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diciembre 1, 2025

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Me gustó que mi perro me lamiera el coño

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Ay, Dios, esto me da un poco de vergüenza pero a la vez me prende tanto contarlo. Hace unos días pasó algo que nunca pensé que me pasaría.

Max es mi pastor alemán, tiene 4 años, es enorme, hermoso, y siempre ha sido mi bebé. Ese día, yo estaba sola en casa. Una de esas tardes de sábado que te aburrís y el cuerpo te pide algo más. Me puse en el suelo de la sala, con el celular en la mano, buscando algún video que me calentara lo suficiente. Tenía mi consolador grande, el negro, ese que parece un brazo, al lado mío sobre la alfombra. Ya sabía que lo iba a usar, pero quería calentarme bien primero.

Empecé a ver un video, de esos fuertes, donde hay de todo. Yo ya con la mano entre las piernas, rozándome por encima de la tela de mis bragas, sintiendo cómo la humedad empezaba a empaparlas. En eso, Max, que estaba echado en su cama, se levantó y vino hacia mí. Pensé que quería jugar, como siempre. Se subió encima de mí, con sus patotas grandes, y empezó a lamerme las piernas. Eso siempre lo hace, le encanta lamer, y a mí me hace cosquillas, pero nunca le había dado importancia.

Pero esa vez no sé qué pasó. Estaba tan caliente, tan… necesitada. Sus lamidas subían, subían, y de repente llegó a mi entrepierna. Se detuvo y empezó a olfatear, intensamente. Yo me quedé quieta, sin respirar. Podía sentir su nariz fría a través de la tela de mis bragas, presionando justo ahí donde más lo necesitaba. En mi cabeza sonaba una alarma, pero otra parte de mí, la parte más oscura y caliente, gritaba ‘sigue’.

Sin pensarlo dos veces, me bajé las bragas. Fue un impulso, una locura. Y Max… no se fue. Empezó a lamer. Al principio fue un lamido curioso, suave. Pero luego, cuando debe haber sentido mi jugo, se puso más insistente. Su lengua era larga, áspera, pero no en una mala manera. Era un roce áspero y húmedo contra mi clítoris, que ya estaba hinchadísimo. Ay, Dios, no puedo creer que esté escribiendo esto.

Me excitó tanto, pero tanto, que sentí que me iba a derretir. Gimiendo, agarré mi dildo y lo empujé contra mi entrada. Estaba tan mojada que se deslizó adentro sin ningún esfuerzo. Pero no era suficiente. Max lamía y lamía, y yo movía las caderas contra su cara, sintiendo cómo su lengua raspaba justo en el lugar perfecto. Era una sensación salvaje, primitiva, sucia… y deliciosa.

Pero quería más. Necesitaba ese dolor que tanto me prende, esa llenura extrema. Con una mano aparté a Max suavemente, él se fue sin problemas, como si hubiera cumplido su misión. Yo me puse de rodillas en la alfombra, con las piernas temblorosas. Saqué el consolador de mi coño, brillante y cubierto de mis fluidos, y sin dudarlo, lo apoyé en mi culo.

Este sí duele. Siempre duele al principio. Pero a mí me encanta ese dolor que se convierte en placer. Empujé, gimiendo, sintiendo cómo la goma dura se abría paso dentro de mi culo, tan apretado. Cuando estuvo todo adentro, me quedé quieta un momento, jadeando, sintiendo cómo me reventaba por dentro.

Entonces empecé. Me movía arriba y abajo, brincando sobre ese falo de goma, sintiendo cómo me llenaba el culo por completo. Con la otra mano, me frotaba el clítoris desesperadamente, rápido, brusco. Los sonidos que salían de mi boca ni los reconocía. Eran gemidos de animal, gruñidos. Pensaba en la lengua áspera de Max, en lo prohibido de lo que había pasado, y eso me prendía aún más.

Me vine la primera vez con un grito ahogado, un espasmo tan fuerte que casi me caigo. Pero no paré. Seguí moviéndome, más lento ahora, saboreando el dolor delicioso en mi culo, la sensación de estar tan abierta, tan usada, yeso me llevó a otro orgasmo, más profundo, que me hizo llorar.

No sé cuántas veces me corrí. Perdí la cuenta. Cuando por fin me detuve, estaba hecha un desastre, sudada, temblorosa, con las piernas incapaces de sostenerme. El consolador salió con un sonido obsceno, y yo me derrumbé en la alfombra, jadeando.

Max vino y se acostó a mi lado, apoyando su cabeza en mi estómago, como si nada hubiera pasado. Yo lo acaricié, sintiendo una mezcla rara de cariño, vergüenza y un resto de exitación que no se quería ir.

Desde ese día, las cosas son diferentes. No lo he vuelto a hacer, la verdad me da miedo, pero no puedo negar que cuando estoy sola y muy caliente, a veces me quedo mirando a Max y recuerdo la sensación de su lengua. Y me mojo al instante. Sé que está mal, que es una perversión, pero no puedo ayudar lo que siento. Y después de todo, ¿a quién le hago daño?

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