Por
Anónimo
Juego de equipo 1
La Terminal 4, en estos tiempos, a última hora de la tarde, ya casi anocheciendo, no es el lugar más populoso del mundo. Allí estábamos mi mujer y yo, dispuesto a tomarnos unas vacaciones bien merecidas. El avión pronto saldría rumbo a las Seychelles, donde esperábamos descansar después de un año agotador.
Ella ya se había vestido para la ocasión, aunque siguiéramos en Madrid. Yo le había comprado unos vestidos de seda espectaculares, entallados, cortos para lo que solía vestir ella, a medio muslo, que hacían destacar el cuerpazo que tiene con sus cuarenta y tantos. El que había escogido, estampado en rojo, Iba bien pegado al cuerpo, marcaba su cintura y no se lo había abrochado hasta arriba, ni mucho menos. Un curioso podría asomarse allí y ver un par de pechos que la edad no había hecho más que mejorar, haciéndolos redondos y pesados. Las alpargatas con cuña que llevaba le estilizaban las piernas y el corte de pelo que se había dado la tarde antes, un bob a la última moda, era perfecto. Realmente podía presumir de una mujer de bandera, que se follaba a quien quería y cuando quería, pero mi mujer al fin y al cabo.
Yo era un tío normal, un profesional de éxito, como ella misma era. Pero aquella tarde era puro deseo, la notaba llena de satisfacción, tal despliegue de sensualidad era la señal de que estaba derrotando todos los obstáculos que se le presentaban y estaba consiguiendo todo lo que se proponía. Me relamía pensando en cómo íbamos a follar durante esos quince días, el bungalow con playa privada, ella bañándose desnuda… Casi estaba empalmado al pensarlo. La verdad es que estaba empalmadísimo, como estoy ahora mientras escribo este recuerdo.
No había mucha gente en nuestra puerta para embarcar en el mismo vuelo que nosotros. Algunas parejas de recién casados, un grupo de amigos jubilados y un grupo de tíos jóvenes, altos, musculosos, que llamaban la atención. Por lo menos, la de mi mujer.
– Deben de ser jugadores de balonmano – le dije yo, juzgando por la estructura torácica que se gastaban.
Pronto nos llamaron a embarcar y subimos los primeros, con los privilegios de mi tarjeta Platino. Ocupamos dos de los ocho asientos de Business, amplios, confortables. Otros cuatro los ocuparon los chicos, que en efecto eran jugadores de balonmano, como revelaban sus ropas ajustadas con logotipos. Dos se sentaron al otro lado del pasillo, y los otros dos en la fila de delante, uno a cada lado. Todos iban en pantalón corto, ajustado, que revelaba unas piernas fuertes, trabajadas, depiladas. Polos federativos que no ocultaban sus músculos y que marcaban unos brazos potentísimos. Se sentaron con despreocupación, con esa seguridad del deportista de élite, abriendo las piernas todo lo que el asiento permitía. Y revelando unos bultos dentro de los pantalones que a mi mujer no le pasaron desapercibidos.
A la azafata que se ocupaba de nosotros, tampoco. Bastaba con comprobar lo solícita que era y las miradas que les dirigía a los paquetes, que no eran insensibles a las miradas de la mujer. Era particularmente atractiva, incluso con la mascarilla puesta. De piel morena, pelo rizoso recogido en un moño alto y con un culo redondo que su pantalón marcaba con toda intención, sin la mas mínima señal de una braga debajo. Y yo creo que la segunda vez que pasó, dos botones de su blusa habían cambiado de estado y el encaje de su sujetador era perfectamente visible. Para mí y para ellos, claro, cuando se inclinaba obsequiosa a ofrecerles bebidas y quizás algo más.
Por algún motivo desconocido, el avión no despegaba y ya íbamos por la segunda ronda de bebidas, un vino blanco bastante apreciable que le estaba soltando la lengua a mi mujer. Seguíamos parados junto a la Terminal. El camión de reportaje empezó a hacer el típico ruido sucio que hace y dos de los jugadores lo acompañaron con gestos obscenos. Claramente, el sonido de las mangueras les recordaba a sus propias pollas y el que estaba al otro lado del pasillo, junto a la ventana, reproducía claramente el acto sexual. Vamos, que el ruido era el de su polla entrando en un coño jugoso que se estaba follando vigorosamente, a juzgar por sus gestos. Mi mujer, que iba junto a la ventana en nuestro lado, no les quitaba ojo.
Cuando la azafata volvió a pasar, el chico que iba en el pasillo se giró rápidamente hacia su compañero y tiró del pantalón hacia abajo. La goma no resistió el empuje y una polla descomunal vio la luz. Yo no estaba prestando atención a la escena, pero el soplido de la azafata y los ojos de mi mujer me pusieron sobre aviso. Giré la cabeza y vi un rabo como yo no había visto ninguno fuera de una película porno. Y de las buenas. Aquello era un trozo de carne que todavía no había acabado de crecer y ya pasaba de un palmo de longitud. Un palmo de aquellas manos de gigante, claro. El capullo era mucho más oscuro que el resto de la polla, sobresaliendo enorme en el extremo, no había ni un pelo a la vista.
La azafata se paró y se quedó mirando, impresionada por el espectáculo. Mi mujer se inclinó para poder mirar y sus tetas preciosas temblaban bajo el vestido. Yo mismo no podía dejar de mirar, hipnotizado por aquel pollón. Y entonces pasó algo inesperado. Su compañero se la cogió y empezó a meneársela con total naturalidad. El amo del rabo no parpadeó mientras su compañero se la sacudía para hacerla crecer más.
– ¡Preparando la manguera para el repostaje! ¡Atención al calibre!
– Señores, por favor – dijo la azafata con toda profesionalidad -, no es el momento
Pero el tono de su voz dejaba bien claro que en otro momento, en otro lugar, no le importaría nada repostar con aquella manguera. El vuelo que nos esperaba era largo y la noche en los cielos podía acabar siendo movida… No me habría importado ver cómo se la follaban en el suelo del compartimento mientras mi mujer me la chupaba.
– Cortaos, cojones – dijo desde la fila de delante uno de ellos, con la cabeza afeitada, algo mayor que los otros tres.
Obediente, se guardó la polla. Pero cuando la azafata se marchó, no dejó de acariciársela por encima del pantalón. La espectadora era mi mujer entonces, que no quitaba ojo de aquel bulto que se marcaba, impresionante, debajo del pantalón ajustado.
– ¿Has visto qué pedazo de polla? – me susurró
– Joder, como para no verla
– Y el otro tocándosela, con ese desparpajo…
– Ya sé en qué estás pensando
– Claro
A mi mujer y a mí nos encanta ver porno juntos. En el ático de nuestra casa en la urbanización tenemos montada una pequeña sala de cine con un proyector, y en ella no faltan sesiones de porno. A ella le encantan las escenas donde una mujer disfruta de dos o más pollas. Yo soy el que elijo las películas y me he ido dando cuenta de que cada vez le gustan más las dobles penetraciones, las mamadas dobles, las pajas de “barril doble”, las pollas de los tíos tocándose entre ellas. Hemos visto porno bisexual y ya no se corta un pelo.
– ¿Te acuerdas de aquella escena en la que los abogados jóvenes compartían a la jefa?
– Ufff, con la de veces que hemos follado con esa escena
– Cuando el rubito se la menea al cachas y se la va metiendo en la boca a ella… Me ha recordado tanto a esa escena… Solo que aquí son un par de cachas…
– He traído esa peli en el disco duro. La veremos en la habitación…
– Qué ganas tengo de que lleguemos… Me muero de ganas de follar
El avión seguía sin despegar. Al poco tiempo, el capitán anunció que por un problema técnico no sería posible realizar el viaje esta noche y que se posponía por fuerza mayor al día siguiente a las 08:00. La compañía pondría a nuestra disposición alojamiento y transporte. La decepción en todos nosotros fue tremenda. Descendimos del avión, salimos de la Terminal y, como pasajeros Business, un empleado nos acompañó a nosotros dos y a los cuatro jugadores hasta una furgoneta Vito.
– Como pasajeros Business, les corresponde un hotel de más categoría, al que les llevará este vehículo. Pero no había calculado que los caballeros fueran tan voluminosos, con perdón. Van a ir un poco apretados en las 6 plazas, me temo. Se me ocurre, con perdón de ustedes dos, que pueden ir, si no les importa, sentados en medio de dos de estos caballeros, cada uno en una fila, y así, al menos, optimizamos el espacio.
– ¿Qué le vamos a hacer? – dije yo
– Eso, ¿qué le vamos a hacer? – dijo el que se había sacado la polla, mientras le cedía el paso a mi mujer para el asiento de atrás.
Ella quedó colocada, en el asiento posterior, entre el dueño del inmenso rabo y el operario de manguera. Yo, delante de ella, entre el calvo y el silencioso de los cuatro. Me sentía un poco apretado entre aquellas dos torres humanas. Mi mujer, por su parte, no podía evitar un cosquilleo. Los gigantes, al sentarse, habían abierto sus piernas y se frotaban sin reparo con ella. El corto vestidito no era capaz de ocultar sus piernas, que se rozaban con las de aquellos machos. Cuando la luz de la furgoneta se apagó al cerrarse las puertas, no pude evitar tragar saliva. ¿Qué pasaría en el asiento de atrás? Joder, me estaba excitando pensar en mi mujer entre aquellos dos colosos.
Todos íbamos silenciosos en el vehículo. El menor roce en la tela podía oirse y algo estaba sucediendo allí detrás. Muslo contra muslo, cuando mi mujer separó un poco las piernas, se frotó sin remedio contra ellos. Sus pieles estaban en contacto directo. Ellos tenían que estar notando la perfecta depilación, la suavidad de su piel, la firmeza de sus muslos trabajados en el gimnasio. Y ella tenía que estar notando el calor de la carne joven y atlética.
El de la polla enorme se la recolocó sin cortarse un pelo. Separó el pantalón hasta el máximo que permitía la goma elástica y le enseñó, con la tenue luz de la autopista, su pollón a mi mujer. Bajo la mascarilla, ella se mordió los labios. En ese momento, el conductor tuvo que dar un frenazo. En el asiento de delante, casi nos comimos al conductor, que estaba soltando todo tipo de cagamentos contra un taxi que se nos había cruzado. En el asiento de atrás, Polla Grande (no tengo otra manera de llamarle) ayudó a mi mujer a no caerse, sosteniéndola entre sus brazos. No duró más que unos segundos, pero ella se estremeció al notar aquellos músculos y al sentirse manoseada sin reparo. Y se volvió a estremecer al notar la mano del otro chico acariciar su muslo por debajo del vestido, fingiendo que había tropezado. Aquella mano iba directa a sus bragas y mi mujer no pudo evitar un suave gemido.
– ¿Todo bien ahí detrás? – preguntó el calvo.
– Todo en orden, capitán – respondieron los dos, sentándose muy formales.
Pero los muslos de los tres seguían tocándose. Ellos abiertos con el esplendor de su anatomía. Mi mujer con la separación justa para que su mano pudiera entrar debajo de la falda. Les miró a los dos y sin hacer el menor ruido empezó a tocarse. Yo estaba viendo todo en el retrovisor delantero e imagino que no era el único. Mi polla empezó a crecer. ¿Cómo estarían ya las pértigas de aquellos dos? Cuando mi mujer quiere calentar, lo hace mejor que ninguna…
– Ya hemos llegado al hotel – anunció el conductor antes de abandonar la autopista
El sonido que percibí sin dificultad era el del orgasmo de mi mujer. Tiene una manera muy especial de contener la respiración cuando se corre sin querer que se note. Le encanta hacer eso cuando le como el coño, para que yo pierda la cuenta de las veces que se ha corrido. Ellos tuvieron que notar cómo sus muslos se tensaban. Y si no lo notaron entonces, tuvieron que olerlo, por fuerza, cuando ella sacó la mano húmeda de la cueva del tesoro y al bajar de la furgoneta se la ofreció a Polla Grande para que la ayudara a bajar. El olor de un orgasmo como ese es irresistible.
Nos asignaron las habitaciones y subimos en ascensor por separado. Llegamos a nuestra suite habiéndolos perdido de vista por completo. La habitación era espectacular, qué pena que solo pudiéramos usarla por el retraso del avión. Mientras mi mujer abría la maleta de mano para preparar los pijamas y los neceseres, yo inspeccioné la nevera y encontré una botella de champán, cortesía para los clientes Platino. Y entonces me fijé en la puerta de la terraza. Ella seguía ocupada y salí a inspeccionar. El edificio hacía una U, nosotros estábamos en el último piso del tramo central, donde todas las suites tenían una terraza similar a la nuestra. Desde la barandilla, podíamos ver la piscina. Una mesa, dos sillas, dos tumbonas, de buena calidad. La luz que salía de la habitación daba suficiente iluminación para poder estar allí sin necesidad de nada más. Miré el reloj: las once. Decidí darle una sorpresa a mi mujer. Quería comprobar si estaba caliente. Entré a la habitación y le lancé mi propuesta.
– Quítate el sujetador y vamos a tomarnos el champán a la terraza.
– ¿Pero qué dices? ¿Quieres que salga desnuda? ¿Estás tonto?
– No, quiero que te quites el sujetador nada más. Te recompones el vestido y nos tomamos dos copas. No es tan tarde. La noche está preciosa. Y tú también.
– Caramba con el galán… ¿Quieres seducirme?
– Tengo que esforzarme para borrar de tu mente el recuerdo de esos sementales que nos hemos encontrado.
La sonrisa que me devolvió me confirmó que había plan…
– Sal y prepáralo todo. Voy ahora mismo. ¿No querrás que te estropee la sorpresa, verdad?
Cogí la botella de champán, una cubitera con hielo, dos copas y una lata de frutos secos y salí a la terraza. Preparé todo rápidamente y descorché la botella antes de que mi mujer llegara. Serví las dos copas y dejé la botella enfriando. Ella no tardó en llegar. Aparentemente, nada había cambiado. La tenue luz que salía de la habitación me permitía distinguir su silueta, pero hasta que no rocé uno de sus pezones al ofrecerle la copa no pude comprobar que había cumplido con mi deseo. Brindamos. El champán estaba delicioso y las burbujas nos animaron al instante. Cogí una avellana del tarro y la llevé a mi boca.
– Seguro que antes tenías los pezones así
Traviesa, acercó la copa fría a su pecho. La seda, suavísima, envolvía sus tetas pesadas y el contacto con el cristal empañado consiguió de ella un suspiro.
– Así se me están poniendo. No llevo sujetador, ¿sabes?
– Nunca habría podido imaginarlo.
– Está una noche espectacular, qué buena idea has tenido…
Se acercó a mí y me acarició la polla por encima del pantalón. La notó morcillona.
– Hmmm, ¿estás preparando algo?
– No lo descartes
Mi mano buscó su escote. Desabroché un botón más. La visión de su carne me excitó.
– Tendría que haberte hecho esto en el avión
– No seas tonto
– Se habrían puesto cachondísimos
– ¿Tú crees? Les pareceré una mujer mayor
– Les parecerías una MILF de manual… A saber las pajas que se harán juntos viendo porno cuando salen a jugar fuera
– ¿No deberían descansar?
– Por eso, nada de follar. A pajas, para liberar estrés.
– ¿En equipo?
– ¿No viste con qué naturalidad le cogió la polla?
– El pollón, querrás decir.
Se acercó a la barandilla. Ahora yo era el que estaba a contraluz y ella estaba iluminada. Su cuerpo era perfecto y se inclinó con aquella manera tan natural suya de sacar el culo provocando, que conseguía excitar a todos los hombres de su departamento.
– Mira, se están bañando
– ¿Quiénes?
– Los chicos del avión. El calvo y el que no hablaba.
Me acerqué a ella y le ofrecí más champán.
– Me parece que quiero otra cosa
– Yo también. Apóyate en la barandilla y enséñame tu culito.
La secretaria más joven de su equipo no sería capaz de ofrecer un espectáculo como aquel. El vestido la envolvía con primor y marcaba un culo que ya no era pequeño, pero que se veía firme. Mis manos pasaron rápidamente bajo la tela en busca de sus bragas… y no encontraron nada.
– ¿Pero?
– No hay que hacer las cosas a medias.
– Nada de sujetador.
– Nada de bragas.
Me arrodillé detrás de ella, subí la tela y contemplé el espectáculo de sus nalgas preciosas. Me relamí.
– Cuéntame lo que ves
– Ya te lo he dicho, se están bañando dos de esos tíos
– Cuéntame lo que querrías ver
Y mi lengua hizo una primera visita, rápida y provocadora, a sus labios perfectamente depilados. Siempre estaba perfecta. Le gustaba estar perfecta. Lo conseguía. Se me hizo la boca agua y empecé a lamer. Mis manos acariciaban sus muslos, buscaban su clítoris, la acariciaban de la forma más sensual que yo podía poner en práctica. Y ella recibía mis atenciones con interés. No tardó en estar empapada, a medida que mi lengua iba torturándola con golpes estratégicos. Mis dedos la exploraban con audacia y ella respondía con gemidos cada vez menos contenidos.
– Se han desnudado para bañarse – empezó a contarme
– ¿Puedes ver sus pollas?
– ¿Cómo no voy a poder? Las tienen enormes, se ven desde aquí. Pufff, la del calvo es como un caballo
– ¿Incluso con el agua fría?
– No les menguan nada, menudos manubrios… Están musculados y depilados, qué pasada…
– Suéltate otro botón, quiero que se te salgan
Terminó la copa de champán y se desabrochó no uno, sino dos botones. Sus tetas redondas salieron a la luz…
– Se pondrían cachondísimos si te encontraran así
– ¿Tú crees? Ah, me gusta, sigue…
– Lo sé. ¿Qué hacen ahora?
– Están mirando para aquí, se masturban y me enseñan sus pollas
– ¿En serio?
– No, tonto, me has dicho que fantasee… Sigue comiendo, me gustaba…
– Diles que suban.
– Me volvería loca con esos pollones.
– ¿Qué harías?
– Les ordenaría que me quitaran el vestido y me dejaran solo con las cuñas. Les mandaría arrodillarse y que me comieran los dos a la vez…
– Quieres ser Megan Rain, ¿verdad?
– Me encanta esa escena… Me imagino al calvo lamiéndome el culo y me mojo entera
Y era verdad. A medida que continuaba narrando la escena, los jugos de su coño amenazaban con desbordar… Mi lengua y mis dedos estaban lanzados al ataque. Tiré de ella hacia atrás. Agarrada firmemente a la barandilla, su cuerpo estaba en posición horizontal, las tetas colgando de una manera increíble fuera del vestido, sus piernas abiertas para que no hubiera el menor obstáculo entre mi boca y ella.
– ¿Querrías que te follaran así?
– Sí, uno detrás de otro. Habrían llamado a sus colegas para que vinieran y tendría esas cuatro pollas para mí.
– ¿Serían así de gordas?
Y hundí dos dedos en su mojado coño.
– Más, mucho más, tienen pollas de ganadores.
– ¿Se la tocaste en la furgoneta?
– No, pero me habría encantado hacerles una paja allí. Vosotros delante sin poder giraros y yo ordeñándolos…
– Seguro que les habría gustado
– Hacer que se corrieran dentro de sus pantalones y dejarles esa mancha culpable…
Retiré los dos dedos, lamí con intensidad y volví a entrar con el pulgar. Lo removí fuertemente dentro de ella, extendiendo la humedad. Lo extraje y volví a meter dos dedos. Esta vez, al revés, para poder doblarlos y buscar su punto G.
– Para, por favor – estaba perdiendo el aliento
– ¿Te gusta?
– Sí
– ¿Te gusta que te monten esos fortachones?
– Sí
– ¿Qué hago yo mientras tanto?
– Miras y te masturbas desde la tumbona – era una de las fantasías habituales cuando veíamos porno
– Me gusta. ¿Cómo te están montando?
– Me tienen empalada. El de la polla grande me al ha clavado desde detrás y me sostiene por los brazos. El cabrón de su colega, el compañero de pajas, me la está metiendo en la boca. El calvo está enganchado a mis pezones, cómo chupa…
– ¿Y el que no habla?
– Se ha metido debajo de mí y está lamiendo mi clítoris, es una máquina con su lengua
– ¿Tan cerca de la polla del otro? – llevé mi otra mano a su clítoris, para acariciarlo imitando aquel cunnilingus que me contaba
– Tú lo has dicho, juegan en equipo
– ¿Y si se le saliera la polla al otro? ¿Te imaginas que acabara en su boca?
– Me corro
La fantasía desencadenada y mis toqueteos la habían llevado al éxtasis. Aceleré mis caricias y empecé a notar cómo mis dedos se empapaban de un jugo viscoso. Se estaba corriendo a lo grande… Quedó apoyada en la barandilla, resoplando, como una yegua a la que acaban de montar. Pero no habíamos terminado.
– No te muevas
Me levanté, me bajé los pantalones y me saqué la polla. Estaba duro como un palo. Cachondo como un mono. Y con unas ganas de follármela iguales a las de la luna de miel. Mi mujer era una diosa del sexo y yo iba a venerarla.
– Voy a montarte
– Hazlo
– Así como estás
– Soy tuya
– ¿Les dejaste que se corrieran?
– Sí, en mi culito. Estoy muy manchada.
Apoyé mis manos en sus nalgas
– ¿Ahí?
– Sí, te estás manchando
– Con sus corridas… Que bajan hacia aquí – y pasé mi dedo por su culo hasta su coño húmedo – ¿Notas cómo entra?
– Sí
– Usaré su semen de lubricante
– Sí
– Entraré muy fácil
– Sí
– ¿Quieres?
– Sí
– ¿Dónde se corrieron los otros? ¿Dónde querría Polla Grande correrse?
– Donde ella quiera
Aquella frase nos sorprendió a los dos. Miramos a nuestra izquierda y pudimos ver en aquel instante a Polla Grande y a su colega, completamente desnudos y empalmados saltando desde la terraza de al lado hacia la nuestra…
Una respuesta
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