Ese día había ido al gym con Cata, como siempre. Pero las duchas estaban fuera de servicio, así que salimos pegajosas, con esa mezcla de sudor frío y perfume que te queda después de correr en la cinta. El estacionamiento estaba vacío, oscuro, con ese olor a gasolina que se te pega en la garganta.

Yo llevaba la bolsa del sexshop en el auto, escondida bajo la chaqueta. Un regalo para mi mjr amiga, algo para su despedida de soltera. O eso le dije a Cata.

Nos subimos atrás para cambiarnos, porque adelante no cabíamos con los leggings pegados claro, y ahí estaba: el aire espeso, las piernas rozándose, esas miradas que dicen «no deberíamos» pero las manos ya están tramando otra cosa.

Y entonces ella lo vio.

-Qué es esto, Fer? -dijo con esa voz que pone cuando sabe que me está provocando, esto mientras yo me quitaba el top y quedaba desnuda para arriba.

Antes de que pudiera responder, ya tenía el consolador en las manos. Silicona realista, un poco gruesa, con esas venas que parecen demasiado reales. Se rio, lo sopesó, lo comparó con su puño… y ahí supe que no saldríamos de ese auto sin que pasara algo.

-Era un regalo- le dije, mientras la saliva se me acumulaba en la boca.

-Pues ahora es mío -respondió, y se lo pasó por el cuello, entre los pechos sudados, despacio provocándome.

Cata me miró con esos ojos oscuros, tragando saliva, y entonces hizo lo más atrevido, se lo puso entre las piernas, imitando a un hombre sentado, esa postura arrogante donde solo sobresale eso. No lo pensé dos veces. Me agaché, me lo llevé a la boca y lo lubriqué con la lengua, babosa, como si fuera un helado que se me derretía, hice como que le chupaba el pene mirándola a los ojos, poniéndolo muy dentro de mi garganta.

me dijo que eso la excitaba un montón.

No hizo falta más para quitarme los leggins rápidamente, quedé completamente desnuda, húmeda con el sudor y calor del auto.

Me subí a sus piernas, sintiendo cómo la silicona me rozaba, fría al principio, luego caliente, demasiado caliente, nos besamos, me puse intensa de inmediato. El auto crujía, el juguete hacía ese ruido húmedo que suena a pecado, y Cata gemía cada vez que me hundía más, sus dedos clavándose en mis muslos.

Fue lento al principio, después frenética la forma en la que montaba su pene. Ya no importaba el sudor, el olor, que alguien pudiera pasar. Solo importaba el ritmo de mis sentones, luego los movimientos de cintura, también el sonido de mis nalgas chocando contra sus muslos, sus uñas marcándome.

Y entonces… uf, entonces llegé, un temblor incontrolable me sacudió desde el coño hasta las puntas de los pezones. Gemí. Mis piernas se sacudieron como si me dieran corriente, y por un segundo perdí el control, dejando que las contracciones me dominaran, ondas de placer puro que me hacían retorcerme sobre ella.

Cata comenzó a mover el pene dentro de mí, sentí un calor que subió rápido, un temblor que me hizo arquearme, y de repente grité «mierda!», el squirt salió de sorpresa. Un chorrito directo al vientre de Cata, caliente, sonando como lluvia en sus pechos. Ella ahogó un grito, yo mordí mi propio brazo para no gemir más fuerte.

Quedamos en silencio, jadeando, con el juguete abandonado entre nosotras, brillante y culpable.

Hasta que las luces de otro auto barrieron el estacionamiento.

Nos miramos. Nos vieron?

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue la mancha en el asiento. Esa mancha que nunca salió.

Y cada vez que me subo al auto… ahí está. Recordándome lo que hicimos.

Y saben qué? No me arrepiento lo haría denuevo, mañana mismo quizas