Belleza virgen
Sofía es una chavita de 16 cuyos atributos físicos son evidentes: Rubia, de complexión delgada, cintura muy breve, nalgas paraditas y redondeadas (suaves al tacto, por la tersura propia de su piel), senos grandes pero bien proporcionados para un cuerpo tipo petite como el suyo, pues no mide más de 1.50 m de estatura; su constitución es perfecta para los que gustamos de chicas jóvenes y pequeñas.
A pesar de que muchos amigos le hemos recomendado ser modelo o actriz ella nunca se ha planteado una carrera con seriedad. En realidad no tiene, o no necesita, trabajo alguno pues gracias a su belleza que es tan notable, no falta más de un varón que dé todo por ella. Sofía, a su temprana edad, vive a costa de la atracción que ejerce en el sexo opuesto. Y la verdad es que muchos (aún siendo sus amigos) babeamos por ella.
Es común verla siempre divertida, disfrutando de la vida a costa de cualquier hombre que, al sentirse seducido por tal beldad, pague todos sus caprichos. Sin embargo, además de ser bella, es lista y, a pesar de su corta edad, nunca había comprometido algo tan íntimo y preciado como su virgo así como así. Cuando el galán ocasional buscaba propasarse de los límites impuestos por ella, Sofía no tiene más que presumir ser menor de edad y amenazarlo con denunciarle ante las autoridades por tratar de abusar de ella. Prácticamente ninguno duda del peligro que eso significaba y mejor se alejan temiendo las repercusiones de su calentura.
Quién podría pensar que, a pesar de sus muchos pretendientes y seguidores, se había conservado virgen hasta ese momento. Pero todo cambió radicalmente cuando conoció a Marcelo.
Sofía había ido a una fiesta privada celebrara en un famoso restaurant de la ciudad. La había llevado un chico pijo de quien pronto se hartó. En pocos minutos fue en búsqueda de una opción más interesante y fue así que dio con él. Marcelo era un tipo notablemente mayor, de veintitantos años. Guapo, de buen cuerpo y, aparentemente, de buen nivel económico por su forma de vestir. Sofía decidió tender sus redes sin remordimiento por dejar al otro chico.
Durante aquella fiesta, Sofía y Marcelo charlaron un buen rato. Ella utilizó su convencional plática de chica ingenua, siempre enfocada en su persona, como si todo el mundo girara a su alrededor. Por lo regular, todos los chicos hacían comparsa cuando ella hablaba así, tratándola zalameramente con tal de conseguir de ella lo que querían, pero Marcelo sólo se contentaba con escucharla sin interés excesivo.
El trato de Marcelo era amable y cordial, sin embargo, nunca servil. Durante la plática, en ningún momento se rió innecesariamente. Tras conversar un rato, Marcelo decidió retirarse y le ofreció llevarla a su casa. Sofía pensó que el chico había caído pero, al llegar, Marcelo se despidió sin ningún requerimiento por su parte, ni siquiera una solicitud de verse otro día. Sofía se quedó sorprendida del fracaso de sus encantos. Incluso se arrepintió de haber dejado al otro chico pues, por lo menos, él la hubiera invitado a cenar.
No obstante, como a Sofía le encantaba la playa (no puede pasar un fin de semana sin ir a una), días más tarde ella estaba en una de las más importantes del país. Claro que a costa de otro iluso que le había pagado toda clase de comodidades a aquel precioso manjar que nadie (hasta ese momento) había tenido el privilegio de desflorar.
En un descuido ella se le escapó y vestida con un escueto bikini caminaba por la playa disfrutando de su poder de atracción (y es que ese par de suculentos senos y ese precioso y bien formado trasero cautivan todas las miradas masculinas a su alrededor). Los piropos le llovían y esta niña los disfrutaba, plenamente consciente de su belleza.
De pronto se encontró sorpresivamente con Marcelo en la playa. Él estaba retozando con un grupo de amigos y al verla la invitó a unírseles.
Sofía se sentó junto a Marcelo y comenzaron a charlar despreocupadamente. En poco tiempo ella ya se había integrado plenamente al grupo y reía de los chistes de los demás, como si tuvieran mucho de conocerse, como si fueran amigos de siempre. Al parecer, el trato amistoso y nada interesado por parte Marcelo hizo que Sofía se desprendiera de su fachada y actuara más natural ante él y sus amigos.
Pronto ambos se desentendieron del grupo y se fueron a dar un paseo ellos solos. La feliz pareja decidió caminar por la playa y, tras unos minutos, empezaron a juguetear correteándose entre sí, como dos chiquillos alegres.
Terminaron por meterse al agua. A su alrededor habían pocas personas; unos cuantos niños chapoteando en la parte menos profunda y otros bañistas bastante más lejos. La persecución de Marcelo a Sofía los llevó a introducirse al mar hasta que el agua cubría a Sofía a la altura de su fino cuello, mientras que a Marcelo no le llegaba ni a cubrir el pecho.
De repente, Sofía notó que su perseguidor había desaparecido y, por más que volteaba para todos lados, no le veía. A ella le pareció extraño y por un breve segundo temió que Marcelo la hubiese abandonado, sin embargo, de pronto sintió una mordida en uno de sus muslos y, tras el susto, lo vio emerger del agua.
Sofía se molestó de aquella travesura y, pese a que ella le prohibió hacérselo nuevamente, aquél volvió a sumergirse poniéndola en alerta de una nueva mordida. Más de una vez Marcelo dio dentelladas a aquella joven figura femenina atrapada bajo el agua. Aquel juego produjo carcajadas en mi amiga hasta el riesgo de ahogarse, sin embargo, el juego no se detuvo hasta que Marcelo le mordió uno de sus senos.
Una extraña y desconocida sensación despertó en Sofía. Marcelo, posteriormente, tomó de la cintura a su compañera de juego atrayéndola hacia él. La besó, dejándola totalmente vulnerable.
Tomando una de las pequeñas manos de la chica de 16 años, Marcelo la condujo hasta aquella cosa dura delante de él y cubierta por el agua. En ese momento Sofía supo que Marcelo ya no traía su traje de baño.
En silencio, Sofía mantuvo sujeta aquella pieza de carne. Tan grande que su mano no la abarcaba fácilmente, el agua en continuo movimiento no le permitía ver lo que tan firmemente sujetaba, por lo que su curiosidad se mantenía alerta.
Un repentino despertar sexual se apoderó de ella. Su sentido del tacto se afinó haciéndole percibir aquello que retenía como un tubo de carne venoso y vivo, ya que alcanzaba a sentir su leve pero perceptible latir. Nunca había tenido un pene entre sus manos por lo que le maravillaba su extrema dureza y vitalidad. «¿Cómo era que posible que un hombre tuviera algo así bajo sus pantalones y no se le notara?» pensó.
De repente e instintivamente, sorprendida ante sí misma, su otra mano fue a dar bajo aquel tronco donde se encontró con un par de bolas que le parecieron dos saquitos llenos de arena y cubiertos de un profuso pelambre.
Para Sofía aquel falo se convirtió en una palanca de control con el que ella podía dominar la situación. Comprendió que el pene era un control de mandos mediante el cual, con sólo apretar o aflojar, o con sólo sobar y acariciar, sometía al hombre a sus antojos. Cada roce que ella le hacía al venoso miembro provocaba que Marcelo cambiara de expresión. Este recién descubierto poder de saberse capaz de poner a un hombre a tales extremos de excitación a su capricho fue algo nuevo que le terminó gustando.
Sabiéndose con el poder, Sofía se sujetó férreamente a la masculinidad de Marcelo pensando que lo tendría bajo su absoluto control. Sin embargo, Marcelo, aprovechando que aquella tenía sus manos ocupadas, desató la parte superior de su bikini. Al quedar semidesnuda bajo del agua, Sofía soltó el falo de Marcelo y trató de alcanzar su prenda que ya se alejaba de ella pero él la detuvo.
El chico hábilmente la tomó del par de cachetes de carne que formaban el hermoso trasero de mi amiga hasta subirla lo suficiente para que sus sexos quedaran a la misma altura.
Sofía miró atónita a su atacante. Por un breve instante, pasó por su mente el gritar pidiendo ayuda (asumiendo que iba a ser violada) pero se algo en su interior la detuvo. Tal vez su propio cuerpo sabía que ya era el momento de ser desvirgada. Mi amiga se quedó callada.
Marcelo hizo a un lado la parte de la prenda inferior que cubría el sexo de Sofía y ésta supo entonces que aquel cilindro de carne, que había estado sosteniendo hace tan sólo unos segundos con tanta curiosidad, se acercaba amenazante.
Una vez con la punta frente a la entrada del pequeño túnel, el miembro carnoso se abriría paso a través de su intimidad jamás vulnerada antes. Quiso gritarle con desesperación que aún era virgen, que nada se había introducido por aquel pequeño canal vaginal antes, ni siquiera un tampón. Pero era demasiado tarde, Sofía podía sentir cómo aquella cosa gorda, dura y, a su parecer, infinitamente larga la iba penetrando. «Una cosa terriblemente MONSTRUOSA» pensó en aquel momento.
Sofía, quien se había aprovechado del deseo y de la ingenuidad de tantos hombres, ahora sufría un embiste doloroso y brutal («bien merecido», diría yo). Su abertura vaginal se estaba estirando al máximo, haciendo esfuerzos por admitir algo que, a su sentir, era imposible que ingresara en ella por tan tremendo tamaño. No se resistió más y emitió un chillido de dolor que nadie oyó, pues en la playa había muchas voces: los niños reían ruidosamente al jugar; los jóvenes escuchaban música y otros conversaban sus propios temas.
Sin saber cómo, aquel monstruoso pedazo de carne se abrió paso ingresando por completo. Cansada por el esfuerzo, Sofía se abrazó del cuello de su atacador. Se sorprendió al darse cuenta que no sólo eran sus brazos los que rodeaban al joven, pues sus piernas también se sujetaban a él como tenazas, apretándolo con todas sus fuerzas.
La chica se hacía a la idea de que había sido penetrada y de que aquel enorme intruso ya se alojaba completamente en su interior de niña-mujer. Sofía podía sentir como su cavidad hacía un enorme esfuerzo ajustándose al tamaño de aquella cosa que tan sólo unos instantes había sostenido y que, por tanto, había palpado conociendo su enorme tamaño de primera mano. Por ello le parecía pavoroso el sentirla toda dentro de su menudo cuerpo. Creía que aquel intruso le perjudicaba horriblemente las entrañas.
No miento al decir que Sofía estaba a punto del desmayo (según ella me contó), pero logró soportar. El cadencioso menear de las olas animó a mi amiga y muy poco a poco, muy levemente, comenzó a moverse guiada más por su instinto que por su voluntad. Al notar su cooperación, aquel chico la besó y su lengua ingresó en la cavidad bucal de mi amiga como un segundo invasor.
Quién iba a pensar que aquella hermosa chica perdería su virgo en el mar, rodeada de agua salada, bañistas e incluso niños a unos cuantos metros a su alrededor. Ahora el dolor iba menguando y, sentir dentro de su cuerpo un objeto totalmente extraño, dejó de ser molesto para irse convirtiendo en algo placentero. Con total consciencia de causa, Sofía dejaba salir aquel instrumento sólo para volverlo a admitir disfrutando centímetro a centímetro de aquella penetración perversa. Así estuvieron por varios minutos con aquellos movimientos propios de la cópula, ayudados por el vaivén del agua.
El tiempo pasó y el crepúsculo se acercaba. Los bañistas se redujeron y la marea comenzó a subir. Esperaron a que comenzara a anochecer para salir del agua pues ambos habían quedado prácticamente desnudos. Afortunadamente el vehículo de Marcelo no estaba muy lejos. Los dos lo abordaron y se alejaron de allí.
Llegaron a una residencia privada en donde una amplia puerta automática se abrió para brindarles el acceso. Sofía bajó del Jeep caminando con cierta dificultad pues aún sentía ardor en la entrepierna. Marcelo lo notó y, después de ambos se bañaron y vistieron con ropa cómoda, le preguntó sobre ello mientras bebían vino y comían unos emparedados preparados por él.
Sofía le confesó que hasta ese día había sido virgen.
�Con razón me costó tanto trabajo y te sentí tan apretada �admitió Marcelo�. Lo siento, pero eso de hacerlo en el agua es algo complicado.
�Y delante de tanta gente �completó Sofía con la boca llena mientras comía con celeridad un sándwich.
Marcelo se disculpó de su brusquedad.
�Debí saberlo, después de todo te ves bien jovencita, ¿cuántos años tienes, dieciocho?
�No que, dieciséis.
�¿¡Dieciséis…!?
Mi amiga asintió.
�No pues… uff… la cagué, jaja. De saber que aún eras virgen hubiera ido más despacio.
�No te fijes, ya pasó y, ¿qué crees? �dijo Sofía abriendo mucho los ojos por un instante�. Quiero hacerlo de nuevo. Pero no en el mar.
Marcelo sonrió y la besó.
�Vamos a tratar de que ahora no te duela y que sea mejor �le dijo Marcelo.
�Eso, total ya estoy estrenada �dijo Sofía sonriendo y aún con un bocado en la boca.
Unos minutos más tarde, mientras Marcelo se desnudaba nuevamente, Sofía sintió unos febriles tironcitos en su entrepierna al ver aquel pene amenazador del tamaño de un tolete, enrojecido y lleno de venosidades por todo el tronco. Ella ya lo conocía, pues lo había sentido en su intimidad, sin embargo, era la primera vez que lo veía tal cual, colgando oscilante frente a ella con aquellos testículos velludos por debajo.
Ahora que lo veía en vivo y a todo color le provocó cierto temor. Sofía sintió escalofríos de tan sólo recordar aquella primera intromisión de ese largo y gordo instrumento. No podía explicarse cómo semejante pieza había podido entrar en su cuerpo.
Durante un largo rato, Sofía tomo aquel falo entre sus manos. Como hipnotizada por la fascinación que le producía ese cilindro de carne viva, comenzó a darle lamidas suaves, indecisas, sin saber bien a bien cómo hacerlo.
Tenía un saborcito medio salado (me comentó). La textura le fascinó, suave como el terciopelo pero cada vez más rígido.
Mientras más lo chupaba más crecía dentro de su boca. De pronto era tan grande que le costaba introducírselo, parecía que ya no le cabría por completo y cuando lo logró se sentía muy chistosa, con las mejillas retacadas de carne.
Marcelo le correspondió y también le brindó placer oral. Su lengua recorrió todo el pequeño cuerpo de mi amiga con suavidad y sin prisas. En algunas partes, su recorrido lingual le hacía reír por las cosquillas que producía.
Tras recostarse en una felpuda alfombra, Sofía recibió un tratamiento de lengua en su rinconcito más íntimo. Marcelo había encontrado su entrada secreta y se deleitaba con los jugos propios de la excitación femenina. Envolvía cada uno de los delicados pliegues, aún irritados por la desfloración, con su lengua que traviesa se movía. Después aquella lengua se introdujo como un puñal en el canal vaginal. Sofía no sabía si abrir sus piernas para darle paso libre y que así profundizara en su sensible gruta, o si cerrarlas para atrapar con ellas la cabeza de Marcelo.
Sofía, quien nunca había sentido nada parecido, se retorcía y daba gritos mientras su cintura se agitaba violentamente. Lo que no sabía es que Marcelo realizaba aquella labor, no sólo para compensarla de su sufrimiento anterior al haberla desflorado tan violentamente, sino que la preparaba para lo que vendría.
Cuando aquél se reincorporó, su rostro estaba cubierto con los jugos amorosos de la pequeña Sofía. Así, bien húmeda por la excitación, Marcelo la tomó de la cintura y la levantó en vilo, colocándola sobre sus muslos e indicándole que se pusiera a horcajadas sobre su tremenda estaca. Sofía lo hizo y, posteriormente, se dejó caer lentamente fijándose muy bien esta vez cómo es que la cabeza de aquel instrumento se abría paso entre sus pliegues vaginales.
Eufórica por el gusto de volver a sentir el pene de Marcelo en su interior, se dejó caer de un sentón que le hizo rebotar de forma violenta. Por un segundo creyó que había sido partida en dos.
�Ufff� creo que ya entró toda �susurró Sofía con voz débil.
�Sí, hermosa. Ya está toda adentro, ahora no te muevas. Quiero que sientas bien lo que te ha entrado. Voy a hacer palpitar eso que aún te lastima, ¿de acuerdo? �le dijo Marcelo.
Sofía, nerviosamente, asintió.
Marcelo, con total seguridad, hizo lo prometido.
�¿Sientes? �le interrogó.
�Mmmm� sí �respondió ella casi en un suspiro.
Sofía podía sentir, en el fondo de su intimidad, aquella cabeza palpitando. Se sorprendió a sí misma, cuando comenzó a hacer contracciones vaginales, como queriendo ajustar la estrechez de su gruta a las dimensiones del invasor.
Al poco rato, Sofía era quien iniciaba el dulce vaivén. Poco a poco, la supuesta adolescente, iba dominando el ritmo y su movimiento era más acompasado, haciendo juego con la cadera y la pelvis. Lento en principio, pero más rápido al proseguir, los movimientos se volvieron arrebatados.
Sofía sentía como si estuviera haciendo una travesura que le causaba mucho placer. Aumentó el ritmo aún más. Nunca había tenido un orgasmo pero, cuando él soltó aquel chorrazo de leche caliente adentro de ella, dio un monumental grito y empujó tan duro como pudo, tratando de moler ese sabroso trozo de carne con su estrecha vagina.
Deseaba que aquello no terminara pero, si bien tuvo que concluir, Sofía ya no era la misma niña, mejor dicho, ya era una mujer, pues hasta antes de aquel evento había sido una adolescente que se comportaba como tal; desde ese momento ya no más. Tras ese evento fue muy distinta, puedo asegurarlo.
Sofía terminó sudorosa y desfallecida. Se dejó caer sobre el pecho de su amante, pero eso sí, sin soltar de su entrepierna el pene que tanta satisfacciones le había brindado. Éste, poco a poco, fue perdiendo volumen dentro de su cavidad.
Me contó que lo hicieron tres veces más esa noche, y la verdad no lo dudo pues, como dije antes, mi amiga Sofía cambió muchísimo a partir de ese día despertando a la sexualidad.
Si he de ser sincero, cuando ella me contó todo esto sentí mucha envidia de aquel tipo, tenía rabia. Después de todo había tenido el privilegio de desflorar a mi hermosa amiga pero debo admitir que gracias a su acción, a partir de aquel suceso, Sofía duró una temporada en la que todo lo que se le ocurría desear era tener metida una tranca en su menudo cuerpo. Tanto así que algunos de sus amigos disfrutamos de algún encuentro ocasional con nuestra renovada y cachonda amiga.
¡Sofía, te amamos!
3 respuestas
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