Me excita escuchar a mi hermano coger
Desde que mi hermano entró a la universidad, la casa se transformó en su motel personal. Mi cuarto está justo al lado del suyo, y las paredes, aunque no son de papel, parecen que sí cuando los dos empiezan con su show. Al principio, me sacaba de quicio. Ponía música a todo volumen, golpeaba la pared, incluso una vez salí y les grité que tuvieran consideración. Pero ahora… ahora es mi entretenimiento favorito.
Todo empezó hace como un mes. Él trajo a esa novia suya, la Laura, una chica bajita, de esas que parecen indefensas pero que en la cama sueltan unos gritos que deben escucharse hasta en la casa del vecino. Yo estaba en mi cuarto, tratando de estudiar, cuando empezó el concierto. Los gemidos de ella, agudos, desesperados, y los gruñidos de mi hermano, esos sonidos guturales que solo hace un hombre cuando está metiéndosela a fondo. Me puse los audífonos, pero la curiosidad fue más fuerte. Los quité y me quedé quieta, escuchando.
«Ahí, ahí mismo, no pares, papi», gemía ella, y yo podía escuchar el sonido de los cuerpos chocando, un ritmo rápido, húmedo. Mi hermano no decía mucho, solo jadeaba y a veces soltaba un «sí, bebé, así» que me ponía la piel de gallina. Sin darme cuenta, mi mano había bajado hasta mi entrepierna. Me tocaba por encima del pantalón de pijama, sintiendo el calor que empezaba a crecer ahí abajo.
La primera vez que me masturbé escuchándolos, fue casi un accidente. Pero el orgasmo que tuve… uf, fue diferente. Más intenso, más profundo, como si la energía de ellos se me estuviera pegando. Desde entonces, es mi ritual. En cuanto escucho que la puerta de su cuarto se cierra y empiezan los primeros besos, yo ya me estoy preparando.
Me pongo cómoda, me quito la ropa, y me acuesto boca arriba en la cama. Cierro los ojos y empiezo a imaginarme la escena. A mi hermano, que por cierto, le he visto la polla más de una vez. Una mañana, entré sin tocar al baño cuando él se estaba duchando. La cortina estaba medio abierta y ahí estaba. Grande, gruesa, con la cabeza bien definida, colgando entre sus piernas mientras se enjabonaba. No es de extrañar que la Laura grite como lo hace.
En mi cabeza, yo soy ella. Soy la que está debajo de mi hermano, sintiendo ese tronco entrando y saliendo de mi coño. «Más duro», le digo, y él me obedece, agarrándome de las caderas para darme con más fuerza. «¿Te gusta esta verga, hermana?», me pregunta en mi fantasía, y yo le digo que sí, que es la mejor que he probado. Es enfermo, lo sé, pero el morbo le da un sabor extra a todo.
Anoche fue particularmente intenso. Debían de estar en una posición nueva, porque los gritos de ella subieron de tono. «¡Por el culo, dame, por el culo, quiero que me des por ahí!». Yo, en mi cuarto, con los dedos ya empapados, me imaginé la escena. Mi hermano sacando su polla del coño de Laura, brillante de sus jugos, y acercándola a ese otro agujerito, más apretado, más prohibido. El grito que soltó ella cuando se la metió fue desgarrador, pero lleno de placer. Mi hermano gruñó como un animal, y el ritmo se volvió frenético, bestial.
Yo no pude aguantar más. Me metí dos dedos, imitando esa penetración salvaje, y con la otra mano me apreté un pezón. Gemí bajito, ahogando el sonido en la almohada, mientras sentía cómo el orgasmo se acercaba como un tren. «Sí, hermano, dame», susurraba, perdida en mi fantasía sucia. Cuando finalmente me vine, fue con un temblor que me recorrió de la cabeza a los pies, dejándome sin aire, con el cuerpo sudoroso y la mente en blanco.
Después, siempre viene la culpa. Salgo de mi cuarto y me los encuentro en la cocina, a él haciéndole un jugo como si nada, y a ella con esa sonrisita de gata satisfecha. Él me saluda normal, «¿qué tal?», y yo apenas puedo mirarlo a los ojos. Por dentro, me muero de vergüenza, pero también de un deseo raro y retorcido.
A veces, cuando estamos los tres solos en la sala viendo una película, me pongo a observar sus manos. Las manos de mi hermano, grandes, con venas marcadas, las mismas que deben de estar agarrando ese culo de Laura con fuerza mientras se la coge. O miro su boca, e imagino esos labios besando el cuello de ella, mordiéndole los pezones. Y yo, ahí, sentada en el mismo sofá, con la tanga cada vez más mojada.
He empezado a provocar situaciones. Dejo la puerta de mi baño entreabierta cuando me voy a duchar, por si él pasa. Me pongo shorts más cortos cuando sé que ella viene. Quiero que me vean. Quiero que mi hermano, sin querer, me eche una mirada y sienta algo de lo mismo que yo siento cuando lo escucho. Pero hasta ahora, nada. Él solo tiene ojos para su noviecita gritona.
Lo más fuerte es que ya no puedo volver atrás. Ahora, si no los escucho, me pongo de mal humor. Me he acostumbrado a ese sonido de fondo para excitarme. He probado con porno, con audios, pero nada se compara con la realidad, con saber que es mi propio hermano el que está haciendo esos ruidos, con esa polla que ya he visto, dándole placer a otra justo al otro lado de la pared.
Y sé que está mal. Sé que si alguien se entera, me van a ver como una enferma. Pero no puedo evitarlo. La lujuria es más fuerte que la razón…


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