enero 6, 2017

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Anahí R.E.

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Ella es un pequeño ángel de tez blanca y de ojos color miel; ojos hermosos que cuando te miran enervan tu alma y te hipnotizan. Tiene la sonrisa de su madre: amable, sensual, de dientitos derechitos, labios rosados y delicados, entusiasta al porvenir. Su cabello es largo, castaño, de olor inocente y embriagante. Con los rayos de sol luce mágico y llamativo.

    No es más alta que cualquiera de las demás pequeñas que asisten con ella al colegio; sin embargo, su cuerpo es un encanto.  Se está abriendo paso lentamente a las puertas de la «época de las hormonas». No es una época fácil, y menos en estos tiempos, tiempos en los que la curiosidad por ciertos temas, cada vez conoce edades más tempranas. 

Aún recuerdo el día en que la conocí; fue muy especial y marcaría mi vida de manera irremediable.

Ese día, muy temprano por la mañana, fui despertado por cierta algarabía en al pasillo; se trataba de una mudanza, pronto habría nuevos vecinos en el departamento 3-G. Yo vivía por ese entonces en el 3-H, (el departamento de enfrente), por lo que uno se esperaría que no podría volver a dormir mientras enfrente había gente cargando cosas, gritando y pisoteando con fuerza, sin embargo, milagrosamente pude volver a hacerlo. Estaba tan cansado de la noche anterior que volví a perderme en el mundo de los sueños. 

 Serían las dos de la tarde cuando finalmente me digné a despertar. El silencio ahora reinaba el lugar y tras una breve ducha, me dispuse a salir a caminar.

No me desagrada vivir en un tercer piso, después de todo un poco de ejercicio no cae nada mal de vez en cuando. Bajé las escaleras tranquilamente, como cualquier otro día.  Al llegar al portal del edificio la luz del sol me deslumbró por unos instantes, cosa que me hizo caminar a ciegas en lo que mis ojos recobraban su decadente pero necesaria visión. Al estar en ese estado no me percaté de que había una pequeña justo frente a mí y desgraciadamente, la atropellé con mi errante marcha. La pequeña cayó al suelo y soltó un leve alarido de dolor. Yo, apenado y a penas recobrando la vista, comencé a disculparme con ella reiteradas veces.  Realmente había sido un poco fuerte el impacto y  creí que la había lastimado. Ella me respondió con la voz más dulce que jamás imaginé escuchar:

 –No te preocupes; vi que te deslumbró el sol al salir del edificio, a mi me pasó lo mismo hace unos instantes—

 Yo Jamás había visto a esa niña por el edificio, me pareció bastante hermosa. Al indagar un poco sobre el tema, me confesó que era nueva en el lugar, si hablar completamente de ello. Yo solo pude pensar que seguramente era familiar de los nuevos vecinos.

En ese momento, mi inoportuno estómago, lanzó una replica barata del canto de apareamiento de las ballenas; moría de hambre y de vergüenza. Ella rio y me miró compasiva, cosa que me provocó gracia.

Ya que éramos vecinos no vi inconveniente en invitarla a comer algo, después de todo, había un restaurante que frecuentaba a un par de calles de ahí; pensaba que sería una buena manera de disculparme con ella. La niña, aceptó, lo cual me sorprendió, pues éramos desconocidos. Intenté asegurarme de que no habría ningún problema y pregunté si sus familiares estarían de acuerdo; ella me respondió que tenía el permiso de su madre de explorar el lugar, a demás de que tenía mucha hambre. Al final no vi problema alguno y nos pusimos en marcha.

 Charlamos un poco en el trayecto; me dio su opinión sobre el edificio y algunas cosas así y al llegar al lugar, continuamos haciéndolo. Me contó muchas cosas, como que su nombre era Anahí; un nombre bello que le queda perfecto. Tenía en ese entonces casi doce años de edad. Se había mudado  junto con su madre, la cual enviudó hacía ya casi un año. Me sentí un poco mal al haber llegado a ese tema y me disculpé. Ella, animosa y sonriente respondió:

–No te preocupes, mamá ha hablado de la muerte conmigo y sé que es algo natural—

De cualquier manera, comenzamos a hablar de cosas más amenas, reímos mucho y tras haber ingerido un par de helados de varios sabores y algunos trozos de carne con ensalada, regresamos finalmente al edificio, en donde su madre estaba buscándola preocupada. Anahí me presentó con ella; su nombre era Lourdes, una mujer bastante guapa que debía estar en la treintena y tras una breve charla en la que congeniamos un poco, me encomendó la labor de distraer a su hija mientras terminaban de acomodar los muebles y otras cosas. Temía que su hija se aburriera o que por alguna u otra cosa, saliera lastimada. Acepté y llevé a Anahí a mi departamento. Ella estaba sorprendida por lo ordenado del lugar, había pensado hasta entonces que todos los hombres éramos unos desordenados y estaba segura de que a mis 23 años sería un desordenado.

 Se sorprendió también cuando vio mi colección de guitarras y tras mostrárselas me rogó que le enseñase a tocar y así lo hice, pasamos una agradable tarde practicando los acordes básicos.

 Había hecho una nueva amiga, una joven y bella amiga.

En los meses posteriores la presencia de Anahí en mi departamento fue en aumento, dada la ausencia de su madre por cuestiones laborales. Su madre confió en mí de inmediato y me encomendaba su cuidado todos los días. Así ella llegó a pasar mucho tiempo conmigo, hasta el punto en que hacíamos casi de todo juntos: desayunábamos juntos, comíamos juntos, veíamos TV juntos, practicábamos guitarra juntos, jugábamos vídeo juegos juntos e inclusive a veces pasaba a recogerla a la escuela. Al final del día, a eso de las once de la noche, su madre pasaba a recogerla; sin embargo, tenía que llevársela en brazos, pues Anahí, para esas horas, estaba totalmente dormida. Era muy agradable ese ambiente. 

Un día, su madre me mencionó por la mañana, antes de llevar a su hija al colegio, que una de sus tías se encontraba un poco mal de salud. Al parecer su tía estaba sola y necesitaba alguien que la cuidase durante la enfermedad. Su plan consistía en que ella y Anahí pasaran la noche con ella, pero al salir esta del departamento, protestó:

–Yo no quiero pasar la noche en casa de la tía Isabella; su casa es vieja, huele a humo de cigarro y tiene muchas cucarachas. Prefiero quedarme con Alan.- dijo haciendo un mohín.

 Su madre nos miró extrañada, pensativa. Anahí tenía razón, la casa de su tía era un lugar espantoso y en realidad a ella tampoco le hacía ilusión ir a visitarle. Con una mueca y una mirada de reproche, aceptó:

— Alan: yo sé que pasas mucho con esta niña y eso debe ser una molestia; sin embargó, esta vez te tengo que pedir que por favor la cuides por mí esta noche. ¿Será eso posible…?—

 Sus palabras resonaron en mi mente, mientras me miraban ambas con ojos convincentes. Tras pensarlo unos instantes respondí que por mí no había problema; sería una noche divertida, llena de vídeo juegos y música.

 Después de aceptar, Lourdes me dijo que en la tarde, cuando Anahí saliera del colegio, pasaría a dejarle conmigo, y con un dulce beso en la mejilla nos despedimos.

Una vez en mi departamento, me dispuse a limpiar un poco; escombré la sala, barrí y lavé el baño, lo cual me llevó un par de horas (a decir verdad esa semana debido al trabajo, no había podido limpiar como se debía). -También ordené la cama; seguramente Anahí dormiría en ella y yo dormiría en el sofá.- pensaba.

Finalmente, por la tarde, se escuchó el timbre y al salir, me encontré con ambas mujeres. Anahí estaba sería, miraba a su madre con tristeza. La madre nos dio un beso en la mejilla a ambos y se despidió cerrando la puerta. Al pasar unos minutos, me preocupaba la mirada de Anahí, así que le pregunté si tenía algún problema. Ella cambió su rostro y con la sonrisa más grande que le había visto jamás, respondió:

–¡Oh por dios! ¡Vamos a pasar la noche juntos! ¡Será genial! Dulces, juegos, música, ¡será como una pijamada!—

Se abalanzó sobre mí para darme un fuerte abrazo. Realmente estaba emocionada.

Las cosas transcurrieron con normalidad; comíamos botana, bebíamos un par de sodas, jugamos un par de juegos de lucha, carreras, inclusive uno de rock y hasta vimos una película.

De pronto surgió la idea de practicar guitarra. Ella apenas estaba aprendiendo; pero era impaciente y ya quería tocar como los grandes sin mucho esfuerzo, cosa que a veces me desesperaba un poco porque quería adelantarse a mis indicaciones. Había veces en las que no me escuchaba, así que comencé a picar sus costillas.

-¡Basta,basta!- decía con su delicada vocecilla. Era en efecto cosquilluda.

 No hice mucho caso y continué picoteándola con los dedos, lo que ocasionó que dejara la guitarra a un lado y me saltara encima, buscando pelea. Se prensó de mi torso y me hizo cosquillas; entonces comencé a regresárselas en su abdomen. No paraba de reír y con desesperación me pateaba o me daba rodillazos. Sin embargo, aquí ocurrió algo. Al estar tan cerca de mí forcejeando, pude notar un olorcillo que inundó inmediatamente mi nariz. Ella seguía en su uniforme de educación física, no se había duchado y podía oler su sudor corporal. Era un aroma un tanto extraño. No era molesto, más bien, encantador, tierno y quizás, hasta excitante. Lo aspiré reiteradas veces durante el forcejeo e inclusive comencé a disfrutarlo, pero también me sentí extraño.

Pregunté entonces por qué aún llevaba el uniforme y ella respondió:

–Lo que pasa es que mi madre tenía mucha prisa y me trajo directa del colegio, no me dio tiempo de ducharme ni de cambiarme.—

Yo continuaba haciendo cosquillas en su abdomen y en determinado momento, metí las manos bajo su camiseta; ella rio a carcajadas. Le ofrecí mi regadera y ella se apartó bruscamente. Nos miramos, como a la expectativa de otro ataque y repentinamente se pegó a mí con un abrazo, intentando morder mi hombro. Yo instintivamente la abracé, pegándola aún más a mi cuerpo.

–No gracias, me bañé ayer en la noche—dijo divertida, antes de clavarme los dientes.  

Tal acción la acercó aún más a mí; podía oler mejor el delicado y natural aroma que sus pequeñas axilas desprendían; también ese otro que desprendía su cabello. Algo dentro de mí despertó y me dejé llevar un poco. Continué pellizcando y haciendo cosquillas bajo su camiseta; ella se estremecía. Las risas resonaban en la habitación. Ambos nos atacábamos con todo y en determinado momento, con el pulgar, rocé por accidente uno de sus pezones, lo cual causó que se retorciera adorablemente y riera antes de volver al ataque.

Me miraba con esos ojos encantadores y me embobaba con su sonrisa y aroma. Su piel blanquita, su figura estética. Su manera de ser. Era perfecta.

Cuando me di cuenta, estaba teniendo una tremenda y aparatosa erección bajo el short y me avergoncé. Inmediatamente intenté detenerme, pero ella lo vio como una abertura y lo aprovechó, sacándome más carcajadas con sus cosquillas. Entre risa y risa, mi pene estaba durísimo y apuntaba hacia ella. Casi muero cuando dejó caer levemente su peso y la punta de mi miembro topó con su firme y bien formado trasero. Me estremecí.

Nunca he querido sentirme Peter Pan; andar por ahí interesado en pequeñas me parecía una atrocidad, pero mis latidos se aceleraban con esta y no podía entenderlo.

Con miedo a que se percatara de la dureza de mi miembro la aparté bruscamente después de un leve frotamiento inconsciente y su gesto fue de sorpresa, en medio de instantes de silencio.   

 Le dije que ya estaba bien que la estuviésemos pasando de maravilla, pero que ya era bastante noche y debíamos descansar (debían ser casi las doce a.m; me sorprendía que estuviese así de activa a esa hora). Al terminar de hablar, me hizo muecas, quería seguir divirtiéndose. Le expliqué que no era sano a su edad, ni a ninguna edad, desvelarse y le ordené que se alistara para dormir. Ella, entre quejas y gestos, obedeció. Dejé que se levantara primero y con la excusa de recoger un par de cosas que estaban a la mano, permanecí sentado mientras ella se iba al sanitario.  

Mientras ella se encontraba ahí, mi erección fue disminuyendo. Aproveché para limpiar un poco el desastre que habíamos hecho y para ponerme la pijama, si se le podía llamar así a quedar en bóxers y en camiseta de Misfits. La verdad es que hacía bastante calor y así estaba más cómodo.

Al salir ella, la vi de reojo, se había cambiado de ropa; había dicho adiós al short y a la camiseta que llevaba antes; ahora llevaba solo una camiseta de tirantes, la cual no alcanzaba a cubrir sus delicadas bragas blancas y marcaba dos medianos bultos a la altura de sus senos. También  se había dejado los tenis, junto con sus calcetines blancos.

Me encontraba sacudiendo las cobijas en la habitación, cuando de nuevo se abalanzó sobre mí. Ambos caímos en la cama y comenzó a pellizcar y a hacerme cosquillas de nuevo. Yo correspondí entre risas con más cosquillas. Ahora  podía oler mejor ese aroma suyo, era hipnotizante, enervante y atemorizante.

 –Tranquilízate ya, es hora de dormir– dije entre risas.

 –No quiero, me las pagaras por picar mis costillas— Respondió.

Amenacé con continuar haciéndolo si no se detenía, pero eso la motivó a continuar sus agresiones contra mi.

 En determinado momento bajó su guardia y pude ponerme encima de ella, en posición dominante; cosa que la orilló a soltar pataletas y golpes mientras reía como desquiciada. En una de esas patadas se pegó en el apagador y el cuarto se oscureció, siendo aún parcialmente visible gracias a la luz del corredor que entraba por la puerta abierta.

 Tomé en vuelo uno de sus pies y amenacé: –¡Si no te acuestas de una vez te haré cosquillas en los pies!—exclamé son una sonrisa maliciosa.

Ella, con voz burlona contestó: –Ya estoy acostada, bobo—Y me mostró su rosada lengua.

 Yo reí y bruscamente le zafé el teni. ¡Madre mía…! Su pie olía a sudor, pero  de nuevo, no era un olor molesto, era más bien delicado y agradable. Comencé a hacer cosquillas en su pie con la mano izquierda, mientras con la derecha sujetaba su tobillo con fuerza. Ella se partía de risa, pero su voluntad era fuerte y no se rendía. Le quité el calcetín, dejando al descubierto un bello y pequeño pie blanco, un poco pegajoso por su sudor y algo sucio.

 Me dejé llevar más por la situación e inmediatamente me llevé su pie a la nariz sin siquiera pensarlo. ¡Madre mía…! Ese olor era exquisito, delicado y provocó que dejara de pensar y comenzara a lamer. Lamí su talón, también su planta con una gran lengüetada. Ese sabor, salado, agridulce me enloqueció. Lamí entre sus dedos pequeños, reservando el gordo para después; de nuevo ese delicado saborcillo salado, invadió mis sentidos.

 Ella no paraba de reír, lo veía como un juego, solo en ocasiones decía:

–¡Iugh, hoy no me duché! Estoy sudada, corrimos bastante en clase.— Y continuaba riendo.

 Al estar tan entretenido con ese pie delicioso en la cara, bajé la guardia y ella lo aprovechó, dando un rápido movimiento para tumbarme en la cama boca abajo; se montó ahora ella sobre mí. Sin embargo, alcancé a ponerme boca arriba, quedando nuestras partes íntimas separadas separadas solo por nuestras delgadas prendas. Mi pene, de nuevo estaba totalmente erecto y rozaba indirectamente con su vagina, cosa que a ella pareció no importarle, pues continuó juguetenado.

Rápidamente intenté defenderme, pero verla montada sobre mi me hizo perder fuerza y ella lo notó. Hubo una lluvia de pellizcos, cosquillas ¡hasta una que otra mordida! Yo solo me podía defender haciendo cosquillas, e inconscientemente mis manos adquirierón cierta libertad. Mientras nuestras miradas se cruzaban de manera ocasional, mi mano izquierda subió a su cuello, no sin antes rozar delicadamente su seno izquierdo, notando un tímido pezón medio erecto a través de su camiseta. Mi mano derecha se concentró sobre su abdomen; sentía su ombligo que se retorcía fuertemente a raíz de tanta carcajada.

El tirante de su camiseta comenzó a ceder y dejó en ocasiones descubierto su dulce pezón rosado, eso lo hizo un par de veces hasta que lo dejó descubierto por completo. Mi mano derecha, ya ebria, bajó aún más. Sintiendo el roce con su pantaleta y  se aventuró a tocar  sus labios vaginales por encima de esta. Apreté la mano un par de veces, rozando, sintiendo lo que había debajo de la delgada tela. Sus labios eran gruesos, firmes. Podía sentir como en cada movimiento, carcajada o sacudida, se abrían y cerraban. Sentía también su clítoris, zona en la que comencé a rozar con mucha más frecuencia y delicadeza.

Era delicioso. Imagino que estas acciones la desconcertaron, pero ella aún seguía atacando y lo tomó todo naturalmente.

 En un momento comencé a sentir cierta humedad en la tela de su pantaleta, se estaba mojando. Su rostro reflejaba cierto enrojecimiento; su risa ya no era tan fuerte como antes, ahora estaba entrecortada por pequeños y delicados gemidos y sus manos ahora estaban quietas, apoyadas sobre mis hombros.

Yo ya no pensaba con claridad en ese momento e introduje mi mano en su pantaleta; comencé a masajear con un poco más de intensidad su vagina. Ella, al sentir eso, soltó un gemido un poco más fuerte que todos los anteriores y se recostó sobre mí. Ya no hacía cosquillas, ahora yacía con los ojos cerrados, disfrutando de lo que yo le hacía.

En determinado momento, su pezón, ya totalmente erecto, rozó con mis labios, los cuales lo humedecieron un poco. Ella soltó un gemido fuerte mientras elevaba el rostro hacia el techo, yo aproveché para llevar a mi boca ese pequeño montecito rosado que pedía a gritos ser chupado. En seguida se volvió loca, ahora gemía con intensidad y la humedad de su vagina era incontenible, comenzaba a sentir como movía sus caderas al ritmo de mi mano, mientras se aferraba a mi camiseta con ambas manos.

 La cosa no duró mucho: un estallido, fuertes sacudidas y un grito ahogado mientras se aferraba a mis hombros con fuerza llenaron mi habitación. Se había corrido. Permaneció jadeante un par de minutos con los ojos cerrados, apretando mis hombros con cada vez menos fuerza.

Al preguntar si se encontraba bien, abrió los ojos y levantó la mirada; era una mirada de placer, de satisfacción que vino acompañada de una sonrisa, mientras su dulce aliento, aún alterado, me pegaba en la cara.

–Necesito ir al baño, me cansé—dijo jadeando.

Al levantarse e ir al sanitario pude notar que mi mano estaba empapada de sus jugos vaginales. Me llevé la mano a la nariz y pude oler el tesoro que se encontraba encerrado en esas pantaletas. Un olor a espuma de mar embriagador, delicado e inocente, pero a la vez fuerte inundó mi mente. ¡Madre mía! ¡Qué olor tan delicioso…! Y su sabor… ¡Oh, su sabor…!

Ambas cosas me hicieron terminar en medio de una tremenda paja esperando a que volviera del baño.

Bien dicen que un hombre es distinto antes después del orgasmo, y tenían razón. Al recobrar la conciencia estaba atónito por lo que había sucedido. Había masturbado a la pequeña Anahí ¡Se había corrido en mi mano!  ¡Qué acababa de hacer…!

Estaba envuelto en culpa, cuando la pequeña salió del sanitario. Con mirada satisfecha y cansada y una sonrisa se acercó a la cama y se recostó a mi lado

. –Mamá me ha dicho que no deje que nadie me toque ahí abajo, pero… cuando tú me haces cosquillas se siente bien.- dijo, tiernamente -Vamos a dormir, me cansé mucho por todo esto.—

Me quedé de piedra mientras ella pegaba su cuerpo al mío y caía presa de un profundo y bien merecido sueño. Ni siquiera hubo oportunidad de decirle que yo dormiría en el sofá.

Por la mañana nos despertó el insistente timbre; era su madre, quien venía a buscarle. Nos levantamos en seguida y nos vestimos para su encuentro.

 Al despedirse, Anahí me miró y me sonrió, amenazando con regresar a practicar en la tarde.

 

Así comenzó todo. Así comenzó este enamoramiento que me ha llenado de penas y dichas. Si desean que continúe contándoles acerca de esto, por favor comenten. A demás, me ayudarían mucho con sus consejos; estoy practicando mi redacción.

Gracias por leer.

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3 respuestas

  1. nindery

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