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Anónimo

junio 25, 2022

1925 Vistas

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La playa con Luisa

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Luisa es hermana de una querida amiga extranjera de la universidad. En unas vacaciones, a la mitad del curso ella llegó de visita a la ciudad. Cuando nos presentaron, de inmediato quedé encandilado con ella: su lacio y largo cabello cuya caída sembraba algunos surcos que anticipaban las curvas que componían su cuerpo, unos ojos brillantes y sugerentes, su cuerpo carnoso y que disfrutaba aún más cuando lo admiraba bailando, pero sobre todo ese acento extranjero al que me encantaba someterme durante horas. Todo en ella era perfecto.

Dado que su estancia sería corta, aproveché para ofrecerme como su guía privado en la ciudad. Rápidamente conocí sus gustos y durante algunos días pude ofrecerle las mejores experiencias en diferentes sitios. Durante su último fin de semana, entre ella, su hermana y un amigo en común, preparamos una rápida excursión a la playa. Rentamos un auto y nos pusimos en marcha al día siguiente. Ella conducía, y yo servía de copiloto. La charla de carretera me ayudó a darme cuenta de que la atracción era mutua.

Aquel día se notaba especialmente hermosa. El calor veraniego jugó a mi favor y mi musa se presentó con un short de mezclilla que coronaba sus piernas morenas, junto a una blusa de tirantes que nos refrescaba a ambos y ofrecía una vista maravillosa de sus pechos. No sé si me descubrí un fetiche, pero verla tras el volante encendió mis pasiones y aumentó mis ganas de conocer cada centímetro de su piel.

Tras algunas horas de viaje, llegamos a nuestro destino casi a tiempo para disfrutar la tarde recostados en la arena. Apenas al llegar, ella, una mujer calculadora, se despojó de sus ropas frente a mi para lucir un hermoso traje de baño color rojo. Advertí que mi sangre se concentraba en mi entrepierna y ante su invitación a tomar el sol tuve que excusarme por un par de minutos para no evidenciarme. Mi discreción fue evidente y ella sólo se reía mientras daba la media vuelta para brindarme otro espectáculo visual. Dado que nuestros acompañantes estaban en su propia aventura, me sentí más relajado para hacer mis faenas.

Una vez pude incorporarme, me recosté junto a ella, sentirnos tan juntos creó una atmósfera especialmente erótica, que aprovechó para emplear el viejo truco del bloqueador. La conjunción del brillo de su joven piel, los olores del mar y el tacto de la crema aceleraron mi corazón y no tardé en convertir el suave masaje previo al bronceado en unas caricias disimuladas que pintaron minúsculas expresiones de placer en su rostro. Le pedí devolverme el favor y disfruté casi desesperadamente con el roce de sus manos. Al caer la tarde, nos dispusimos a buscar refugio en el hotel más cercano.

Al llegar al hotel sólo pudimos hacernos de un par de habitaciones dobles. Yo seguí atento a mis golpes de suerte y reservé mi lugar en la misma habitación que ella. Nadie objetó y casi corrimos al temporal aposento. Luego de entrar nos apresuramos a acomodarnos para luego abrir un par de cervezas que metí de contrabando. Mientras nos relajábamos recostados en la cama, mi cabeza se calentaba rápidamente con cada una de las postales que aquel cuerpo femenino le regalaba a mis ojos. De pronto se me ocurrió la excusa perfecta y me ofrecí para masajear inocentemente su cansado ser.

Ella aceptó y pareció caer rendida ante las habilidades de mis manos casi de inmediato mientras éstas acomodaban las fibras de sus pies. El trance me ayudó a tomar valor para subir a sus pantorrillas, cuya carnosidad saboreaba, anticipándome con la imaginación a las sensaciones táctiles que esperaba encontrar en el resto de su cuerpo. No sé si ella lo notó, pero en ese momento una enorme erección ya se asomaba en mi entrepierna y a la que presté poca atención, mucha menos al intento de disimularla, pues estaba completamente hipnotizado.

Al subir a sus muslos supe que llegué a fibras especialmente sensibles cuando mis oídos se inundaron de gemidos cada vez más intensos. Apenas pude contener mis ganas de morder sus muslos como respuesta a la melodía erótica que entonaba aquella mujer. Moría por lamerlos hasta el nacimiento de sus nalgas y luego regresar mientras medía a besos cada una de sus magnitudes. Cuando sus gemidos estaban por convertirse en un tenue orgasmo, paré. El repentino silencio que se había apoderado de la habitación sólo pudo disolverse con el irrumpir de mi agitada respiración

Mis sentidos estaban saturados por las alucinaciones alcohólicas, el calor tropical y la mezcla de olores, saborea y colores que ofrecía la mujer excitada que tenía bajo mis manos. Casi automáticamente recorrí sus piernas mientras aplicaba una presión liberadora, sólo deteniéndome en el centro de sus nalgas aún protegidas por la mezclilla. Sentí cómo se tensaban los músculos de su pubis, además de unos movimientos cuyas intenciones no pude advertir sino hasta ver cómo se incorporaba, dejando caer la pieza del bikini y exponiendo sus pechos al examen de mi vista.

Sentí una enorme descarga en todo mi cuerpo. Rápidamente me abalancé sobre ella, con mis labios devorando los suyos y mis manos engullendo sus pechos. El peso de mi ser se animó a descansar sobre el de ella, ejerciendo presión en sus muslos con la carne caliente que se encontraba lista para la faena y que en ese acercamiento ya empezaba a amenazar para entrar entre sus piernas.

Las caricias tomaron el control y demandaron desaparecer la ya de por sí poca ropa que aún cubría las pieles. Nuestros tactos se llenaron hasta el hartazgo y memorizamos cada uno de los detalles del cuerpo contrario y ella, en un acto impulsivo, pero que también dejaba de ver algo de desesperación, se incorporó para dejar caer su cuerpo sobre el mío. Sin prácticamente ningún esfuerzo, mi erección se deslizó suavemente entre sus carnes hasta encajar perfectamente, y derramando las primeras mieles producidas por nuestra pasión. Coronamos el momento con un gemido unísono casi tan placentero como el último orgasmo de la noche.

Ya en posición, me dio un espectáculo con la habilidad de sus caderas, haciéndome sentir sus paredes palpitantes y la temperatura de sus nalgas sobre mis testículos. Mis manos aprovecharon para darse un festín con sus pechos, sus piernas y sus nalgas, apretando en los momentos más adecuados para excitarla más. Oírla disfrutando de mi cuerpo era una delicia que maridaba perfectamente conmigo disfrutando de su cuerpo.

Completamente entregados nos acercamos mientras uníamos nuestros gemidos. Las pieles sudorosas y los genitales empapados no hicieron más que alentar el sube y baja de su pubis, mientras aumentábamos los decibeles de nuestro placer. Mágicamente logramos sincronizarnos en una explosión de placer, lujuria y fluidos.

Mientras nos relajábamos, besábamos con ternura nuestros labios. Nunca supe en qué momento nos quedamos dormidos, pero el paseo playero del día siguiente me pareció uno de los más bellos de mi vida.

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Una respuesta

  1. helenx

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