cuando los dos estamos aburridos. Un día me dijo que su prima, Daniela, que según era bien lesbiana, andaba con curiosidad de estar con un vato. «Y pues tú, Antonio, eres el más cabrón para estas cosas,» me dijo Valeria, y yo nomás me reí. ¿Por qué no? Si la morra estaba buena, ¿qué tenía de malo?

Quedamos en salir los tres a un bar. Daniela era más bajita que Valeria, con un cuerpo delgado pero con unas nalgas que se le marcaban bien rico en el jeans. Tenía el pelo corto, teñido de rojo, y unos ojos verdes que me miraban con curiosidad. Se notaba que estaba nerviosa. Toda la noche, Valeria hizo plática para romper el hielo, y luego, bien oportuna, dijo que tenía que ir al baño y nos dejó solos.

Daniela y yo nos quedamos mirando un rato. «Entonces… ¿nunca has estado con un vato?» le pregunté, directo como siempre. Ella se sonrojó y negó con la cabeza. «Solo he besado a uno, hace años, y no me gustó. Pero contigo… no sé, siento que podría ser diferente.» Eso me prendió. Me acerqué y le di un beso suave. Sus labios estaban temblando, pero eran suaves, dulces. No fue un beso loco, solo un pico, pero suficiente para que los dos sintiéramos la chispa. Cambiamos el WhatsApp y esa noche, cada quien se fue a su casa.

Pero la cosa no acabó ahí. Al otro día, Daniela me escribió. «¿Podemos vernos? Solo tú y yo.» Yo, que nunca le hago al feo, le dije que sí. Que viniera a mi depa.

Cuando llegó, se veía aún más nerviosa que en el bar. Iba con un vestido negro corto que le dejaba ver esas piernas delgadas y un escote que me hacía imaginar sus tetas. «Pasa,» le dije, y apenas cerré la puerta, la empujé contra la pared y le di un beso de esos que quitan el aire. Esta vez no tembló. Esta vez respondió con la misma intensidad, metiéndome la lengua y agarrándome del cabello.

«Quiero saber cómo se siente,» jadeó entre besos. «Todo.»

La llevé a mi cuarto, que estaba medio desordenado, con ropa tirada y un olor a weed que a ella le gustó. La acosté en la cama y me puse sobre ella, besándola mientras con las manos le exploraba el cuerpo. Era más chichona de lo que pensaba. Sus tetas cabían perfecto en mis manos, y sus pezones se pararon al instante a través de la tela del vestido. Se lo quité despacio, y ahí estaban, sus chichis, pequeñas pero firmes, con aretes de plata que brillaban con la luz de mi lámpara.

Bajé mi boca a uno de sus pezones y lo chupé, mordisqueándolo suavemente. Ella gimió y arqueó la espalda. «Nunca… nadie me había hecho sentir así,» confesó, y eso me puso más duro. Seguí bajando, besando su estómago, hasta que llegué a sus calzones. Eran negros, de encaje, y se le veía el vello asomándose por los lados. Se los quité y ahí estaba su pepa, depilada, rosadita, y ya bien mojada.

«¿Estás segura?» le pregunté, mirándola a los ojos. Ella asintió, sin poder hablar. Me puse entre sus piernas y le pasé la lengua por toda su concha. Sabía a limpio, con un toque dulce, como a miel. Ella gritó y se agarró de las sábanas. «¡Ay, Antonio, no sabía que se sentía así!» Gemía como loca mientras yo le lamía el clítoris, metiéndole después los dedos para abrirla un poco. Estaba tan apretada que costó trabajo, pero su jugo me ayudó.

Cuando sentí que ya estaba lista, me puse un condón y me puse sobre ella. «Va a doler un poco,» le advertí, y ella asintió, con los ojos cerrados. Empecé a empujar, despacio, sintiendo cómo su cuerpo se resistía al principio. Estaba tan estrecha que sentía cada pliegue, cada contracción. Ella gimió, y una lágrima se le escapó, pero no me pidió que parara. Seguí, metiéndome poco a poco, hasta que al fin estuve todo adentro.

«¿Estás bien?» le pregunté, y ella asintió, con una sonrisa temblorosa. «Sí… duele, pero se siente… lleno.» Empecé a moverme, lento al principio, sintiendo cómo se adaptaba a mi verga. Sus gemidos cambiaron, de dolor a placer, y pronto estaba moviendo sus caderas contra las mías. «Así, así,» jadeaba, y yo aceleré un poco. No quería lastimarla, pero tampoco podía contenerme. Estaba demasiado bueno.

La hice venir con mis dedos mientras se la seguía metiendo, y cuando gritó, su cuerpo se estremeció alrededor del mío. Fue tan intenso que casi me corro ahí mismo, pero me aguanté. Nos quedamos abrazados un rato, jadeando, hasta que ella me dijo que quería intentarlo otra vez.

El segundo round fue diferente. Ya no había dolor, solo pura lujuria. La puse a cuatro patas, para ver ese culo que tanto me había gustado. Desde atrás, le metí la verga de nuevo, y esta vez no hubo resistencia. Entré fácil, y ella gimió más fuerte. «Más duro,» me pidió, y yo le obedecí. Empecé a darle con fuerza, agarrándola de las caderas, mirando cómo mi verga entraba y salía de su cuerpecito delgado. El sonido de nuestras pieles chocando llenaba el cuarto.

De repente, me dijo: «Para, para, siento que me voy a hacer pipí.» Yo sabía lo que en realidad pasaba. «No te detengas,» le dije, y seguí dándole, aún más rápido. «Déjate ir.» Y así fue. Con un grito, empezó a chorrear, mojándome las piernas y las sábanas. No era pipí, era un squirt bien cabrón, y eso me prendió como loco. Seguí penetrándola mientras ella se sacudía, con las piernas temblando, gimiendo como una puta en celo. «¡No pares, no pares!» gritaba, y yo no pensaba hacerlo.

La cambié de posición, poniéndola de espaldas y levantándole las piernas. Desde ahí, podía ver su cara de éxtasis, cómo sus ojos se ponían en blanco con cada embestida. «Eres mi primera vez,» gemía, «y me estás volviendo loca.» Esas palabras me hicieron el día. Me vine adentro del condón, bombeando hasta no poder más, mientras ella también tenía otro orgasmo, apretándome con su interior.

Quedamos hechos un desastre, sudados, oliendo a sexo. «¿Y ahora?» me preguntó, recostada en mi pecho. «¿Sigues siendo lesbiana?» le dije, y ella se rió. «Creo que soy bisexual, gracias a ti.» Eso me sacó una sonrisa.

Desde entonces, nos vemos seguido. A veces, Valeria se une, y hacemos tríos bien locos. Pero esa primera vez con Daniela, cuando le abrí su camino, es una de las mejores cogidas que he tenido. Y lo más chistoso es que ahora, la que según era la más lesbiana, es la que más me pide que le dé duro por el culo. La vida está llena de sorpresas, y esta, la neta, fue de las buenas.

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