noviembre 8, 2025

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La lengua de mi tío

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Ese día todo empezó como cualquier otro. Mi tío llegó del trabajo con esa cara de cansado que se le pone después de cargar cosas pesadas. Yo estaba tirada en el sofá, viendo la tele en shorts y un top, sintiendo ese calor pesado de la tarde que se te pega a la piel.

Él pasó junto a mí sin decir mucho, pero sentí su mirada. Esa mirada que me recorre de arriba a abajo, que se me clava en los pechos y se queda un rato largo en mis piernas. Siempre me mira así, desde que empecé a desarrollar. A mi mamá ni le importa, dice que son cosas de familia.

«¿Qué hiciste hoy, gata?» me preguntó mientras se servía un refresco.

«Nada, tío. Aquí aburrida.»

Se acercó y se sentó a mi lado en el sofá. Su pierna rozó la mía y sentí ese calor que siempre me transmite. Huele a cigarro y a sudor de hombre, un olor que debería darme asco pero que a mí me pone.

«Tan joven y tan aburrida,» dijo, pasando su mano por mi cabello. «Deberías estar saliendo, conociendo chicos.»

«Los chicos de mi edad son unos imbéciles,» contesté, moviéndome un poco para que su brazo rozara mi pecho.

Él sonrió. Esa sonrisa que no llega a sus ojos pero que me dice todo lo que necesito saber. Me conoce demasiado. Sabe que desde aquella vez que me castigó haciéndome ver cómo se cogía a mi mamá, algo se despertó en mí.

«Ven,» dijo de repente, levantándose y tomándome de la mano.

No pregunté a dónde. Solo seguí sus pasos hasta su habitación. La misma habitación donde había visto tantas cosas. Donde su compa del trabajo me había cogido mediocremente. Donde mi tío me había roto el culo hasta hacerme llorar de placer.

Cerro la puerta y el ruido del pasador me hizo estremecer. Sabía lo que venía. Siempre es lo mismo, pero nunca igual.

«Acuéstate,» ordenó, señalando la cama.

Me recosté sobre la cama gastada, sintiendo la textura áspera de la cobija bajo mis shorts. Él se paró frente a mí, desatándose el cinturón con movimientos lentos, deliberados. Pero esta vez no se quitó el pantalón. En vez de eso, se arrodilló frente a la cama.

«Quítate los shorts,» dijo, su voz más grave de lo normal.

Mis manos temblaron un poco al desabrochar el botón y bajar el cierre. Me levanté lo necesario para empujar la tela por mis caderas, dejándome solo en mis calzones diminutos. Podía sentir la humedad ya empapándolos.

Él puso sus manos en mis muslos y los abrió sin prisa, colocándose entre ellos. Su aliento caliente traspasaba la tela de mis calzones, haciéndome arquear la espalda.

«Hoy te voy a enseñar lo que es un hombre de verdad,» murmuró, y hundió su cara contra mi entrepierna.

El primer contacto de su lengua a través de la tela fue eléctrico. Un gemido se escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo. Presionó más fuerte, moviendo su lengua en círculos lentos sobre mi clítoris, empapando mi calzón con su saliva y mis jugos.

«Por favor, tío,» supliqué, agarrando las sábanas con fuerza.

Con dedos expertos, bajó mi calzón hasta mis rodillas. El aire fresco de la habitación chocó con mi piel húmeda y ardiente. Y entonces, sin aviso, su boca estaba directamente sobre mí.

Dios, nunca había sentido nada igual. Su lengua no era como la de esos chicos de mi edad que creen que es un acelerador de videojuego. No. Mi tío conocía cada centímetro de mi coño como si lo hubiera diseñado él mismo.

Comenzó lento, demasiado lento. Pequeños círculos alrededor de mi clítoris sin tocarlo directamente, haciéndome enloquecer de necesidad. Luego pasaba a largas y lentas lengüetadas desde mi entrada hasta el hueso púbico, saboreándome como si yo fuera el mejor postre.

«Ay, tío, así,» gemí, enterrando mis manos en su cabello.

Él gruñó contra mí, una vibración que me hizo temblar entera. Entonces intensificó el ritmo, concentrándose en mi clítoris con una precisión brutal. Su boca se selló alrededor del botón sensible y comenzó a succionar rítmicamente mientras su lengua jugueteaba con él.

Estaba al borde, tan cerca del orgasmo que podía saborearlo. Pero justo cuando iba a explotar, se detuvo.

«No tan rápido, mi gata,» dijo, su voz ronca por mi sabor. «Hoy es una lección completa.»

Me dio la vuelta con una fuerza que me dejó sin aliento. Ahora estaba en cuatro patas, con mi culo en el aire. Sentí sus manos separar mis nalgas, exponiendo mi otro hoyo, ese que solo él toca.

«Tío, no…» protesté débilmente, sabiendo lo que venía.

Pero su boca ya estaba ahí. Su lengua, larga y hábil, comenzó a lamer mi ano con una delicadeza que no sabía que poseía. Al principio fue solo un cosquilleo, pero luego presionó más fuerte, abriéndome lentamente con movimientos circulares.

Era demasiado. Demasiado íntimo, demasiado sucio, demasiado bueno. Gemía como una perra, empujando mi culo contra su cara, queriendo más, siempre más.

Cambiaba entre mis dos agujeros como si fuera lo más natural del mundo. Unos minutos en mi coño, empapando su barba con mis jugos, luego volvía a mi culo, metiendo la punta de su lengua dentro de mí, profundamente.

Nunca había sentido mi cuerpo tan poseído, tan completamente dominado. Cada nervio, cada célula, le pertenecía a él en ese momento.

«Por favor, déjame venir,» supliqué, mis piernas temblando incontrolablemente.

En respuesta, introdujo dos dedos en mi vagina mientras su lengua continuaba su trabajo en mi ano. El doble estímulo me volvió loca. Grité su nombre, mis uñas clavándose en las sábanas.

Y entonces volvió a mi coño, pero esta vez con una ferocidad nueva. Su boca se selló alrededor de mi clítoris y comenzó a succionar con una fuerza casi dolorosa mientras sus dedos me penetraban profundamente.

Fue demasiado. El orgasmo me golpeó como un tren, sacudiendo todo mi cuerpo con espasmos violentos. Gemí, grité, lloré. Mi visión se nubló mientras las olas de placer me arrasaban una y otra vez.

Él no se detuvo. Siguió lamiéndome suavemente, bebiendo mis jugos, alargando mi climax hasta el borde del dolor. Cuando finalmente se apartó, yo estaba temblando, incapaz de moverme, completamente destruida.

Se levantó y me miró con esos ojos oscuros que lo saben todo.

«¿Ves?» dijo, limpiándose la boca con el dorso de la mano. «Ningún niño te va a dar eso. Eres mía, gata. Siempre lo has sido.»

Asentí débilmente, todavía jadeando. Tenía razón. Después de eso, ningún otro hombre me podría satisfacer. Mi tío me había arruinado para cualquiera que no fuera él. Y en el fondo, sabía que eso era exactamente lo que él quería.

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