La hija de mi amigo
Mira, te voy a contar esto porque si no se lo cuento a alguien, voy a explotar. La cosa es así, yo juego al fútbol un par de veces a la semana. No es nada profesional, es mas que nada por diversión y por no oxidarse, ya sabes. En el equipo hay de todo, pibes de mi edad y otros mas grandes. Entre ellos está Carlos, que tiene como 50 y pico, un tipo macanudo, de esos que siempre tienen una palabra de aliento y una cerveza fría después del partido. Es casado, tiene familia, y la verdad es que nos hemos hecho buenos amigos a pesar de la diferencia de edad. Hablamos de la vida, del trabajo, de todo.
El asunto empezó hace un par de meses. Carlos empezó a traer a su hija, Martina, a ver los partidos. Ella tiene 18 años, pero te juro que no los aparenta. Es… impresionante. Tiene un cuerpo que es una locura, de esas curvas que se forman sin que una se dé cuenta y que dejan a cualquiera con la boca seca. Es culona, pero con unas piernas que parecen esculpidas, y unas tetas que llenan cualquier remera que se ponga. Y el pelo, un rulo oscuro que le cae sobre los hombros y que siempre huele a algo dulce, como a coco o vainilla. La primera vez que la vi, me costó concentrarme en la pelota, la verdad.
Al principio, ni me atrevía a mirarla mucho. En los descansos, si me acercaba, era para preguntarle boludeces a Carlos, o a lo sumo, pedirle a ella si había agua o algo así, con una voz que me salía mas tirando a chillona de los nervios. Pero ella siempre me sonreía, con una sonrisa que tenía algo de travieso, como si supiera el efecto que me causaba.
Con el tiempo, se hizo costumbre que viniera. Y nosotros, sin planearlo, empezamos a hablar un poco más. Primero del partido, del calor, de cualquier cosa. Después, las conversaciones se alargaban. Me di cuenta de que era inteligente, ocurrente, y que también le gustaba el fútbol, lo cual para mi ya era un punto a favor enorme. Un día, no sé cómo, terminamos intercambiando números. Fue algo natural, como «ah, te mando el video del gol que hiciste», o «pásame esa foto». Y de ahí saltamos al WhatsApp.
Por chat, todo es diferente, ¿sabes? La timidez se va. Empezamos a hablar de todo, de música, de películas, de sus amigos del colegio, de mis planes. Y la tensión, esa cosa eléctrica que ya sentía cuando estábamos cerca, por el chat se multiplicó por mil. Los mensajes se fueron haciendo mas largos, hasta que un día, a la madrugada, me escribió: «¿Nunca pensaste en que esto se puede poner raro?». Y yo, que ya estaba hasta el cuello, le respondí: «Todo el tiempo».
El punto de quiebre fue después de un partido. Había ganado nuestro equipo, y todos estábamos eufóricos. Carlos se fue a comprar unas bebidas con otros, y Martina y yo nos quedamos cerca de los banquillos, recogiendo algunas cosas. De repente, nos miramos y fue como si el aire a nuestro alrededor se espesara. Sin decir nada, los dos nos fuimos caminando hacia los vestuarios, que en ese momento estaban vacíos. Entramos al baño de hombres, el primero que vimos, y cerramos la puerta con llave.
Ahí, en ese lugar que olía a sudor y a desinfectante, nos besamos por primera vez. Fue un beso con todo, desesperado, con manos que buscaban piel bajo la ropa. Yo la apreté contra la pared, sintiendo sus curvas contra mi cuerpo, y ella me agarraba del pelo, gimiendo bajito en mi boca. Sabía a gaseosa y a algo mas, a pura adolescencia prohibida. Fue increíble, pero también aterrador. En cualquier momento podía entrar alguien, o peor, podía entrar Carlos. Nos separamos jadeando, y salimos del baño como si nada, cada uno por un lado. Mi corazón latía tan fuerte que creí que se me salía del pecho.
Desde entonces, ese juego peligroso se volvió nuestra adicción. Nos besábamos a escondidas cada vez que podíamos: en el auto de Carlos cuando él bajaba a comprar algo, en un rincón oscuro del club después de los partidos, en cualquier lugar donde su padre no pudiera vernos. El morbo de hacer algo tan prohibido, de traicionar la confianza de un amigo que me aprecia, era una parte enorme de la excitación. Lo sé, suena fatal, y a veces me despierto en la noche sintiéndome como la peor basura del mundo. Pero cuando la veo, cuando me mira con esos ojos oscuros llenos de deseo, toda esa culpa se va al carajo.
Ella me ha dicho, más de una vez, que le gusto. Que piensa en mi. Y yo le he confesado lo mismo. La deseo con una intensidad que me asusta. No es solo lo físico, que es una bomba, sino esa mezcla de inocencia y audacia que tiene.
Y hoy… hoy va a pasar algo mas. Le dije que viniera a mi casa. Mis viejos se fueron de viaje, así que tengo la casa sola toda la noche. Ella me dijo que sí, que inventaría que se va a dormir a lo de una amiga. Ahora mismo estoy acá, escribiendo esto para tratar de calmarme, pero es imposible. Cada ruido en la calle me hace saltar. Mi mente no para de imaginar todas las cosas que podrían pasar.
La estoy esperando en mi cuarto. Arreglé un poco, puse algo de música baja, pero no quise hacer demasiado porque tampoco es una cita formal. Es… otra cosa. Algo que sé que está mal, pero que mis ganas han puesto por encima de cualquier lealtad o sentido común.
Temo que Carlos se entere. Él me ha ayudado un montón, me ha dado consejos, me ha tratado como a un igual. Si se entera de esto, de que me estoy viendo con su hija menor de edad a sus espaldas, no solo me dejaría de hablar. Me rompería la cara, y con justa razón. Pero a la vez, cuando pienso en Martina, en su cuerpo, en su boca, en la forma en que me mira… ese miedo se transforma en una calentura que me nubla el juicio.
No sé cómo va a terminar esto. No sé si esto es solo un capítulo caliente y loco que vamos a recordar en unos años, o si es el inicio de un problema enorme. Lo único que sé es que en cualquier momento va a tocar el timbre, y cuando abra esa puerta, voy a estar cruzando una línea de la que no hay vuelta atrás.
Y la parte más jodida de todo es que, a pesar de todo el miedo y la culpa, no puedo esperar a que llegue. La quiero tener aquí, conmigo, en mi cama. Quiero sentir su piel, quiero escuchar sus gemidos sin tener que ahogarlos, quiero explorar cada centímetro de ese cuerpo que me vuelve loco desde el primer día que la vi. Quiero, aunque sea por una noche, que sea solo mía, sin escondites, sin mentiras.
Suena el timbre. Es ella. Tengo que cortar. Dios, espero no estar cometiendo el error más grande de mi vida. Pero ahora mismo, con el corazón a mil, lo único que puedo pensar es en abrirle la puerta.



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