
Por
Anónimo
Se hace la recatada II
Un asunto cultural, la celebración de un concurso de pintura, fue la razón por la que Mar se presentó, una tarde de junio, en casa de la madre de Luis.
Conociendo la afición que la señora tenía por la pintura, Mar deseaba invitarla a formar parte del jurado que se estaba conformando para aquel concurso. Debían de ser alrededor de las 5 y media de la tarde. Tarde calurosa, por lo que, Mar, para ir a su casa, se vistió un vestido de tirantes, corto, propio del momento de calor que aquellos días dominaba el ambiente.
Llegó a su casa, llamó a la puerta, y salió Luis para abrirle, ella, como siempre, dado su carácter alegre y cariñoso, le dio un par de besos a Luis, momento en el que éste comenzó a dar señales de sus intenciones nada más verla, ya que, en el segundo de los besos, en la mejilla, él aproximó sus labios a la comisura de su boca. Hecho que, en un primer instante, la puso algo nerviosa, y acertó a balbucear que buscaba a su madre. Luis, antes de informarla sobre su madre, la hizo pasar con el argumento del excesivo calor que en la calle hacía en ese instante. No contento con ello, la invitó a sentarse, acompañando su invitación con uno de esos piropos que solía lanzarle, incluso cuando quien escribe, su marido, estaba presente.
– Cada día estás más guapa, Mar, …comentó Luis, mirando su rostro, mirando a sus verdes ojos, y el generoso escote que Mar lucía esa tarde.
– Muchas gracias, Luis, tú que me miras con buenos ojos, …fueron las palabras de Mar.
– Mira, venía para ver a tu madre, quería invitarla a formar parte del jurado del concurso de pintura que, bien sabes, estamos organizando, …siguió Mar con sus explicaciones.
– No está, ha salido, me comentó que en unas dos horas estaría de vuelta. Si quieres, puedes esperarla aquí, mientras te preparo un té y charlamos un rato, …le dijo Luis.
– No, déjalo, he de hacer algunas gestiones más, en dos horas volveré a ver si la pillo en casa.
Cuando Mar se levantaba para despedirse, Luis también lo hizo y acompasó los pasos de Mar hasta la puerta. En ese breve trayecto, ella sintió como la tomaba de la cintura, y no quiso darle importancia, dado que una amistad de tantos años podría, en ocasiones, contener este tipo de gestos absolutamente inofensivos producto de su caballerosidad. Sin embargo, cuando intentaba agarrar el pomo de la puerta para abrirla, ese, en apariencia, inocente gesto, adquirió tintes mucho más invasivos; Luis, desde atrás, la atrajo hacia sí, abrazando su cintura y diciéndole al oído que, y es textual como Mar me lo contase, quería follársela. Ella, por momentos, se paralizó, tensó su cuerpo, y comenzó a sentir como Luis recorría con sus manos la parte de su cuerpo cubierta por su vestido. Le fue fácil hacerlo, la falda del vestido, vaporoso y ligero, dejaban margen suficiente para que ese recorrido fuera ejecutado de un modo grácil y en exceso excitante; al mismo tiempo, besaba y mordisqueaba su oreja.
Para ese momento, Mar estaba absolutamente obnubilada, su cuerpo luchaba consigo mismo entre el mucho placer que le estaba proporcionando y los mensajes de su mente tratando de contener aquello que comenzaba a antojársele inevitable. La inercia de su cuerpo, el placer que sentía, pudo infinitamente más que los mensajes que su cerebro trataba de comunicarle. Se relajó, se dejó hacer, y cuando no pudo más, se volvió hacia él para fundirse en un apasionado beso cuyo destino último no sería otro que el de entrar ambos, excitados y sin separarse, en la sala de la entrada de la casa, donde había una alfombra que iba a servir de espacio en el que se desataría toda la pasión que ambos albergaban. Atropellada entrada que no evitó la destreza de Luis bajando la cremallera de su vestido, dejando su cuerpo desnudo, solo con el tanga que, en ocasiones, Mar gustaba llevar, y que aquel día, sin haberlo programado, se lo puso por ir más ligera.
El pantalón corto, y la camiseta que Luis llevaba puestos, no tardaron en desaparecer, ambos se entregaron en que así fuese. A renglón seguido, Mar, hizo ademán de quitarse el tanga, Luis la miró, miró sus verdes ojos y le hizo una seña para que no se lo quitase. Todo ello, iba sucediendo sin solución de continuidad, de modo que, para cuando vinieron a darse cuenta, un maravilloso 69 era la posición en la que yacían sobre la alfombra. Ella, se quedó extasiada ante el pene que Luis portaba: un glande enorme, y un tronco prolongado, la llevaron a deglutir, chupar y saborear aquella hermosa herramienta que Luis poseía. En tanto que, Luis, apartando levemente el hilo del tanga, insertó su lengua en su vagina, haciendo movimientos especialmente placenteros, mediante los cuales, subía y bajaba hasta lamer su clítoris y sus labios vaginales, para acabar, en cada una de esas fases increíbles, metiendo su lengua más allá de lo que la superficie le ofrecía. Fueron veinte largos minutos, durante los cuales, ambos adquirieron tal grado de excitación que no tardaron en reposicionarse para, en una maravillosa tijera, iniciar un mete y saca extasiante que duró otros, aproximadamente, veinte minutos, momento en el que Luis se tendió y la hizo subir a su grupa. Ella, estaba en una nube de placer, lloraba y reía a un tiempo. Tal era el grado de excitación alcanzado que, al unísono, comenzaron a imprimir una aceleración descomunal a sus movimientos, en una escena que, tal que la que en ese instante, mientras me contaba ella en la cama, follando, imprimíamos, llegando ambos a un orgasmo como jamás antes habíamos conseguido.
NOTA: espero y deseo continuar con los detalles finales de aquella maravillosa tarde de la que Mar me habló.
Una respuesta
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