Por

Anónimo

enero 15, 2020

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Julia

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Tal como sugeriste, hubo un bonito calentamiento previo, con caricias, mimos, susurros y besos. Te dije lo guapa que estabas y lo mucho que te deseaba. Bailamos. Sí, también bailamos. Y durante el baile, siguieron los mimos. Terminó la música y te abracé por detrás. El roce de tu trasero con mi polla, ya bien removida, terminó de encenderme. Y de encenderte a ti, mi querida Julia.  Tus nalgas se estrecharon contra mi tranca. Me estremecí de placer. Te mantuve así, abrazándote por detrás y besando tu cuello. Mi polla trepidaba debajo del pantalón de pijama que llevaba puesto. Y tú te estremecías. Mi verga se aplastaba cada vez más entre la abertura  de tus nalgas. Palpitaba sobre ellas. Vestías una bata casera y debajo, el camisón. Ni la una ni el otro me impedían notar el calor de tu piel y tus continuos  estremecimientos.

 

   Te rodeé con mis brazos. Seguí besando tu cuello y susurrándote mimos. Mi verga seguía entre tus nalgas. Echaste tu cabeza hacia atrás apoyándola en mí.  Tu respiración se fue convirtiendo en trémulos jadeos. Mis manos ciñeron tu vientre, estrechando más el abrazo. Estaba totalmente pegado a ti, brujita. Podía notar tu respiración, agitada de excitación.  Metí mis manos entre tu bata, y salvé también el camisón. Las yemas de mis dedos jugaron con tus pezones, duros y excitados. Los acaricié mientras te besaba en el cuello y la nuca. Mis manos abarcaron tus pechos por completo. Mis dedos, pasando de uno a otro, buscaban avivar más y más cada uno de tus dos enhiestos pezones. Mis labios recorrían  tu nuca, tu cuello, tus mejillas, besándote con ternura infinita. Y mi verga seguía aplastaba, codiciosa, entre tus nalgas.

 

   Nos dimos la vuelta y quedamos de nuevo frente a frente. Besé tus labios.  Tu boca se entreabrió para dejarme recorrerla por completo. Nos fundimos en un largo y delicioso beso. Nuestros cuerpos se apretaban en un estrecho abrazo. Mi verga, ya rabiosamente enhiesta, se estrujaba furiosa contra tu sexo. Tus jadeos eran cada vez más fuertes. Mis manos bajaron a tus nalgas y las apretaron con fuerza. Mi verga ya buscaba codiciosa adentrarse en los pliegues de aquella vulva que, bajo la bata, yo intuía henchida y húmeda. Por detrás, fui subiendo la bata y el camisón, hasta que mis manos palparon la arrebatadora desnudez de aquellas ancas tuyas, duras y excitantes. Me abrazabas entrelazando sus manos por detrás de mi nuca. Te apretabas contra mí, besándome con pasión.

 

Del salón pasamos a la habitación. Desabroché los botones que cerraban tu bata por delante y te la quité. Luego, el camisón. Me desnudé yo completo. Desnudos los dos, nos abrazamos. Otra vez la exquisita suavidad de tus manos en mi espalda. Ahora, en directo roce, la turgencia de tus pezones contra mi pecho. Otra vez la voluptuosidad de tu culo entre mis manos. Ya se interponía entre tu sexo y mi verga. La pasión y el deseo me impelían a ir deprisa, pero hice un esfuerzo de voluntad para lentificar las caricias. Mi polla se frotaba contra tu sexo. Tu respondías estremeciéndote y buscando la apretura total de tu vulva contra mi verga.  Ahora, también tus manos magreaban mi trasero, apretándome  codiciosamente contra ti.

 

   Sin dejar de abrazarte, te empujé suavemente, haciéndote sentar sobre la cama, para luego presionar tus hombros sutilmente para que te tendieses. Lo hiciste. Tu sexo, depilado a mi gusto, se ofrecía a mi vista, tentador y apetecible. Me acerqué y me tumbé delicadamente sobre ti. Suspiraste profundamente y te abrazaste a mí. Lamí tus pezones. Me encanta verlos endurecerse como piedras al recibir mis caricias. Besándote, lamiéndote, escuchando tus suspiros, me impregnaba de tu aroma de mujer deseosa de gozar. 

 

   Moví mi pelvis buscando hacer hueco entre tus piernas. Las abriste enseguida, permitiéndome acoplarme entre ellas. Lo hice y fui subiendo mi cuerpo poco a poco, acompañando mi ascensión con besos y más besos por tus pechos, en busca de tu cuello, de tu rostro, de tus  labios. En mi paulatina escalada a lo largo de tu cuerpo, mi verga, completamente tiesa, trepaba ansiosa entre tus piernas. Tus jadeos anunciaban tu creciente excitación. Los dos estábamos enardecidos de deseo. Acerqué la polla a aquella vulva deliciosa, palpitante y mojada. Al notar el roce de tus labios vaginales en mi glande, tuve que hacer un esfuerzo para no abandonarme a gozar intensamente. Quería recrearme, seguir haciendo aquello largo y duradero. Quería controlar. Lo hice. Respiré hondo y detuve unos segundos mi roce. 

 

   Una vez vi que volví ser dueño de mi mismo, reanudé el juego. Repetí los frotes de mi polla contra tu sexo, arriba y abajo, pero evitando que entrara todavía. Sin embargo, tu deseo me exigía ya dentro de ti. Tus piernas se abrieron más. Literalmente me apresaste, envolviéndome con ellas por detrás de mi espalda. Tus caderas empujaban más y más, rítmicamente ansiosas, buscando el roce y la apretura de aquella verga caliente y erecta que te abrasaba el coño, derretido en jugos y fluidos, que me estaban empapando la polla, los testículos, mi sexo completo. Mi pene palpitaba impaciente. Me moví hasta encajarlo bien en los pliegues de tu vulva. Sentí tu fuego en mi sexo y me puse más a mil todavía.

 

   No podía más. Empujé. El ansia me hizo presionar a tope mi verga contra tu coño, que se abría deseoso de ser penetrado. Enseguida encontré el camino y noté el calor de los labios vaginales abrazando por completo mi glande, que se empezó a deslizar hacia dentro, ávido de lujuria. Aquel delicioso contacto me hizo perder por completo cualquier atisbo de control y apreté con más fuerza. Un gemido salvaje salió de tus entrañas. Noté como la tenaza de tus piernas sobre mi torso se estrechaba, intentando que me fundiera contigo. Tus brazos me ceñían, me estrujaban contra tu pecho y en mi espalda sentía la firme apretura de tus manos. Tus uñas se clavaban salvajemente en mi espalda,  ansiosas de arremeterme por completo dentro de ti. Con la verga clavada hasta el tope dentro de tu cálido coño, comencé a bombear con fuerza, en tremendas embestidas que me iban haciendo escalar vertiginosamente todas las cotas de placer. 

 

   Tú, aferrada a mí, acompasabas tus movimientos pélvicos a mis acometidas, agitándonos los dos en un delicioso y acelerado baile de goce. Tras repetidas sacudidas, noté como mi clímax se acercaba. Te apreté fuertemente contra mí y te metí la verga hasta las mismísimas entrañas, en un salvaje empellón, con el que quise que notases la base de mis testículos tentándote el completo perineo. Tú jadeabas al sentir dentro de ti aquella feroz irrupción, y te viniste en un monumental orgasmo, acompañándolo de un desmedido grito que rompió todo el silencio de la noche. Tu corrida provocó inmediatamente la mía, desatándome una furiosa eyaculación que sentí subir al tiempo que tú seguías gritando, desbocando tu inmenso goce. Retorciéndome de placer dentro de ti, me vino un orgasmo único, tremendo, brutal. tenido. 

 

   Jadeantes y exhaustos, seguimos abrazados, apretados una contra el otro, empujando lenta y acompasadamente nuestros sexos, hasta que los últimos retazos de aquel largo orgasmo fueron despareciendo. Cuando así fue, cuando las respiraciones fueron haciéndose más pausadas y las pulsiones recuperaron su ritmo, mi verga, aún morcillona, fue abandonando la calidez de tu la vagina. Un verdadero maremágnum de flujos y semen se había mezclado allá abajo en nuestros sexos. Nos giramos, para quedar tendidos boca arriba, extenuados de placer.

 

Y así sucedió, brujita. 

 

Y así quiero que suceda en ti, cada vez que puedas leer ésto y correrte para mí. 

Primero en nuestra habitación de los gemidos.

Y después, seguro que también tu juguete reactivará sus habilidades en tu coñito, para que tengas unos orgasmos como tú sabes.

Y por fin, sea durante una siesta, o sea antes de dormirte por la noche, me encantará que tú también me folles a mí…Ya sabes cómo hacerlo, brujita. Ya lo sabes, Julia.

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2 respuestas

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