Por

Anónimo

noviembre 20, 2013

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ESTOY COMPARTIENDO A MI ESPOSA 2

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Después de que Héctor sedujo a mi virgen esposa en mi propia casa, y la hiso suya, yo llegué pocos minutos después. Al instante adiviné lo que tenía que había pasado, pues apenas entré por la puerta, mi esposa Isabel, conteniendo un sollozo, entró corriendo a nuestro dormitorio.

�Que pasó� le dije al hombre. El me respondió: �Mira amigo, no sé bien que es lo que pasa entre ustedes, pero te recuerdo que tú me contactaste para que seduzca a tu esposa, y termine por culiarla� �Y te digo culearla, porque yo hablo de este modo. ¿Está bien?�

– Está bien. Ahora, quiero saber que pasó.

– Cuando tú te fuiste, me dejaste solo con ella para que pueda culiarla ¿no es verdad?

– Yo, algo incómodo respondí: �Si, es verdad�

– Bien. Cuando ella se vio sola conmigo estaba nerviosísima. Tu mujer estaba llena de miedo, y aunque yo sabía que es ingenua, también me di cuenta hace muchos días que ella tenía ganas de hombre, así que la llamé a mi lado, la abracé, y empecé a besarla y acariciarla, hasta que supe que ya era mía. Luego, le saqué la ropa y la empecé a culiar despacio porque sabía que era su primera vez. Después de eso, y cuando vi que ella le gustaba, le empecé a dar verga como burro. ¡¡Que culiada más rica!!

– �Por favor amigo, no uses esos términos para referirte a mi esposa� Le dije, algo irritado.

– No te irrites amigo, yo no tengo la culpa de nada, tú me buscaste para que me culee a tu mujer, y lo he hecho. Ahora, desde mi experiencia de hombre ¿quieres saber lo que pienso de ella, no te molestarás?

– Yo, intrigado, le dije: �Dilo�

– Amigo, tu esposa es simplemente una mujer, pero no es una mujer cualquiera. Es una hembra hermosa, delicada, una mujer espiritual con un voluptuoso cuerpo de Puta. Una hembra rica hecha para culiarla todo el día. ¿Sabías eso de tu mujer?

– �No�

– Entonces entérate ahora mismo, por la boca de un hombre que conoce a las mujeres. ¿Quieres saber algo más de ella, te interesa saberlo?

– �Si� dilo.

– Antes de probar esa chuchita rica, le hice coger mi vergota a tu mujer. Ella la miró con miedo, pero luego empezó a acariciarla y apretarla. A tu mujer le gustó la verga, y creo que en adelante se va acordar de ella, y va a querer tenerla adentro otra vez.

– �Eso no volverá a suceder� le dije, un poco preocupado.

– ¿Qué dices, que no volverá a suceder? Que poco conoces a las mujeres. Mira amigo, te voy a decir algo con mucha franqueza: Tu mujer es una rica hembra que ya probó la verga. Tarde o temprano; si tú no puedes, tendrás que hacerla culiar otra vez con otro hombre, a lo mejor más loco que yo. Y ahí será distinto, ¿sabes porqué? Porque siento que ella es una hembra rica, una mujer que no nació para un solo hombre, es el tipo de delicia que debes dejar que otros la prueben.

– Yo no voy a prostituir a mi esposa, si eso es lo que piensas.

– Yo no estoy diciendo que conviertas a tu mujer en una Puta. La mente de ella no está para eso. Lo que digo es que si ves que tú no puedes, no la puedes guardar para siempre. Y así como pasó conmigo, tendrás que buscar a otros hombres para que le den verga. Ella está demasiado rica para que la tengas escondida. Piénsalo bien, busca sitios donde ella se divierta, la puedas mostrar, y después�.Ya sabes.

¡Ah, y algo más! Tú también diviértete, disfruta todo lo que vaya a ocurrir con ella�

Y el tipo se fue, dejándome pensativo, y sumamente preocupado. Finalmente, no lo volví a ver más. Luego supe que había viajado de ilegal a los EE.UU.

A partir de allí, la conducta de Isabel se hiso cada vez más distinta: Casi no me hablaba, y cuando me miraba, lo hacía con un gesto como pidiéndome perdón, andaba cabizbaja, y pasaba la mayor parte del tiempo en solitario, en algún rincón de la casa. Yo, muy apenado intenté que ella se sincere conmigo, pero no lo conseguí. Finalmente hablé con ella:

– Le dije: �No tienes que confesarme nada. Yo, sabiendo que no podía cumplirte como esposo en la cama, contacte con Héctor para que ocurra aquello entre ustedes� Ella, sumamente inquieta, no supo en un primer momento que decir, pero luego me abrazó, mientras lloraba silenciosamente.

– �No te sientas culpable de nada, solo eres una mujer; que como cualquier otra, necesita de intimidad y sexo con un hombre. Solo hice lo que era necesario. Y quien sabe, si mi problema continúa, tendré que hacer lo mismo nuevamente� Al oír esto, ella; con los ojos muy abiertos me miró en silencio.

Pasaron más de tres meses de aquello. Y como queriendo olvidarse del asunto, Isabel se había concentrado cada vez más en sus tareas religiosas, y en las cosas del hogar. Se la veía cansada, estresada, y no paraba en ningún momento, hasta que le dije:

– �Vístase mi amor, póngase bien bonita, que esta noche la voy a sacar, a ver si deja esas tareas suyas y se divierte un poco� Ella, sorprendida me respondió: �No, no, para que, �no quiero ir�

– �Usted se va conmigo� le dije con autoridad, y salimos. Ella vestía una blusa de mangas; y por pedido mío, se puso una falda algo cortita y coqueta, que mostraba sus hermosas y suavemente vellosas pantorrillas.

¿Dónde la llevaría? Yo no había pensado en eso, pero mientras lo hacía, un extraño calor invadió las cavidades de mi pene, endureciéndolo después de mucho tiempo. Me imaginaba; tontamente, ver a Isabel entregada con pasión, mientras un hombre desconocido la penetraba con fuerza.

Decidí llevarla a un club algo liberal, donde podríamos ver algo que hacer. Era extraño, pero me sentía invadido de una especie de electricidad y excitación, una sensación muy erótica; que se encendió más cuando se me ocurrió pedirle que se cambie de ropa, y vaya vestida con algo más atractivo. Ella regresó puesto un vestido negro, muy corto y bien ceñido. Su cuerpo y sus curvas eran encantadores y atrayentes. Así es mi hembra de rica.

Al entrar al local, un ambiente de ruido, música, risas, y miradas ávidas de sexo nos cubrieron. Isabel estaba definitivamente asustada, agarrada firmemente de mi mano.

Después de tomar unas copas de vino, reparé en la presencia de un hombre muy elegante que nos miraba con insinuante interés; el cual después de hacer un además de saludo, se acercó; después de un rato, a nuestra mesa.

El hombre en mención era muy alto y apuesto, de mirada decidida pero tierna, que después de depositar un beso en la mejilla de Isabel, la dejó a ella convertida en un mar de nervios.

Antonio -que así se llamaba este seductor-, no perdió tiempo, y se dedicó a atender a Isabel con toda clase de delicadas impertinencias y halagos, que agradaron y asustaron cada ves más a su inocente víctima. Isabel sabiendo las calurosas consecuencias que este trato podía tener para ella, quiso rehuirlo; pero le fue imposible, pues un ardor y una humedad en su vagina, le hiso ver que en realidad le gustaba, y deseaba estar cerca de él.

Yo, sin darme cuenta, empecé a disfrutar el delicioso acto de encantamiento que ese hombre fue desarrollando para conquistar a mi esposa. Ella reía, y por momentos se la veía cercana y hechizada por él, pero luego se ponía seria, e inútilmente procuraba alejarse, pues regresaba a mirarlo; como ilusionada, en tanto que al mirarme, volvía a adoptar una suave actitud, entre prudente y formal. Yo pensaba: �Que hermosa se la ve, y que vulnerable se la siente, dan ganas de caerle encima y�culiarla�

Muy alegres y excitados, salimos los tres del bar. Y antes que pueda meditarlo, ya estábamos en la casa, instalándonos cómodamente con unas copas de Sirac. Ella, con una mirada entre ardiente y temerosa, se negó a beber, sentándose en medio de los dos.

Apenas nos sentamos los tres, empezó a fluir una intensa tensión erótica, que fue creciendo cada vez más. Solo se oía la respiración de mi esposa: Intensa y entrecortada; quien, con una sonrisa coquetísima y una bella candidez, nos miraba y sonreía, tomándose el vuelo de su cabello, con su cabeza girando hacia atrás.

De pronto, Antonio; sin decir nada, se empezó a sobar con la mano un bulto de su pantalón, que fue creciendo, hasta hacerse muy grande. El se sobaba la verga, mientras con una mirada entre tranquila y dominante miraba a Isabel de costado. Ella estaba paralizada por el poder del seductor. Entonces; repentinamente, Antonio extendió lentamente su mano, y con un gesto de manifiesta intención sexual, con poder varonil, las depositó sobre las suaves y voluptuosas piernas de mi esposa; que al sentir esos dedos ardientes, que la apretaban y recorrían con deseo; sintió el poder de un pecado que la tentaba y acariciaba con una mano invisible, que le estaba pidiendo que ocurra o suceda algo, para poder entregarse allí mismo y por segunda vez a un hombre, a ese hombre, que se había atrevido a acariciarla de ese modo, delante de su esposo, y que la sorprendió diciéndole, mientras la acariciaba con deseo: �Eres rica�una hembra deliciosa�.

El me miró a los ojos diciéndome, algo embriagado: �Amigo. Esta mujer, tu esposa, es una de las mujeres más deliciosas que he conocido, una rica hembra de verdad. ¿Sabes qué? Te ruego no te molestes por lo que te voy a decir, pero� ¿me podrías dar permiso para hacer el amor con ella?�

Yo, sorprendido por su audacia, y absorto por el significado de lo que me estaba pidiendo respecto a mi esposa, sentí de inmediato un fuego excitado y erótico que me cubrió, y que me hiso decir: �Por mi parte no hay ningún problema, todo depende de lo que ella diga� Y le pregunté: �Isabel, este amigo dice que quiere hacer el amor contigo, ¿tu aceptas?�

Mi esposa, temblando de debilidad y excitación por esa mano ardiente que acariciaba su muslo quiso mirarme, pero no lo hizo. Más bien, con un gesto de femenina mansedumbre agachó su cabezo, diciendo suavemente: �Si, acepto� SIGUE��..


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2 respuestas

  1. nindery

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